El amante de los caballos
Tess Gallagher
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 202 páginas.
Detrás de este libro, en la intrahistoria de su gestación, hay otra historia de influjos amorosos y literarios, simbolizada quizás por una palabra-símbolo: el vocablo “colibrí”. Su autora, Tess Gallagher conoció a Raymond Carver, uno de los grandes mitos de la literatura en América, padre del realismo sucio y una de las vigas (trabes) de oro del minimalismo, en 1978. Su vida en común fue, a partir de entonces, inmensamente placentera. El fluir de la relación amorosa significó para Carver el fin de la servidumbre al alcohol, diez años de propina en su vida, y para la poeta Tess Gallagher, un impulso para iniciarse en la ficción narrativa. Juntos escribieron y vivieron días de gran plenitud y hasta descubrieron que podían volar al revés como el colibrí del poema que Carver concluye con estos versos: “Cuando abras / mi carta recordarás / aquellos días y cuánto / cuantísimo te quiero”.
La edición norteamericana de El amante de los caballos fue la primera experiencia de Tess Gallagher en la narrativa. Fue, como he dicho, su tercer marido quien le dio el impulso para escribir ficción. Una prueba de fuego en la que Tess Gallagher se experimenta a si misma como narradora y en la que demuestra poseer riñones tan poderosos como los que ya había exhibido como poeta. Muchas de las historias a las que Tess Gallagher da vida ficcional en estos doce relatos, presentan matices aparentemente autobiográficos: las experiencias vitales de una joven mujer en el teatro del noroeste americano. Es el mundo provincial y provinciano del sur y del noroeste de los Estados Unidos, lugares del alma más que concreciones geográficas, el que actúa de telón de fondo de estas doce historias de existencias comunes y turbadas de forma irreparable por la irrupción de la violencia, las crisis y las contradicciones. Cuadros muy realistas de la vida de la clase media contemporánea.
Tess Gallagher |
Entre las más notables e impactantes menciono a la que rotula la colección, “El amante de los caballos”: el protagonista o la protagonista -el relato no muestra su condición genérica- rememora la figura del bisabuelo y del padre y acaba por reconocer que él mismo perteneció al infame mundo de los bailarines, borrachos, ludópatas y amantes de los caballos, rasgos “genéticos” de su estirpe familiar. Un relato, pues, sobre la identidad familiar y de la reinvención en el presente de vivencias del pasado. “El Rey Muerte” reconstruye la pesadilla del encuentro de una pareja con un vagabundo alcohólico, que decide habitar en el patio de su casa. En “Las gafas”, el lector asiste a los ilusorios esfuerzos de una niña para que le receten unas gafas. En “El pelele”, una crisis familiar le permite a una mujer tener una nueva visión de su marido, al que ahora considera un hombre pacífico y bueno. Pero, sin ninguna duda, la mejor pieza de esta colectánea es “Chicas”. Es así mismo la historia más conmovedora. Una anciana visita a una amiga de la juventud. Mas, tras la larga separación, la amiga incapacitada por una dolencia cerebral, no la reconoce. El inexorable olvido se supera con un acto preñado de fuerte simbolismo: se acuestan la una al lado de la otra y eso le permite verlo todo de color verde. Un eficaz y adecuado final para cerrar un libro que tematiza sobre la inconsistencia de las relaciones humanas.
Fragmentos de vida de seres triviales con un tono autobiográfico -“la autobiografía es la historia de los pobres desdichados”- había declarado Carver, hilvanados desde una poética minimalista, aunque no en la puridad absoluta que observamos en la narrativa del escritor con el que América más asocia al minimalismo. El estilo de Tess Gallagher economiza recursos, huye de los ornamentos formales como la metáfora o el símil. Pero es sugerente, meditativo y la carga emotiva del relato surge del todo, del conjunto de pequeños incidentes que sugieren significados y nos aproximan a una galería de personajes, de hombres y de mujeres, en su profunda y a veces dolorosa y desolada humanidad.
Tess Gallagher y Raymond Carver |