Ismael Lorenzo
Editorial Create Space (Amazon), Charleston (USA), 2014,
172 páginas.
La lectura de este libro que, en una nueva
edición ampliada y revisada acaba de ver la luz, no dejará indiferente a ningún
lector. Y a muchos otros nos confirmará en nuestra convicción de la condición
depredadora del ser humano. Siempre se nos ha hablado de una antropología que
solo ve el homo sapiens,
ocultándosenos que bajo el emoliente y tranquilizador concepto de sapiens, se esconde en la especie humana
la desmesura, la inestabilidad, el desorden, la violencia y en grado tal que
con Edgar Morin, nos debemos sentir compelidos a ver al homo sapiens como homo demens,
como homo
praedator. La verdad humana arrastra consigo el desorden, el error, la
violencia, la compulsión, no por supuesto instintiva, a cometer atrocidades,
que tienen en las violaciones una de sus más crudas, sangrantes y generalizadas
manifestaciones. La violación, se nos dice por activa y pasiva, es un arma de
guerra. Guerras donde el cuerpo de la mujer es un campo de beligerancia.
Y este libro es un elenco y nómina de esa
irrupción y manifestación de la ubris
(desmesura) en forma de atrocidades violadoras en la especie de los homínidos
con cerebro grande. Una relación absolutamente verídica porque la escuchamos en
la voz de las víctimas. El escritor de origen cubano, Ismael Lorenzo, fundador
y actual director de “Creatividad Internacional”, una red de literatura y cine
muy popular, se confiesa únicamente coautor de este libro. Amanuense en su
primera parte, “Líbano” que se la atribuye a una voz anónima, M.A. que traslada
a la escritura, con inmenso poder descriptivo, gran valentía y fuerza
expresiva, una historia aterradora, su propia historia de víctima de una
violación por cuatro Marines americanos en una taberna libanesa, en diciembre
de 1997. Sus palabras, transcritas por Ismael Lorenzo, nos permiten palpar su
dolor de niña ultrajada, secuestrada, esclavizada durante un año y finalmente
vendida a un burdel. Sus padres asesinados al intentar defenderla, dos abortos
forzados con doce y trece años. Un relato escalofriante, capaz de helar la
sangre. Un ser humano convertido en objeto. Y como imposible contrapunto, los
sueños de esa niña, ahora convertida en mujer: sus ilusiones de un sexo
consentido, placentero, impregnado, sí,
de erotismo con el hombre amado al que hubiera querido entregar su virginidad.
El teatro de las depravaciones y horrores
continúa en la segunda parte: “Una Historia Que No Tiene Fin”, de la autoría ya
exclusiva de Ismael Lorenzo, aunque siguen siendo las víctimas las que hablan.
Otros cuatro soldados estadounidenses jugando a los naipes y bebiendo whisky
que por puro capricho deciden ir a una
casa iraquí, violar a una mujer y matar a la familia, protegidos además por un
estatuto de inmunidad; la quinceañera violada repetidamente por su padrastro y
posteriormente prostituida; jóvenes estudiantes de La Sorbona bárbaramente
violadas por sus profesores; mujeres soldado americanas impunemente violadas en
territorio pacífico por sus mandos o compañeros; el drama de una niña abusada
sexualmente, víctima del chantaje a través de redes sociales: un perverso juego
de corrupción que precipita a la niña en un verdadero infierno; la ingente
cantidad de niñas y niños víctimas de abusos sexuales por parte de curas
católicos; la mujer tunecina violada por varios policías e inculpada por
ofender al pudor. La relación, la secuencia de casos a cada cual más
escalofriante y aterrador, continúa en otras muchas historias de víctimas
convertidas en culpables.
Historias reales, relatos vivenciales que
dan forma y contenido a un libro cruel, narrativa testimonial no apta para
todos los lectores. Víctimas que confiaron en Ismael Lorenzo para exponer y
hacer visibles sus historias, su dolor y el silencio con el que se encubre este
tipo de delitos. Y el autor los transcribe con las palabras de las víctimas,
sin eufemismos y con un lenguaje que muchas veces sonaría a pornografía si no
reflejara una realidad cotidiana de crueles vejaciones. Una historia que no
tiene fin como rotula el autor la segunda parte de su libro, porque el silencio
fue, es y será siendo el mejor amigo de los violadores.
Libros-denuncia como éste, a pesar de
algunos errores de impresión y el lenguaje espontáneo y algunas veces
incorrecto de las víctimas, son necesarios para que la impunidad deje de ser el
refugio en el que se esconden los depredadores.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“A
la taberna llegaron unos Marines americanos, sudados y prepotentes, llenos de
sudor, mi padre estaba en el mostrador, le preguntaron por mujeres, que querían
mujeres, mi padre les dijo que allí no había mujeres, pero sin querer en ese
momento tosí, estaba donde mis padres me habían escondido, debajo del
mostrador, me descubrieron allí, y apartando a mi padre de un empujón, me sacaron afuera a la fuerza.
Eran
cuatro soldados, uno negro y tres blancos. Me tocaban las trenzas y después los
pechos pequeños, yo quería escapar y gritaba, pero me sujetaban fuerte. Mi
padre salió del mostrador y quiso ayudarme, mi madre estaba adentro de la
cocina y también salió, pero el soldado negro me puso en sus hombros y empezó a
subir las escaleras, mis padres corrieron detrás de mi para ayudarme, pero les
dieron un tiro a cada uno y cayeron al momento.
El
soldado que subía conmigo me metió las manos entre mis piernas mientras
subíamos, me dio mucha vergüenza, el gemía cuando me hacía eso (…) Entonces el
soldado negro me colocó sobre la cama y me levantó mi falda, recuerdo que me
sentí muy mal y quise escapar, pero los otros me sujetaron fuerte. Me quitó las
bragas y me estuvo chupando mucho tiempo, yo gritaba porque me sentía mal de
que me hicieran todo eso, ya que no sabía nada de sexo. Otro soldado me abrió
la camisa y estuvo tocando y chupando mis pechos y algo que me resultó terrible
fue cuando, teniendo la boca abierta de gritar y llorar, uno de ellos me metió
su polla en la boca y la movía para arriba y para abajo (…) Me desnudaron
completamente y el soldado negro me hincó su polla a lo bestia y me hizo mucho
daño…”
…..
“Al
terminar el profesor le abrió su blusa y se puso a chuparle los senos, mientras
Ginette lloraba.
El
profesor le ordenó que le hiciera una felación, pero Ginette le respondió que
no podía. Entonces el profesor se encolerizó y le empezó a decir que era una
puta y que iba a aprender a obedecer, y buscó una gruesa cuerda y arrastró a
Ginette hacia la cama y le ató las manos a la cabecera de madera y las piernas
en la parte de los pies de la cama. Luego le abrió la vagina con las manos y se
puso a chuparla y después se desvistió y le hizo el amor dos veces
salvajemente.
-Eres
una puta, todas las mujeres son unas putas, yo sé como tratar a las putas como tú-
le repetía sin cesar.
Entonces
le tapó la boca con un trapo y le ha metido un bastón en su vagina varias
veces, mientras repetía incesante «eres una puta», los gritos de Ginette
acallados por el trapo en la boca.”
(Isamael Lorenzo
El silencio de los 12, páginas 9-10, 71)