Santiago Pajares
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín,
Barcelona, 2014, 430 páginas.
El
paso de la hélice es una apuesta de Ediciones Destino por una novela que un
joven y desconocido autor, Santiago Pajares (Madrid, 1979) comenzó a escribir a
los veintitrés años alcanzando un inesperado éxito, con traducciones a varias lenguas,
el japonés entre ellas. Santiago Pajares, que cifra como objetivo de su labor
como escritor, cuando escribe una novela, no gustar a todo el mundo sino tratar
de emocionar a unos pocos, dispone ahora de una plataforma mucho más amplia al
ver reeditada su novela en un sello editorial como Destino, grande y
prestigioso. Es la breve historia que explica el nacimiento y el recorrido de
este libro. Su primera y su segunda vida en este caso.
El
paso de la hélice es un libro de búsquedas. Nos acerca a las peripecias de
un hombre que debe buscar a otro, misterioso, oculto tras un pseudónimo, autor
de una exitosa saga, La hélice, (algo
así como El señor de los Anillos del
siglo XXI). Es David Peralta que trabaja en una editora en la que publica sus
libros Thomas Maud, el desconocido y exitoso narrador. Al no haber recibido la
casa editora el nuevo volumen de la saga, deberá localizar a Thomas Maud y
conseguir para su editorial ese original. Pero Thomas Maud oculta su rostro, no
quiere ser encontrado y la única pista que de él se posee es que tiene seis
dedos en su mano derecha. Y el editor inicia su búsqueda en Bredagós, una
perdida aldea del Valle de Arán, un lugar en el que, sin embargo, se mueve una
extraña colección de personajes. Mientras David Peralta lleva cabo su frenética
y delirante búsqueda de la que depende el éxito de la editorial al borde de la
ruina, y pone en juego su matrimonio y felicidad personal, un ejemplar del
manuscrito de La hélice corre de mano
en mano por Madrid, es leído por numerosas personas a las que transforma hasta
el punto de hacerles de nuevo protagonistas de sus propias existencias. Es el
poder de un libro sobre el destino de las personas. En el periplo indagatorio
del editor, el texto de Santiago Pajares nos permite conocer por ejemplo aun
joven drogadicto que lee el original de la novela y su lectura hace que algo
reviente en su cabeza y se decida a desengancharse de la droga. El encuentro
con éste y otros personajes se convierte en una incursión que le permite al
lector bajar al mundo demoledor de la drogadicción y también al arduo camino de
la superación. Otros personajes, igualmente problemáticos y con vidas
extraviadas, hacen acto de presencia en esta novela porque son igualmente
lectores del ansiado y perseguido manuscrito.
La novela de Santiago Pajares, pese al paso
del tiempo de su escritura y primera edición, no ha perdido frescura ni
actualidad. El autor relata de una forma sencilla, con diálogos ágiles, con una
escritura no pretenciosa pero sí muy plástica que nos permite visualizar no
pocas escenas. Estilo pues muy cercano a una filmación cinematográfica. Con un
ritmo adecuado que va acompasando la trama en un atrapante “in crescendo” y un final muy natural que no pretende
sorprender pero sí provocar satisfacción en el lector. El relato de la búsqueda
del misterioso Thomas Maud en el Valle de Arán se configura como una verdadera “road
movie”, con escenas hermosas que a la vez hielan la sangre, como la descripción
de los árboles de un bosquecillo con nombres de los habitantes del pueblo
escritos en sus troncos, que se convertirán en las maderas de los futuros ataúdes
de esas personas.
La novela no es ajena a la realidad social
de nuestros días. La crudeza, por ejemplo, del mundo de la drogadicción aparece
retratada sin eufemismos. A pesar de eso, El
paso de la hélice es una obra cien por cien optimista, basada en el poder
transformador de un libro. Situaciones absurdas, tratadas con buenas dosis de
humor, acrecientan esa tonalidad optimista de la novela. Desde la primera página,
y especialmente desde el capítulo tercero, el lector descubrirá que ésta es una
novela que merece la pena y que disfrutará con su lectura.
Francisco
Martínez Bouzas
Santiago Pajares |
Fragmentos
“La
historia de la literatura estaba llena de escritores que cambiaron su destino
gracias a un libro, y los jóvenes aspirantes lo sabían y se esforzaban para que
su historia se hiciera realidad. Siempre poniendo lo mejor de sí en cada párrafo,
escribiendo docenas de veces algunos de los capítulos que ahora leía David en
la cómoda butaca de su despacho. Las esperanzas que depositaban los aspirantes
de sus libros, ellos las depositaban en un pequeño cuarto junto al material de
oficina.”
…..
“El
pequeño riachuelo que vadearon a la ida quedó oculto por la maleza, y sin ese
punto de referencia comenzaron a andar a tientas. Tras sortear algunos macizos
de rocas llegaron a una explanada donde unas enormes hayas se alzaban delante
de ellos en línea recta. Pensaron que sería algún sistema para repoblar el
bosque y que no debían de estar
demasiado alejados del pueblo. Flanqueados por los árboles, como si se tratara
de un extraño pasillo natural, se dieron cuenta de que en cada una de las
cortezas había un nombre y un apellido, como si hubieran bautizado cada árbol
para tenerlo identificado (…)
Me
gusta cuidar los árboles. Cada uno cuida el suyo.
-Sí,
ya nos hemos dado cuenta de que cada uno tiene un nombre. Es muy curioso.
-¿Te
importa que ponga el mío en uno? Uno que esté libre, claro.
Esteban
no contestó de inmediato, sino que meditó la respuesta. Finalmente dijo:
-Si
está libre no es de nadie. Y si lo quieres, adelante.
David
sacó su navaja de campo y escribió su nombre cuidando la caligrafía en una
superficie sin nudos de un árbol cercano. Detrás de su propio nombre escribió
una y, e iba a escribir el de Silvia a continuación, cuando Esteban le detuvo.
-Lo
siento, sólo un árbol por persona.
Los
dos se miraron sorprendidos, como si hubieran incumplido alguna norma de buena
educación.
-Disculpa
-dijo Silvia-, ¿es por alguna norma del lugar?
-No.
Es que habéis escogido un árbol joven y no va a tener madera para los dos.
-¿Perdón?
¿Madera para los dos?
-¡Desde
luego! Ahí no hay madera para dos personas. Ni aunque pasen cuarenta años,
confiad en mí.
-¿Madera
para qué? – preguntó David
-Para
el ataúd por supuesto- dijo Esteban como si fuera algo evidente.
-¿Cómo
que el ataúd?
-
Cuando un niño nace, sus padres escogen para él un árbol, para que cuando
fallezca, se tale y se construya un ataúd. Su ataúd.”
…..
“¡Qué
vida de mierda! Fran miraba alrededor y sólo veía a yonquis que iban o venían de Las Barranquillas, andrajosos, con
las costillas marcadas debajo de camisetas llenas de manchas, ojos vidriosos,
manos temblorosas y almas tristes. No había sonrisas en esa zona. A un lado vio
a una chica arrodillada delante de un tipo con los pantalones bajados. Fran
creyó que era una prostituta haciendo un trabajito en plena calle, pero unos
pasos más allá se dio cuenta de que le estaba clavando una aguja en el pene.
Por eso Fran trataba de picarse siempre a lo largo de la vena, para evitar
infecciones. Muchos lo hacían por no dejar marcas visibles, sobre todo los
primerizos pero que se te infecten los dos brazos y tengas que inyectarte la droga
en el pijo, ya verás qué risa. El hombre tenía los labios apretados y los ojos
cerrados, pero su expresión distaba mucho de parecer un orgasmo, al menos hasta
que la dosis hiciera efecto.”
(Santiago Pajares, El paso de la hélice, páginas
38, 160-162, 226)