viernes, 24 de junio de 2016

"Y ¿POR QUÉ?": HISTORIAS REPLETAS DE VIDA



Y ¿por qué?

Marieta Alonso Mas

Edita Asociación de Escritores de Madrid, Madrid, 2016, 72 páginas



   Hace más de veinte años que el escritor catalán Joles Sennell afirmaba que la literatura infantil y juvenil es aquella que también pueden leer los niños y las niñas. Lo cual no excluye a los adultos porque de hecho existen muchos libros, editorialmente destinados para un público infantil o juvenil, que hacen las delicias de los adultos. Pero no falta quien cree que escribir narrativa catalogada como infantil o juvenil, es propio de escritores de segunda fila que, como no saben hacerlo de forma positiva o al menos decente en la narrativa para adultos, se refugian en el mundo de los libros para niños o adolescentes. Tales juicios y valoraciones son un claro ninguneo de los buenos escritores y escritoras, cada vez más abundantes, capaces de reflejar en sus novelas o relatos, destinados también a lectores infantiles y juveniles, las influencias formales de autores como Kafka, Faulkner o Borges.

   Todo lo anterior puede entenderse como una premisa para gozar hincándole el diente, con justicia y provecho, a los quince relatos que Marieta Alonso recoge y nos ofrece en este su segundo libro en solitario. La autora, cubana de nacimiento, pero con residencia en Madrid desde hace muchos años, fue capaz de sorprendernos de forma muy positiva con sus incursiones en la microficción, en el relato breve, esas pequeñas historias de la recompensa inmediata, recogidas en el volumen de su autoría ¿Habla usted cubano? Un derroche de fantasía, pero sobre todo de escritura sedante.

   Algo similar puedo afirmar de su segunda incursión, directamente con un libro, en la narrativa, Y ¿Por qué?  A pesar de la brevedad de la mayoría de los relatos de esta colectánea, no sería razonable  afirmar que es el formato light  el que le da forma y contenido a las historias que nos regala Marieta Alonso. Seguramente muchas de ellas recogen historias cotidianas, pero no  a ras de tierra, ni con ausencia de temas de fondo. Y sobre todo, habitadas por una desbordante fantasía y por la fascinación de una lengua que fluye con naturalidad, y al mismo tiempo con una tonalidad muy cercana al sentir tanto de un público adulto como infantil. Es el personal acento de la narrativa de Marieta Alonso, que le permite superar con creces la prueba del algodón de la minificción, especialmente porque es capaz de mantener el aliento y fabricar con acierto pequeñas historias que en su mayoría responden al rótulo del libro. El ¿por qué?, el origen de las cosas, el sentido de ciertos  acontecimientos y comportamientos que forman parte de la historia del vivir diario o de la magia.

   Para abrir la lectura con un agradable sabor de boca, Marieta Alonso, hija de la cultura española y americana, nos sorprende con una interesante historia del descubrimiento de América que los padres le cuentan al hijo. Un relato que, sin faltar a la realidad de los hechos históricos, humaniza y reviste de cierta capa de ironía la hazaña del descubridor, de aquel “pirata que robaba seda para que los Reyes se vistieran” (página 17). Y no solo seda, sino también oro y plata “que sirvió para muchas cosas, unas buenas y otras no tanto,” (página 23).

   La fantasía de la autora se entretiene así mismo con un mosaico de piezas híbridas: los cantos del río que pueden tomar vida propia y convertirse en boomerangs; el lugar que van ocupando los pequeños a medida que van creciendo. Con las historias de la abuela, escuchadas de boca de la hermana mayor que define la vocación de la protagonista: de mayor será cuentista. Con el origen chino del helado que Marco Polo descubrió en la corte del Gran Khan Kubilai. Reconstruye así mismo la invasión napoleónica de España -cuando Napoleón se veía gordo en el espejo atacaba un país-; la España de Carlos IV, María Luisa, Manuel Godoy y la derrota de los franceses en Bailén. O se interna en las dificultades de una adolescente que se siente incomprendida, para asumir su situación. Uno de los relatos, en mi opinión, más logrados y atractivos es “Un gato con ínfulas”, en el que la autora humaniza el comportamiento gatuno, pero el animal se niega a ser esclavo de nadie. Y así hasta el relato “El origen de la tierra” que clausura esta selección,  la versión del origen terráqueo planteada por  los tres genios de la clase que, por su parte, se encargan de de instruir al maestro sobre el Real Madrid, “porque un hombre tan culto no podía ser el bufón de sus alumnos por ignorar algo tan grandioso como dar patadas a un balón” (página 70).

   Relatos, en resumen, que derrochan imaginación, ocurrencias, ingrávidas o agudas, y un aparente candor, preñado, no obstante, de talento. Con un estilo sencillo, una lengua pulcra, con menor abundancia de usos locales del español de Cuba que en su anterior libro, Marieta Alonso, convierte, una vez más en esta antología, la vida diaria, el mundo animal o algún retablo de la Historia en prosas condensadas, perseguidoras de sueños. Es ese el hilo conductor y el punto neurálgico de su estrategia narrativa con la que logra transmitirnos historias mínimas, mas repletas de vida.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Marieta Alonso Más

Fragmentos



El descubrimiento de América



“Pablo con cuatro años tiene novia. Se llama Lidia. De lunes a viernes al salir de la guardería se dicen adiós hasta que son dos puntitos en el horizonte.

Un día la niña le preguntó si conocía a Colón. No. Le preguntó si conocía Cuba. Tampoco. Él conoce a todos los futbolistas de los equipos madrileños, reconoce el coche de su abuelo y de su padre pero en su casa nunca han estado Colón, ni Cuba.

Su madre le ha comprado una pelota que tiene dibujado un mapamundi, para que supiera dónde estaba Cuba y se ha pasado toda la tarde dando patadas al balón y señalando la isla.

A la hora de acostarse pidió a sus padres que le contaran cosas de Colón. A su padre casi le da un soponcio y llamó a la madre para que se hiciera cargo de su erudito hijo. Al final los tres se acomodaron en la cama con un libro de historia y comenzó el relato.”



…..



Un gato con ínfulas



“Mi gato se llama Pelusa y aunque en casa somos muy humildes, el felino, observa mi mamá, nos ha salido pijo. Yo no sé qué quiere expresar con eso pero por el tono en que lo dice debe ser algo muy feo.

No le gustan las sardinas, ni los tejados, ni los ratones y se pasa el día en el patio recostado sobre su lomo con una pata en la cabeza, tomando el sol.

Nosotros en casa somos obreros, eso lo proclama mi papá y no podemos comprarle a mi gato el distintivo que pretende, con su nombre grabado, ni el mejor pienso, ni que el arenero, como tan fino le llama, sea de plata.

Pelusa duerme  a los pies de mi cama y allí me senté para dialogar con él. No debía pedir cosas de plata, intenté convencerle y me contestó con un maullido que él no quería que fuera de plata sino de oro, si es que no nos enterábamos, el latón le daba alergia, necesitaba que fuera de un metal precioso para el bien de su salud y de su futuro porque la gata que tenía en mente vivía en una urbanización de lujo y la primera impresión era muy importante para conquistarla. Él no estaba para sufrir vicisitudes y mucho menos vivir en la miseria, me dijo mientras se lamía una pata.”



(Marieta Alonso Más, Y ¿por qué?, páginas 15, 47-48)

martes, 21 de junio de 2016

"LA JOVEN QUE NO PODÍA LEER": SECRETOS Y MISTERIOS EN EL MANICOMIO FEMENINO



La joven que no podía leer
John Harding
Traducción de Alejandro Palomas
Edici0nes Siruela, Madrid 2015, 275 páginas

   Con elementos tomados del subgénero gótico y de los clichés más productivos de la literatura de suspense, construye John Harding (Prickwilow, Cambridgeshire, 1951) una buena novela, continuación de Florence & Gilles. Una historia en la que abundan los secretos que los principales protagonistas esconden en sus comportamientos, aparentemente alejados de sus propias conciencias. Y en la que las dolencias mentales establecen el contexto de una trama que atrapa sin duda al lector. El autor, debido a motivos familiares -está casado con una psicoterapeuta-, se sintió interesado por la historia de los tratamientos de la salud mental. Y lo hace mediante una ficción cargada de misterio y suspense, en un espacio que incorpora sin duda muchos de los elementos de la novela gótica. La intriga no se desarrolla en un castillo o monasterio, pero sí en una vieja mansión  enclavada en una isla de Nueva Inglaterra, un edificio lúgubre, de estilo gótico, cubierto en su mayor parte de hiedra, un lugar siniestro y tenebroso, con largos pasillos y un tercer piso y una buhardilla a los que está prohibido acceder. Funciona como manicomio femenino.
   A ese lugar siniestro llega un personaje que se hace llamar John Shepherd. Dice ser médico y trabajará como ayudante del director del centro, el doctor Morgan, un médico que emplea con los pacientes métodos inhumanos, como las sesiones de hidroterapia: sumergir a las pacientes tres o seis horas en agua helada para calmarlas. Shepherd no se encuentra en ese manicomio para defender la causa de los locos, -aunque se siente impresionado por el bárbaro tratamiento- sino para camuflar sus propios secretos, que John Harding no se preocupa en ocultar, ya desde las primeras páginas. Y a la vez que intenta que su propia impostura no sea descubierta, percibe que en el manicomio tendrá que convivir con otros secretos que sospecha que esconden el doctor Morgan y la cuidadora jefe, O’Reilly que siente odio y inquina por el supuesto nuevo médico y un salvaje deleite al ejercer la crueldad sobre las pacientes.
   Tras informarse de que existen otros métodos más humanos como la Terapia moral, un tratamiento basado en la suavidad y en el cariño, recibe la autorización del director para ponerlo en práctica con una de las internas. Elige a una joven, Jane Dove, que no sabe leer y se resiste a aprender. Analfabeta, lingüísticamente retrasada, hace un curioso uso de las palabras: convierte los sustantivos en verbos (de sillón, sillonear, de percal, percalar, por ejemplo). Y así va transcurriendo la trama en un halo de misterio, sospechas y sobre todo secretos que constituyen el motivo central recurrente en esta novela. En ella no hay fantasmas ni elementos sobrenaturales o de difícil explicación, pero sí comportamientos humanos desenfrenados, terror, oscuridad, asesinatos en serie como una forma de ocultar el pasado.
   La novela avanza a buen ritmo, con una hábil dosificación de la información por parte del autor, para responder a la lógica interna de una trama bien urdida y a las expectativas que el lector vislumbra en los diferentes personajes. John Harding tiene la suficiente maestría y sobrada habilidad para crear el suspense y su resolución en el clímax a través de varios subtemas que el protagonista principal va resolviendo con un trabajo minucioso de observación y atrevimiento. Uno de los trucos del escritor consiste en cederle la narración en primera persona al protagonista, una estrategia muy usada en la narrativa de miedo y suspense, ya que suele conferir un mayor grado de credibilidad a la narración de los acontecimientos contados. Intercala además secuencias, o simplemente frases que más que pistas fiables, nos ofrecen ciertas claves que le sugieren al lector el ambiente de misterio que se esconde tras los muros de la lúgubre mansión.
   Una novela en la que abundan los rompecabezas, las ocultaciones, resuelta con un final sorprendente y abierto en buena medida. Relato bien conducido por un narrador experto en el manejos de las estructuras y recursos narrativos propios del subgénero. Los principales personajes de la historia no son planos, van evolucionando a lo largo de la narración. Algunos, como la joven que no podía leer, a marchas forzadas.
   Sin ser una obra de gran calidad literaria -si poblada de abundantes referencias de escritores de la alta literatura (Shakespeare, Dickens, Poe sobre todo), La joven que no podía leer es un buen relato de intriga. Y sobre todo de pesadillas y desasosiego que enturbian la mente del protagonista relator y de otros personajes que así mismo esconden sus secretos, y que no dejan de producir tensión y ciertos escalofríos en la mente de los lectores.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
John Harding
Fragmentos

“Las dos cuidadoras sacaron de debajo de la bañera una lona enrollada. La paciente intentó volver a gritar, pero el intento sonó como el gemido de un animal herido que me agujereó los tímpanos y el corazón.
-Déjenme salir, por el amor de Dios -suplicó-. El agua está helada. ¡No puedo bañarme en esta agua!
O’Reilly cogió a la mujer por la muñeca con la mano que tenía libre y la puso en una correa de cuero que estaba sujeta a la pared de la bañera. Otra de las mujeres soltó la lona y repitió la operación por el lado contrario, de modo que quedó firmemente sujeta en posición sentada. La cuidadora regresó entonces a la lona, cogiendo un lado mientras su colega agarraba el otro. Vi que a lo largo de los bordes laterales la lona tenía un buen número de agujeros rodeados de un anillo de bronce. La mujer dejó de chillar y observó con los ojos impregnados de pánico cómo las cuidadoras la extendían sobre la bañera, empezando por el extremo donde tenía los pies y ensartando los anillos en una serie de ganchos que, según pude ver entonces, estaban fijos a la bañera por debajo de su borde externo. La mujer forcejeaba con frenesí, intentando levantarse, pero naturalmente le era imposible debido a las correas que le sujetaban las muñecas, y cuando vio que sus esfuerzos eran en vano empezó a agitar las piernas, que tenía ocultas bajo la lona y simplemente tateó inútilmente contra ella.”

…..

“Tuve miedo de volverme, aterrado como estaba de encontrarme con algo sobrenatural. Y sin embargo entendí de pronto que eso sería sin duda una bendición, pues si era Morgan, todo estaba perdido. Si me pillaba así, probablemente llamaría a la policía y todo habría terminado. Hubo un silencio absoluto y aun así supe que había alguien allí, y además tuve la certeza de que fuera quien fuese se daba cuenta de que yo lo sabía, porque había interrumpido mi examen de los documentos y me había quedado inmóvil en la silla. Hice girar la silla y al dar media vuelta vi de pronto mirando el rostro de una mujer. ¡Y menudo rostro! Su cabello negro era una tormenta negra alrededor de su cabeza y tenía los ojos como brasas encendidas, como si hubiera subido directamente desde el infierno para llevarme allí con ella, un lugar, todo sea dicho, al que sin duda yo pertenecía.”

…..

“Mientras estaba allí plantado, sopesando si subir y seguir investigando o salir lo antes posible mientras la suerte todavía me acompañaba, advertí de pronto el sonido más infernal que había oído en mi vida: una risa maníaca, hasta tal punto desgajada de la alegría y de la jocosidad que asociamos comúnmente con ese sonido y transformada en algo tan espantoso, tan ligado a la perversión y a instintos asesinos, que a punto estuve de soltar la vela. A mi espalda, los murmullos de las voces de las cuidadoras cesaron.”

(John Harding, La joven que no podía leer, paginas 19-20, 107, 195-196)

sábado, 18 de junio de 2016

HISTORIAS TEJIDAS CON LOS HILOS DE LA FANTASÍA



Cuentos de la Cábila
Antonio Pereira
Alianza Editorial, Madrid, 168 páginas
(Libros de fondo)

   Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923 – León, 2009), como el mismo reconoce en el último relato de esta colección de relatos, es un chico de la Cábila que llegó a  ser literato y al que hicieron Hijo Predilecto cuando ya era mayor y le blanqueaba la barba. En efecto, si algo de real habita en estas prosas recogidas bajo el epígrafe de Cuentos de la Cábila (2000) es el hecho indiscutible de que Antonio Pereira se sintió literato  ya desde su adolescencia. En uno de los relatos seleccionado, “La orla”, nos hace partícipes de sus anhelos de colaborador espontáneo y de la emoción del adolescente que ve publicadas por primera vez sus décimas en la hoja parroquial. Versos a palo seco, sin orla, sin adornos. Forjado en efecto en las herrerías de la lírica, Antonio Pereira siempre se sintió poeta. También cuando escribe prosa, sus textos están muy próximos a la poesía. No obstante, Antonio Pereira está reconocido como uno de los máximos cultivadores del relato español contemporáneo. Y sobre todo, como gran narrador oral en ese filandón de las tierras leonesas, en el que las mujeres hilaban la lana y los hombres contaban historias.
   Su nacimiento en Villafranca del Bierzo (León) no fue únicamente un hecho biográfico, porque Antonio Pereira asumió como un verdadero patrimonio el testamento cultural del noroeste, con sus mitos y leyendas, con su clima de misterio que envuelve las cosas y los paisajes en una atmósfera de difícil descripción, que empapa sus narraciones y que nosotros percibimos de forma matizada, como escribe José Enrique Martínez. Y en el padrón del noroeste literario de Antonio Pereira, entra la Galicia de los antiguos líricos y de los fabuladores de hoy; la Asturias de la Regenta y, por supuesto, el Bierzo al que dedicó este libro, y en el que irrumpe con frescura, nostalgia y cierta tonalidad irónica la geografía cordial de su infancia y adolescencia.
   El “cuentista aplicado”, como se autodefinió, escribe “relatos memoriosos” y nos permite disfrutar de un amplio elenco de piezas narrativas que tienen en la brevedad una de sus características formales más peculiares, ya que Antonio Pereira se apuntó, sin ninguna duda, a la religión de Borges y, con el escritor argentino, pensaba que no se deben escribir quinientas páginas para narrar una historia que se puede contar en pocos minutos.
   En cuanto a su temática, se puede decir que Cuentos de la Cábila es una aproximación ficcional a la niñez y adolescencia del escritor en el hábitat de su tierra natal, el país del Bierzo. Un haz de fabulaciones que dan cuenta de las experiencias iniciáticas, de la educación sentimental en el territorio de la infancia, y que tienen como centro neurológico, o quizás más bien cordial, el barrio de la Cábila, el barrio del Otro Lado del río; el más populista, heterodoxo y desclasado de Villafranca del Bierzo. Pero, sobre todo, un barrio vivo que nutre de vivencias y de materia ficcional la pluma del escritor.
   Late en estas brevísimas prosas la riqueza cromática de las experiencias lejanas de ese tiempo fronterizo entre la niñez y la adolescencia, como una manera verdaderamente iniciática en los secretos de la vida. Las pequeñas anécdotas, las minúsculas hazañas y aventuras, recuperadas a través de una mirada que, a la vez, parece ingenua, tierna y festiva. Surge así un universo personal construido por vivencias cotidianas que, a los ojos del adolescente, le parecían, sin embargo, fantasías exóticas y novelescas. El silbido reverente de la locomotora fatigada del tren correo de Galicia cuando llega a la ciudad que tiene obispo pero no gobernador civil; el enamoramiento de la joven forastera que inaugura su educación sentimental y la declaración escrita en un documento mercantil; los nervios y la emoción del examen de reválida. Lo que el niño es capaz de captar de la recién estrenada República: las funciones de teatro y danza, el Progreso, las chicas que se dejan llevar en bicicleta. La Guerra Civil convertida en evocación del arroz caldoso que come la familia una mañana de julio; las compañeras de clase más llenas de carne; los amores menos carnales, puros y románticos; el acrecentado fervor católico; la llegadas de las novicias al convento.
                                                
Antonio Pereira
   Y del mismo talante, docenas de historias. Algunas que el mismo escritor no sabe como concluir, un hecho que le desagrada porque, confiesa, cuando uno se pone a contar una historia, debe saber cómo finaliza. Historias basadas en las experiencias de la vida, pero tejidas  con los hilos de la fantasía y de los sueños. Es por ello que, aunque Cuentos de la Cábila posee un componente claramente autobiográfico y memorial, lo importante realmente es la ficción, como pone de relieve el relato “la ilustre casa de Pereira”
   Relatos que destilan humanidad, humor sutil, pequeñas dosis de erotismo -erotismo diocesano o venial como se ha dicho- y que convierten hechos intranscendentes, las minúsculas vivencias infantiles en material literario en el que la lectura placentera está garantizada.

Francisco Martínez Bouzas

martes, 14 de junio de 2016

"ECHEVERRÍA", O COMO HACER UN PAÍS CON LIBROS Y POEMAS



Echeverría

Martín Caparrós

Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 365 páginas



   Con Echeverría se suma Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) a la tendencia de la actual narrativa de convertir a intelectuales y especialmente a literatos en personajes de ficción. Los escritores, o los intelectuales en general, interesan cada vez más a los narradores. Escritores reales y conocidos tratados como “dramatis personae” imaginarios. Acreditados narradores contemporáneos como Philip Roth, J. M. Coetzee, Julian Barnes, Jacques-Pierre Amette, Saul Bellow o Elena Poniatowska, entre otros, se han incorporado, con alguna de sus obras, a esta floración de novelas en las que el protagonista es un escritor real y conocido. Martín Caparrós lo hace a su manera con Estevan Echeverría (Buenos Aires, 1805 - Montevideo 1851), autor de poemarios románticos “grandilocuentes y malos”, en estimación del propio Caparrós, pero, sobre todo, de un texto El matadero, rebosante de violencia primaria, que con Facundo, es una de las obras fundamentales de los inicios de la literatura argentina.

   Martín Caparrós, un verdadero experto en eso que se ha dado en llamar “nuevo periodismo narrativo”, realiza en esta biografía-novela un viaje hasta los orígenes de la nación argentina para encontrase con su protagonista, José Estevan Echeverría, hijo de un vasco emigrado a un pueblo, a la Aldea que, en los siglos XVIII y XIX, era Buenos Aires. Y desde la figura de este personaje, el escritor hace una relectura  de la Historia, especialmente de las arrugas de la Historia argentina, porque Estevan Echeverría no solamente fue el introductor del romanticismo en el país austral y el modelo del poeta nacional, sino también un activo luchador contra el régimen del “peronismo” del siglo XIX, la dictadura de Juan Manuel de Rosas, descrita de forma simbólica en El matadero, la crónica de un espacio marginal escrita cuando aún no existía la crónica.

   Cautivado por el personaje histórico que, como Caparrós también vivió unos años en París y, sobre todo, por el proyecto al que Echeverría dedicó sus esfuerzos -inventar una literatura nacional- el escritor periodista reconstruye, con un narrador en tercera persona, la biografía ficcionalizada de Echeverría que, tras la temprana pérdida de sus padres, intenta suicidarse, sus amores adolescentes con una prima carnal con consecuencias, meses dedicados al juego y a la bebida. Y su viaje a París porque quiere ser una persona educada. Cinco años en la capital francesa de los que apenas se conocen pormenores, y que Martín Caparrós salda en unas líneas, ya que lo que realmente le interesa al narrador es la vuelta, el retorno como literato, la misión que Echeverría se ha dado a sí mismo. Ser un escritor romántico para rescatar las emociones de las viejas tradiciones nacionales de las que carecía Argentina.

   El primer poema publicado que destila más ilusión que arte poética, editado además sin la vanidad de su nombre. Pero es el inicio de su misión: Argentina no será un país mientras no tenga una identidad que demanda una literatura propia. Publicará largos poemas rimados en un supuesto clasicismo en los que vuelca todo su bagaje romántico, pero sin atreverse a firmarlos. También habrá un primer libro (Los Consuelos, 1834), pero no todavía una literatura nacional. Y Echeverría se ha propuesto hacer un país con libros. Seguirán otros poemarios como Rimas que contiene el extenso poema “La Cautiva” en el que Echeverría incorpora el paisaje, el desierto argentino y lo más arcaico e irracional del país: los gauchos, el ganado, los látigos…

   Reuniones clandestinas, fundación de la Asociación de Mayo, La Joven Argentina, para la que Echeverría redacta un listado de quince enunciados que sintetizan los ideales de la nueva generación frente a la dictadura del Restaurador, el dictador Juan Manuel de Rosas. Echeverría seguirá el camino de los restantes miembros del Salón regenerador y se exilia primero en Colonia del Sacramento y finalmente en Montevideo donde fallece.

   La lírica de Echeverría es bastante mala, piensa Caparrós. Su obra literaria más meritoria es un texto literario publicado póstumamente, El matadero, la radiografía realista de un mundo que Echeverría conoce perfectamente desde niño: la marginalidad de un espacio en el que rige la brutalidad y la violencia. Una obra realista que debe de ser leída como la alegoría de la sociedad porteña y del régimen represivo del Restaurador Rosas: el resumen de un país que no quiere: un teatro de la tragicomedia patria, la metáfora de la peor Argentina.

   Uno de los aciertos de esta ficción biográfica escrita por Martín Caparrós es la fusión de las aspiraciones literarias de Echeverría con los sucesos políticos y militares de Argentina, especialmente con la oposición del poeta a la suma del poder absoluto exigido  y concedido al tirano Juan Manuel de Rosas. Difícilmente se puede entender la historia de Echeverría sin traer a escena las circunstancias políticas que le fueron moldeando hasta convertirlo -también en su texto narrativo El matadero- en un conjurado contra Rosas y a favor de la patria y de la libertad.

                                               
Estevan Echeverría
   Sutura de biografía y ficción; fiel en general a los hechos. La parte más ficcional narra, sin profundizar demasiado en ellos, los amores de Echeverría, en especial con Candela, la hija de su esclava Jacinta, para la que Estevan Echeverría será siempre su patrón. Así mismo, sin excesivos análisis, alude a temas como la esclavitud y el racismo, todavía imperantes en la Aldea porteña. El mismo protagonista, no obstante sus ideales liberales, conviven con la esclavitud. Son las flaquezas y pasiones privadas de Echeverría que Caparrós no oculta ni disimula.

   La novela avanza de forma lineal, intercalando entre los capítulos secuencias rotuladas con las palabras “Entonces”, una alusión al tiempo de la historia, y “Problemas”, recapitulaciones reflexivas  del escritor sobre el personaje y su propia escritura. Una muestra: toda escritura es invento, “El mito de los hechos, hechos mitos” (página 47). Si Los Living -la novela de Caparrós más conocida- es un calidoscopio de un país turbulento en los días de la Guerra de las Malvinas y de la dictadura de los 70, Echeverría  es no solo la recuperación de la biografía  de un personaje importante, sino también la relectura reflexiva de un país joven que se está formando entre grandes turbulencias.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Martín Caparrós

Fragmentos



“Echeverría mira la pistola -ese animal extraño, tan fuera de lugar en su mano apretada- y no piensa en amor: piensa en las culpas que el amor produce. En su madre, muerta el año pasado. En su certeza de que su madre se murió por su culpa. La suya, piensa, la mía, por mi estupidez y mi desidia y mi lascivia y mi crueldad, piensa: por mi culpa grandísima.

Un ojo por un ojo, dicen, piensa: un hijo por su madre, yo.”



…..



“Decidió que va a ser un escritor. En París ha estudiado con ahínco, con tesón, con pertinacia a los grandes románticos -de Hugo a Goethe, de Byron a Schiller, de Shakespeare a Shakespeare- porque quiere usar de ellos la emoción y el rescate de las viejas tradiciones nacionales, de los reinos oscuros de la magia, de los abismos de las sensaciones y las cumbres de las sensaciones, de lo que no sabemos ni queremos entender. Pero también ha estudiado la versificación en castellano, los vericuetos del castellano para creer que puede manejarlos. Es un joven tozudo: sabe que no sabe hacer versos, quiere aprender porque quiere ser poeta. «Era necesario leer los clásicos españoles. Empecé: me dormía con el libro en la mano…», le escribe esos días a un amigo.

Quiere ser escritor. No ha escrito demasiado pero intenta: va a ser un escritor. Y más allá, por encima de eso: se ha convencido de que un escritor -él como escritor- puede hacer algo importante por su patria. La Patria -se ha dicho muchas veces- necesita  tanto, que cualquier cosa que haga puede ser útil; la Patria necesita tanto que cualquier cosa que haga va a ser insuficiente.”



…..



“Al cuarto día se sienta a escribir. O, en realidad, no quiere escribir: va a tomar notas. Quiere fijar ciertas ideas que le dejó la historia del muchacho. «A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes, como acostumbraban a hacerlo los antiguos historiadores españoles de América…», escribe, y recuerda la situación del matadero el año anterior, cuando las lluvias torrenciales impedían que llegara el ganado y no había qué faenar y los ratones se morían de hambre y la Aldea se empezó a quedar sin carne y hubo enfermedades y precios impagables y un par de curas que clamaron la cólera de Dios y redoblaron los esfuerzos del gobierno y al fin después de dos semanas entró una tropa de ganado gordo y todos se precipitaron y el primer novillo que mataron fue, todo entero, un regalo para el Restaurador que le llevó una comisión de carniceros para que el hombre no tuviera que privarse de un asado. «La visión del matadero a la distancia es grotesca, llena de animación…», anota y sigue.”



(Martín Caparrós, Echeverría, paginas 15-16, 65-66, 282)