Alexander Grin
Traducción de Mercedes Noriega Bosch
Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2014, 102 páginas.
Prácticamente desconocido en
España y en los países con los que compartimos el mismo idioma, Alexander Grin,
heterónimo de Alexandre Stepanovich Grinevski (1880-1932), es sin embargo autor
de una extensa obra narrativa (relatos y novelas) que comenzó a escribir a
partir de 1906, después de haber llevado una vida errante: marinero en el Volga,
mendigo en Bakú, buscador de oro en los Urales, soldado revolucionario,
deportado a Siberia y a Finlandia de donde logró escapar. En su obra narrativa
funde temas tan diversos como la aventura, la ciencia ficción, los relatos de terror
y la crítica social. Su obra literaria fue marginada durante décadas y su autor permaneció en el olvido porque los
mandamases de la burocracia literaria de
la URSS consideraban que sus textos eran ajenos a la nueva sociedad. Editorial
Pasos Perdidos nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una de sus obras más
emblemáticas, Cazador de ratas. Podemos
así catar la obra de un gran romántico ruso, creador de un mundo literario
propio al que denominó Grinlandia, una utopía poblada por seres honrados,
valientes, desinteresados y aquejados, como su autor, de un profundo
romanticismo.
En la novela, Alexander Grin non sitúa en el
San Petesburgo de 1920, justamente el 22 de marzo de ese año. Una ciudad
agotada, hambrienta, depauperada por la guerra civil; con el frío y la nieve
acosando a la muchedumbre. El protagonista, cuyo nombre nunca sabremos, va al
mercado a vender sus libros a cambio de un mendrugo de pan. Es cuanto posee y,
aunque le paguen una miseria, se sentirá feliz. A la mañana siguiente cae
desmayado, y, víctima de una epidemia de tifus que asola a la ciudad, le internan
en el hospital. Y allí comienzan sus delirios. En ellos vislumbra a la joven
que el adía anterior había sujetado los cuatro picos de su gabán con un
imperdible. Una vez recuperado, le expulsan de inmediato del centro hospitalario,
pero no tiene donde dormir porque en su antigua madriguera se había instalado
un inválido.
Es el prólogo de su singular aventura.
Insomne deambula por las orillas del Moika donde un campesino pesca
clandestinamente. Se tropieza con un tendero conocido, al que la Revolución había
convertido en responsable de los alojamientos, que le ofrece los locales desiertos
del Banco Central para que pase sus noches y le sirvan de refugio. Es a partir
de este momento cuando la narración deja de lado los afanes realistas y se diluye
en un relato onírico, alucinante, turbador y repleto de vertiginoso paroxismo, rebosante,
no obstante de expresividad. Es también
entonces cuando halla un almacén repleto de productos alimenticios dignos de
figurar en la mesa de un gourmet. Y entre las delicias alimenticias aparecen
las ratas. La primera, una enorme rata roja. La sigue una avalancha de esos
inmundos roedores, que se deslizan entre sus pies como gruesos lagartos. La esperanza, la angustia
y el miedo -“la acerada cuchilla del miedo”- se apoderan del narrador
protagonista que espera entre tinieblas la visita anunciada de un desconocido.
El terror obsesivo, el pánico, los fantasmas, el ruido de las ratas corriendo
sobre los amasijos de papeles, pueblan su vista y su mente, su caótica
conciencia, incapaz de distinguir la realidad del delirio.
Un desenlace donde una chispa esperanzadora
de ese romanticismo tan caro al escritor, no impide que esta pequeña novela
rebose de pesadillas en la mejor tradición del terror ofuscado de Hoffman y Poe.
El lector de esta pequeña muestra de la
narrativa de Alexander Grin se encuentra pues con un texto donde se difuminan
lo real y lo onírico. La duda, como apuntan los especialistas de la literatura
de terror, se instala en la mente lectora ante la presencia de lo que aparentemente
es extraño, siniestro y hostil. O morbosamente antinatural como diría
Lovecraft. Literatura de terror que cumple además con una de las condiciones
compositivas que Alan Poe consideraba deseables en el subgénero: la brevedad
que hace posible su lectura en una sola sesión para no alterar con las pausas
la construcción del clímax.
Una traducción que nos llega de la mano de
Mercedes Noriega Bosch, supongo que a partir del original ruso, a un español
correcto y preciso, acompañada además de notas a pie de página muy
ilustrativas, así como un apéndice cronológico de Alexander Grin nos permiten
degustar esta muestra elocuente de la narrativa de terror de A. Grin. Debo
señalar, no obstante una pequeña mácula: sería preciso una puntuación más
ajustada a la normativa y uniforme.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Nadie
sabe que vengo aquí a vender libros –me dijo comunicativa, exhibiendo ante mis
ojos un billete falso que el circunspecto ciudadano había deslizado entro los
otros (lo agitaba distraídamente)-, aunque no vaya usted a creerse que los
robo, no, los cojo de las estanterías cuando mi padre está dormido. Mi madre
estuvo mucho tiempo enferma antes de morir, y tuvimos que venderlo todo, casi
todo. No teníamos ni pan, ni madera, ni combustible. ¡Imagínese! Aun así,
mi padre se enfadaría si llegara a enterarse de que frecuento lugares como
este. Y, sin embargo, no me queda otro remedio; vengo con cosas procurando ser
discreta. Te da dolor de corazón por los libros, pero ¿qué se va a hacer? Gracias a Dios, tenemos de sobra. ¿Usted
también tiene muchos?
-No-dije.
Me castañeaban los dientes (ya había cogido frío y mi voz sonaba un poco ronca).
No puede decirse que tenga muchos. En cualquier caso, es todo cuanto poseo.”
…..
“Los
fantasmas invadieron las tinieblas. Veía el espectro velludo que se aparece a
los niños en las esquinas oscuras de sus habitaciones durante las horas del
crepúsculo. Aún más horrible, aún más aterrador que una caída en el abismo, era
el temor obsesivo a que, justo detrás de la puerta, los pasos dejaran de oírse,
a que no hubiera nadie, y que ese vacío me rozase el rostro con sus alas
invisibles. Ya no podía imaginar que los rasgos de ese ser fueran los de un
hombre corriente. Solo faltaban unos segundos: imposible esconderme. De repente
los pasos se interrumpieron, justo detrás de la puerta, y fue tan prolongado el
silencio, roto solo por el ruido de las ratas corriendo sobre los amasijos de
papel, que tuve que esconderme para no lanzar un grito.”
(Alexander Grin, Cazador
de ratas, páginas 10, 61-62)