Ángela Álvarez Sáez
InLimbo Ediciones, Albacete, 2020, 109 páginas
Aunque
estructuralmente bastante polimorfo, el nuevo poemario de Ángela Álvarez Sáez, El hijo culebra, es temáticamente suficientemente
unitario. El núcleo que subyace en los diversos poemas y textos confeccionados
en distintas hechuras, es la maternidad y su ausencia, y la suplencia dolorosa
de la maternidad subrogada. También la familia
y las ausencias, sobre todo afectivas.
Diez
libros de poesía en el haber creativo de la joven poeta Ángela Álvarez Sáez. Y
de entre los que he tenido la oportunidad
de leer, este es el más complejo. También el que más golpea, quizás
porque es el más audaz. Pienso en un estilema de la lengua poética rosaliana
(“mármol y ternura”), pero aquí el lector solo encuentra mármol, el frio de la
realidad de una maternidad muy especial:
la mamá abismo, aunque venga arropar al bebé a su cama; la mamá sombra. El
mármol convertido en piedra dura, afilada, insensible, fría como el viento que
hiela. La maternidad como algo extraño.
Pero un
gran libro para inaugurar una nueva editorial independiente: InLimbo Ediciones,
cuyo lema es la extrañeza, lo raro: “Hacemos libros sobre la cara b del mundo”
escriben en su presentación.
Nueve
acotaciones y secciones de poemas y un diario estructuran el material poético
de este libro, de este artefacto radical que tiene mucho de insólito.
Ya en las
acotaciones que sirven de pórtico, se nos hace saber que no habrá carne ni
cuerpo en el poema, solo un río “que nace de mamá y nos desborda”. Silencio,
obscuridad. De inmediato, el programa de la maternidad subrogada, tan frío como
un protocolo médico, pero es el último clavo al que agarrarse debido a la fría
ausencia del hijo que se niega a ser concebido en el vientre materno. En el
Diario, con voz narrativa, se transcriben los sentimientos de la mujer cuyo
cuerpo es subrogado, alquilado para llevar el feto de otra mujer durante nueve
meses. Ella es la culebra. Piensa en sus hijos abortados, ahora que ya en su
vientre está floreciendo un óvulo ajeno y gestando así una vida. Y piensa en su
madre. Contempla la leche que mana de su pecho, pero que nunca dará vida. El
parto inducido y el bebé cuya piel no puede tocar.
Una sección
de poemas (“Poemas deformes”) nos enfrenta con los problemas familiares, con el
abandono del papá, y el hambre devorando a los hijos. Poemas sobre el abandono
en el seno familiar, alejados de toda calidad que hieren como navajas. Varias
páginas de breves textos poéticos, y a la vez narrativos, le dan la voz a la
madre: su desesperanza por su infertilidad.
Todo es
frío como la cánula que se introduce inútilmente en el útero, pero la
inseminación florece, y se siente árbol de luz. En un texto confesional, el
hijo habla, descubre el drama familiar y
percibe sobre todo lo seco, los renacuajos del estanque, los recuerdos, lloros,
la invocación a la protección materna, desintegración.
Una cita
espeluznante de la poeta María Auxiliadora Álvarez (“Mamá es un animal negro”)
le presta de nuevo la voz al hijo que se siente un cuerpo si raíz, una
garrapata que se agarra a la madre. Y la acotación final de la madre: “-Hijo,
tú eres el río y la culebra” (página 95). Un largo poema final que confirma lo
poetizado en el libro: “No hay luz en este poema” (página 101.).
A pesar
de ello y de que El hijo culebra es libro de poemas bisturí, hay ciertas gotas de
ternura, como cuando la madre viene de noche a arropar al niño en su cama.
Tonalidad
limpia, pero mucho más hermética que en la de otros poemarios (La casa salvaje, 2019 o Palabra vegetal, 2019), en la que tienen
cabida ciertos elementos oníricos.
Una nueva
indagación de la poeta en nuestro mundo, sin contemplaciones ni eufemismos.
Libro duro, cruel, bisturí, en el que ciertas imágenes potentes y
dramáticamente crudas a la vez que nos golpean, nos arrojan de bruces en la
realidad que nos rodea, especialmente en los ocultos secretos de la familia y
en esa práctica en la que dar una nueva
vida se transforma en una cantidad de dinero
Francisco Martínez Bouzas
Breve selección de poemas
“Mamá
dice que de bebé me dejaba
llorar en la cuna. Escuece el llanto
como
músculo. Mi llanto de bisturí
desgaja
las articulaciones
de
papá y de mamá. Y yo, expuesta,
me
duermo como un himno gigante.
Mamá
no viene y la cuna
es
el cuerpo del sapo”
(página 35)
…..
“Mamá
no se mueve.
La
hemos dejado en la cama
con
sus llagas de dolor.
Mamá
no nos enseñó
qué
hacer cuando ella no estuviera.
Barremos.
Limpiamos la casa.
Esperamos
el movimiento de mamá
subiendo
por las puertas. Abriendo
y
cerrando cajones. Mamá no se mueve.
Papá
nos deja solos sin el movimiento
de
mamá. Mamá nunca descansa.
Mamá
duerme en su saco
de
dolor como un animal cautivo.
Enjuagamos
su frente. Mojamos
sus
labios violetas.
Mamá
no se mueve”
(página 40)
…..
“De nuevo la cánula. Pero esta vez siento que me infiltran más oscuridad. Una
boca negra de oscuridad en el cristal. Un vaho negro. Escucho unos perros ladrar
fuera de la clínica. Pienso en sus patas manchadas de orín. Pienso en las niñas
que se cobijan en los hocicos de los perros mientras yo me desangro.”
(página 49)
…..
“El
poema me lleva en su boca.
Es
un perro con las patas manchadas
de
barro. El poema me deja desasido
en
el claro de un bosque. Busco a mamá.
Sólo
hay imágenes de mamá. Lloro.
No
hay centro. No hay carne.
Nadie
me abraza. Sólo imágenes sin brillo.
Pero,
ah, la sed. Mamá viene a darme paz.”
(página 80)