martes, 28 de febrero de 2012

NOVEDADES 2012 DE EDICIONES DESTINO


A tenor del ritmo de sus publicaciones, es evidente que la barcelonesa Editorial Destino, en la actualidad un sello editorial de Planeta, no tiene miedo a la crisis y da comienzo a su programación de publicaciones para el año 2012 con un considerable número de títulos, tal como nos tiene acostumbrados. Este avance de novedades editoriales se fija sobre todo en “Áncora y Delfin”, la colección emblemática de referencia, avalada por más de 1230 títulos. Entre esta amplia programación, y sin perjuicio de un más amplio análisis crítico posterior de esos títulos, destaco los siguientes:

La brisa de cinco de Marco Malvadi. Su autor es un científico italiano que en sus ratos libres escribe narrativa con la que ha logrado ser un referente de la novela detectivesca italiana. La brisca de cinco es pues una novela policial a la italiana que se convierte así mismo en comedia costumbrista, con cadáver al fondo, como ha escrito Alicia Gómez Bartlet. “Lectura entretenida e inteligente, que une perspicacia psicológica al humor, en un entorno rural muy familiar. Una crítica a la devastación del consumismo en los pueblos que ha creado en Italia una red de lectores adictos a los jubilados de Toscana” sigue opinando de esta novela la ganadora del Nadal 2011. “Bajo la intriga policíaca despunta la vida de una provincia rica, civilizada, de maneras expeditivas y de espíritu hiperbólico, que sobrevive, testaruda, a la devastación del consumismo turístico modelado por la televisión” (De la presentación editorial).

Hombres de honor de Xavier Bosch. El autor, periodista y ex director del periódico Avui, sutura en esta novela periodismo de investigación, intriga, memoria histórica, corrupción política y grandes dosis de mafia italiana. “El periodista Dani Santana, tras dejar la dirección del diario Crónica, empieza a trabajar en televisión. En su programa de entrevistas y reportajes conoce a Tuzza Talese, joven siciliana casada con un mafioso que ha decidido airear los trapos sucios de la Cosa Nostra, y que pronto podrá comprobar lo cerca que queda Barcleona para tentáculos mafiosos (…) Un gran personaje, el periodista Dani Santana, que ya triunfó con Se sabrá todo, la anterior novela de Xavier Bosch, en la que el periodista reivindicó la novela de reportero, la literatura que defiende el periodismo old school, el de las películas” (De la presentación editorial).

Cuando leas esta carta de Vicente Gramaje. El autor, médico rural en un pueblo valenciano, debuta en la narrativa con esta novela, ganadora del Premio Círculo de Lectores 2011. De su aficiona los relatos de viajes surje esta ficción, en la que están presentes la Guerra del Rif y el Desastre de Annual durante el verano de 1921 en el que era entonces el Protectorado de Marruecos.. El narrador rinde en esta novela un homenaje a los soldados españoles que combatieron en Annual. Y lo hace recuperando la figura de un personaje ficticio, el capitán Gimeno, inspirado en la figura real de otro oficial, cuyo nombre no revela por respeto a su familia. A través de vívidos flashbacks, el autor nos conduce hasta el árido campamento de Chemorra donde el oficial y sus hombres resisten y esperan la muerte. Mucho años después, que precisa asumir el fallecimiento de sus esposa, viaja por el norte de Marruecos y allí se encuentra con la antigua fosa común llena de restos de soldados españoles masacrados. Y con algo más: una botella lacrada, en cuyo interior hay una carta, las últimas palabras del capitán Gimeno dirigidas a su amada. La entrega de esta carta se convertirá en una obsesión para el médico valenciano.

El temblor del héroe de Álvaro Pombo. La novela de Álvaro Pomba, ganadora del Premio Nadal 2012, ya ha ocupado una entrada de este cuaderno. Una novela sobre la cobardía u la indiferencia y cuya sinopsis recupero de la presentación editorial: “Román es un profesor universitario jubilado al que invade la nostalgia de los días luminosos de la pedagogía en que fascinaba a sus alumnos despertándoles el amor por el saber y ayudándoles a alcanzar una vida más noble y más alta .Entre sus antiguos alumnos están Elena y Eugenio, una pareja de médicos a los que todavía trata y con los que ha establecido complejas relaciones en lo intelectual y en lo sentimental.
Por otra parte, halagado por el interés hacia su persona que demuestra un joven periodista, Héctor, permite que éste entre en su vida sin sospechar que el pasado torturado del nuevo personaje le atrapará en una situación en la que es incapaz de tomar decisiones, de comprometerse con el drama al que asiste.
Con una escritura tensa, vibrante, que deslumbra tanto por los hallazgos plásticos como por la indagación filosófica, El temblor del héroe es a la vez un acto de fe en la literatura como territorio donde plantear los grandes asuntos: la confianza y la traición, la posibilidad de arrepentimiento, la culpa, la cobardía, el valor, el sentido de la existencia”.

Miguel Delibes, una conciencia para el nuevo siglo de Ramón Buckley. Comento por último esta biografía intelectual de uno de los clásicos de la narrativa española del pasado siglo, Miguel Delibes, que Ediciones Destino publica en la colección Imago Mundi. Esta biografía, que escribe Ramón Buckley, ofrece una nueva óptica del papel y de la dimensión del escritor. Proyecta nueva luz sobre las ideas que sirvieron de levadura de sus novelas, desde La sombra del ciprés es alargada con la que obtuvo el Premio Nadal hasta El hereje, la biografía ficcional de aquel outsider social, Cipriano Salcedo, figura ficcional pero que personifica a todos los quemados por la Inquisición española a lo largo de los siglos. Y un alegato contra toda violencia ejercida en nombre de la fe. Un libro imprescindible para acercarnos a la figura intelectual de Miguel Delibes y disfrutar de un cabal contexto intelectual para leer su obra.

Francisco Martínez Bouzas

viernes, 24 de febrero de 2012

"LOS NOMBRES", UN THRILLER PSICOLÓGICO EN EL MEDIO ORIENTE

Los nombres
Don DeLillo
Traducción de Gian Castelli Gair
Editorial Seix Barral, Barcelona 2011, 444 páginas.


El autor de Los nombres, Don DeLillo está considerado junto con Thomas Pynchon, Philip Roth, S. L. Doctorow y Cormac MacCarthy el quinteto de novelistas por excelencia entre los narradores norteamericanos. Nacido en el Bronx en 1936, en el seno de una familia de emigrantes italianos, Don DeLillo se formó con los jesuitas  en Fordham University. A los 18 años inició su andadura literaria. Los nombres no es la mejor novela de Don DeLillo, como se escribió en 1982, pero si la que le hizo llegar al gran público, antesala de Ruido de fondo (1985), Libra (1988), Mao II (1991), Submundo (1997) o Cosmópolis (2003)… que le supusieron el reconocimiento como gran narrador, autor de obras maestras. Johon Banville y Matin Amis catalogan su obra en el ámbito de la poesía, de la “poesía paranoica”, esto último debido a las obsesiones que inquietan a Don DeLillo con relación al papel de EE.UU. en el mundo y a su condición tanto de gendarme como de chivo expiatorio. Esa paranoia afecta en gran medida a muchos de los personajes de Don DeLillo: están  en distintos lugares del planeta como norteamericanos, como ciudadanos de una nación que es el líder imperialista mundial y consideran que es su deber influir  a favor de este liderazgo. Por lo tanto, la inocencia no configura sus conciencias.
Los nombres, recuperada hace unos meses por Seix Barral en su colección emblemática, “Biblioteca Formentor”, es una novela reveladora y plagada de ramificaciones y de simbolismo en el más puro estilo DeLillo. Escrita a finales de los 70, es un texto enmarcado en el contexto de la guerra fría. Por eso por sus páginas se mueven personajes expatriados que asumen tareas clandestinas y con una cierta monomanía marcando sus rumbos vitales. Reducida a una breve y elemental sinopsis, Los nombres nos acerca a la figura  de James Axton, un americano que como analista de riesgos ha sido enviado a Grecia por una empresa multinacional tras la cual se enmascara la CIA. Desde allí recorre el Oriente Medio, redactando informes acerca de los conflictos políticos y económicos de la región, en un momento en el que ha explotado la Revolución islámica en Irán, menudean los secuestros terroristas y el petróleo se ha convertido en arma hostil. Durante una visita a la Isla de Kouros, donde viven su ex-mujer y su hijo, se entera de un misterioso delito ritual: un viejo solitario y tullido aparece asesinado a martillazos. Owen Brademas, director de las excavaciones arqueológicas donde trabaja Kathryn, la ex-mujer, piensa que el delito pudo haber sido cometido por una secta de adeptos, practicantes de sacrificios humanos y obsesionados por el conocimiento del lenguaje, de los nombres y de los caracteres alfabéticos.
En otros lugares, geográficamente distantes, tienen lugar asesinatos con características similares y con el mismo modus operandi. Todo ello empuja al protagonista a buscar una explicación y esa investigación le lleva hasta las fronteras del lenguaje, en un puzzle cuya solución se encuentra en las palabras.
Los nombres está narrada  en primera persona y aparentemente se apropia de la forma de la novela policial. No obstante, la pesquisa detectivesca en esta novela es solamente un pretexto. DeLillo presta mayor atención a la presencia simbólica de Grecia y, sobre todo, efectúa una penetrante reflexión sobre el lenguaje que obliga al lector a un constante ejercicio hermenéutico.
Algún crítico ha citado a Los nombres como un ejemplo paradigmático de la narrativa posmoderna americana, porque DeLillo emplea el esquema de la novela negra  y sus ingredientes canónicos (asesinatos, sectas, conspiraciones, sexo, alcohol, espías…) para especular  sobre el lenguaje como horizonte de la escritura. Si Michel Foucault afirmaba que, separado de la representación, el lenguaje solamente existe en forma dispersa, DeLillo piensa que aquello que llevamos al templo como ofrenda no son plegarias o cantos angelicales, sino lenguaje. Con este lenguaje sobrevivimos en una realidad sumergida entre los fragmentos de un mundo posmoderno. El oscuro potencial del lenguaje, persiguiendo las huellas de unos misteriosos asesinatos rituales, conduce al lector precisamente hasta las raíces de la misma lengua. A la dispersión foucaultina del lenguaje, opone DeLillo una constante reelaboración de los propios gestos.
La novela asume además la problemática del papel de Norteamérica en el mundo a la que aludí al principio. EE.UU, como mito viviente de nuestro tiempo y la CIA como mito de Norteamérica. La novela capta perfectamente la tirantez entre la verdad que sin duda late en muchas de las críticas al país del autor, a su omnímodo y nada inocente liderazgo y el hecho de que Norteamérica sea así mismo el gran chivo expiatorio ante todos los males del resto del mundo.
La escritura de Los nombres es sumamente densa y compleja. La mirada del escritor salta del diálogo a la descripción de un paisaje o de los gestos de una persona. Una mirada que crea conexiones, se interroga sobre si misma como mirada, como lenguaje e incluso como mirada americana.
Libro pues que demanda una lectura pausada, reflexiva, subrayando y anotando y que en nada se asemeja a la celeridad de la narrativa detectivesca. Por lo tanto, a la hora de abordar Los nombres podemos hablar de thriller, pero thriller psicológico que refleja, sobre todo, la condición fragmentaría del mundo de los últimos decenios y eso a pesar de la globalización.

Francisco Martínez Bouzas



Don DeLillo


Fragmentos

“Norteamérica es el mito vivo de este mundo. No existe sentido alguno de culpa cuando matas a un norteamericano o cuando echas la culpa a Norteamérica de quién sabe qué calamidad local. En esto consiste nuestra función, en ser tipos característicos, en encarnar cuestiones recurrentes que la gente pueda utilizar para reconfortarse a si misma, para justificarse etcétera. Estamos aquí para complacer. Sea lo que sea que la gente necesite, nosotros se lo suministramos. Un mito es algo sumamente útil. La gente espera de nosotros que absorbamos el impacto de sus propios agravios. Resulta interesante. Cada vez que hablo con un hombre de negocios de Oriente Medio que demuestra afecto y respeto por Estados Unidos, presumo automáticamente que se trata de un estúpido o de un embustero. El sentimiento de agravio nos afecta a todos de un modo u otro”.
…..
“- Se lo estaba diciendo a Ann. No hacen más que cambiar los nombres.
-¿Qué nombres?
- Los nombres con lo que hemos crecido. Los países, las imágenes. Persia sn ir más lejos. Todos crecimos con Persia. Qué imagen tan vasta nos evocaba aquel nombre. Una inmensa alfombra de arena, un millar de mezquitas de color turquesa. Una inmensidad. Una gloria cruel que se remontaba a lo largo de los siglos. Todos los nombres. Una docena, o más, y ahora Rhodesia, claro está. Rhodesia decía algo. Mejor o peor, pero era un nombre que decía algo. ¿Qué nos ofrecen en su lugar? Arrogancia lingüística, le sugerí. Me dijo que era un comediante. Ella carece de memoria personal de Persia como nombre. Pero también es cierto que es más joven, ¿no crees?”.
…..
“El mundo se ha convertido en algo autorreferente. Lo sabes. Es algo que ha empapado la propia textura del mundo. Durante miles de años, el mundo representaba nuestra forma de escape, nuestro refugio. Los hombres se escondían de si mismo en el mundo. Nos ocultábamos de Dios o de la muerte. El mundo era donde vivíamos, y nuestro propio yo era donde enloquecíamos y moríamos. Pero ahora el mundo ha adquirido un yo propio. ¿Por qué? ¿Cómo? Eso es algo que da lo mismo. ¿Qué ocurre con nosotros ahora que el mundo tiene un yo? ¿Cómo nos las arreglamos para decir la cosa más simple sin caer en una trampa ¿Adónde vamos, cómo vivimos, a quien creemos? Esa es mi imagen, la de un mundo autorreferente, un mundo del que no existe vía posible de escape”

(Don DeLillo, Los nombres, páginas 155-156, 315, 390-391)


martes, 21 de febrero de 2012

UNA FICCIÓN TRANSGRESORA DEL CONTRATO SOCIAL

grupo abeliano
Cid Cabido
Tradución de Sara Cid Cabido
Alianza Editorial, Madrid, 154 páginas
(LIBROS DE FONDO)

El lector que se acerca a los primeros párrafos de grupo abeliano, comprenderá de inmediato que en la novela de Cid Cabido acontecen cosas inauditas. Y si a continuación sigue leyendo y entra en el universo propio y singular e esta propuesta narrativa, en su atípica lógica, pacta con el autor y se mantiene fiel a la alianza, disfrutará con este libro como pocas veces habrá tenido ocasión de hacerlo. Su autor, Xosé Cid Cabido, o simplemente Cid Cabido es uno de los creadores de ficción más singulares del sistema literario gallego, padre del “Evidencialismo”, uno de los pocos movimientos literarios “made in Galicia”. Panificadora fue la primera novela evidencialista, “una novela evidencialista de clase”. De la misma forma grupo abeliano es preciso interpretarla dentro de las coordenadas del evidencialismo que no es ciertamente una colectánea de “paridas” , más o menos risibles, sino una forma de escritura que, subrayando de forma humorística y corrosiva lo que se oculta, tiene que ver con el desenmascaramiento social. Escritura por supuesto nutrida de evidencias de las que grupo abeliano es una excelente muestra, que debemos situar, en su plano diegético, en el universo propio de la novela y en la peculiar dialéctica narrativa de su autor.
Con relación a ese plano diegético, las 154 páginas de esta “novela larga de tipo breve” deberían producir en el lector una de las sensaciones más exultantes y divertidas que se pueden experimentar, como ya quedó apuntado. Este libro encierra en su mundo ficticio una historia revolucionaria, por ser absolutamente imprevisible, como diría Alain Badiou, y porque quebranta -y para colmo de forma exitosa y a la luz del día- nuestras convenciones sociales más sagradas. Una acción revolucionaria  y desconcertante, narrada en la bruma de una cierta incerteza y que tiene éxito sin que haya respuestas, como si los poderes establecidos quedasen paralizados ante tanto atrevimiento paradójico.
La trama argumental de la novela narra seis o siete días -tampoco esto queda claro- en la vida de un grupo definido por el anonimato e por la conmutatividad entre sus miembros. Seis o siete días vagando por las calles y durmiendo en cualquier cama prestada de una ciudad cualquiera y, como dije, actuando contra toda norma social. Se trata de un grupo indefinido, seis o siete hombres a los que alguna vez se les junta una rara lavandera, nombrados únicamente por la acción. En la novela, en efecto no hay nombres sino expresiones que remiten a acciones (“Aquel de nosotros que tiene el vicio de consumir cigarros puros”, “El de nosotros que destaca por su fuerza de convicción”…). En el interior del grupo funciona una solidariedad preconsciente e instrumental, especialmente a la hora de actuar, mas no como una forma de contestar el mundo de islas de la modernidad, porque en las acciones del grupo no existe ningún plan, se dejan llevar por la intuición. Todos andan al unísono sin haberse puesto de acuerdo, convencidos de que se puede sobrevivir sin programaciones previas, sin ninguna filosofía, excepto ciertas ideas de grupo afianzadas en las más diáfanas evidencias. Por ejemplo, que sin trabajar no se vive, pero hay mucha gente en el mundo que  lo pasa de maravilla sin dar un palo al aire; que comer de la basura da mucho trabajo, casi tanto como trabajar, o que atracar tiene sentido porque todo cuanto nos rodea, funciona sobre esa base.
Esta lógica atípica divertirá al lector, sobre todo al comprobar que el grupo obtiene excelentes resultados actuando con un cinismo inocente. Dos ejemplos: cogen “prestado” un coche de la policía y posteriormente les parece increíble que se puedan tergiversar de tal manera las cosas que les acusen de robo. Entran en un cine sin pagar -para relajarse con la máxima relajación- y le argumentan al portero que la cinta se iba a proyectar tanto si ellos entraban como si no. Sin embargo, protestan del mal estado del film en nombre de los consumidores, que tienen sus derechos, para eso pagan, pues, si solamente se quejan de las guerras los que las padecen, estas no terminarían nunca. La ficcionalización de este comportamiento tan marginal como insólito, concluye con un final surrealista, igualmente genial. Sucede una vez lo increíble porque el caos se convierte en esta novela en cosmos. El mundo no es coherente ni incoherente. Es una nube irreducible a la irracionalidad.
Para  comprender y gozar plenamente con las “proezas” de estos personajes anónimos, que tienen únicamente una identidad grupal, práxica y verdaderamente abeliana (son conmutables entre si), quizás es necesario situarse en un dominio de inteligibilidad de la realidad distinto del clásico, basado, por decirlo de alguna manera, en el principio de la causalidad lineal. En la narración de Cid Cabido funciona un tipo de dialógica en la que se integran recursivamente los eventos aleatorios, el orden y el desorden. Por eso mismo, grupo abeliano nos recuerda los universos del absurdo, mundos kafkianos pero al revés, sin que en el relato se deje de cuestionar, como quien no quiere la cosa o de forma explícita y combativa, los poderes establecidos, llámese Telefónica, las autopistas o el modo de producción capitalista.
Poco que observar con relación a los elementos estructurales y formales de la novela. Una estructura canónica, en absoluto compleja que se desarrolla de forma lineal en una secuencia diaria. Una curva descendente de “proezas”, como prólogo del clímax del final de la narración. Un registro lingüístico alejado de todo lirismo y artificio. Cid Cabido no describe, solamente narra. Pero en mi opinión, eso precisamente es lo que exige el corazón de la historia que nos quiere contar. ¿Cómo se va a detener el relato en la descripción de ambientes y personajes cuando, por definición, la trama novelesca sucede en una ciudad cualquiera, sin espacios privilegiados y sus héroes son seres anónimos que se definen únicamente por la acción. Con otra técnica y otros recursos grupo abeliano dejaría de ser lo que es: una novela insólita, transgresora, pero cautivadora.

Francisco Martínez Bouzas

Cid Cabido



Fragmentos

“Solicitamos audiencia con el gobernador y nos la concedió, no íbamos armados, de modo que fue muy fácil superar los controles de seguridad que había en el vestíbulo.(…)
Nos sentamos ante el escritorio del gobernador, rodeando su ángulo de visión en un semicírculo de radio variable; detrás de la puerta había gente armada, eso lo sabíamos. Tal vez reconoció a uno de nosotros, que es lo que se dice un chico de buenas familias, también contábamos con eso como tarjeta de presentación.(…)
El  primero en hablar fue uno de los nuestros, quiero decir que el gobernador no inició la conversación con cualquier frase hecha; nos quedamos un momento en silencio después de tomar todos asiento, reuniendo las sillas que había repartidas por el despacho, y de repente escuchamos la voz de alguien que dijo:
   Señor gobernador, qué le parece se abandona su puesto y lo deja todo en nuestras manos.
Él no reaccionó, en apariencia, se limitó a recostarse contra el respaldo del sillón al mismo tiempo que cruzaba las manos sobre el pecho y nos observaba uno a uno con mucha serenidad.(…)
Alguien de nosotros habló de nuevo:
   Señor gobernador, recoja sus cosas y váyase. Haga el favor, abandone el Gobierno.
No sucedió nada, pero al cabo de unos segundos respondió el gobernador:
   ¿Debo entender que tienen ustedes autoridad para destituirme?
   Por supuesto, dijo uno de nosotros, con firmeza, está usted destituido, querido amigo.
Se produjo entonces uno de esos largos paréntesis de tensión que un director de cine avezado aprovecharía para sacar el máximo partido a la capacidad interpretativa de sus actores. (…)
Finalmente, el gobernador inclinó la cabeza en un gesto leve, casi imperceptible, y los hombres se retiraron.
Empleó  poco más de una hora en recoger los bártulos y al despedirse nos rogó que si encontrábamos algo suyo tuviéramos la deferencia de enviárselo a casa”
…..
Llegamos a unos minicines y estuvimos dando un vistazo a la cartelera, que, la verdad, no nos resultó muy atractiva, pero al final como no teníamos ganas de estar sentados (…) decidimos entrar a ver la película que nos pareció  menos repugnante.
El pequeño inconveniente que se nos presentó fue que el portero del cine quiso impedirnos la entrada porque decía que primero había que pasar por taquilla y pagar siete u ocho entradas, a lo cual uno de nosotros respondió que sólo pretendíamos sentarnos con la máxima relajación (ese jacket de butaca) y ver una película que de todas formas iban a proyectar tanto si nosotros entrábamos como si no, y que así también ayudábamos a crear ambiente en el cine y que siendo como era día del espectador bien podían hacer una excepción. Finalmente accedió el portero a dejarnos entrar con la condición de que al menos durante los primeros quince minutos no ocupáramos ningún asiento fuera de la primera fila de butacas..Entonces lo que hicimos fue comprar palomitas de maíz y meternos en la sala a entumecer las piernas -quinta fila por supuesto-, por otra parte la película era tan mala que algunos de nosotros aprovechamos para descabezar un largo y profundo sueñecillo. Al terminar la sesión, la lavandera y el nuestro amigo -los únicos que la habían visto entera- nos comentaron que la película podía pasar(…) . Solamente se quejaban del efecto que producía en la vista permanecer atentos noventa minutos a una imagen que no dejaba de vibrar y además estaba muy desenfocada, así que al salir se lo comentamos al portero que nos remitió al maquinista (… ) le dijimos que por aquella vez podía pasar pero que en lo sucesivo se abstuviese de proyectar copias defectuosas, o con máquinas viejas o en mal estado, porque los consumidores tenían sus derechos, y que por eso pagaban. Esto último lo escuchó el portero y se acercó al grupo para decir que ya era el colmo que después de pasar gratis aún tuviésemos la cara de protestar, a lo cual uno de los nuestros respondió que protestábamos por nosotros y por cualquiera, tanto si había pagado como si no, porque la obligación de la empresa propietaria del cine era dar las películas en buenas condiciones, cosa que el portero acabó reconociendo pero añadió que tampoco era muy razonable por nuestra parte insistir en la queja cuando los que habían pagado no habían dicho ni mu, a lo cual respondió uno de nosotros que si únicamente se quejaban de las guerras los que las padecían así se explicaba que continuase habiendo guerras, y entonces el portero se retiró y no volvió  a decirnos nada”
…..
“Sois muy jóvenes, decía Xaquín (a él se lo parecíamos), y por eso no sabéis aún lo que queréis.
Suponiendo que lo supiéramos, dijo uno de nosotros, el que mejor especula y polemiza -losdemás nos callamos y permanecimos atentos a la evolución de la charla-, suponiendo que prefiriéramos no saber lo que queremos o incluso sin querer nada, ¿en que cambia eso las cosas?
Un hombre, dijo Xaquín, tiene que hacer algo en la vida. Xaquín  no estaba influido por las nuevas corrientes de igualación hombre-mujer en el habla, o simplemente no las conocía, y por eso decía hombre para refereirse en general a cualquier persona.
¿Por qué?, preguntó el nuestro
Porque si no hace nada es un inútil.
Por definición, creo que pensé yo
¿Y qué más da?, el nuestro
¿Qué más da ser un inútil?, pero si estáis en lo mejor de la vida ( Por un momento pensé que, gustándole tanto el vino, Xaquín diría «en la flor de la vida».) Yo, en cuarenta años, no hice otra cosa que trabajar, y no me daba pereza (…)
Trabajar hay que trabajar, dijo Helena
¿Pero por qué? El nuestro
Porque si no trabajas no comes, hijo
Nosotros comemos y no trabajamos
Porque trabajan vuestros padres, argumentó Helena (…)
Estuvimos dándole vueltas a lo mismo durante un buen rato. Y ninguno de nosotros, excepto el que polemiza, intervino demasiado en la conversación, porque todos coincidíamos con lo que él estaba diciendo. Sin trabajo no se vive, ¡pero hay tanta gente en el mundo que vive de maravilla sin trabajar! De manera que nosotros decidimos, por otra parte sin haberlo comentado ni mucho no poco, esperar a que todos trabajen para sumarnos. Mientras haya quien vive mal trabajando y quien vive como un rey sin dar golpe, somos partidarios de mantenernos a la expectativa”

(Cid Cabido, grupo abeliano, páginas, 11-13, 31-32, 101-103)


viernes, 17 de febrero de 2012

"LOS NÁUFRAGOS DEL BATAVIA", UNA DISECCIÓN DE LA INFAMIA HUMANA

Los náufragos del “Batavia”. Anatomía de una masacre
Simon Leys
Traducción de José Ramón Monreal
Acantilado, Barcelona, 2011, 86 páginas.


La cita de Edmund Burque que abre el libro (“Para que triunfe el mal sólo hace falta que la buena gente no reaccione”) y la que lo cierra, un verso de Ifigenia en Táuride, (“El mar lava todos los crímenes”) sirven de perfecta marcación para situar la substancia narrativa de esta pequeña pieza literaria, que bascula entre la ficción-reportaje de aventuras marinas y la más espeluznante narrativa de terror. Un libro que, según el conocido prefacio de Joseph Conrad, uno de los clásicos del género (The Niger of Narcissus), apela a nuestra capacidad para el deleite, para la admiración, para la intuición del misterio que rodea la vida, pero es así mismo capaz de suscitar emociones primitivas como el miedo, la angustia, producidas por elementos amenazantes de la realidad, en este caso de la realidad humana: crímenes, locuras, situaciones límite…)
Es un libro de aventuras porque Simon Leys nos sumerge de lleno en ese periplo de miles de millas que pretendió efectuar  el Batavia, un gigantesco navío, orgullo de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, durante ocho meses desde la rada de Texel  hasta la Isla de Java, en la antigua Insulindia. El autor nos informa de los riesgos y dificultades de la navegación en el siglo XVII, de las condiciones de hacinamiento de la tripulación y viajeros (hombres, mujeres y niños), de la falta de salubridad y finalmente del choque contra un arrecife en las inmediaciones de la Terra Australis Incognita. El Batavia se hundió, en efecto, en 1629 al estrellarse contra los arrecifes de los Houtman Abrolhos, un grupo de islotes coralinos situados a unos ochenta kilómetros mar adentro del continente australiano.
Y es a partir de este desgraciado naufragio, el más sonado y mítico hasta que se produjo el del Titanic, cuando el lector presencia otro naufragio: el naufragio ético de la condición humana, que Simon Leys disecciona con el escalpelo de su pluma. Los cerca de trescientos supervivientes consiguieron refugiarse en cuatro islotes, pero muy pronto cayeron bajo la férula de uno de ellos, el sobrecargo ayudante Cornelisz, ex boticario psicópata que, con la ayuda de un puñado de adictos a los que había logrado seducir, organizó el reino del terror.
El libro de Simon Leys disecciona de forma muy efectiva esa masacre. El mismo autor reconoce que la sobria historia de los pavorosos hechos parece haber sido escrita por un guionista de Hollywood. Mas todo fue real: los asesinatos monstruosos, la violación colectiva de las mujeres que habían sobrevivido, los mismos supervivientes obligados a matarse entre si…Todo dirigido por una lógica inclemente dirigida a la reducción demográfica y al control absoluto de personas y de voluntades.
El estremecimiento surge en el lector casi como un acto reflejo al comprobar como la infamia humana puede traspasar todos los límites, especialmente cuando la arbitrariedad se disfraza de manera eficaz con las vestimentas del terror.
Réplica del Batavia
Simon Leys explora así mismo las pistas ambiguas que pueden explicar la inclinación criminal de este psicópata sanguinario. Cornelisz tuvo como guía al pintor Jan  Torrentius, un personaje de moralidad escandalosa para la época, y su pertenencia a la secta anabaptista que, a la par que adoptó una expresión austera y mística, engendró igualmente tendencias esotéricas, violentas y orgiásticas, haciendo tabula rasa de la conciencia del bien y del mal. (“Es curioso observar, de paso, que son precisamente gentes que no creen en el Infierno las que parecen a veces más inclinadas a producir replicas bastante fieles de él en este mundo”, páginas 67-68).
Narrativa breve basada en hechos reales, escrita con un lenguaje directo, desarrollada con claridad y a la vez con concisión y brevedad que el autor justifica en un texto introductorio, “El libro que nunca existió”. Leys relata únicamente lo necesario, remitiendo al lector a la obra de Mike Dash, Batavia’s Graveyad.
Concluyo el comentario recuperando la idea de las citas iniciales, tan oportunas para comprender que  lo que aconteció después del naufragio del Batavia, que los regímenes del terror y del asesinato masivo no fueron patrimonio exclusivo del psicópata del Batavia y de sus acólitos ni de los verdugos de Auschwitz. Ese loco furor homicida sigue hoy vigente en la faz de nuestro planeta. La buena gente no reacciona. Y así mismo  seguimos sumidos en la opacidad de las conciencias ante la costumbre y el paso del tiempo. Al fin y al cabo, desgraciadamente, el mar acaba lavando todos los crímenes del hombre.

Francisco Martínez Bouzas

Simon Leys


Fragmentos

“En la noche del 3 al 4 de junio de 1629, empujado por una buena brisa, el Batavia hacia la ruta a la luz de la luna, a toda vela. Durante la segunda guardia nocturna, el hombre de vigía creyó percibir, todo recto delante del navío, una blancura en lontananza, como si el mar rompiera contra un bajío. Dio aviso al patrón que se encontraba en el castillo de popa, pero éste, estimando que no se trataba más que de un reflejo de la luna sobre el agua, mantuvo al navío en su rumbo. Se sentía perfectamente seguro: la víspera sin ir más lejos, su última estimación había situado al navío ¡a seiscientas millas de la costa más próxima! En realidad, en ese preciso momento, no estaban más que a cuarenta millas de Australia, y se encontraban exactamente en medio de un vasto y peligroso campo sembrado de arrecifes y de islotes coralinos, el archipiélago de los Abrolhos… Un instante más tarde, se produjo un impacto formidable  acompañado de unos chirridos espantosos: llevado por su peso y su impulso, el Batavia acababa de quedar completamente inmovilizado, literalmente empalado sobre una cresta invisible de coral”
…..
“Cornelisz -que había adoptado ahora el título de capitán general- y sus acólitos formaban una casta de señores: ocupaban las mejores tiendas, disponían a su capricho de las mujeres a las que su juventud había permitido sobrevivir; se pavoneaban en uniformes de fantasía, trajes con galones y cintas, se bebían los vinos del Batavia y circulaban por el islote equipados con espadas, hachas, cuchillos y macanas; cualquiera que llamase de alguna manera su atención se veía de inmediato intimado a probar su lealtad y su sumisión al capitán general: se le designaba al punto una víctima a la que acogotar, estrangular, ahogar o apuñalar, y si dudaba e hacerlo, era el mismo quien sufría idéntico trato.
De este modo todo el mundo acabó por estar implicado en aquella masacre permanente. Al final, ¿quién era cómplice y quién víctima? El propósito de Cornelisz era borrar toda línea de demarcación clara entre aquellos dos estados, pues era sobre esta misma confusión sobre la que se asentaba su poder. Los juramentos de fidelidad que todos habían prestado (y que tuvieron que renovar varias veces) consagraban ya una especie de participación colectiva en el asesinato. En cuanto a los que aceptaban desempeñar un papel activo y personal en los asesinatos, la mayor parte mataban simplemente por miedo a que les mataran a ellos; pero algunos le tomaron finalmente gusto; así, uno de ellos en particular, un adolescente enclenque, lloraba y pataleaba para que le dejasen de una vez degollar a alguien -tarea para la que su debilidad física le hacía relativamente inadecuado-y el entusiasmo sanguinario que demostraba acabó incluso por asquear a sus superiores.”

(Simon Leys, Los náufragos del “Batavia”, páginas 38-39, 56-57)

jueves, 16 de febrero de 2012

"MENTIRA", UNA APUESTA POR LA CALIDAD LITERARIA

Mentira

Enrique de Hériz

Edhasa, Barcelona, 635 páginas
(LIBROS DE FONDO)


La gestación de Mentira supuso una arriesgada apuesta para su autor, Enrique de Hériz (Barcelona, 1964). Graduado en Filología Hispánica, se dedicó desde muy joven  al trabajo editorial, llegando a ser director editorial de Ediciones B. Intentó compaginar su actividad como editor con su vocación de narrador. Fruto de este maridaje, surgieron tres novelas, El día menos pensado (1994), Historia del desorden (2000) y Sorda pero ruidosa (2003). Hasta que hace once  años, dejó su cargo para dedicarse por entero a escribir su cuarta novela, este monumental trabajo narrativo.
Su atrevimiento se vio recompensado desde el primer momento. Primero a través de la recomendación personal, del boca a boca, después con los elogios unánimes de la crítica que descubre este insospechado tesoro narrativo,  el caso es que Mentira agotó edición tras edición. Más de treinta mil ejemplares vendidos a los pocos meses de su lanzamiento y el entusiasmo de los libreros catalanes, convirtieron a Enrique de Hériz en el segundo autor español, después de Javier Cercas con Soldados de Salamina, en obtener el Premio Llibreter, situándose a la par del Premio Nobel, J. M. Coetzee. En el año 2004, Mentira  fue durante varios meses, junto con La sombra del viento,  la novela española mejor situada en el ranking de las más vendidas, sólo superada por los best- sellers, El Códido Da Vinci y El Club de Dante.
Estas consideraciones extraliterarias nos dan pie para pensar que estamos ante una inmensa fabulación, no solamente por la extensión de sus 635 páginas, sino sobre todo por su calado narrativo, por un riquísimo texto en el que se conjugan, con eficacia y armonía, aventura y profundidad filosófica que, sin quererlo, nos traen el recuerdo de Conrad. Una gran fábula, profunda, poderosa, inteligentemente escrita, que sabe combinar intriga, acción y elementos reflexivos. Y que nos atrapa desde esa emblemática primera línea: “¿Muerta? ¿Muerta yo? A quién se le ocurre. No mientras me quede una sola palabra por decir”.
El punto de partida de Mentira fue una obsesión de la adolescencia. El autor confesó que cuando falleció su padre, víctima de un cáncer, tras una larga agonía, el niño de doce años acompañaba a su madre cada tres meses para obtener del juzgado la fe de vida confirmando que su padre seguía vivo. Aquello, relata Hériz, le tenía cautivado y de esa experiencia extrajo la conclusión de que la vida es una leyenda, una riquísima leyenda que nosotros mismos construimos, muchas veces con pequeñas mentiras.
La experiencia se plasmó en un texto con una historia cuyo inicio es el erróneo anuncio de la muerte en tierras guatemaltecas de una conocida antropóloga, especialista en ritos funerarios. Descubre, sorprendida, que los periódicos han publicado su esquela y que su familia ha repatriado sus cenizas. A partir de este acontecimiento, Enrique de Hériz levanta una enorme estructura narrativa en la que se alternan dos voces: la de la antropóloga y la de su hija que vive en Cataluña. Entre las dos nos van descubriendo una historia familiar repleta de pequeñas mentiras, cuentos, leyendas o ritos funerarios practicados de forma atávica por pueblos primitivos. Y como telón de fondo, una reflexión sobre la muerte, especialidad de la antropóloga, sepultada en el corazón de la selva caribeña. Una obsesión se convierte en el hilo conductor del discurso narrativo: saber quiénes somos y si en definitiva la muerte nos dota a todos de la misma identidad. Mentira, suturando realidad y ficción, lo testimonial y lo legendario, aventura y hondura filosófica, en una impresionante estructura narrativa, que incluye a veces reiteraciones redundantes, refleja en múltiples espejos y con pinceladas de humor, que nuestra vida es una ficción, erguida a través de lo que nos han dicho que somos, que el presente, real pero muchas veces falso, se construye a partir de un pasado épico y legendario poblado de minúsculas mentiras. Una gran fábula, poderosa e inteligentemente escrita, sobre una obsesión: saber quién somos y si la muerte nos dota a todos de la misma identidad levantada con frecuencia sobre elementos legendarios. Así lo pone de manifiesto el escritor: para identificar el frío, nuestro cerebro precisa tener una noción del calor. Solamente contraponiéndolos puede incorporarlos a conciencia. Para conocer de verdad lo que significa estar vivo, lo tiene mucho más difícil; le falta el otro extremo de la comparación, ya que no nos resulta posible saber qué significa estar muerto. Por eso necesitamos edificar nuestra identidad sobre una armazón  de leyendas que no siempre tienen la solidez deseada. Ante la ausencia de la verdad, construimos la mentira.

Francisco Martínez Bouzas


Enrique de Hériz


Fragmentos

“¿Muerta? ¿Muerta yo? A quien se le ocurre. No mientras me quede una sola palabra por decir. Estoy en la Posada del Caribe. Llevo aquí casi un mes y medio sin ver a nadie. Mentira: una vez por semana viene Amkiel a traerme provisiones. Los martes, creo, aunque mi noción del tiempo no es demasiado fiable. Aquí todos los días se parecen.
Posada del Caribe. Menudo nombre. Son seis cabañas rectangulares, dispuestas en torno a una cuadrada y mayor  que las demás, que cumple las funciones de comedor y centro de intendencia. Todas tienen techumbres de palma. Paredes de troncos gruesos hasta media altura. Grandes cristaleras en la mitad superior. Lástima de mosquiteras. Son tan tupidas que apenas dejan pasar la luz de la jungla, ya por sí escasa. Porque estoy en la jungla de Petén, en el norte de Guatemala. Queda muy lejos el Caribe”
…..

“Llegar hasta el final. Necesito llegar hasta el final. Se lo digo todo de golpe. Casi todo: se llama Ismael, lo conocí en el trabajo. Cuántos hijos tiene, me pregunta. Qué quieres decir. Hombre, si no has dicho nada a nadie será que está casado. No, no está casado. Entonces cuál es el problema. El problema es. Me corto. Me callo. Bajo la cabeza. Luis no presiona. Sabe que estoy a punto de decirlo: el problema es que tiene veintitrés años.
Se queda un rato callado, mirando al techo. Está sacando cuentas. Le echo una mano: quince, Luis, le digo. Soy quince años mayor que él. Y qué, dice. Me mira. Y qué. Pero pienso que habla por hablar. Por quedar bien. Eso no es ningún problema, dice. No seas ridículo, Luis. Soy una mujer. Soy una mujer madura. Ismael es un crío. Bueno, si estás enamorada de él…¿Enamorada? No sabes lo que dices. Estoy a punto. Quiero decírselo: enamorada no, lo que estoy es embarazada. Pero no se lo digo”

(Enrique de Hériz, Mentira, páginas 11 y 269)

domingo, 12 de febrero de 2012

LA NARRATIVA CONVERSACIONAL Y REFLEXIVA DE HIDALGO BAYAL

Conversación
Gonzalo Hidalgo Bayal
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 238 páginas.


Ciertas circunstancias extraliterarias pueden, sin duda, influir en la consolidación de una carrera como escritor. Una de ellas es el sello editorial. Gonzalo Hidalgo Bayal fue siempre un excelente narrador. Sus libros así lo demuestran. Pero el hecho de que sus primeros obras fueron publicadas por editoriales poco conocidas sumió a la producción literaria de este escritor en la penumbra, por no decir en la invisibilidad. Hasta que una editorial de primera línea como Tusquets Editores reeditó Paradoja del interventor y poco después Campo de amapolas blancas. En la actualidad Hidalgo Bayal es un autor fijo de la casa editorial barcelonesa, donde ha publicado El espíritu áspero y recientemente los relatos de esta colectánea que es Conversación. Mas Hidalgo Bayal fue siempre y sigue siendo el “insólito y excelente escritor”, apelativos con los que se le está promocionando ahora, pero merecidos desde siempre.
Atendiendo a su forma, Conversación se estructura en cinco relatos apoyados en el diálogo, en la conversación. Al lector lo pone tras la pista la definición de conversar que aparece en el Tesoro de la lengua española de Sebastián de Covarrubias, colocada en el frontispicio del libro. La razón narrativa, dialógica, gobierna pues el perfil de estos cinco relatos, sin excluir el último, “Reparación”, un soliloquio transitivo donde un anónimo yo protagonista enclaustrado y prisionero de rutinas, se dirige a un tú, su postrer interlocutor para hacerle partícipe de las peripecias del reparador.
En cambio, la sustancia de Conversación, su esencia diagética, está presidida por otra razón: la razón ética en algunos momentos, filosófica en general, que genera temas del vivir diario, empapados de reflexiones filosóficas y conflictos morales e intelectuales. Desde esas “raíces rotas” de los presocráticos que impregna el relato “Aquiles y la tortuga” hasta las reflexiones sobre el misterioso poder del lenguaje y ese interrogante abierto sobre la identificación entre literatura y verdad (“Hablo, como comprenderéis, desde el punto de vista literario, el único punto de vista en el que se sostienen las verdades”, página 91).
Pero no es el único relato contaminado por el mal de los filósofos (“una especie de fiebre o de locura que los griegos llamaban pantápasi manikós, página 70). La razón ética deja sentir su presencia en los cinco relatos. Está presente en el que inaugura el libro, “Kalé heméra”, un texto de hechura realista, cimentado en una sencilla trama de la aventura erótica en los años de juventud y que deja una huella en el protagonista, no de orgullo donjuanesco por la conquista, sino de compasión hacia una mujer indecisa entre la fidelidad matrimonial y el deseo de experimentar nuevas sensaciones. Así mismo en “Corzo”, un relato con el que Hidalgo Bayal retorna a la desabrida geografía de su novela El espíritu áspero (2009), que actúa como telón de fondo en una historia contada por duplicado con dos versiones o variantes distintas, lo que nos permite vislumbrar que las existencias humanas están condenadas a ser relatos con múltiples versiones, porque la palabra humana resulta casi siempre insuficiente para destripar el misterio del ser humano. “Monólogo del enemigo” es el cuento donde el escritor se viste de moralista -un moralismo exento tanto de didactismo como de maniqueísmo- para seducirnos con una profunda cavilación sobre el odio que es superior al ser humano.
Le pone el ramo al volumen otro relato impresionante, “Reparación”, repleto de enigmas, desnudo de los componentes canónicos del cuento e impregnado por un agobiante y claustrofóbico clima kafkiano, comunicado desde perspectivas casi imposibles, pero pleno de reflexiones sobre la naturaleza humana y las barreras de hombres y mujeres para comunicarse.
Textos, en definitiva, sumamente ricos en significado y connotaciones, rebosantes de trama, construidos con maestría, con narradores que son auténticos brujos equilibristas del lenguaje, un lenguaje que Hidalgo Bayal conjuga en una modulación clásica, realista y descriptiva, sin renunciar a ciertos artificios retóricos, basados en simetrías distribucionales, como los abundantes y arriesgados palíndromos, presentes en algunos de los relatos (“Saúl Olúas”, “Acaso los siervos obréis solos acá”, página 55). Escritura pues para paladares exquisitos que saben apreciar delicados manjares literarios.

Francisco Martínez Bouzas




Gonzalo Hidalgo Bayal


Fragmentos

“La mujer me acompañó hasta la puerta y me dio la mano. Es una pena, dijo, podíamos haber hablado de muchas cosas y estoy segura de que habría aprendido mucho griego. Insistí en que no se preocupara. Entonces, sin soltarme la mano, me dio un beso en la mejilla. Adiós, dijo. Proseguía sin soltar mi mano. Algo debió de cruzar de pronto por su mente, una luz fugaz, una ocurrencia traviesa. No sé. Entonces me miró y me dio otro beso, muy suave, con los ojos llorosos y el cuerpo estremecido. Yo me quedé inmóvil, perplejo, indeciso. Ven, dijo. Y, como quien es conducido con resignación al matadero, como quien se presta a un sacrificio inaplazable, caminó delante de mí, llevándome de la mano, hasta el dormitorio, donde entramos como dos adolescentes indefensos e  inofensivos. A las doce y media me dio la mano por tercera y última vez en la puerta de la casa. Si hubieras sido mi profesor de griego, esto no hubiese ocurrido, dijo. Y me pidió un favor: que lo recordara siempre y que nunca lo contara”
…..
“Así como sobre la columna decapitada no se sostiene hoy el templo, pero sí se sostiene la arquitectura occidental, así también una frase rota de Heráclito o Parménides no sostiene nada más que vagamente el pensamiento de sus autores, pero fundamenta los sólidos muros y el edificio entero del saber del mundo.”
…..
“No basta el odio para ser enemigos, dijo mirándonos serenamente desde la penumbra del local. No basta el odio, repitió. Acabábamos de asistir a la escena de una degradación,  a una humillación más pintoresca que cruel, en la oscuridad de media tarde de una pequeña cafetería lateral, pero todo lo que el hombre dijo, al principio, fue solo eso. Miró a su copa y pronunció despacio, con mansa tristeza, esa frase rotunda. No basta el odio para ser enemigos, no basta el odio.”
…..
“Siempre me ha gustado poner nombres a las cosas y a los acontecimientos, una especie de furor taxonómico que me acompaña y reconforta desde que me senté, años ha, en ese augusto sillón. La vida es ver pasar. Me digo. Para algunos, añado, como yo mismo. Para otros vivir es volver, como para el reparador. Que a unos nos toque luego ver y a otros volver, depende del azar, de los dados del destino, del malicioso arbitrio de los dioses. Volver o ver volver: de eso se trata y, no hay que darle más vueltas, eso es todo.”

(Gonzalo Hidalgo Bayal, Conversación, páginas 20-21, 66, 125, 173)

lunes, 6 de febrero de 2012

EL DESEO POSMODERNO, LA CONTUMACIA DE LA CARNE

Llámalo deseo
José Luis Rodriguez del Corral
Tusquets Editores, La Sonrisa vertical, Barcelona, 182 páginas.
(LIBROS DE FONDO)        



Pocos y apenas sin nombre son los templos donde se rinde culto a la erótica, esa afección teñida de deseo, y también género literario, que tiene que ver con la recuperación de muchas cosas. Y en primer lugar, con la recuperación de los cuerpos silenciados y transgresores que ocultaban en su interior todo lo que la cultura patriarcal impuso con sus prácticas y también con sus prédicas. Así pues, la buena literatura erótica no se nutre con aquellos libros que, según la célebre definición de Rousseau, leen los lectores con una sola mano. Se alimenta, por el contrario, con la donación absoluta al lector, donación de los cuerpos, no solamente en la corporalidad física, sino también en aquella otra mucho más delicada y sutil. 'Darse' por entero al lector para que éste sienta placer, como diría Roland Barthes.

Y es importante que la literatura, que nunca desaprovecha nada, no se haya olvidado del amor y del erotismo. Los dos siempre estuvieron ahí, de forma larvada o quizás incluso con otros nombres. Pero la literatura, ese juego interminable y muchas veces “insensato” de palabras, ha recreado innumerables historias eróticas. Desde la antigüedad, desde ese sabrosísimo plato para sondear en el amor de los efebos que es El banquete de Platón, hasta Lolita de Vladimir Nabokov. Y hasta nuestros días, a pesar de que en el ámbito de las letras hispánicas la verdadera literatura erótica es hoy prácticamente inexistente. Acaso porque, como afirma Vargas Llosa, ya no es la censura lo que es necesario flanquear, sino la barrera de la banalidad y del estereotipo. La permisividad hizo que todo resulte aceptable, se evaporó el efecto escandaloso y el erotismo es hoy en día algo previsible, mecánico, monótono, carente del refinamiento estético e inconformista y capaz de desafiar la moral represiva establecida.

Hay, eso si, algunos acontecimientos aislados que contribuyen de forma puntual a inventar un género erótico en las diversas literaturas estatales de ámbito hispanoamericano. Sin duda el más conocido y relevante fue el premio y la colección “La sonrisa vertical”, que celebró en 2002 su veinticinco aniversario superando el listón de los 120 títulos publicados. En la actualidad son 147 “sonrisas verticales” editadas por Tusquets.  En efecto, en 1977, la editora Beatriz de Moura y el cineasta Luis García Berlanga convirtieron en realidad el proyecto de crear un premio y una colección de literatura erótica, para los que el director de cine eligió el título de “La sonrisa vertical” a partir de una metáfora francesa. El premio, uno de los pocos que quedaron desiertos de vez en cuando, pretende surtirnos del aire para respirar, ya que el deseo es salud. Pretende recuperar el culto a la erección, al hedonismo, a las fértiles cosechas que una buena y gozosa literatura puede ofrecer.

El galardón fue a parar, en la convocatoria del año 2003, a las manos de un escritor neófito, el librero sevillano José Luis Rodríguez del Corral, que lo obtuvo con la novela Llámalo deseo
En la pieza, que está escrita con la intención de combinar el lirismo con la excitación sexual de tal manera que la descripción de los actos sexuales se haga sin amaños, pero al mismo tiempo sin caer en la afectación relamida, entran en acción cuatro personajes. Dos mujeres, dueñas de su propia sexualidad, y dos hombres sexualmente pasivos. Héctor, un autista sexual, tímido, que contempla con placer morboso los entrenamientos de una joven y atractiva nadadora vestida de neopreno y a la que observa como una sirena del 'bondage', como una mujer atada, miembro del harén de sus fantasías de las hermosas durmientes atadas. Tal como acontece en el burdel de la novela de Kawabata, en el que se les ofrecen muchachas anestesiadas a ancianos que las prefieren así para no avergonzarse de su decrepitud.

Y Luis, reducido por un accidente a la inmovilidad y para el que su mujer alquila películas porno. Lo hace para aguijonear su fantasía pensando que en aquel reducto imaginario podría encontrar ganas e impulsos “de empalmarse y también de vivir”. Sin embargo, el escape sexual de los personajes masculinos de la fabulación (la pornografía de los vídeos y las imágenes de mujeres atadas) no es la opción capaz de hartar la insatisfacción sexual de ellas, los dos personajes femeninos, Belén y Claudia, que decidirán tomar la iniciativa.

Surge así una novela de hombres estáticos y de mujeres con amplios desplazamientos que, situados en un tablero de ajedrez -el símil es del mismo autor-, representan a dos reyes que apenas se mueven, y a dos reinas responsables de sus libres desplazamientos por toda la geografía del tablero.

Un lenguaje rebosante de imágenes sugestivas e insinuantes y una estructura dual formada por secuencias pares, narradas en primera persona por uno de los personajes femeninos, y otras impares, escritos en tercera, se convierten en el vehículo apropiado que introduce al lector en las escondidas y secretas regiones de las fantasías y en los suburbios del deseo posmoderno, ajeno a tabúes y prohibiciones. Deseo que sigue siendo un motor indispensable para la vida y que continúa alimentándose, como siempre, de insinuaciones, de excitaciones, de tendencias atávicas, de exquisitas humillaciones, de obsesiones sin nombre, de la universal contumacia de la carne.

Francisco Martínez Bouzas

* Este texto, con ligeras modificaciones, fue publicado el día 1 de junio del año 2003 en el periódico El País de Cali (Colombia)
José Luis Rodríguez del Corral



Fragmento

“Héctor es virgen, por más que se masturbe con furor de hincado. Nunca ha estado con ninguna mujer. Mas cuando llega al obsceno y aislado recinto, donde también se habla en susurros, como en los lugares sagrados, y raramente se levanta la voz, tras hacer entrega de las siempre enojosas pruebas de su delito, se da una vuelta y no encuentra nada que le llame la atención en los anaqueles repletos de bestialismos, sodomías, sadismos, coprofagias y demás horrores cansinos de enumerar. Está demasiado contento para conformarse con el surtido habitual de sus obsesiones, y la atmósfera sofocada y chillona le resulta opresiva. Se va inmediatamente, sin pararse siquiera a ver las revistas. Belén lo ve de refilón, desde arriba, mientras espera a que una clienta salga del probador. Lleva, despreocupado, las manos en los bolsillos, pero ella no repara en ese detalle. Se pregunta si piensa en ella cuando está caliente y ve a esas mujeres suculentas de grandes pechos y nalgas, si también se excita entonces pensando en ella. Se imagina como una amazona expulsando a todas aquellas furcias a patadas. Como un gran viento se imagina barriéndolas a todas con sus perifollos, zapatos de tacón, medias, ligueros, bragas de satén, estrictos corsés, gargantillas, collares de cuero o deberlas, todo revuelto en una nube de polvo que las arrastra muy lejos, donde su insano brillo no contamine la luz del sol. Barrerlas con un soplo como a un ejército de fantasmas. En ese momento la clienta, una morena entrada en años pero vivaracha y resultona, sale del probador, se contonea ante el espejo para ver cómo le queda la falda, se pone las manos en las caderas, yergue el torso, se contempla, ajena a todo, ajena a Belén, también reflejada en el espejo tras ella, y se dedica una sonrisa satisfecha y gatuna”

(José Luis Rodríguez del Corral, Llámalo deseo, páginas 62-63)