Federico Gamboa
Editorial Drácena, Madrid, 2013, 300 páginas.
Federico Gamboa fue un diplomático,
periodista, narrador y autor dramático mexicano, nacido en 1864 en Ciudad de México
y fallecido en la misma capital en 1939. La obra que lo proyectó a la fama, Santa, fue curiosamente editada en Barcelona en 1930. A lo largo del pasado
siglo y del actual se han sucedido las reimpresiones, fue llevada al teatro y
su adaptación cinematográfica se convirtió en la primera película hablada
rodada en México. Santa fue pues el
primer best seller mexicano y al mismo tiempo
su contrario: “el long seller, el libro que continúa leyéndose a lo largo de
muchos años (José Emilio Pacheco). Factores que promovieron su éxito editorial
fueron, sin duda, el sensacionalismo que su argumento suscitó entre la
conservadora moral porfirista de comienzos del pasado siglo y el morbo de leer el
relato de situaciones y experiencias de una vida crapulosa.
Si desde el punto de vista político e ideológico,
la existencia de Federico Gamboa solo cobra sentido en el Porfiriato en el que
encuentra su sitio, en literatura, especialmente en la novela Santa, es preciso ubicarlo dentro de la
corriente naturalista hispanoamericana. El mismo autor era consciente de ello y
manifestó en alguna ocasión que su propuesta fue aclimatar, en su
narrativa, los postulados enumerados y practicados por Zola y Goncourt. Y todo
ello a pesar de que Santa está huérfana de los substratos en los que se alimenta el
naturalismo: la alta burguesía, la gran industria, la vida en las grandes urbes
que hacen posible una imagen del hombre deshumanizado, brutal y decadente. Mantiene
intactos además los juicios religiosos y morales mamados en el catolicismo.
Por todo ello, por el choque con el naturalismo francés, Santa conforma una estética que
reorganiza los elementos europeos dando lugar a un naturalismo original y privativo:
el naturalismo mexicano. Santa sería
la novela en la que se estrena y reivindica esa estética enraizada en México, y
para ello Gamboa hace visible la figura de la mujer transgresora por excelencia, la personificación literaria de la
degradación del México del siglo XIX.
Ése es precisamente el tema de la novela, una trágica historia argumental,
encarnada en las amargas vicisitudes de una joven mujer originaria del campo
que, envuelta en las galanterías de un militar, queda embarazada, es abandona
por su familia y recurre a un burdel de la capital para solicitar trabajo como
prostituta. En ese ambiente de degradación, Santa (así se llama la
protagonista) se convierte muy pronto en la mujer más codiciada, la preferida del
prostíbulo. El hastío de la vida libertina hace mella en ella y provoca que
intente, en más de una ocasión, regenerar su vida, reivindicándose socialmente
viviendo en pareja. Intentos vanos que
terminan en el fracaso, con el consiguiente retorno a la práctica de la
prostitución en burdeles cada vez más astrosos. El alcoholismo y una enfermedad
la van minando y termina conviviendo con el pianista ciego del primer burdel
que la había amado desde siempre. Con él se reivindica momentos antes de su
muerte.
La novela se inicia “in media res”, en un
punto medio de la historia (cuando un coche de alquiler conduce a Santa al
prostíbulo en Ciudad de México), lo que provocará a lo largo de la narración frecuentes
retrospecciones o analépsis. En efecto, echando mano de no pocos flashbacks, Federico Gamboa brinda al
lector el pasado de la protagonista, numerosas escenas de Santa, “su largo
peregrinar a través de su vida” (página 65), presentadas como si acontecieran
en el tiempo presente.
El discurso narrativo, a pesar de esas frecuentes retrospecciones, se
ajusta a una arquitectura perfectamente diseñada, con una trama de la que
necesariamente se desprende un trágico desenlace. Las descripciones de los
tugurios prostibulares, la “cultura marginal” del burdel, las prostitutas, los
chulos y canallas cobran una poderosa vitalidad realista. Así mismo el narrador
diseña personajes, y los hace creíbles, a partir de unos pocos rasgos
esenciales. La misma Ciudad de México, en la pluma de Federico Gamboa, no es un
simple marco espacial de la acción, sino que actúa como un personaje que
condiciona, de forma prácticamente determinística, los comportamientos de los
personajes. Esa interacción ciudad-personajes es justamente una de las tesis
del naturalismo. La ciudad, así pues, convertida en una plasmación colectiva
que de forma simbólica, con su ambiente degenerado, determinará la decadencia y
el crepúsculo moral y físico de la protagonista. Determinismo social que se aúna
con un cierto determinismo genético (la degradación de la protagonista,
resultado de la herencia biológica). Ambos códigos son propios de las tesis
naturalistas.
Es imposible obviar el tono moralista de la
novela, herencia no tanto de una pacata moral católica, sino de la exaltación
de los ideales románticos. Por ello mismo y por el uso de un peculiar español decimonónico -la colocación enclítica de los pronombres átonos, por ejemplo-
y el excesivo alargamiento de algunas escenas, Santa no puede ser considerada como una novela actual, aunque siga
atrayendo el interés de los lectores.
Francisco
Martínez Bouzas
Federico Gamboa |
Fragmentos
“Fue
el Pedregal un cómplice discreto y lenón, con sus escondrijos y recodos
inmejorables para un trance cualquiera, por apurado que fuese, a diferencia de
la tapia de Posadas o por los sotos de la hacienda de Guadalupe (…) Y en el
Pedregal acaeció el lento abandono de Santa que dejó que le apretaran una mano;
luego, que le ciñeran la cintura; luego, que Marcelino se le acostara en el
regazo, con objeto -afirmaba el tuno- de contemplarla a sus anchas; y por último,
dejando que le besara las manos -¡las manos nada más!-; después el cuello, con
un besar suave y diabólico rozando la piel; después la boca, en los mismísimos
labios entreabiertos y húmedos de la doncella, que se estremeció de
voluptuosidad y trató de escapar, temblorosa, implorante.
-Suéltame,
Marcelino, suéltame, Por Dios Santo…¡que me muero…!
Sin
responderle y sin cesar de besarla, Marcelino desfloró a Santa en una
encantadora hondonada que los escondía.”
…..
“A
contar de la edificante cena, trocose Santa de encogida y cerril, en cortesana
a la moda, a la que todos los masculinos que disponían del importe de la tarifa,
anhelaban probar. Más que sensual apetito, parecía una ansia de estrujar,
destruir y enfermar esa carne sabrosa y picante que no se rehusaba ni defendía;
carne de extravío y de infamia, cuya dueña, y juzgando piadosamente, pararía en
el infierno; Carne mansa y obediente a la que con impunidad podía hacerle cada
cual lo que mejor le cuadrase.”
…..
“A
pesar de la decadencia de Santa, esta gehena la anonadó. ¡Qué noches y qué
tardes y qué mañanas y qué agonía! Salía de los brazos de un forajido y caía en
los del mal que por dentro la trituraba o en los del alcohol falsificado que
bebía a torrentes para ver de aniquilarse, de no sentir, de que la tirara
encima de su camastro o en el vivo suelo, y roncar embrutecida e insensible. Y
asistía, presenciaba lo que se sucedía, inconsciente y atónita, sin protestas
ni remedios, cual todos sufrimos las pesadillas peores que no se acaban, las
que enloquecen, las que, despiertos, nos hacen temblar, pedir fervorosamente a
Dios que lo visto y sentido no lo veamos ni sintamos nunca, más que en
pesadilla.”
(Federico Gamboa, Santa, páginas 56, 68-69, 266)