sábado, 28 de junio de 2014

"LOS CIEN DÍAS", UN DIOS CONVERTIDO EN HOMBRE



Los cien días
Joseph Roth
Traducción de Carmen Gauger
Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2013, 250 páginas

   Joseph Roth (1894-1939) es con Herman Broch y Robert Musil uno de los grandes escritores de aquel país “imperial y real”, la “Kakania de El hombre sin atributos de Musil, el Imperio austrohúngaro. Aunque Roth es originario de la Galitzia oriental ya que nació en Brody, una aldea ucraniana. Judio rural, con el traslado a la ciudad,pierde la conciencia del judaísmo, algo tan accidental para él como su bigote rubio que con el mismo grado de accidentalidad podía haber sido negro. En su madurez se convirtió al catolicismo. Desterrado por consiguiente  de su lengua y de su cultura étnica, su existencia fue un constante deambular por las capitales de la Europa Occidental, siempre acompañado por la botella y un constante despedirse de su propia identidad (Claudio Magris), en un lento camino hacia el suicidio provocado por el alcohol, culmen existencial de la miseria en la que se había convertido su vida. A pesar de esa turbulencia existencial, Joseph Roth es un escritor fundamental de entreguerras que fue capaz de escribir excelentes obras de ficción, con un tema central la Primera Gran Guerra. La marcha Radetzky (1932) es sin duda la más conocida de sus novelas.
   De la misma época es Die Hundert Tag (1936), inédita en España y traducida hace unos meses por Carmen Gauger para Pasos Perdidos. El tema nuclear de la novela es un intento de convertir aun dios en hombre. Transformar al dios Napoleón Bonaparte en un ser humano. Para ello, Joseph Roth se apropia ficcionalmente de los últimos cien días de gobierno del Emperados (marzo de 1815, huida de la Isla de Elba, hasta la derrota de Waterloo, abdicación definitiva y entrega a los ingleses). Es la última batalla, la derrota final de Napoleón que Joseph Roth convierte en personificación asociada al derrumbamiento de otro imperio: el austrohúngaro, magistralmente descrito en La marcha Radetzky.
   La novela, en cuatro secciones o libros, hace un recorrido tras el regreso del  Gran Corso del exilio en la isla de Elba, de esos casi cien días en los que Bonaparte detenta nuevamente el poder, aclamado por el fervor popular. Organiza un ejército y se encamina hacia la última batalla que será también su drrota definitiva, achacable a múltiples causas (traiciones, mala suerte, la propia estrella del Emperador que se apaga, sus propias dudas y desánimo…). Es ese “pobre hombre Napoleón” derrotado ya para siempre el que le interesa al autor.
   Dramatización pues del regreso de Napoleón en una historia de un ser casi anónimo que se entrecruza con el destino del emperador: la de Angelina Pietri, un humilde personaje de ficción, lavandera en la corte, que siempre pertenecerá al Emperador, a cuya figura liga su propia suerte. Angelina trabaja en el palacio imperial. Pare un hijo cuyo padre es un soldado al que no ama, y que con los años formará parte del ejército imperial y, como miles de soldados, hallará la muerte en Waterloo. Será el mismo Napoleón el que lo sepulta y le comunica a Angelina lo ocurrido. Angelina Pietri será de los pocos que apoyan a Napoleón tras la derrota y hallará la muerte en una protesta a favor de su ídolo caído.
   Como ya he señalado, Joseph Roth se propuso en esta novela, alimentada en manantiales históricos, retratar de forma sencilla y accesible al Napoleón transformado en un ser humano de carne y hueso. Al Sire vencido, derrotado y convertido en el ex dueño de Europa. Y lo logra con acierto en un texto de ficción, insertando la ficción  en la realidad histórica. Por consiguiente la ficción, inyectada en ese contexto histórico del irreversible derrumbamiento militar e incluso humano de Napoleón, actúa como marcador semántico que anula el rigor histórico, si bien lo ilustra bellamente. Roth además lo hace de forma inteligente: huye de los panegíricos a figuras de gran relieve histórico  del entorno del Emperador y los coteja con personas anónimas que idolatran a su Monarca, que  siguen victoreando incluso después de la derrota a un Napoleón que ya no existe, pero que, sin embargo, es capaz de arrastrar tras su estela a seres anónimos, como es el caso de Angelina. Es el recurso de las estructuras paralelas compositivas que desde Plutarco se han utilizado de forma frecuente y muy provechosa para bucear y comprender la valía y el crédito de personajes famosos.
   Los cien días desde el punto de vista de la construcción narrativa es una alhaja literaria. Un verdadero paradigma de la novela histórica, en la que Joseph Roth pone a prueba todas sus grandes dotes de narrador. Estilo directo y sencillo, hermosamente pulcro, capaz no obstante de comunicar a través de sugestivas imágenes, como es el caso de las magistrales descripciones de París, el retrato del Emperador, de la fiel Angelina o la escalofriante y a la vez solemne recreación de la visita que realiza el Emperador derrotado, montado a caballo, por el campo de batalla, el campo de los muertos, una vez concluida la irreversible derrota. Crónica pues fabulada de la disolución de un mundo, hijo del sueño imposible y espectral del Gran Corso.

Francisco Martínez Bouzas

 
Joseph Roth


Fragmentos

“Se detuvieron ante el palacio.
“Cuando el emperador bajó del coche, una multitud de manos blancas, abiertas, se tendió hacia él. Se sintió fascinado por aquellas manos implorantes y, en ese instante, perdió la voluntad y la consciencia. Esas manos blancas, cargadas de afecto, tendidas hacia él, le parecían más terribles que las otras, las manos hostiles que empuñan las armas. Eran como un rostro blanco, lleno de amor y de anhelo. El amor de esas manos desnudas extendidas, le asaltaba con una súplica violente y amenazadora. ¿Qué pedían esas manos? ¿Qué querían de él? Esas manos oraban, exigían y ordenaban al mismo tiempo: manos que se alzan hacia los dioses.”

…..

“Todas las mujeres de Francia, todas las mujeres del mundo, amaban al emperador. Pero a Angelina le parecía que amar al emperador era un arte especial, misterioso; se sentía solemnemente prometida a él, al señor más excelso de todos los tiempos. Vivía siempre dentro de ella. Por grande que fuera tenía cabida en su pequeño corazón que se había ensanchado para acogerlo con todo su majestuoso esplendor.”

…..

“Aquella noche no durmió. Era sofocante y pesada (…) Pero él, el emperador Napoleón, era más humilde que Dios. Había sido más negligente por generosidad y más imprudente por nobleza de espíritu. Entonces abrió los ventanales y escuchó el sonido alegre y monótono de los grillos en el parque. Olió el perfume saturado y apacible de la noche estival, las lilas adormecidas y las acacias excesivamente dulces. Todo eso le producía una gran irritación.
Ya no quería trono ni corona ni palacio ni cetro. Quería ser tan sencillo como cualquiera de los miles de soldados que habían muerto por él y por la tierra francesa. Despreciaba a quienes mañana o pasado le obligarían a abdicar, pero también les estaba agradecido porque le obligaban a hacerlo. Odiaba su propio poder y,  a la vez, su impotencia. No quería ser emperador y, sin embargo, quería seguir siéndolo. Ese mismo día, a esa misma hora, deliberaban en la Cámara de Diputados si debía continuar o no.”

(Joseph Roth, Los cien días, páginas 14-18, 117, 191-192)

domingo, 22 de junio de 2014

LA TRANSFORMACIÓN DE JOHANNA SANSÍLERI



La transformación de Johanna Sansíleri

Álvaro Pombo

Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona 2014, 252 páginas.



   Una de las grandes preocupaciones de Álvaro Pombo en los últimos tiempos -y así lo refleja su narrativa- es el tema de la transformación de la mujer. Pero hablando de transformación, él mismo sostiene con Kafka que escribir es una especie de plegarse y que de hecho le transforma. Es el poder de la palabra, su capacidad performativa como en su día puso de manifiesto el filósofo inglés del lenguaje J. L Austin. La palabra es capaz de transformarnos. Y la transformación es el tema de fondo del escritor y académico que ha conseguido bucear como nadie en la sensibilidad femenina a través de su psicología-ficción. Este maestro indiscutible de la narrativa española en nuestros días ha elegido incluso como protagonistas principales de varias de sus mejores novelas a personajes femeninos (El metro de platino iridiado, 1990, Aparición del eterno femenino contada por S. M. el rey, 1993, Donde las mujeres, 1996,  Una ventana al norte, 2004, La fortuna de Matilda Turpin (2004). También, por supuesto en su última entrega narrativa, La transformación de Johanna Sansíler,. En todas ellas se fusionan muchos de los rasgos que, a través la introspección psicológica, Pombo descubre en las mujeres de nuestros días: atrevidas, abnegadas, engañadas o maltratadas por la vida, poseedoras siempre de gran fortaleza espiritual. Y junto a este sondear en el eterno femenino, otra de las grandes inquietudes pombianas es la reflexión filosófica, la introducción en su narrativa de componentes religiosos y espirituales, en especial, como en su día lo hizo Julien Green, la obsesión por explorar los bajos fondos del alma y las pesadillas autoculpabilizadoras, aunque no provocadas por la marea carnal o el drama del pecado que atormentaron al autor de Moira.

   Ambos temas son hilos que, amalgamados con la ficción, el lector hallará en La transformación de Johanna Sansíleri, la última novela de Pombo. El personaje que en esta novela experimenta el proceso de transformación es Johanna, una mujer de la burguesía cántabra. Se queda viuda casi de forma repentina después de veinte años de matrimonio -un matrimonio de fin de semana- con Augusto, “un gran pelma” que ya de novio era muy marido, pero que por su profesión de corredor de bolsa vivía los cinco días laborables de la semana en Madrid con otra pareja, Monina con la que tenía un hijo. Mas ante la inminencia de su muerte, Augusto decide pasar los últimos meses junto a Johanna, que nada sabía de su otra vida con Monina y su hijo que, por el contrario, lo sabían todo sobre Johanna y por la que sentían una gran admiración. Tienen de ella una imagen arcangélica. Johanna, bella, brillante, había vivido su existencia de casada en un total ensimismamiento, leyendo libros de teología y filosofía y cuidando los tomates de su huerto. Cuando por la cotilla de turno se entera de la doble vida de su augusto y difunto esposo, lejos de sentirse furiosa y despechada, se siente culpable. No busca explicación de la duplicidad en la culpa ajena, sino en la propia. Y desea “asear” su pasado, aunque la  determinación no respondía a una voluntad ética, sino estética. Lo hace pues, no por el deseo de perdonar, sino por la necesidad impía de tranquilidad personal, porque estaba convencida de que no había sido suficientemente amada por su propia culpa, porque ella para Augusto había sido insuficiente. Una verdadera metanoia, un movimiento interior que surge en Johanna porque no se encuentra satisfecha consigo misma. Sale de su ensimismamiento conociendo a la amante y al hijo de su marido y proyectándose en la actividad exterior, mediante la cooperación con la parroquia, aprovechando la energía de la parroquia, no de la Iglesia. Y a la vez entra en la logomaquia de la otra familia de su marido, puesto que otro sentimiento de culpabilidad substituye  al primero: la necesidad de reparación, reparar la vida familiar de la amante de su esposo.

   Álvaro Pombo cala con  la maestría a la que nos tiene acostumbrados en la personalidad de ambas mujeres, especialmente en la de Johanna Sansíleri, lectora de Iris Murdoch, hecho que la impulsa a identificarse con las figuras femeninas retratadas en las novelas de la escritora y filósofa irlandesa: un sujeto femenino capaz de dilatar en experiencia propia todos los lados de la vida, sin tener que retroceder luego hacia sí misma. Joahanna se ve como alguien que atrapa el mundo, la gente, las emociones, los paisajes y regresa a su guarida devorándolas a solas consigo misma (página 182).

   Una vez más, un texto profundamente introspectivo que le permite al autor construir una novela no compleja ni enrevesada, pero sí muy reflexiva. La trama, cuyo desenlace no desvelo, pierde importancia ante la profunda indagación existencial, filosófica e incluso religiosa, perfectamente conjugada con ciertas dosis de humor. Álvaro Pombo también en esta novela mastica y rumia una y otra vez la interioridad de sus personajes. Frecuentes citas en latín litúrgico y bíblico, textos filosóficos (Kierkegaard y Kant sobre todo) forman parte de la manera de narrar de Pombo. El resultado son estructuras narrativas penetradas de cultura. Servido todo ello con el ya característico estilo pombiano: una lengua muy rica, mezcla de barroquismo, espontaneidad, gusto por el hipérbaton, por las redundancias, por originales neologismo, descripciones sutilmente irónicas, uso de varios registros y cierta pedantería, marca también de la casa. Un verdadero domador de la lengua que hace gala incluso de su libertad, a veces heterodoxa, en sus construcciones narrativas. Pero poco importa, que  Álvaro Pombo nos introduzca, como en esta novela, en el discurso de su historia por medio de un narrador anónimo homodiegético que lo hace en primera persona, pero muy pronto y sin apenas darnos cuenta, recibimos el relato de esta singular historia de metamorfosis contada por un narrador heterodiegético omnisciente que habla en tercera persona. Extravagancias que en la pluma de Álvaro Pombo se convierten en marcas denotativas de alta calidad compositiva.



Francisco Martínez Bouzas



  
Álvaro Pombo



Fragmentos



“-Tengo la impresión, Carlota, de que en el fondo piensas que soy una perfecta estúpida, aquí encerrada en el jardín, reservada y estúpida, como la princesa del guisante.

-¡Un poco sí que eres la princesa del guisante, Johanna, no lo tomes a mal! Justo a eso he venido.

-¿A qué has venido? -pregunta Johanna sinceramente sorprendida ahora.

-He venido a saber qué tal estabas. Como comprenderás, es lo primero. Lo primero, a eso he venido. Y a contarte lo que me acaban de contar hace ya días, lo de Augusto y su otra casa, igual lo sabes ya y te parezco yo una tonta.

-Tonta no, Carlota, pero un poquito rebuscada y retorcida sí que estás pareciendo en este instante. Di de una vez a lo que has venido a decir, sea lo que sea. Al parecer algo de Augusto…

-Sí, bueno, de Augusto, así es. ¿Tú sabes que tenía otra familia?

-Otra familia, desde luego. Su familia.

-No, ésa no. Además de ésa, tenía en Torrelodones, los veranos y los inviernos en Madrid un piso, con una mujer que tiene nuestra edad, claro el tiempo pasa. Y un chico muy guapo, por cierto muy crecido, Alexis.”



…..



“En los tiempos de Aznar ya no había queridas. El PSOE acabó con todas ellas. El esquematismo de la querida, el prototipo se debilitó en la Transición, se volvió innecesario. Y el PSOE acabó con todas ellas, remató a las concubinas,   a la entretenida, a la otra. Así que mi madre empezó de antigua, ya  a los veintiséis,  a liarse con mi padre. Y mi padre era un normal nato, era la normalidad pura y nata, ínsita, en el concepto de la pareja cristiana, como un quiste, desde el principio de los tiempos, un hombre normal. En eso, ya ves, Johanna, creo que mi padre era único, el más normal de todos los normales. Una rareza estadísticamente perfecta, una locura. Así, de un tirón, ves cómo fuimos, nuestra normal familia, nosotros tres, anormalizada por el anticuado planteamiento del ligue de mi padre y mi infinito talento narrativo, mi belleza física.”



…..



“¿Debería mi madre sentirse culpable de haber interferido en tu matrimonio? Porque la verdad es que no se siente culpable. Ni siquiera cree que hubo interferencia ninguna. Cree que la vida era así, es así, los hombres eran así, los hombres tenían queridas, todavía las tienen. A veces mi madre dice: las mujeres tienen ahora también queridos ellas mismas. Sueña extraño cada vez que dice eso, anticuado, como si lo dijera porque lo ha oído decir pero no lo creyera del todo. Es curioso que mi madre no tenga ningún sentido de la culpa. Debió pegárseme de ella el no tenerlo. Al parecer, ellos dos lo hablaron todo muy al principio, mi padre y mi madre, te discutieron, parece ser, a ti. Mi madre debió de decir alguna frase anticuada que todavía dice como: ¿cómo vas a traicionar a una mujer así, Augusto? Ya le has dado tu palabra. Y mi padre respondería: le he dado mi palabra pero no mi corazón. Te doy mi corazón a ti, Monina, por lo que valga, que tampoco es tanto. Mi padre tenía estas salidas, modestas, de falsa humildad en mi opinión.”



(Álvaro Pombo, La transformación de Johanna Sansíleri, páginas 23-24, 88, 185)

martes, 17 de junio de 2014

AMABLES HISTORIAS ALREDEDOR DEL MUNDO DEL CIRCO



Send In The Clowns

Annia van Allen
Ilustraciones de Blanca Caballero

Amazon Create Space, UK, 2014, 187 páginas.



   “Send in the Clowns” es una antigua expresión que está enraizada en el mundo del circo: “¡Que salgan los payasos ya!”, gritaba el maestro de ceremonias cuando el show se malograba o cuando en el circo ocurría un desafortunado incidente y se hacía preciso desviar la atención del público sobre lo que realmente estaba ocurriendo con la actuación de los payasos. Esta expresión le ha servido a Annia van Allen (nacida  Holguín, Cuba en 1972, como Annia Carballido Rubio)  para rotular este libro curioso, divertido y, sobre todo, rebosante de las esencias y sabores del mundo circense y de su cara más amable y repleta de humor.

   La autora teje su historia tomando como centro aglutinador a Blödelheim, un pequeño pueblo enclavado en la Europa central. Sus primeros habitantes llamaban Cicirro a la más elevada de las colinas que lo circundan por su forma similar a una cabeza humana con cresta de gallo. Así se disfrazaban los “cicirros”, los antiguos payasos romanos. Pero Blödelheim  cuenta con el privilegio de poseer la escuela de payasos clásicos Joseph Grimaldi, la única de Europa en su género. Y los actuales moradores del villorrio viven de confeccionar ropa y zapatos para los clowns. También lo hace la narradora y uno de los múltiples personajes de este relato coral: en un pequeño taller produce narices de goma roja para los payasos.

   Todo en Blödelheim transcurre en plácida felicidad hasta que un día la mala fortuna, vestida de zancos, obliga a cerrar la escuela de payasos en espera de la llegada de algún exorcista del Vaticano.

   En su narración Annia van Allen va presentando al lector una serie de seres humanos que comienzan a afluir, como pequeños ríos maltrechos, a Blödelheim. Buena parte de la novela se detiene en la presentación de estos personajes, en sus retratos, en sus historias presentes o pretéritas. Un material que le permite a la autora confeccionar pequeños cuentos que se aglutinan, al menos en su final, en torno a Blödelheim. Conocemos así a Franz Pascal, un parisiense lleno de fobias -padece incluso la galofobia que le impide vivir en sus madre patria-; a Anne Cornelia, una rumana huída de la dictadura de Ceaucescu, que llega a Blödelheim tras perder la licencia de peluquera por cortarle la oreja a un cliente a petición de éste; a August Bufon III, alcalde de la villa, payaso sin vocación, descendiente de una estirpe que compartía el delirio bufonesco, y él mismo actor con gran maestría en el show político; a Tutimak, una mujer inuit de engañosa y ríspida apariencia que, tras ganar una beca para estudiar en el Instituto Grimaldi, se queda para siempre en Blödelheim; al profesor Nikolás, judio de origen polaco que imparte conferencias de lenguaje corporal para payasos; a Lupicino el Divino, director del Instituto, anciano de sonrisa perpetua, empedernido seguidor y él mismo partícipe de y en los encierros de San Fermín; a Theadosia Thalassinoss, descendiente de una antigua familia de alfareros griegos que transformaban la arcilla en poesía, pero Thea hace algo más: convierte la arcilla en hojaldre. Y a otros muchos personajes, cada uno con su pasado a cuestas y que hacen realidad sus sueños en esta villa de la vieja Europa donde reina la libre expresión, las parodias y abunda el buen humor.

   Después de la presentación de los personajes y de empaparnos en sus historias, Annia van Allen narra las distintas vicisitudes que se producen entre ellos, presididas por variados sentimientos: la intimidad que buscan los amantes; la nostalgia que envuelve  a la protagonista narradora al recuperar la historia de su vida; el amor sobre todo que hace acto de presencia, permitiendo que algunos de estos náufragos en tierra intercambien deseos y alientos, mientras la araña seguía hilvanando el tiempo sin prisa (página 129). Hasta que vuelve a abrir el Instituto Grimaldi y un renovado amanecer (“colores, disfraces, globos, estallidos, trompetas, magia, risas”) se instala de nuevo en Blödelheim.

   Un retablo de personajes en búsqueda de la felicidad, pero heridos todo ellos por dolencias y magulladuras más psíquicas que físicas, gran metáfora quizás de ese otro gran mosaico que formamos los seres humanos.

   Y especialmente novela de homenaje al circo, a la fantasía circense, al humor de los clowns, al amor de esos artistas de la ilusión por su profesión. Annia van Allen no solo les da vida aproximándonos a ellos, a sus alegrías, tristezas, obsesiones y esperanzas, a la vez con gran realismo y con una escritura repleta de magia fabuladora, sino que orquesta con gran habilidad este amplio abanico de personajes en una estructura superior sólida y cuidada. Un dominio singular de la expresión verbal, reseñable en una primera novela, que convierte a la lengua en un artefacto claro y potente, sirve de ornamento a este ramillete de historias amalgamadas alrededor del circo.



Francisco Martínez Bouzas






 
Annia van Allen


Fragmentos



“La tristeza caía como un polizonte en aquel azul mar de sus ojos. ¡Algo terrible tiene que haber ocurrido en el pasado de Pascal! Yo no me atrevía a preguntar, nada de preguntas incómodas; por nada del mundo quería ser su próxima causa de fobia. Para eliminar esta tristeza le proponía echar una partida de ajedrez, que tanto le gustaba. Pascal tenía un tablero muy peculiar, con un rey, una dama, dos alfiles, dos torres, ocho peones y dos elefantes africanos. Pascal padecía de equinofobia y no soportaba a los caballos.

Así pasábamos las tardes, moviendo y retirando fichas de un lado a otro. Nuestros días no terminaban en un ocaso sino con un jaque mate.”



…..



“Era curioso y a la vez increíble, ver lo bien que esta pareja se entendía. Pascal desconocía el idioma de los mimos y Minnie nunca había oído el ruido de la lluvia, ni el susurrar del viento. Nada de esto sumaba incompatibilidad a esta pareja. Mientras Minnie ponía la mesa, Pascal exploraba con curiosidad la salita. Esta tenía las paredes llenas de afiches del genial Charles Chaplin, de Marcel Marceu y del gran Charlie Rivel, un payaso catalán de los más famosos en el mundo del circo. Según una leyenda popular, ganó un concurso de imitadores del gran Charlot. Lo paradójico del caso es que en dicho concurso también participaba de incógnito Charles Chaplin. Cuentan que, cuando finalizó el concurso, Charlie se acercó a Rivel y le dijo: -¿Es usted quien me imita a mi o soy yo quien le imita a usted?”.



(Ania van Allen, Send In The Clowns,páginas 33-34, 74)

viernes, 13 de junio de 2014

"LAS INVIERNAS", BELLEZA Y FIEREZA DE LA GALICIA PROFUNDA



Las Inviernas

Cristina Sánchez-Andrade

Editorial Anagrama, Barcelona 2014, 244 páginas



   Galicia es una tierra pródiga en historias contadas a la luz del candil. Una expresión que incluso surte de título a uno de los libros de un escritor emblemático de esta Galicia profunda, rural y llena de misterios, de mundos mágicos: Á lus do candil de Anxel Fole. Cuentos contados al calor del fuego de la lareira, transmitidos a través de la oralidad, que amalgaman elementos extranaturales, fantásticos u oníricos, retrato de una Galicia ultrarrealista  en la que rige una lógica no real, una dialógica alejada de los axiomas de la lógica clásica. Nuestros ancestros, cazadores y recolectores, usaron en sus estrategias de conocimiento y acción un pensamiento empírico, racional y lógico. Y no obstante, acompañaban todos sus actos técnicos de ritos, creencias, mitos, leyendas, magias que no se pueden reducir al pensamiento infantil, sino que, como decía Cassirer con referencia al mito, le corresponden su propio modo y su propia esfera de verdad. La Galicia inmaterial, tan bien descrita, por ejemplo por la insondable capacidad fabuladora  de Álvaro Cunqueiro.

   En ese mismo manantial de riqueza imaginativa, trasmitida sobre todo a través de la oralidad, bebe Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968). Y lo asimilado lo plasma en Las Inviernas suturando realidad y ficción, las historias escuchadas en el propio hogar familiar a las que hace revivir en una novela plagada de tramas, leyendas y personajes a la vez perversos, inocentes, pero sobre todo entrañables, que parecen emerger de las horas más lejanas del tiempo.

   La narración de Cristina Sánchez-Andrade nos sitúa, como telón de fondo, en esta Galicia de los años 50, en la que es la vida, y no las personas, la que impone sus leyes. A un pueblo perdido, Tierra de Chá (no confundir con Terra Chá) de esta Galicia profunda en la que el tiempo parece haberse detenido, llegan las Inviernas, dos hermanas, Saladina y Dolores, superado el exilio en Inglaterra a donde habían sido llevadas siendo niñas para huir de la represión de la Guerra Civil. Su casa sigue igual, tal como la habían dejado treinta años antes, pero en la aldea tendrán que convivir con un mundo que fusiona la magia con lo tenebroso. Un misterio relacionado con su abuelo, don Reinaldo, médico bolchevique amigo de poetas, cuyo fin postrero  se mantiene entreverado a lo largo del relato y otros recuerdos que alargan sus raíces hasta la contienda bélica, acompañan sus sueños de ser actrices. También las hermanas llegan lastradas por sus propios e inconfesables secretos, relacionados sobre todo con el pescador de pulpos, marido efímero de una de las Inviernas.

   Todo da un giro novedoso cuando un día las Inviernas escuchan la noticia de que Ava Gardner vendrá a España, a Tossa de Mar, a filmar una película y para la que  se buscan dobles. Las hermanas están convencidas de que ha llegado la ansiada oportunidad de convertirse en estrellas. Y así, en un ambiente que huele a atemporalidad, en el que las casas no tienen electricidad, se hacía pan de centeno en el horno comunal, los dormitorios de las personas están situados sobre los establos de los animales que actúan de calefacción, y en el que se entrecruzan los espectros, las videntes bajan de la montaña y son capaces de poner parches al avance del cáncer y hasta las gallinas enloquecen, avanza el relato de Cristina Sánchez-Andrade, tejido especialmente alrededor de las hermanas, que son distintas del resto de sus convecinos y esto no deja de implicar riesgos.

   Novela pues en la que la autora profundiza en el tema de la identidad de las hermanas, incrustadas en un coro de personajes variopintos y extremados en sus hábitos y quehaceres que hacen las delicias de los lectores. Entre otros, Ramonciño, mamón de verdad que con siete años sigue mamando de su madre que a su vez se había criado mamando de una cabra; tío Rosendo, “maestro de ferrado”, figura existente en la Galicia de los años 40 y 50, que se llamaban así porque no tenían título y cobraban a los vecinos en ferrados de centeno o maíz; el señor Tiernoamor que une los conocimientos de mecánica de su padre con su interés por las bocas ajenas y arranca los dientes de los muertos para pegarlos con cemento en las encías de los vivos; la viuda de Meis, casada con el tío Rosendo, pero que en el fondo sigue ejerciendo de viuda; el cura don Manuel que ejerce de glotón, huele a cura, un olor  a beata y a coliflor cocida y es altavoz de los secretos de confesión de sus feligreses; Violeta da Cuqueira, bruja echadora de cartas que pronostica muertes y calamidades; la vieja de Boedo, una anciana que nunca acaba de morir. Un verdadero retablo de actantes, principales o secundarios, que se mueven entre lo grotesco, lo amable y lo maravilloso, digno de figurar en la mejor selección de figuras propias del realismo mágico.

   Un genuino Macondo gallego, descrito por la autora con una gran vena humorística y satírica y en una lengua que no solo rinde homenaje a Galicia reproduciendo léxico gallego (carreiro, palleira, fiadeiro, rueiro, esfolladas…) así como giros lingüísticos característicos del idioma propio de esta tierra, sino también bebiendo de su rica tradición oral, tan inverosímil como maravillosa.



Francisco Martínez Bouzas



 

Cristina Sánchez-Andrade

Fragmentos



“En el sobrado lloraban los niños y había capones muertos, paraguas con las varillas rotas, telarañas y murciélagos.

Eso lo recordaban muy bien.

Eso y que las bestias y las personas convivían allí dentro, en la casa. Un amable contubernio, un efluvio enloquecedor y violento cuyo objetivo final era que estuviera más caliente. El establo estaba muy próximo a la cocina, justo debajo de las habitaciones.

Cuando caía la noche, los mugidos y los hombres subían por la escalera.

Alumbrada por la claridad del fuego que lucía en el hogar, la cocina de aquella casa había sido siempre el lugar de reunión de las gentes de Tierra de Chá.

Mientras se deshojaba el maíz, se asaban las castañas o se calcetaban jerséis, se contaban historias insólitas: una loba que entraba en la aldea para llevarse a los recién nacidos; una serpiente que mamaba dulcemente de las ubres de una vaca, o fabulosas historias de burras cargadas de alforjas repletas de monedas de oro…(¿te acuerdas?, ¡bien me acuerdo, mujer!.”



…..



“Como era de esperar, al velatorio no faltó nadie. Después de comprobar que la vieja había muerto (todavía había gente que no podía creérselo) y de rendirle planto, se lanzaron al tocino, mollete y salchichón, servido con vino del país en la estancia contigua, y se pusieron a contar historias de tesoros escondidos y de gentes que regresaban de países lejanos convertidos en gallinas.

Tampoco faltaron las Inviernas. Cuando ya era hora de marchar, Dolores quiso despedirse por última vez de la vieja.

Entró silenciosamente en la estancia y para su sorpresa comprobó que la mujer no estaba sola. Alí estaba el señor Tiernoamor, inclinado sobre ella. Pareceía que le susurraba algo, que le componía el cuello de la camisa o que le colocaba delicadamente un collar. Se acercó un poco más por detrás. No, no hablaba. ¿Qué tenía el señor Tiernoamor en las manos? Unas tenazas. Todo transcurrió como en un sueño.

Dolores vio cómo el mecánico desista le arrancaba con saña los tres o cuatro dientes que le quedaban a la pobre vieja.

Salió corriendo de allí.”



…..



“Hasta que rompió a llorar.

Lloró por la vaca, pero sobre todo lloró por todo lo que desde ese momento comenzó a añorar. Lloró por Saladina haciendo mermelada de higos en la cocina. Lloró por el sonido que hacía al chanquear los dientes por las mañanas, por el olor de la orina caliente. Lloró por el olor salvaje de su pubis. Lloró por los sándwiches de plátano machacado que comían en Inglaterra y por la peste a palomita rancia de las salas de cine. Lloró por las gallinas dormidas y por el sonido del cencerro al subir al monte. Lloró por el resplandor amarillo de la chorima. Lloró por la película que ya nunca protagonizaría, por el sonido del coche rojo del señor Tiernoamor, alejándose por el carreiro. Lloró por Tierra de Cha.

Lloró la vida

Lloró por ella.”



(Cristina Sánchez-Andrade, Las Inviernas, páginas 14, 153, 231)

lunes, 9 de junio de 2014

LA LITERATURA COMO ACTO DE MEMORIA



W o el recuerdo de la infancia
Georges Perec.
Traducción de Alberto Clavería
El Aleph Editores, Barcelona, 206 páginas.
(LIBROS DE FONDO)

   Al final de la Segunda Guerra Mundial muchos escritores europeos formularon un interrogante crucial: ¿cómo escribir de los horrores de la guerra después de los campos de concentración, después de que la atrocidad fantasmagórica pero real de Auschwitz se instalase en Europa?
   Algunos de estos escritores, víctimas directas de los campos, entre ellos Tadeus Borowski, Primo Levi o Paul Celan, los tres suicidas posteriormente, eligieron la escritura como forma y posibilidad de supervivencia. También lo hizo el premio Nobel Imre Kertesz y sobre todo el escritor francés Georges Perec (1936-1982), uno de los escritores más innovadores de su generación. Perec, hijo de una familia numerosa y políglota de judios, vivió doblemente la tragedia de la guerra y su primera infancia está marcada por la ocupación nazi de Francia: su padre, combatiente de la Legión Extranjera, murió en batalla al comienzo de la Guerra. Su madre fue deportada y asesinada en un campo de concentración. Perec asumió desde muy joven la decisión de ser escritor. Pero su primera novela, Las cosas, no se publicó hasta 1965. Dos años más tarde se unió al grupo “Ouvroir de littérature potentielle” (OULIPO), que reunía a una serie de escritores decididos a romper con todo tipo de limitaciones formales.
   Parte de la obra de este autor singular e innovador debe de ser entendida como una parábola ilustrativa sobre las posibilidades de escribir acerca del horror, las deportaciones y los desaparecidos. La habilidad de Perec ilustraría en 1969 el vacío inexplicable de las desapariciones y de los campos de concentración con la novela La desaparición, una verdadera gesta lingüística en la que tortura al lenguaje haciendo desaparecer la letra “e”, indispensable en francés para penetrar en los territorios femeninos.
   Pero será sobre todo en W ou le souvenir d’enfance,  traducida al español por El Aleph Editores, donde el autor muestra su concepción de la literatura como acto de memoria y como camino para dotar de sentido a la vida. Porque los recuerdos de Perec están poblados por ciudades fantasmagóricas, por recorridos sangrientos, por pesadillas inolvidables, ya que la mayoría de su familia desapareció en la deportación.
   Perec publicó  en 1975 esta parábola del universo nazi, con la que, por medio de signos, de letras, de textos, intenta verbalizar el terror de los desaparecidos. Perec supera la imposibilidad de nombrar el vacío de forma sesgada, por medio de un relato alejado y tajante que se limita a narrar los acontecimientos, poco menos que con el formato de una enumeración burocrática.
   El relato se desdobla en dos partes que corren paralelas y en secuencias alternas. Por una parte, la narración de la fantasía de un niño que hace brotar algo parecido a una novela de aventuras localizada en la América austral que acogía en la década de los 70 varios campos de deportados por los fascistas de Pinochet. Y por otra, los recuerdos de una infancia vivida durante la guerra. De los márgenes de ambas historias y de lo que el escritor no dice, emerge lentamente el espanto  del universo de la guerra que fabrica de forma inexorable víctimas y verdugos.

Francisco Martínez Bouzas

 
Georges Perec

Fragmentos

“No sé en qué punto se rompieron los hilos que me ligan a mi infancia. Como todas las personas, o casi todas, tuve un padre y una madre, un orinal, una cuna, un sonajero y más tarde una bicicleta, que al parecer nunca cabalgaba sin lanzar gritos de terror ante la sola idea de que le levantaran o incluso le quitaran las dos ruedas laterales que garantizaban mi estabilidad. Como todas las personas, lo he olvidado todo sobre los primeros años de mi existencia.
Mi infancia forma parte de las cosas de las que sé que no sé gran cosa. Está a mis espaldas y, sin embargo, es el suelo sobre el que he crecido, me ha pertenecido cualquiera que sea mi empeño en afirmar que ya no me pertenece. Durante mucho tiempo he intentado ocultar o enmascarar estas evidencias encerrándome en el estatuto inofensivo del huérfano, del no engendrado, del hijo de nadie. Pero la infancia no es una nostalgia, terror, paraíso perdido ni Toisón de Oro, sino quizás horizonte, punto de partida, coordenadas a partir de las cuales podrían hallar sentido los ejes de mi vida. A pesar de no haber dispuesto de más ayuda para apuntalar mis recuerdos improbables que la prestada por fotos amarillentas, testimonios escasos y documentos insignificantes, no tengo más remedio que evocar lo que durante demasiado tiempo he llamado lo irrevocable; lo que fue, lo que se interrumpió, lo que fue clausurado; lo que indudablemente fue para no ser ya hoy, pero también lo que fue para que yo sea todavía.”

…..

“Está claro que la organización básica de la vida deportiva en W (la existencia de pueblos, la composición de los equipos, las modalidades de selección, para no dar más que ejemplos elementales de esta organización) tiene como única finalidad exacerbar la competición o, si se prefiere, exaltar la victoria. Desde este punto de vista puede decirse que no hay sociedad humana capaz de rivalizar con W. Aquí la struggle for life es la ley; incluso la lucha no es nada, no es el amor al Deporte por el Deporte, de la hazaña por la hazaña, lo que anima a los hombres W, sino la sed de victorias, de la victoria a cualquier precio. El público de los estadios jamás perdona a un Atleta por haber perdido, pero no escatima su aplauso a los vencedores. ¡Gloria a los vencedores! ¡Desgracia a los vencidos! Para el deportista profesional que es el ciudadano de un pueblo, la victoria es la única salida posible, la única oportunidad. La victoria a todos los niveles: en el propio equipo, en los encuentros con otros pueblos y finalmente, y sobre todo, en los Juegos.”

(Georges Perec, W o el recuerdo de la infancia, páginas 24-25, 115)

viernes, 6 de junio de 2014

ORLANDO FURIOSO EN LA REESCRITURA DE ITALO CALVINO



Orlando furioso narrado en prosa del poema de Ludovico Ariosto

Italo Calvino
Traducción de Aurora Bernárdez y Mario Muchnik
Ediciones Siruela, Madrid, 2014, 170 páginas.

   Han sido muchos los autores que se han dedicado a contar y a reescribir algunas de las grandes obras del pasado, en especial de los clásicos de la literatura. La reelaboración de una obra literaria suele  ser fruto de distintos intereses o imperativos: adaptaciones teatrales o cinematográficas, iniciativas de divulgación radiotelevisiva, o simples lecturas públicas en el ámbito de manifestaciones culturales. El poema de Ludovico Ariosto, Orlando furioso contado por Italo Calvino nació como fruto de una iniciativa de este tipo. En el año 1966 Calvino escribió una introducción a la obra de Ariosto. Al año siguiente y en 1968 el Orlando furioso, reescrito por Italo Calvino, salió a las ondas en una serie de transmisiones radiofónicas de le RAI. Dos años más tarde, en 1970, será recogido en un volumen que ahora Ediciones Siruela publica en español, formando parte de la “Biblioteca Calvino”.
   El tema Rolando, en italiano Orlando, es el arranque de una serie de leyendas que forman parte de la “materia carolingia” que penetró en el Romancero español y en la literatura italiana a través de los “cantari” (cantos populares de naturaleza narrativa). Nace  así el Orlando innamorato  de Matteo Maria Boiardo (1441-1449) y sobre todo su continuación, por obra del poeta de la corte ferraresca Ludovico Ariosto (1474-1533), en el vasto poema Orlando furioso, escrito con actitud burlesca hacia todas las aventuras que inventa para recreo de cortesanos y cortesanas. La voluntad satírica del poeta se manifiesta por encima de ese mundo caballeresco de combates, fantasías, pequeñas pasiones y disparates de sus personajes. Orlando furioso alcanzó una gran difusión, y no solo en Italia. En España, escritores del Barroco como Góngora o Quevedo tejieron sobre el tema no pocos romances e incluso parodias.
   Italo Calvino (1923-1985) le dedicó al Orlando furioso una especial atención en el curso de toda su obra literaria. Algunas de sus novelas como El vizconde demediado, El caballero inexistente o El castillo de los destinos cruzados translucen claramente el interés que Calvino manifestó por la atmósfera fantástica de los romances caballerescos, desde que su encuentro con el poeta Elio Vittorini le estimuló a abandonar la literatura social y adentrase en la senda en la que afloraría sin duda su verdadero talento: la literatura fantástica. Con relación a Ariosto, Italo Calvino declaró que era su poeta. Y una de las pruebas es esta reescritura del Orlando furioso. Enamorado de la poesía límpida, misteriosa e irónica de Ariosto, Calvino viaja en zigzag en el interior del mágico poema ariostesco, seleccionando, comentando y explicando las estrofas más bellas, en alternancia con su propia versión de los acontecimientos, en una narración apasionada y vivaz. Calvino amalgama pues su propia narración con los versos del Orlando furioso, rescatados de la versión española, aprobada por el propio Calvino, que en 1883 publicó Juan de la Pezuela.
   El libro nos permite comprender tanto la poética y el estilo de Ariosto como el interés de Italo Calvino por el mundo fantástico de los poemas caballerescos. Una reescritura pues en la que se mezclan los géneros literarios como en las historias de los paladines de Carlo Magno: la octava rima de Ariosto se reproduce, en sus episodios más notables, al lado de la narración en prosa de Calvino, que funciona como texto de acompañamiento explicativo, como ensayo crítico y como reasunción de altísima calidad de una obra universal de la literatura italiana. La bellísima Angélica, hija del rey de Catay y experta en artes mágicas que enamora a todos los caballeros, tanto cristianos como musulmanes, las batallas y los duelos, los choques de paladines e infieles, el galope de los caballos y sobre todo las intermitencias del corazón humano, mucho más que las doncellas encantadas, las fiestas animadas por ninfas o los encuentros fantásticos, es lo que ciertamente nos introduce en el espíritu de un poema trabajado con minucioso cuidado a través del secreto de la octava ariostesca y en  la desenvoltura de la salida irónica y reescrito de forma magistral por la prosa imaginaria de uno de los grandes narradores del siglo XX.

Francisco Martínez Bouzas



Italo Calvino



Fragmentos

Angélica escudriña entre los arbustos y ve un guerrero enorme, de largos bigotes caídos, perfectamente armado, que yace tendido como ella del otro lado del mata y que, con la mejilla apoyada en una mano, se lamenta y murmura frases sin sentido: la virgencita…la rosa…De rosas habla, este pedazo de soldado: huele una rosa que acaba de abrirse, y dice que sería una lástima cogerla, que una vez separada del tallo pierde todo su valor; desdichado de él, es lo que siempre le pasa; las rosas las cortan siempre los demás; pero ¿será de veras cierto que la rosa cogida pierde su valor? ¿Por qué él entonces no logra olvidarla? (42-44).

…..

“De la India, donde había sido prisionero de Alcina, Astolfo, liberado por Logistilla, regresa a Occidente. Su caballo Rabicano es tan ligero que no deja huellas ni en la arena ni en la nieve, y cuando galopa por un prado no quiebra ni siquiera una brizna de hierba: es un caballo sin peso, nacido del encuentro entre una llama con formas de yegua y un golpe de viento. Bajo sus cascos impalpables discurre un mapa suntuosamente historiado con figuras y pergaminos, en el que las maravillas del viaje de Marco Polo se suman a las profecías de los descubrimientos del siglo XVI, las noticias transmitidas por los autores clásicos a los ecos de las expediciones de Cortés.
Bajo la mirada de Astolfo, Edmundo trata por última vez de desplegar sobre un solo mapa todas las dimensiones de la imaginación humana: cada nombre de lugar evoca espectáculos naturales, monumentos, costumbres de los pueblos, pero también dioses de la mitología clásica y ogros y hadas de las fábulas.”

(Italo Calvino, Olando furioso narrado en prosa del poema de Ludovico Ariosto, páginas 33, 91-92)

miércoles, 4 de junio de 2014

OPIO...DULCE COMO EL AMOR



Opio
Maxence Fermine
Traducción de Javier Albiñana
Editorial Anagrama, Barcelona, 163 páginas
(LIBROS DE FONDO)

   Maxence Fermine nació en Albertville en 1968. Su infancia transcurrió en Grenoble. Vivió más tarde en París y luego en Túnez. En la actualidad reside en la Alta Saboya. Mas como escritor su vida literaria transcurre en buena medida en Oriente, deslumbrado por las seducciones  de Asia y de sus paraísos naturales. Así se intuye ya en su primera novela, Nieve (Neige, 1999). Y también en varias de sus otras obras: Le Violon noir (2000), L’apiculteur (2000), Billard Blues et Jazz blanc poker (2003), pero sobre todo en Opium (2002), traducida al español por Anagrama en 2003. Nieve es una pequeña fabulación cimentada en la ligereza del haiku que nos sitúa en el Japón de a mediados del siglo XIX. El protagonista abandona su familia para convertirse en poeta. Pero su poesía, dedicada por entero a la nieve, es demasiado blanca, y para aprender a darle colores, debe seguir las enseñanzas de un viejo poeta ciego que, mediante el relato de su pasión por una hermosa joven llegada de Europa, le hace comprender la fuerza irresistible del amor. Con estas enseñanzas, Yuko, el protagonista, llegará a ser no solamente un gran poeta, sino también un ser humano capaz de amar. También en Le Violon noir, el escritor francés  nos sumerge en la pasión por los secretos y por lo sagrado, si bien la acción novelesca se desarrolla en el transcurso de las campañas napoleónicas en Italia. Con posterioridad Maxence Fermine ha publicado otras tres novelas, ninguna de ellas traducidas aún al español.
   Opio es una novela ambientada en la Inglaterra de mediados del siglo XIX y en el Imperio Celeste. En  1838, Charles Stowe, hijo de un rico comerciante, parte pare el Extremo Oriente a la búsqueda del té más exquisito y delicado. En la India descubre la existencia del misterioso té blanco que comercializa de forma monopolística el poderoso Lu Chen. Sin embargo el objetivo comercial de su viaje se desvanece con la inmersión de los sentidos en el valle prohibido del opio. Charles Stowe pasará de la dulzura del té á la del opio y a la pasión por la hermosa Loan, ex mujer fugitiva de Lu Chen, en cuya compañía podrá pasar siete noches a cambio de un cargamento de opio, pero con la muerte como horizonte presentido. Loan, no obstante, le hará un hermoso presente: la magia de los primeros instantes que jamás olvidará.
   Una historia desconocida y un amargo descubrimiento: el viaje, la búsqueda, el té, el Oriente, el opio que nos confunde los sentidos -“agranda lo que no tiene límites…colma el alma más allá de su capacidad”, como escribió Baudelaire-  y el amor imposible que deja un registro amargo como el sabor del té más precioso.
   Esta epopeya personal con exóticas resonancias a través del periplo que recibe el nombre de la ruta del té, se alimenta sin duda de la fórmula del mítico viaje de El corazón de las tinieblas de Conrad, pero está a años luz de esta obra maestra. Bien escrita y resuelta con simplicidad y con un estilo depurado, Opio respira con todo el aire de otros best sellers culturales y corre su mismo riesgo: convertirse el literatura florero, en narrativa de lectura agradable, pero alígera e intranscendente.

Francisco Martínez Bouzas



Maxence Fermine

Fragmentos

“Robert Stowe era inagotable a la hora de hablar acerca de los tés y de sus propiedades. Por las noches, en la trastienda, mientras los dependientes ordenaban los nuevos cargamentos llegados de Oriente, él continuaba iniciando a su hijo:
-Verás, Charles, en el mundo hay cuatro clases de té. Por desgracia, los ingleses sólo conocen el té negro, que está empezando a cultivarse en nuestras colonias, fundamentalmente en la jungla de Assam.
El joven Charles escuchaba a su padre con sorprendente atención.
-¿Cuáles son los otros colores?
-El té azul, el té verde y el té blanco. Estas tres variedades provienen de un solo país: China. El té azul tiene un aroma extraño, semejante al del té verde. Se cultiva en una región inaccesible para los viajeros. El té verde, de sabor perfumado y amargo, se cultiva en casi toda Asia, pero el secreto de su fabricación siguen conservándolo unos chinos. En cuanto al té blanco, es el más escaso y el más caro de todos. Se cuenta que, antaño, jóvenes doncellas del imperio de China lo recolectaban con tijeras de oro y a continuación lo servían, acompañado de agua de gran pureza, en la taza del emperador. Nadie sabe dónde se encuentran los jardines sagrados que albergan el té blanco. Según dicen, los pocos que lograron descubrir dicho misterio fueron inmediatamente ejecutados.”

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“Me divierte usted, señor Stowe. Se requiere valor para venir a provocarme de ese modo. Cuántos otros han perdido la cabeza por menos que eso.
-Si debo morir, quiero hacerlo con dignidad.
Se hizo un largo silencio.
-No voy a matarle, sino que voy a proponerle un jueguecito. ¿Desea usted a Loan? Muy bien. Se la cederé…digamos que por un lapso de tiempo muy determinado.
-¿Cuánto tiempo?
-Siete días y siete noches. El tiempo que necesitaré para realizar un viaje hacia el norte y regresar…-Y Lu Chen añadió, como una sentencia- :Luego volveré aquí, al campamento. ¡Y si aún no se ha marchado usted, le mataré!
Stowe se estremeció.
-¿Por qué hace usted eso?
El chino eludió la pregunta
-Señor Stowe, ¿ha probado alguna vez el opio?
-No
-Nunca es tarde para descubrir el sabor de ciertas cosas. Verá lo duro que le resultará luego verse privado de él.”

(Maxence Fermine, Opio, páginas 19-20, 130-131)