El señor Borges
Epifanía Uveda de Robledo / Alejandro Vaccaro
Edhasa, Barcelona, 164 páginas
(LIBROS DE FONDO)
En el mes de mayo de 2004, en una sesión del Senado argentino, estaba previsto que el entonces vicepresidente Daniel Scioli le entregase una distinción a Epifanía Uveda de Robledo, en reconocimiento de su dedicación de más de treinta años a Jorge Luis Borges. Sin embargo, el acto fue suspendido a última hora porque la viuda del escritor, María Kodama, intervino para evitar que tuviese lugar el homenaje a la criada de Borges así como la presentación del libro que acababa de escribir, Señor Borges, memorias de su vida con el escritor. Epifanía Uveda de Robldo no es otra que Fanny, la fiel sirvienta que trabajó en la casa de Borges desde 1950 y que fue despedida en 1986, cuando el escritor argentino más internacional se estableció en Europa junto con María Kodama.
Fanny fue la fiel servidora, la mujer que, con excepción de su madre, Leonor de Acevedo, mejor conocía al escritor. En septiembre de 2003 la Cámara Federal Argentina absolvió a Fanny de la demanda por difamaciones interpuesta por María Kodama, que no sale bien parada en este libro que Edhasa edita ahora para España. Ni tampoco en las declaraciones que en 2002 la fiel mucama había hecho a la revista Loft, en las que da fe de que Borges había muerto siendo virgen, que se casó con Elsa Astete Millán por sugerencias de su madre (“Georgie por qué no te casas, así no te quedas solo cuando yo me muera”), y que no mantuvo relaciones sexuales con ninguna mujer porque el solo hecho de pensarlo le producía pánico. Fanny recuerda lo que doña Leonor le dijo a Elsa momentos antes de la ceremonia del matrimonio. “Mira que Georgie no quiere compartir cama”. A lo que la prometida respondió: “Yo se como llevarme un hombre a la cama”. Fanny tiene la seguridad de que en este matrimonio, lo mismo que en el contraído con su última mujer, María Kodama, Borges jamás mantuvo relaciones sexuales. Recuerda también Fanny que, en su vulnerabilidad de ciego, vivió sometido a la codicia y a la crueldad de María Kodama que le amenazaba constantemente con abandonarlo.
Al hilo de los recuerdos trasladados a la escritura por el ensayista Alejandro Vaccaro, El señor Borges, permite que nos sumerjamos en la cotidianeidad de la vida de Borges, e sus fobias y en sus filias. Una forma complementaria de penetrar en el apasionante mundo borgeano, un mundo no solamente repleto de escondrijos literarios, de eruditas citas bibliográficas, sino también de humanidad. Fanny recorre todos los contornos del Borges íntimo: la vida diaria; la rutinaria e inútil espera anual por el premio Nobel. Año tras año, en efecto, se repetía la misma rutina. Borges siempre era el eterno candidato al Nobel de Literatura. Pero también año tras año, la negativa a otorgárselo se convertía en la noticia del día. Ni siquiera fue posible el último año: “La última vez, que por supuesto tampoco le dieron el premio Nobel, se juntaron un montón de periodistas pensando que ese año se lo iban a dar. Hacían guardia durante todo el día y entonces, cuando llegó la noticia, empezaron a decir que no, que no se lo habían dado y el señor se puso muy mal. Él pensaba que si, que ese año se lo iban a dar, porque sentía que él merecía ese premio... Pero había uno que mandaba más en es parte del mundo y dijo: mientras yo viva Borges no va a ser el premio Nobel. El señor se puso muy triste”. La alegría cuando en 1979 le conceden en España el premio Cervantes que Borges interpreta como la coronación de su vida. El absurdo casamiento con un final previsible en 1967 de un hombre de sesenta y ocho años, de un hombre no habituado a los cambios. El dolor por la muerte de la madre. La inutilidad del escritor para la vida material de cada día. Su conocida opinión sobre el fútbol: “Los que juegan al fútbol parecen estúpidos, todos corren detrás de una pelota. Sería mucho mejor darle una a cada uno”. Las amistades y las mil anécdotas que jalonan la vida del escritor, los disparatados sueños borgeanos, sus frágiles comidas, sus manías a la hora de escoger la ropa. La “plata” que Borges guardaba entre los libros. El misterio de los cambios radicales en los últimos meses de su vida. La presencia “de esa piel amarilla que se va a quedar con todo”
Epifanía Uveda de Robledo |
El libro de Epifanía Uveda y Alejandro Vaccaro nos estimula para releer a Borges, iluminados por otra luz: la de su humanidad. Y al mismo tiempo nos descubre y nos muestra a Fanny, la mujer fiel y discreta que tanto quiso y tanto honró a Borges sin haber leído ninguno de sus libros, como ella misma confiesa. Fluyen los recuerdos de una forma incontenible en este libro cálido y acogedor y nos permiten comprender la personalidad de Borges, la humanidad de aquel sabio que, cuando le preguntaron: “¿usted es Borges?” , respondió ciego pero con los ojos claros: “A veces”
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Si bien Borges descreía del matrimonio como institución, ya que lo consideraba un triste destino para la mujer, esto no lo amilanó para proponerle enlace a más de una (Concepción Guerrero y Estela Canto entre otras). Sus relaciones con las mujeres no se caracterizaron precisamente por haber sido duraderas y dejan la sensación, después de haberlo escuchado hablar sobre el tema, de que en la mayoría de los casos sus deseos amorosos no fueron correspondidos.
Sin embargo, al promediar los años sesenta Borges encontró la mujer que lo llevaría hasta el Registro Civil para aceptarla como matrimonio y en esto tuvo una activa participación su madre.(…)
Jorge Luis Borges y Elsa Helena Astete Millán se casaron ante el Registro Civil de la ciudad de Buenos Aires el 4 de agosto de 1967. Para esa fecha Elsa tenía cincuenta y siete años (…) y Borges entonces ya tenía sesenta y ocho años.
(…) Se casaron por la Iglesia el día de la primavera y en realidad el clima estaba espléndido. Pero enseguida empezaron los problemas. Por la noche el señor Borges y la señora Elsa, después que se fueron los amigos que habían venido a saludarlos, tuvieron una pequeña discusión. La señora Leonor( madre de Borges), a toda costa le insistió al señor Borges para que fuera a dormir al Hotel Dorá, con su mujer, y ella también por supuesto, pero él no quiso saber nada.
«Para eso se casó» repetía doña Leonor. Pero él no quiso ir por nada del mundo, pese a la insistencia de la madre. La señora Leonor se vistió y acompañó a Elsa hasta la parada del autobús para que se fuera a su casa en la calle Talcahuano. Entonces esa noche la acomodé la cama y se acostó a dormir como siempre. A la mañana siguiente cuando lo desperté le pregunté, con un poco de picardía, cómo le había ido la noche de bodas. Me miró, se sonrió y me dijo: «Soñé toda la noche que iba colgado a un tranvía. Fíjese el sueño raro que tuve.»
Fanny esboza un gesto risueño al recordar la anécdota. Borges era un hombre desacostumbrado a los cambios y ciertas rutinas de la vida cotidiana le daban seguridad.”(…)
“Doña Leonor era una buena señora, pero muy autoritaria. Fue la mamá y la hermana las que arreglaron el casamiento porque él nunca dijo nada, no sabía nada. (…) Le compraron los muebles, le compraron el departamento, todo lo compró la señora Leonor. (…) El departamento era hermoso, con una habitación muy grande y luminosa para el matrimonio pero el señor Borges le dijo a la madre: «No, yo quiero mi habitación con mi cama». Así que tuvimos que arreglar una habitación para él, con su escritorio y con sus cosas. Entonces Leonor le dijo a Elsa: «Georgie no quiere cama de matrimonio». Ella dijo que no le importaba, que sabía cómo atraer a los hombres a la cama. Todo lo arreglaban entre ellas”
(Epifanía Uveda de Robledo / Alejandro Vaccaro, El señor Borges, páginas 55-57)