sábado, 31 de mayo de 2014

VIOLACIONES: EL TEATRO DE LOS HORRORES



El silencio de los 12

Ismael Lorenzo

Editorial Create Space (Amazon), Charleston (USA), 2014, 172 páginas.



   La lectura de este libro que, en una nueva edición ampliada y revisada acaba de ver la luz, no dejará indiferente a ningún lector. Y a muchos otros nos confirmará en nuestra convicción de la condición depredadora del ser humano. Siempre se nos ha hablado de una antropología que solo ve el homo sapiens, ocultándosenos que bajo el emoliente y tranquilizador concepto de sapiens, se esconde en la especie humana la desmesura, la inestabilidad, el desorden, la violencia y en grado tal que con Edgar Morin, nos debemos sentir compelidos a ver al homo sapiens como homo demens,  como homo praedator. La verdad humana arrastra consigo el desorden, el error, la violencia, la compulsión, no por supuesto instintiva, a cometer atrocidades, que tienen en las violaciones una de sus más crudas, sangrantes y generalizadas manifestaciones. La violación, se nos dice por activa y pasiva, es un arma de guerra. Guerras donde el cuerpo de la mujer es un campo de beligerancia.

   Y este libro es un elenco y nómina de esa irrupción y manifestación de la ubris (desmesura) en forma de atrocidades violadoras en la especie de los homínidos con cerebro grande. Una relación absolutamente verídica porque la escuchamos en la voz de las víctimas. El escritor de origen cubano, Ismael Lorenzo, fundador y actual director de “Creatividad Internacional”, una red de literatura y cine muy popular, se confiesa únicamente coautor de este libro. Amanuense en su primera parte, “Líbano” que se la atribuye a una voz anónima, M.A. que traslada a la escritura, con inmenso poder descriptivo, gran valentía y fuerza expresiva, una historia aterradora, su propia historia de víctima de una violación por cuatro Marines americanos en una taberna libanesa, en diciembre de 1997. Sus palabras, transcritas por Ismael Lorenzo, nos permiten palpar su dolor de niña ultrajada, secuestrada, esclavizada durante un año y finalmente vendida a un burdel. Sus padres asesinados al intentar defenderla, dos abortos forzados con doce y trece años. Un relato escalofriante, capaz de helar la sangre. Un ser humano convertido en objeto. Y como imposible contrapunto, los sueños de esa niña, ahora convertida en mujer: sus ilusiones de un sexo consentido, placentero, impregnado,  sí, de erotismo con el hombre amado al que hubiera querido entregar su virginidad.

   El teatro de las depravaciones y horrores continúa en la segunda parte: “Una Historia Que No Tiene Fin”, de la autoría ya exclusiva de Ismael Lorenzo, aunque siguen siendo las víctimas las que hablan. Otros cuatro soldados estadounidenses jugando a los naipes y bebiendo whisky que por puro capricho deciden ir  a una casa iraquí, violar a una mujer y matar a la familia, protegidos además por un estatuto de inmunidad; la quinceañera violada repetidamente por su padrastro y posteriormente prostituida; jóvenes estudiantes de La Sorbona bárbaramente violadas por sus profesores; mujeres soldado americanas impunemente violadas en territorio pacífico por sus mandos o compañeros; el drama de una niña abusada sexualmente, víctima del chantaje a través de redes sociales: un perverso juego de corrupción que precipita a la niña en un verdadero infierno; la ingente cantidad de niñas y niños víctimas de abusos sexuales por parte de curas católicos; la mujer tunecina violada por varios policías e inculpada por ofender al pudor. La relación, la secuencia de casos a cada cual más escalofriante y aterrador, continúa en otras muchas historias de víctimas convertidas en culpables.

   Historias reales, relatos vivenciales que dan forma y contenido a un libro cruel, narrativa testimonial no apta para todos los lectores. Víctimas que confiaron en Ismael Lorenzo para exponer y hacer visibles sus historias, su dolor y el silencio con el que se encubre este tipo de delitos. Y el autor los transcribe con las palabras de las víctimas, sin eufemismos y con un lenguaje que muchas veces sonaría a pornografía si no reflejara una realidad cotidiana de crueles vejaciones. Una historia que no tiene fin como rotula el autor la segunda parte de su libro, porque el silencio fue, es y será siendo el mejor amigo de los violadores.

   Libros-denuncia como éste, a pesar de algunos errores de impresión y el lenguaje espontáneo y algunas veces incorrecto de las víctimas, son necesarios para que la impunidad deje de ser el refugio en el que se esconden los depredadores.



Francisco Martínez Bouzas




 
Ismael Lorenzo


Fragmentos



“A la taberna llegaron unos Marines americanos, sudados y prepotentes, llenos de sudor, mi padre estaba en el mostrador, le preguntaron por mujeres, que querían mujeres, mi padre les dijo que allí no había mujeres, pero sin querer en ese momento tosí, estaba donde mis padres me habían escondido, debajo del mostrador, me descubrieron allí, y apartando a mi padre de  un empujón, me sacaron afuera a la fuerza.

Eran cuatro soldados, uno negro y tres blancos. Me tocaban las trenzas y después los pechos pequeños, yo quería escapar y gritaba, pero me sujetaban fuerte. Mi padre salió del mostrador y quiso ayudarme, mi madre estaba adentro de la cocina y también salió, pero el soldado negro me puso en sus hombros y empezó a subir las escaleras, mis padres corrieron detrás de mi para ayudarme, pero les dieron un tiro a cada uno y cayeron al momento.

El soldado que subía conmigo me metió las manos entre mis piernas mientras subíamos, me dio mucha vergüenza, el gemía cuando me hacía eso (…) Entonces el soldado negro me colocó sobre la cama y me levantó mi falda, recuerdo que me sentí muy mal y quise escapar, pero los otros me sujetaron fuerte. Me quitó las bragas y me estuvo chupando mucho tiempo, yo gritaba porque me sentía mal de que me hicieran todo eso, ya que no sabía nada de sexo. Otro soldado me abrió la camisa y estuvo tocando y chupando mis pechos y algo que me resultó terrible fue cuando, teniendo la boca abierta de gritar y llorar, uno de ellos me metió su polla en la boca y la movía para arriba y para abajo (…) Me desnudaron completamente y el soldado negro me hincó su polla a lo bestia y me hizo mucho daño…”



…..



“Al terminar el profesor le abrió su blusa y se puso a chuparle los senos, mientras Ginette lloraba.

El profesor le ordenó que le hiciera una felación, pero Ginette le respondió que no podía. Entonces el profesor se encolerizó y le empezó a decir que era una puta y que iba a aprender a obedecer, y buscó una gruesa cuerda y arrastró a Ginette hacia la cama y le ató las manos a la cabecera de madera y las piernas en la parte de los pies de la cama. Luego le abrió la vagina con las manos y se puso a chuparla y después se desvistió y le hizo el amor dos veces salvajemente.

-Eres una puta, todas las mujeres son unas putas, yo sé como tratar a las putas como tú- le repetía sin cesar.

Entonces le tapó la boca con un trapo y le ha metido un bastón en su vagina varias veces, mientras repetía incesante «eres una puta», los gritos de Ginette acallados por el trapo en la boca.”



(Isamael Lorenzo El silencio de los 12, páginas 9-10, 71)

miércoles, 28 de mayo de 2014

"MOTERMAN", UNA LEGENDARIA NOVELA DISTÓPICA, GROTESCA Y SATÍRICA



Motorman
David Ohle
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas
Editorial Periférica, Cáceres 2013, 157 páginas.

   Motorman fue publicada en 1972 por la prestigiosa editorial Alfred A. Knopf. La novela de David Ohle pronto se agotó en las librerías. Sin embargo pervivió y siguió suscitando elogios gracias a las fotocopias. Se había convertido en un libro de culto al que es necesario prestarle atención. Una novela mítica, cuya historia dio comienzo con la publicación de algunos de sus fragmentos en un número de la revista Esquire. En el mismo número vio la luz un relato firmado por un tal Gabriel García Márquez, en aquella época totalmente desconocido para el público norteamericano. Detrás de todo ello estaba la mano del así mismo editor de Raymod Carver, Gordon Lish. El pasado año, después de que Motorman fuese reeditado en 2004 y 2008, Editorial Periférica la publicó en español, ofreciéndonos así la oportunidad de dejarnos seducir o amilanar por la poética cruel del mundo distópico que narra David Ohle.
   Porque Motorman es una áspera y abrasiva distopía, una ficción especulativa, con tintes apocalípticos, configurada no obstante como un texto de aventuras. Y para muchos lectores, una parábola lírica sobre la Guerra de Vietnam (La Guerra de Pega), a la que, sin embargo, no se hace directamente ninguna alusión. Porque David Ohle escribe más allá de los cánones de la narrativa e incluso del pensamiento lógico, y la historia que nos traslada, se convierte en alguno de sus tramos en una poética enigmática que, no obstante, sigue tirando del lector. Novela pues ambigua, paradójica, con altas dosis de delirio o paroxismo que, con frecuencia, recuerda las paranoias del maestro del autor, William S. Burroughs.
   Más de un lector ha opinado acertadamente que Motormam, en el contexto de la narrativa apocalíptica, es la reescritura profética para un mundo posbíblico del Arca de Noé. El Noé bíblico será en esta novela Moldenke, el principal protagonista, un hombre vulnerable al que vigilan  constantemente, le racionan la comida y la luz y poco a poco se las van suprimiendo. Vive en un mundo artificial -el mismo clima, la luna y los planetas lo son-, bajo el imperio de ignotos seres poderosos que ansían controlarlo todo. Y en un lugar insano, impredecible, ateorizable, en el que incluso resulta imposible moverse. Además en ese mundo trastornado que le rodea, todo es mentira,  todo es de pega (La Guerra de Pega, por ejemplo, clara referencia a la Guerra de Vietnam). Todo es falso (casas de goma, hombres con cabezas de gelatina, azúcar de pega…).
   Atrapado en ese esquizofrénico mundo, Moldenke solo piensa en escapar. Y lo hace, huye de la casa en la que está recluido, en Texaco City y camina, en un constante peregrinar, hacia el sur, en búsqueda de su mentor el doctor Burhnheart. En su periplo hacia el Big Sur nos irá revelando ciertos asuntos de su vida pasada, sus amores con Cock Roberta, sus estrambóticos trabajos, sus apodos, su participación en la Guerra de Vietnam que jamás deja de ser la Guerra de Pega y que, como su nombre indica, aparece retratada como una gran farsa en la que los soldados pueden elegir la condición de heridos e incluso escoger la gravedad de sus heridas. Por eso mismo y aunque jamás aparece una mención explícita a la guerra vietnamita, Motorman ha sido considerada como la mejor novela sobre el conflicto vietnamita. Y también sobre la espiral belicista en la que se embarcó Estados Unidos en las décadas de los sesenta y setenta.
   En su viaje-huida para liberarse de ese Gran Hermano que todo lo ve y controla, el protagonista habrá de enfrentarse a los más disparados obstáculos y trabas: el apagón de las lunas gubernamentales que convierten las noches en intransitables o los mismos ofrecimientos de heridas voluntarias que los ciudadanos han de hacer para la Guerra de Pega.
   Un relato pues de aventuras y búsqueda en un mundo excéntrico, alejado de la lógica en la que solo hay una meta: la soledad a la que el protagonista considera la madre de todas las virtudes. Por eso al final descubrimos que el inacabable peregrinar de Moldenke funciona realmente como una búsqueda espiritual en un mundo poblado por el azar.
   Novela además fuertemente satírica, repleta de divertidos disparates que convierten a Motorman en un relato original que se presta al disfrute, si al lector le agrada el lenguaje anguloso con el que el autor trata de contestar el orden imperante y romper su capacidad para controlar al individuo. De ahí la rebelde deserción de esta escritura de los postulados de la lógica clásica y su tránsito por sendas surrealistas. Relato pues opresivo, distópico, grotesco y satírico, con un final abierto que deja un cierto resquicio para la esperanza. Para sobrevivir, como dice el protagonista.

Francisco Martínez Bouzas


David Ohle


Fragmentos

“Una vez que la Guerra de Pega pareció llegar a su fin, el ejército dejó marchar a Moldenke. Encontró   empleo como dependiente de plasma en una fábrica de gasas en las afueras de Texaco City, a un klick o dos de los límites de los Ángeles. Empezó desde abajo y permaneció allí, convencido de que la seguridad acarreaba la felicidad, encima de un colchón de sombras. Sabía que escalar posiciones implicaba exponerse demasiado, y que aspirar era ser aspirado. Consideraba la soledad como la madre de todas las virtudes y se sentaba en su regazo cada vez que podía. Practicaba la existencia lineal y el movimiento lateral, prefería la tortuga a la grulla, el plato a la lámpara. Le gustaba bajar escaleras y le irritaba subirlas. Todo ello  a pesar de lo que su madre le había dicho, un círculo de carmín en cada mejilla, los ojos como dos respiraderos de un sótano: «Hijo, quiero que tengas siempre un trabajo, no importa lo que hagas o dónde lo hagas, o lo que implique. Lo que importa es si te permite o no ascender.”

…..

“106] En los viejos tiempos Moldenke escuchaba al hombre del tiempo, con la radio encendida a lo largo de las cortas noches, el rostro del aparato emitiendo un brillo verde. Las predicciones optimistas, la arrogancia de las estimaciones.
Si el hombre del tiempo decía calor, Moldenke abría las ventanas. Al día siguiente encontraba carámbanos en los grifos. Cuando el hombre del tiempo decía frío se subía el cuello del abrigo y cerraba las ventanas.
En los viejos tiempos, había un único sol, una única luna, suficiente luz de las estrellas y un solo corazón.”

(David Ohle, Motorman páginas 17, 143-144)

viernes, 23 de mayo de 2014

"CENIZAS", LA MEDIDA DE LA FRAGILIDAD



Cenizas

Damián Comas

Punto de Lectura (Santillana Ediciones Generales), Madrid, 2014, 169 páginas.



   Cenizas es la primera novela de Damián Comas (México, 1984), artista plástico, pero también doctor en Literatura y profesor universitario de esta materia, dibujo y creación literaria. Cenizas fue galardonada el pasado año con el XIX Premio del Certamen Letras Hispánicas de la Universidad de Sevilla.

   Cenizas es una novela de grandes y radicales interrogantes, formulados en el medio de un avispero de pesadillas y sensaciones opresivas y a través de un relato de historias que se entrecruzan, aunque sin llegar  a amalgamarse. En la trama de la novela no existe un solo personaje principal, si bien el hilo conductor recae sobre la figura de un artista, preso político de la dictadura argentina del 76 que, después de salir de prisión, huye del arresto domiciliario. En su evasión a través de kilómetros y kilómetros de la selva tucumana y la dureza y el calor del asfalto en carreteras solitarias, caminando  durante la noche, tiene tiempo para pensar sobre el pasado. Una huida pues que es un vano intento de escapar del pasado, le lleva por varios países de América y se cuestiona muchas cosas en un reflexión intimista y al mismo tiempo descarnada: el significado del movimiento político en el que militó, el valor de la justicia y de la integridad, la necesidad del olvido y del perdón, sin excluir el mismo sentido de la vida y de la humanidad, que no dejan de mostrarle su lado absurdo.

   En el largo periplo por una geografía tan irreal como nebulosa que le lleva por países como Argentina, Uruguay, Brasil, México para terminar en Nueva York, se cruza con múltiples personajes cuyo encuentro le aviva los recuerdos: los de su propia tortura y encarcelamiento porque su mejor amigo, un pianista lo delató en el terror de su propio suplicio. Pero no fue el único; en la dictadura fueron miles los torturados y todos confesaron, todos delataron, porque todos tenemos un precio que en el caso de la tortura nada tiene que ver con el dinero, sino con el sufrimiento, el terror y el pánico que son la medida de nuestra fragilidad.

   Recorrido por nuevos países, por calles desconocidas, ciudades rústicas y tristes, mañanas brumosas, mientras se formula un rosario de preguntas que tendrá que desterrar de su mente: ¿Los amigos? ¿Los camaradas? ¿Dónde estarán? ¿La causa?. Y más allá de estas preguntas, su mente solamente trata de hallar respuestas al significado de su vida, antes y ahora, afuera y adentro, en una búsqueda constante del valor del olvido (página 48).

   En esta suerte de autoexilio se cruza, como he dicho, con varios personajes. Es  Melleola, un negro, trompetista de jazz el que más huellas deja en su vida. También un antiguo amigo, igualmente músico, que le servirá de garantía para, tras largos años, encontrar un aval en ese país ensimismado, pero que destruye pueblos y naciones.

   Novela de peregrinajes, de cruce de territorios, road fiction, pero sobre todo, de confesiones, de revelaciones sobre la mísera fragilidad humana. Y también de exploración de la capacidad para resistir y para perdonar. Prosa perfectamente dosificada que va atrapando paulatinamente al lector, que recibe la información en porciones apropiadas para introducirle en la trama. Escritura alucinada como la mente del fugitivo que huye de la dictadura pero sin aspavientos, sin que sobre nada, sin artificios y ornamentaciones desproporcionadas a una historia en la que el autor nos revela las prácticas y características más infames y deleznables de una dictadura y nos obliga a meditar sobre la capacidad de resistencia del ser humano y también sobre la de otorgar el perdón a aquellos que, inmersos en situaciones límites, se vieron obligados a traicionarnos. Novela testimonial que es preciso leer para darnos cuenta y calibrar los límites de nuestra fragilidad.



Francisco Martínez Bouzas





Damián Comas

Fragmentos



“La selva tucumana despierta con los gritos de un mono araguato. Bajo los árboles, perdida entre kilómetros y kilómetros de vegetación, se escucha la tos de un hombre que camina descalzo con un sabor tan agrio en la sangre que los zancudos ya no pululan a su alrededor.

No porta palabras; durante años ha estado en soledad absoluta, repleto de sus propios pensamientos, del color verde y del sonido de las aves, la lluvia, la agitación de las hojas y algún que otro animal terrestre: grillos, simios, lagartos.

Camina grandes distancias, deja que los días transcurran, y durante las horas de sol intenso, se esconde bajo los árboles y duerme. Cuando cae la noche, cruza esta selva sin luz. La naturaleza es suya. Sabe que ni siquiera el primer ser se sintió tan de ella como él, aunque también reconoce que ella es cruel y él, solo y enfermo, en la yunga, ya no tiene futuro; no puede cargar troncos ni trepar árboles ni soportar el frío ni el hambre como antes.”



…..



“Julio abre los ojos. El travesti sigue mirando por la ventana y el ómnibus cruza por un paisaje desolado, húmedo. Todo parece un sueño que no lo deja escapar de sus recuerdos. Mira de nuevo al travesti: «¿Quién nos entiende? Si supiera lo que es estar dentro de una celda no sé si volvería a darle importancia a las prendas». En su mente se abre la puerta de esa celda, en la oscuridad total llegan las botas, macanas, agua helada y electricidad. ¿De dónde vienen? Tampoco lo sabe, pero duele hasta los tímpanos cuando lo atraviesa una descarga o le rompen otra costilla, otro dedo, una patada en el ojo, o cuando un rifle penetra con la parte trasera en lo más profundo del riñón. Y uno que creía que los dolores máximos se contenían en los testículos, pura ingenuidad…El crujir de un papel arrebata a Julio de su somnolencia. Tiene la frente perlada de sudor. Por un instante no sabe dónde está. Sí, la carretera, el travestí, el ómnibus, huyendo.”



…..



“Pero tú o vos, ya le perdí el hilo al español con los cubanos, caíste antes de mi salida y no supiste que a los seis días quedé libre. Me sacaron uñas, me electrocutaron y a golpes también me robaron información. Uno creía que era digno de no hablar, que la coherencia en uno era auténtica y que no había nada ni nadie que pudiera revocarla, pero uno siempre termina siendo más débil de lo que cree. Todos tenemos un precio: cuando amenazaron con cortarme los dedos, ¡cortarle los dedos  a un pianista, Julio!, tuve que ceder. De mi boca salió el nombre de tu mujer: María Pineda Alonso. Perdóname.

Julio lo mira. Guarda las manos en los bolsillos, sin decir nada, pero sus puños se aprietan. Lamuel continúa:

-Me lo sacaron. Al día siguiente ya estaba presa, después tú, Jorge y tu hija desaparecida. Jamás pensé que eso sería el resultado. Perdóname, por favor. Perdóname. Tenía que decírtelo -dice con el rostro enrojecido y parpadeando, lleno de un coraje que no puede expresar-. Sé que esto es como escuchar a Judas pedir perdón, y si  decides que este es el fin de nuestra amistad estás en tu derecho.”



(Damián Comas, Cenizas, páginas 11-12, 49-50, 162-163)

jueves, 15 de mayo de 2014

CUANDO LA VENGANZA NO ES UN PLATO QUE SE SIRVE FRÍO



La noche se llama Olalla

Jesús Ferrero

Ediciones Siruela, Madrid 2013, 204 páginas.



   El escritor Jesús Ferrero (Zamora 1952) le dio vida por vez primera a la detective Ágata Blanc en El beso de la sirena negra. Ahora la recupera en su última novela, La noche se llama Olalla. De nuevo pues la investigadora parisina se sumerge, no en un mundo rebosante de sensualidad, de deseo y con guiños psicoliterarios, sino en los recovecos más tenebrosos e ignotos del ser humano. En un mundo regido por los más abyectos instintos humanos, con frecuencia muy próximos a los aledaños del poder y en nuestro tiempo; un tiempo marcado por la crisis que aprovechan políticos y personajes de los círculos del poder para alzarse con ingentes beneficios.

   La orientación temática o el hilo de fondo de esta novela negra del escritor zamorano viene marcada ya por la cita inicial de Jean-Paul Sartre, que el lector hallará en la cabeza del texto: “Detesto a las víctimas cuando respetan a sus verdugos”. Todo el significado explícito o tácito de esta frase casa perfectamente con lo que piensan los protagonistas de mayor peso de la novela: la detective Ágata y Gaby, pareja sentimental de la joven Olalla. Porque este thriller no es una novela detectivesca, de enigma y suspense, sino un crudo relato negro en el que Jesús Ferrero acerca al lector a una historia de venganza. El escritor, en efecto, profundo conocedor del alma humana, desciende a sus regiones más sucias, escabrosas y obscuras para hablar de la venganza, pero también de algo más: de la locura compulsiva que lleva a algunos individuos a sumergirse en nuevas experiencias, en un espacio que no es otro que el Madrid decadente y efímero, castigado por la crisis y por la corrupción  en el año 2012, un año apocalíptico -recordemos las predicciones del calendario maya- y terriblemente sangriento y catastrófico.

   Así precisamente, con este diagnóstico espeluznante  de Madrid, de España  y de un mundo globalizado, da comienzo el diario de la joven Olalla, de la que diré en una breve sinopsis, no reveladora de la trama, que en agosto de ese año maldito, plagado de catástrofes y con un país en bancarrota, aparece asesinada. Todo, especialmente el diario de la joven indica que fue previamente drogada y violada salvajemente, aunque el informe policial resuelve el caso como su hubiera sido un accidente de tráfico. La madre de Olalla contrata a la investigadora privada, Ágata Blanc para que descubra lo que realmente sucedió. Desde el lado abisal de la muerte, la protagonista fallecida lucha a través de su diario para que los motivos reales que provocaron el accidente automovilístico que acabó con su vida, sean descubiertos a través de la acción interpuesta de tres personajes: la detective contratada que es en si mismo una verdadera incógnita, su madre y su novio Gaby que no solo planea descubrir lo ocurrido, sino una venganza tan literaria como real y sobre todo  maquiavélica. La detective y el novio de Olalla en efecto no solo siguen el “dictum” sartreano, sino que están dispuestos a que la impunidad no sea el hilo conductor del argumento, a luchar contra la banalidad del mal.

   La noche se llama Olalla es una novela criminal, pero se mueve en coordenadas distintas de la de las clásicas novelas detectivescas que se centran exclusivamente en la resolución del enigma, en el “Whodunit”. De hecho muy pronto Jesús Ferrero revela el nombre de los verdugos violadores y describe su acción criminal. El autor sitúa en primer plano todos aquellos elementos que la aparición de la verdadera novela negra  hacia 1930 valoró en su justa medida: la temática social, el Madrid de la crisis, el deterioro de las instituciones, la introspección psicológica, sobre todo en la relación del detective con el criminal. Por consiguiente, aunque el misterio siga habitando en las páginas de la novela  y los protagonistas traten de quitar la máscara de una verdad oculta, Jesús Ferrero no organiza su material narrativo como un juego matemático en cuyo final se revela la incógnita, sino como un espejo  que refleja el mal, la perversión y el ambiente social que los rodea, los mundos y submundos, “la iglesia subterránea” (página 64) en los que ésta crece a sus anchas; la reacción de los asesinos ante la culpa y el miedo. Y también la de sus ejecutores.

   Paralelamente el autor concede gran importancia a la denuncia social: el Madrid de la crisis, los rasgos y vicios depravados de los señoritos de la clase alta. En el lector debería, sin embargo, quedar una razonable duda sobre la licitud del ajuste de cuentas. ¿Quién detenta el monopolio del uso legítimo de la violencia? ¿También los ciudadanos particulares, sean detectives o novios de la asesinada como en este caso? ¿O únicamente el Estado como ya hace muchos años lo formuló Max Weber?



Francisco Martínez Bouzas



 
 
Jesús Ferrero


Fragmentos



“Diario de Olalla, 9 de agosto, 2012


Años atrás, cuando la riqueza brillaba con sus burbujas vanas y las finanzas de corto aliento, cuando se regalaba dinero etéreo y los medios de comunicación proclamaban que España era la octava economía del mundo, las calles y las piscinas de Madrid se vaciaban en agosto.

Los que tenía en buen gusto de quedarse en la ciudad y no llenar las playas con sus cuerpos pringosos y enrojecidos podían disfrutar de un Madrid íntimo y tranquilo, que invitaba a gozar de los placeres de la amistad y del amor, o  a tumbarse en el césped de las piscinas lejos del tumulto y con la misma tranquilidad que en una piscina privada.

Pero todo ese mundo reluciente y caduco es ahora solo un sueño del pasado. Muchos madrileños han renunciado a las vacaciones fuera de casa y la piscina del estadio de Vallehermoso, que frecuento desde niña y que otros años se desplomaba en el ecuador del verano, rebosaba de madres, niños y vecinos sin un euro en el bolsillo. En el césped del cercado de cipreses adyacente a la piscina principal, ya no caben más cuerpos tendidos al sol.”



…..



“En cuanto llegó a la residencia, Gaby estuvo viendo la grabación con rabia y a la vez detenimiento, y se sintió flotando en un universo en el que solo había dolor.

El vídeo había sido realizado con una cámara de buena calidad, pero el resultado era bastante torpe, como si hubiese sido ejecutado por un borracho.

Lo primero que vio fue el interior de una habitación amplia y sórdida, desde cuya ventana se veía un parque. Sobrevenía después una especie de fundido en negro y la cámara enfocaba la cama, en la que permanecía Olalla con los ojos en blanco.

Parecía despierta y a la vez dormida, y se hallaba tendida de espaldas, con la cabeza ladeada y los cabellos revueltos. Todo indicaba que estaba narcotizada. Tenía el sostén medio quitado y las bragas, demasiado bajas, dejaban ver ligeramente su sexo.

Dos enmascarados entraban en el plano. El primero le comía los labios, y el segundo tiraba de sus bragas, se ponía un preservativo y la penetraba. Lo hacía con violencia y con ganas, como si llevara mucho tiempo esperando la realización de su deseo. Olalla gemía, pero no parecía que lo hiciera motivada por el placer.

El penetrador tardaba en eyacular, pero por fin lo lograba entre exclamaciones y un grito de victoria. El otro lo empujaba y primero la penetraba por la vagina, luego por el ano, y más tarde por la boca, donde finalmente eyaculaba.

Ya se hallaba satisfecho cuando saltaba a la cama un tercer enmascarado (…)

El tercer enmascarado poseía el miembro más grande de los tres y la penetraba de una forma tan bárbara como profesional. Luego eyaculaba sobre su rostro dando un grito de júbilo. El último violador se limpiaba el rostro con un pañuelo de papel y se quedaba mirándola. Los otros dos se alejaban riéndose y comentando que iban a esnifar la cocaína que habían dejado en la cocina. En ese instante finalizaba la grabación.”



…..





“Bastian se negaba a contestar, Gaby volvió a acercar la barra al hornillo. Ya con la barra al rojo, aproximó su punta al ojo derecho de Bastian.

-¿Quién la remató? –gritó Gaby

-Fui yo –respondió Bastian con un hilo de voz.

Gaby lo miró con odio y murmuró:

-Bien, ahora quiero que pienses un poco en la mujer que mataste. Era un alma llena de luz, ¿lo sabes? Era una persona mucho más inteligente que tú, e infinitamente más luminosa, pero resulta que ahora está muerta. Contéstame  a una última pregunta: ¿cómo la mataste?

-La golpeé con el parachoques de su Seat 600.

Gaby lo miró y pensó descuartizarlo, pero entonces se acordó de Aquiles y volvió a coger la barra de hierro.

-Quien a hierro mata a hierro muere –dijo, y creyéndose el rey de los mirmidones blandiendo su lanza de bronce en el cerco de Troya, se separó unos metros de Bastian para coger impulso y le hundió la barra al rojo en el vientre.

La barra lo atravesó de parte a parte, y Gaby la dejó colgando de su cuerpo chorreante de sangre mientras contemplaba como la muerte iba velando sus ojos.”

(Jesús Ferrero, La noche se llama Olalla, páginas 13, 54-55, 106)




domingo, 11 de mayo de 2014

EXTRAVIARSE O RADICALIZARSE EN EL CULO DEL MUNDO




98 segundos sin sombra
Giovanna Rivero
Caballo de Troya (sello de Peguin Randon House), Barcelona, 2014, 174 páginas.

   Giovanna Rivero (Santa Cruz, 1972) es una de las grandes promesas de la literatura boliviana; en buena medida convertida ya en realidad, sobre todo en el relato breve, como muestra, los volúmenes de cuentos Las bestias (1996) y Dueños de la arena (2005), ambos galardonados con premios. Ha publicado otros libros de cuentos, y narraciones suyas forman parte de distintas antologías. En 2011 la Feria Internacional del Libro de Guadalajara la seleccionó entre “Los 25 secretos mejor guardados de Latinoamérica”. 98 segundos a la sombra es su novela más reciente, publicada además por un sello editor como Caballo de Troya que dota al libro de un plus de internacionalidad. Es pues Giovanna Rivero una de las autoras/es bolivianos que abren las puertas del mundo a la “encuevada literatura boliviana”.
   La novela se inscribe en el subgénero de la educación sentimental, la maduración e una adolescente en condiciones tan adversas como incitativas en el Culo del Mundo, en una provincia montereña boliviana, en constante contradicción entre el provincialismo que viven sus habitantes cada día y el señuelo de la modernidad, del extranjero percibido como si se tratara de un espacio exterior liberador. Ambienta la autora la novela a mediados de los años 80, años, por un lado ingenuos y maravillosos, hermosos pero llenos de desazón, dice la autora. Pero en esa época y a ese lugar perdido del Sur está llegando la modernización de la mano del negocio negro del narcotráfico y del capitalismo feroz. Un laberinto abigarrado, repleto de fantasías que surgen del subconsciente y de la lucha por convertirlas en realidad.
   En esa situación contextual coloca Giovanna Rivero a su protagonista, a la vez heroína y antiheroina, la adolescente Genoveva, así mismo voz narradora de la trama ficcional. La autora centraliza la trama en la vida de esta adolescente, en la que constantemente afloran sus impulsos y pulsiones subconscientes. Genoveva es una chiquilla alejada de sus padres: odia a su padre, un desfasado  excomunista, un cobarde al que el mundo le hace orinarse en los calzoncillos, pero se excusa diciendo que eso de irse a otro país con mejores horizontes vitales, es ser vendepatrias, “irse de yanquis”.. Y la madre, callada y resignada, que nunca se harta, o apela ante  la adolescente la explicación de las “etapas”: crecer, estar triste, asfixiarte.
   Además la protagonista cursas sus estudios en un colegio de monjas que le transmiten unos valores  y una única idea de la feminidad, en completa contradicción con lo que observa en su casa y también en el ambiente provinciano de ese Culo del Mundo. Todavía hay más: una abuela con el modo de pensar más salvaje y brutal, aunque sincera; un hermano con cierto retraso mental y la amiga Inés con la que se sincera compulsivamente y le habla de su deseo de escapar. Para ella cuentan los segundos y da rienda suelta a sus manías infantiles. Por eso mide el tiempo, expresa sus secretos y anhelos de irse y alejarse. Y sobre todo nos deja entrever su intimidad juvenil, con muchos claroscuros: un imaginario de creencias, exóticos  encuentros con extraterrestres, escapes siderales provocados por hojas lisérgicas.
   La novela, apunta el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, muestra un registro engañoso: habla con absoluto control de una adolescencia descontrolada. La protagonista adolescente cree saberlo todo, pero realmente sigue siendo una niña que solo quiere, y precisa urgentemente y cada día, creer en algo.
   Novela pues cuya temática es la búsqueda desesperada de la felicidad, que desempeña en el texto una función de ruptura, subversión y furor compulsivo contra el orden establecido en un país sumergido en la lucha dialéctica de la tradición secular provinciana y los deseos de cambio. La novela es además el espejo de otras coordenadas y esferas de la realidad colombiana a mediados y a finales de los años 80, años “a medio camino entre la apoteosis del pop y el apocalipsis del fin del siglo”, tal como la ha definido la propia autora. La juventud ante esa tesitura solamente es dueña de dos opciones: extraviarse o radicalizarse. Opciones proyectadas en “98” segundos de profundas e intensas vivencias, metáforas de un ser que busca y pelea por la libertad.

Francisco Martínez Bouzas



Giovanna Rivero

Fragmentos

Siempre he sabido que no soy la hija que padre anhelaba, él quería un chico, y para lo me importa. Hay que verlo cuando me acerco a poner la mesa o a ayudar con las cosas de Nacho, ¡podría calcinarme con la mirada! No le deseo una muerte dolorosa, lenta, no es eso, bastaría con una soga en perfectas condiciones, estoy harta de que vivamos fingiendo. Madre no me conoce bien, no puedo mostrarle mi verdadero ser. Nadie me conoce. Y  a decir verdad, yo tampoco entiendo mucho a Madre. No terminó la escuela porque se empreñó, justo un año antes de graduarse, de mi, de mi existencia; tuvo que asistir a una secundaria nocturna para adultos y desde entonces, según yo, asocia el estudio con la luna y el ocultismo. Sin embargo, eso debe ser lo que nos ha mantenido unidas,  a pesar de que no siempre me gusta lo que en verdad hay debajo de sus vestidos, de su carne. A las dos nos encanta el cielo. El cielo de noche. A eso yo le llamo una «paradoja».”

…..

“Mi vida es la imposibilidad. La caca de Dios. Excremento sideral. Supongamos que la Revista Duda tiene razón y atravesamos un montón de vidas antes de ser personas más o menos aceptables. Supongamos que es así. Entonces podría decir que he equivocado rotundamente el momento y la carrera. Avanzo entre escombros, basura que tiró otra gente, deshechos de Padre, cáscaras de Madre. Dios hizo el tiempo, dice sor Evangelina, para pulir el carbón que es el ser humano y cumplir la promesa de su semejanza. Eso soy yo, puro carbón.”

(Giovanna Rivero, 98 segundos sin sombra, páginas 9, 59)

jueves, 8 de mayo de 2014

LA EFICACIA DEL MURMULLO: UNA ESPECULACIÓN SOBRE EL AMOR EN EL TIEMPO



La voz cantante
Eloy Tizón
Editorial Anagrama, Barcelona, 188 páginas
(LIBROS DE FONDO)

   Las piezas narrativas de Eloy Tizón acostumbran ser verdaderos recorridos por nuestro paisaje interior, por los recovecos y esquinas de luces y sombras del ser humano. Así aconteció con  Seda salvaje (1995) y sobre todo con Labia (2001), una de las mejores piezas narrativas de aquel año. Eloy Tizón (Madrid, 1964) es no solamente un autor prometedor, sino una verdadera y exquisita realidad en el panorama de la narrativa española. Y no solamente por la fuerza argumental de sus piezas literarias. La marca de la casa de Eloy Tizón es sobre todo el uso que hace del lenguaje. Un uso preciso, cuidadoso, enriquecedor, repleto de matices, lirismo, lujosas y precisas digresiones. Razones, todas ellas, que hacen que Eloy Tizón sea considerado como uno de los grandes narradores de la literatura en español,  a pesar de la parquedad de su obra, porque después de La voz cantante (2004), solamente ha dado a la imprenta otros dos libros: Parpadeos (2006) y Técnicas de iluminación (2013). Sin embargo una revista como “La Clave” lo eligió en 2004 como uno de los narradores más prometedores de nuestra cultura y el suplemento “El Cultural”, como uno de los diez mejores escritores españoles menores de 40 años. Ha sido calificado además por algún crítico como “el más original, personal y sorprendente de los narradores hispanos” (Rafael Conte). Él sin embargo manifiesta que siempre ha sentido la misma responsabilidad hacia la palabra escrita que cuando empezó.
   La fuerza narrativa de este estilista alcanza momentos inolvidables también en la novela que hoy comento en esta sección de “Libros de fondo”, La voz cantante (Anagrama 2004), una especulación sobre el amor y el tiempo centrada en el viaje existencial de un viejo profesor, en compañía del mal cotidiano, disfrazado de Demonio, de Belcebú, de Ángel Caído. El periplo vital de un profesor,  a punto de jubilarse, que mantuvo durante toda su vida una relación muy cercana con el demonio, con el mal que todos llevamos dentro. En la parte central de la narración germina la historia de Mónica Friser. Y lo hace como una luz en medio de ese espacio generado por el baile del viejo profesor con el diablo. Es la historia más importante y decisiva para el narrador protagonista, la que más influye en su vida, pero extrañamente la que aparece contada de forma más sutil.
   Es el mal que todos incubamos en nuestro interior la base simbólica de la que se sirve Eloy Tizón para modular un relato que, en el fondo, quiere ser una especulación sobre el amor y el tiempo. Sobre el amor en el tiempo. Especulación capaz de resumir la entera biografía de cualquier ser humano y que se condensa en unas pocas miradas. “Pienso que la biografía entera de cualquier ser humano puede resumirse en la narración de una cuantas miradas”, se dice en la novela.
   El perdurar del sentimiento amoroso por encima del tiempo no es, y es preciso reconocerlo, un asunto original. Mas la verdadera singularidad de esta novela no se halla en la trama novelesca, sino en su eje temático, en la idea de que la consistencia de una vida no viene definida por las casualidades extrínsecas, y mucho menos aún, por las casualidades azorosas. Pieza, por otro lado, sometida al imperio de los sueños con un desenlace bastante previsible e incluso armonioso y que casi viene exigido por las páginas iniciales.
   Pero singular sobre todo en la forma de narrar: un discurso fronterizo entre la contención y el misterio. Lo que el escritor define como la eficacia del murmullo: el acomodamiento del discurso narrativo a las diversas etapas de la existencia narrada. Por eso mismo en La voz cantante el lector se encuentra con dos estilos de escritura que corresponden a dos formas de vida: la efervescente  de la juventud y la gris y rutinaria de una madurez próxima a la jubilación. Y todo ello punteado por los pasos de la danza, con el demonio disfrazado tras mil máscaras, en la pluma de una gran estilista.

Francisco Martínez Bouzas


Eloy Tizón

Fragmentos

“También hay quienes piensan que no existe el diablo. Que no es más que una leyenda romántica surgida de mentes calenturientas en noches invernales. Allá ellos. O es que esas personas están ciegas, o no saben de qué hablan, o son muy desdichadas y no creen en la bondad humana, o es que lo han olvidado. El diablo existe. Se llama Lucifer y muchos otros nombres. Es hombre y mujer. Cambia de forma. Su aspecto es camaleónico. Vive muy cerca, aquí mismo, a la vuelta de la esquina. Viaja en metro. Actúa siempre solo. Tiene un tic nervioso en el labio superior. Lo sé porque lo he visto.
Y no una sola vez, sino varias.
He visto al diablo. Le he oído respirar. Ha estado sentado frente a mí bastante rato, mientras atravesábamos juntos túneles y estaciones entre gemidos de tuercas. He olido su respiración diabólica, el hálito de sus pulmones mezclado entre los demás pasajeros del metro. Hemos ido respirando, el diablo y yo, el mismo aire viciado de los transportes públicos. Compartiendo el mismo oxígeno.”

…..

“Por qué esa obsesión por Mónica Friser?, me preguntaba yo. ¿Que tiene ella que no tengan las demás mujeres? ¿Y hasta cuando va a durarme esta manía? Para estas preguntas yo no tenía una respuesta clara. Me sentía confuso y como culpable, no sabía de qué. Igual que si estuviese haciendo algo malo. Robando el cepillo de la iglesia, por ejemplo, o estafando el dinero de un pobre. Pero yo no estaba haciendo nada malo. No había robado el cepillo de ninguna iglesia ni estafado a ningún pobre. Sin embargo, pese a estar convencido de lo contrario, no podía evitar percibir en mí cierto sentimiento de culpabilidad difuso, que unos días aumentaba y otros disminuía. De todo ello no entendía una palabra. Cada semana que pasaba entendía menos cosas, y las pocas que entendía, las entendía peor que antes. O las entendía al revés. ¿Qué me estaba sucediendo?
Sólo sabía que la imagen perturbadora de Mónica Friser se me había metido en la sangre, muy adentro, de una vez por todas, de tal modo que ya no me era posible escapar de aquella imagen ni aprender a vivir en paz. Ni descansar en condiciones. Ni respirar libremente.”

(Eloy Tizón, La voz cantante, páginas 11, 83)

domingo, 4 de mayo de 2014

UNA INMENSA ORGÍA TRANSFORMADA EN FÁBULA ERÓTICA



¡Ponte, mesita!

Anne Serre

Editorial Anagrama, Barcelona, 2014, 69 páginas.



   Los hermanos Grimm escribieron un cuento con el mismo título que el que rotula la novela breve de Anne Serre (Burdeos, 1960). La autora es una fiel continuadora de la tradición francesa de escritores/as sensuales y eróticos que han tematizado el sexo con osadía, traspasando las fronteras de lo convencionalmente correcto y asimilable. Y en algo pues de los grandes cuentistas germanos se alimenta esta fábula amoral. Seguramente solo en el título, porque ésta no es una historia para niños, sino una historia sobre niños que crecen de una forma equivocada, trastornada son sus palabras, en “una vida de familia” -el equivalente de la mesa de los cuentos de los  alemanes- que se llena de manjares al pronunciar las palabras mágicas. En torno a esa “mesa” los miembros de una peculiar familia dan rienda suelta a las depravaciones más sórdidas e insospechadas.

   La versión de ¡Ponte, mesita! en la pluma de Anne Serre se desarrolla en la década de los 60, en una pequeña ciudad francesa. Allí se despliega esa “vida de familia” realmente estremecedora, sin ley, que “gozan” o “sufren” todos los miembros de un clan familiar -también tres niñas preadolescentes-, con la participación de un círculo de amigos. Son  Ingrid, Chloé y la mayor de las hermanas que se convierte en la voz narradora, que ha decidido contar su vida en una situación tan irregular y “tan regular” como la de su familia. Las tres participan desde muy temprana edad en las actividades sexuales de sus padres a la que se suma un pequeño grupo de amistades, casi todas masculinas: el doctor Mars, el óptico Pierre Peloup, un agente de seguros, los hermanos Vinessé, Marjorie y Myriam de Choiseul. Prácticas pedófilos e incestuosas difícilmente describibles e imposibles de asimilar: las tendencias travestis del padre con el que las tres ninfas preadolescentes practican un sexo brutal que las deleita; el sexo oral y mastubatorio con la madre ninfómana, las visitas lujuriosas y desenfrenadas del doctor, del óptico (“un lobo con dientes blancos y puntiagudos”), del agente de seguros, que las niñas reciben con entusiasmo infantil porque allí “todos éramos felices” (página 26) y gozan de la depravación y de las orgías sin conciencia de perversión ni de culpa.

   Porque así como hay literatura y arte eróticas (Sade, Nabokov, Bataille, Schaer-Masoch,  Balthus, el pintor de las niñas impúberes sin pudor…) en las que la infancia o la adolescencia se nos presenta como infame y pervertida, viciada por el mal o corrompida por el adulto, en la primera parte de ¡Ponte, mesita! en cambio, esa amoralidad está completamente ausente. Las niñas parecen vivir la normalidad de sus vidas en un inocente paraíso sexual, con el sexo familiar como el feliz ágape de cada día, con una sórdida turbulencia de cuerpos, incestuosos o no, que succionar, que gozar, en un espectáculo donde el vicio, que para las impúberes no es tal, lo llena todo con sus carnosidad desenfrenada, animal y delirante.

   Pero la novela de Anne Serre tiene una segunda y una tercera parte: la protagonista cumple quince años y abandona la casa familiar, sale al mundo. Un giro radical en el relato que no alude, sin embargo, a ningún tipo de arrepentimiento, sino a un despertar real, en un peregrinaje inacabado por Francia e Italia. Un viaje a ninguna parte borrando rastros para poder estar sola, mas sin que nunca se le escape de sus manos el pasado familiar, su complicidad erótica. Pulveriza, no obstante, la caja fuerte de su infancia gracias al deseo que prende en ella, de escribir historias. Sin sexo durante mucho tiempo y ligada a la vida de antaño tan solo por el lenguaje. Y atenta a las gozosas espirales que traza el mundo para que el hecho de vivir le procure un gozo inmenso y surja una obra de arte gracias a los cuerpos, las manos, los ojos. Gracias a un pobre corazón (página 69).

   Una pieza literaria de gran atrevimiento pero no menor calidad, con influjo de los grandes maestros de la literatura erótica, especialmente de Sade, al que cita explícitamente en algún momento. Anne Serre es capaz de desplegar un menú hipersexual (incesto, sodomía, pedofilia, fetichismo, adulterio, travestismo, triángulos, orgías) que impactará sin duda al lector, pero que la autora sabe alejar hábilmente de la pornografía mediante una verdadera sensibilidad artística. Un cuento inquietante y duro sin duda, más que nada tiene que ver con lo soez y lo sucio, gracias a una prosa estilizada y a un lenguaje a veces muy poético, que no explicita lo evidente sino que opta por la vía del minimalismo. Y con la expulsión de la infancia y un final soñador gracias a la escritura.



Francisco Martínez Bouzas




 
Anne Serre


Fragmentos



“Mamá iba desnuda la mayor parte del tiempo. «No tienes pudor», le decía papá. Se cepillaba enérgicamente el vello púbico ante el espejo del vestíbulo, tan seria como cuando lo hacía con sus dientes por las noches. Una amiga de clase se quedó patidifusa: «¡Tu madre está desnuda!», me susurró. «Sí», contesté, « en casa no tenemos pudor.» Luego le gustaba venir a casa para ver a mamá desnuda junto a la ventana del salón, o regando las flores mientras se balanceaban sus  voluptuosos pechos.”



…..



“El sexo de papá nos deleitaba. No nos cansábamos nunca de verlo ni de tocarlo. Su forma ejemplar se erguía con tal autoridad, eran tan vivos los placeres que nos procuraba que recuerdo la alfombra de grandes flores de su despacho como un jardín muy superior a los de Le Nôtre. Papá actuaba con un punto de brutalidad que nos fascinaba. Lo de mamá era la locura, lo suyo eran las caricias y la extraordinaria suavidad de su cuerpo blanco y suave; lo de papá, la seriedad, la brutalidad. Como ya he dicho, Ingrid fue su preferida durante mucho tiempo, pero tampoco dudaba en encerrarse a veces en su despacho con Chloé y conmigo. Un poco como actuaba el doctor Mars con mamá, pero no con tanto apremio, dedicando siempre más tiempo al placer, papá nos montaba con vigor.”



…..



“¿Por qué ha tenido que enloquecer tanta gente a mi alrededor? ¿No podían, como yo, haberse limitado a la maravillosa mesa de disco reluciente donde se refleja toda nuestra historia, interrogar esa mesa, hacerla hablar, hacerla bailar? ¿Por qué la relegaron? ¿No era evidente, ni para ellos ni para mí, que ese lago y su agua oscura nos salvarían, siempre que los escrutásemos? ¿Fue ese lago un pozo sin fondo para todos aquellos que desaparecieron posteriormente? ¿Amé yo más que todos ellos lo que se reflejaba en él?

Salí serenada de aquella visita. Era bueno que no quedaran más rastros de nuestro pasado. Y sin embargo pensaba en la mesa, tenía ganas de volver a verla. Si alguna vez he soñado poseer un mueble, a todas luces era aquella mesa demasiado grande para mi vida. No cabía duda de que era una mesa mágica como la del cuento de Grimm.”



(Anne Serre, ¡Ponte, mesita!, páginas 10, 25, 48-49)