Carlos
Busqued
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2018, 147 páginas.
Carlos Busqued (Presidencia Roque Sáenz
Peña, Argentina, 1970) ofrece a los lectores en Magnetizado un libro de no ficción con resonancias a A sangre fría de Truman Capote o a la
historia escalofriante de El Adversario de
Emmanuel Carrère, y cercana así mismo, en cuanto a su composición escritural, a
Una novela rosa, De vidas ajenas,
Limonov, Peste & Cólera, Ecuatoria o Viva de Patrick Deville. Títulos tan relevantes como Nada se opone a la noche y Basada en hechos reales de Delphine de
Vigan siguen la misma técnica
escritural: la irrupción sin cortapisas de la realidad en la ficción, invasión
que, en buena medida, está ampliando el concepto de novela hasta desembocar en
la novela-verdad. Ficciones en definitiva basadas en hechos reales, con mucho
de reportaje y una amplia cuota de entrevistas.
Esta es la estrategia seguida por Carlos
Busqued, una senda con muchas similitudes al acercamiento que hizo Emmanuel
Carrère al “monstruo” Jean-Claude Romand en El
adversario. Quien, como el protagonista
de Magnetizado también aceptó
responder a las preguntas que le formuló Carrère.
A través de las noventa horas de entrevistas
en un penal argentino, el autor siente una cierta dosis de fascinación por los
antihéroes porque, piensa, esa malograda condición también es una forma de
estar en el mundo. Mas este libro híbrido, que no es novela ni crónica hablando
en sentido estricto, es el resultado, como reconoce Busqued en la página final
de agradecimientos, de la edición de las
transcripciones de más de noventa horas de conversaciones con Ricardo Melogno,
asesino de cuatro taxistas en la capital argentina. Un relato pues con una
génesis y una forma no novelesca, fruto de la desgravación de lo gravado desde noviembre de 2014 a diciembre de 2015.
Una edición que respeta formalmente las palabras del asesino entrevistado, pero
las estructura (“recorta, agrupa y organiza”) en forma más o menos novelesca.
El autor añade más materiales además del
núcleo central de las entrevistas, tales como recortes de periódicos, la
opinión de los vecinos, el testimonio de policías, jueces, el personal
sanitario, especialmente psiquiatras. Es un material que contextualiza la
elaboración de una transcripción.
Novela con un rótulo, Magnetizado que alude a una circunstancia ciertamente macabra que
le sucede al asesino tras haberle volado el cráneo al tercer taxista: se va
tranquilamente a comer como en los asesinatos precedentes, pero se da cuenta de
que los tenedores se le pegaban a los dedos debido a los residuos de la sangre
del muerto, y llegó a pensar de que se hallaba magnetizado.
Los cuatro asesinatos de taxistas tuvieron
lugar en el período de una semana de septiembre de 1982, en el barrio de
Mataderos de Buenos Airea. Asesinatos efectuados con el mismo patrón y una
ejecución absolutamente sobria. Tras buscar la policía inútilmente al asesino,
el padre y el hermano de Ricardo Melogno hallaron la documentación que, como
trofeos, había guardado el homicida. De inmediato, después de su detención,
admitió los crímenes, los describió detalladamente y con total carencia de
emociones. Su confesión no parecía la de un perturbado mental, sin embargo el
acto mismo de los asesinatos era “lo loco”, fundamentalmente porque los cuatro
asesinatos habían sido cometidos con absoluta carencia de motivos.
En las primeras páginas, el escritor
contextualiza el origen de los hechos: testimonios de vecinos, respuestas a las
preguntas del juez, con silencio absoluto cuando este le pregunta por qué los
había cometido. Simplemente admite que una voz interior le señalaba a qué
taxista debía matar. A partir de la página 30 es Ricardo Melogno el que habla
relatando su vida. Reconoce que ya de chico tenía parafrenia: la capacidad de
estar en este mundo y en otro a la vez.
Mas quizás lo más significativo es la relación
que mantuvo con su madre, una mujer espiritista que usaba la religión como
arma. Le molía a palos y le decía que no le pegaba ella, que era Dios quien le
castigaba a través de ella. Para la madre, Ricardo no pasa de ser una
cucaracha. Y tanto a él como a sus hermanos les llamaba chicas. El
batiburrillo espiritista en el que le
precipita la madre, volvería loco a cualquiera, tal como diagnosticó una
psicóloga: hizo todo lo que pudo para que el hijo tuviera un trastorno metal
severísimo. Para librase de la perversa figura materna, se inicia en la
santería, y se refugia en un mundo paralelo en el que rehace las películas que
ve, sin cuestionar nada, y sin poder unirlo con la realidad. Hace el servicio
militar, cuyo mundo estructurado le sentó bien: Lo encajonó y lo mantuvo, pero
a los dos meses y medio de haberlo concluido, tiene lugar el gran trastorno:
los asesinatos sin ninguna motivación. Solamente menciona que el destino de
esas personas que era el de morir.
Es interesante tener en cuenta el punto de
vista que en este libro adopta Carlos Busqued. Insiste en la inexistencia de
causas, de motivos para matar. Es también el gran problema para los jueces y
psiquiatras. Matar sin lógica es lo que le tiene preso tras treinta y cuatro
años. Pero sí que hay detonantes: una infancia y adolescencia castrada por una
madre desequilibrada, una soledad absoluta y la ausencia de una relación con el
mundo real, y, en cambio, bastante intensa con la oscuridad.
El caso judicial de Ricardo Melogno es hoy
una investigación olvidada. No hay familiares, la gente ya no se acuerda.
Entonces la labor escritural de Carlos Busqued se proyectó en el empeño de que
la mayoría de la historia la contara Ricardo. Lo que el autor descubre, al
margen de las entrevistas, lo utiliza como marco contextual que, en algún
momento, completa las palabras del protagonista. Hoy el cuádruple asesino, a
pesar de haber dado muestras de arrepentimiento y de su buena conducta, sigue
entre rejas en un loquero, porque la
medicina oficial opina que, al no haber cambiado la estructura de base, como
sería el hecho de tener una familia, eso le hace potencialmente peligroso. De
un brote psicótico es muy difícil que alguien salga sin contención: las paredes
del hospital contienen lo que no puede
contener la cabeza del enfermo.
Una narración ciertamente desoladora,
escrita con una tonalidad lacónica, sobre todo en las respuestas de Ricardo
Melogno, con abundancia de giros del español de Argentina puesto que en buena
parte de la obra se reproduce el lenguaje oral rioplatense de Ricardo Melogno
en este su giro dramático hacía la oscuridad.
“Octubre de 1982.
Informe en Capital Federal. No declara, pero acepta ser interrogado. Sus
respuestas son concretas y, al parecer, honestas. No tomaba cualquier taxi.
Esperaba durante un tiempo hasta que llegaba algo dentro de él que le indicaba
que el próximo taxi que apareciera era «el que era». Una especie de orden
dentro de él. No una voz, sino más bien una sensación en el cuerpo. Durante el
trayecto no advertía a la víctima de lo que iba a suceder, ni la amenazaba. Piensa
que de esa manera sufriría menos. Dice que se sintió como si estuviese viendo
una película, como si él fuera un observador. Recuerda fragmentariamente los
cuatro asesinatos. De ninguno recuerda el momento específico del disparo ni de
la muerte de las víctimas. En todos los caso, luego de disparar, tomó los
documentos del chofer, apagó el motor y se quedó ahí un rato. Se llevó los
documentos por las fotos, por un tema de defensa. Teniendo sus fotos, los
espíritus de los muertos nunca volverían a molestarlo. La plata no le
interesaba.”
…..
“- De la cantidad
astronómica de medicación psiquiátrica que me fue administrada durante mis años
en la Unidad 20, la peor de todas fue el Halopidol.
El Halopidol te
contractura todo, se te va la lengua para el costado, se pone dura la
mandíbula. A mi me pegaba tipo muñequito de colectivo, las piernas todas
agarrotadas. No podía estar acostado, caminaba todo el día, se me acalambraban
las piernas de caminar. Así me tocara estar en un buzón, un cuadradito de dos
metros por uno, caminaba, me acostaba cinco minutos y, pin, saltaba como un
resorte, a caminar de nuevo. Es el cuerpo, que lo hace solo, funciona de esa
manera, no lo controlás, decís: «La reputa madre, quiero acostarme», y no
podés. Te destruye. El loco de Halopidol lo ves que viene caminando como un
robotito, babeando, es un muerto vivo. No podés seguir la película, no podes
pensar. Lo peor es que te mata la imaginación, la destruye. Te mata el proceso
creativo. Es todo algo monótono, gomoso. Te transformás en un ente, un zombi.”
…..
“-En Capital soy
inimputable, no comprendo mis actos. En Provincia comprendo y, en consecuencia,
soy responsable de mis actos. Premio Nobel de psiquiatría para la justicia de Provincia, que tiene el
remedio para la locura: la avenida General Paz.
El problema
central, mi gran problema a nivel judicial, es la falta de motivo para mis
hechos. Si yo hubiera dicho que maté para robar, estaría en libertad hace
quince años. O que lo hice por placer. Habría una lógica. Pero no recuerdo ninguna
causa o detonante. No hubo ningún antecedente previo.
No tengo nada
contra los taxistas.
Nunca odié a los
taxistas, nunca me hicieron nada, nadie de mi familia tuvo un problema con
taxistas, no me molestaba el color de sus autos, ni me importaba la marca de los
autos. No podría decir por qué les tocó justo a esas personas.”
(Carlos
Busqued, Magnetizado, páginas 24, 105,
120)