viernes, 29 de enero de 2016

"REGRESIONES": LA RECUPERACIÓN DE UN TIEMPO QUE NO VOLVERÁ



Regresiones

Vicente Muñoz Álvarez

Ediciones Lupercalia, La Romana (Alacant), 2015, 235 páginas



   Además de editor, Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966), es un incansable cultivador de la entera gama genérica: poesía, narrativa corta y larga, ensayo. Un escritor esponja o todoterreno, como se considera él mismo. El pasado año publicó la “novela” de los años 70, 80 y 90 de la capital leonesa, en la que, con indudable acierto, amalgama su propia biografía y el retrato de su generación, reflejados en el trasfondo, para la mayoría de los lectores poco conocido,  de una ciudad: León. Un libro que era una deuda pendiente con su propia conciencia literaria, escrito desde una distancia temporal suficiente, que le otorga al escritor la necesaria perspectiva para valorar con criterio ajustado y al mismo tiempo relativista, los acontecimientos de aquellos años en la ciudad vivida, gozada o padecida, que de todo hay en cualquiera experiencia vital.

   El libro es lo que dice el título: regresiones a los espacios de la infancia y de la juventud, sobre todo. Memorias de un superviviente en una ciudad gris, hecha color gracias a los comics, las viejas arquitecturas, los cromos y las teleseries, como se ha escrito.

   Regresiones no es narrativa fácil de encasillar. Algo así como un híbrido entre novela y libro de memorias. Crónica de vivencias reales y sentimentales en la ciudad de uno: León, la de Vicente Muñoz Álvarez. Una crónica que echa a andar extrañamente con el primer contacto con la muerte, en una tarde-noche invernal, a la edad de cuatro o cinco años, con una terrible sensación de náusea y desconsuelo, tras escuchar de sus padres qué era morir. A continuación, una medida sucesión de secuencias vivenciales en las que el escritor recupera su infancia, vivida y soportada con inocencia infantil durante la dictadura: los sabores de las manzanas de caramelo de los años 70; los juguetes que desarrollarían sus tendencias ensoñadoras; el intercambio de cromos al pie de la Casa Botines, el palacio mítico y tenebroso donde se instalan los abuelos, y que retorna con frecuencia en estas regresiones; la particular Casa Usher del niño al lado del siniestro cine Mari, siempre presente en las pesadillas del escritor y germen de la afición por la literatura y cine de terror; la deuda pendiente con el colegio de los Agustinos y su terrible dinámica educacional; las series de televisión, partes entrañables de una educación sentimental; la fascinación por Cría cuervos, la película de Saura que “me traslada empáticamente a otro mundo y tiempo, una infancia/adolescencia de penumbra imprecisa” (página 51), con el tristísimo tema de Jeanette Por qué te vas, que se instalará para siempre en su corazón; los terrores difícilmente asimilables en la infancia, como los que le generó la casona de la descuartizadora del Portillo.

   Las recuperaciones de la “fiesta” de la Transición, para los adolescentes de entonces con el desmadre del punk, el destape, el cine alternativo, el underground… y la  Pura Vida (Movida). Y los ojos del adolescente que navegan todavía por un maravilloso mundo poblado de tritones, salamandras, monos marinos…E incontables héroes y superhéroes que, más que ninguna otra cosa, serán lo que deje en el cerebro adolescente la llamada Transición. También la lluvia de aquellos días percibida desde la penumbra de las aulas y pasillos del colegio frailuno, “metáfora del tedio infinito”; los festivales de Eurovisión, “sangre para la máquina de la dictadura, nueva carne para la de la Transición” (página 83); aquellos primeros latidos de cine erótico y pornográfico que disipaban la libido de la pandilla de adolescentes; las revistas que rulaban cargadas de lujuria por las manos adolescentes; el inicio cabrón en la vida adulta.

   Y con los 80, la explosión de la Movida que en León comenzó con los Cardiacos. Y acto seguido llegarían en tromba incontables grupos que atruenan la noche leonesa e imponen los acordes de la iniciación musical del autor; el enganche a la lectura con H. P. Lovecraft y el inicio de la escritura de los primeros relatos también bajo el influjo del gran innovador del relato de terror.

   Y así, regresión tras regresión, Vicente Muñoz Álvarez, desocupa el baúl de sus recuerdos y visibiliza, para todos aquellos que nos acercamos a las páginas de este libro, lo que fue su despertar a la vida, su educación, también la sentimental y, en el último capítulo, “Días extraños, lo que sería una apuesta suicida por la literatura. En una Coda final veinte escritores y músicos de la generación del escritor nos ofrecen su testimonio de lo vivido y de lo compartido.

   Un libro pues de recuperación del tiempo ido, de “los tiempos maravillosos y lejanos que (salvo en mis regresiones) no volverán” (página 33). Escrito con tonalidad nostálgica, aunque al autor no le guste ese estado de ánimo escritural, pero sobre todo con mirada lúcida, evocadora, en un plausible ajuste de cuentas con los héroes y mitos personales del escritor, desde un tiempo que emerge de la dictadura, pero que muy pronto se transforma en un espacio mucho más abierto, libertario y creativo que el actual.

   Libro eminentemente leonés, escrito con un estilo de prosa intenso, a veces furioso, esponjoso y dilatado siempre, y que, no obstante su localismo, no desagrada a aquellos lectores capaces de disfrutar con las recuperaciones vivenciales, escritas desde una cruda honestidad. Porque todos o casi todos nos hemos iniciado a la vida padeciendo y gozando de las mismas caricias y de similares cicatrices.



Francisco Martínez Bouzas

                                                     
Vicente Muñoz Álvarez



Fragmentos





PP. AGUSTINOS

(My generation)



“aquella fortaleza inmensa de ladrillo rojo…con ella más que con ninguna otra estampa o visión infantil tengo una deuda pendiente…el ying y el yang, el aprendizaje y la duda, lo austero y lo sórdido, lo mágico y crepuscular, la caspa y el cielo…comenzando por un recuerdo insignificante, aunque para mí imperecedero: la pólvora: aquella arenisca pardusca que recogíamos cuidadosamente de entre las junturas de los ladrillos de la fachada, mezclada con telas de araña y saber qué otros residuos, pólvora, la llamábamos, que atesorábamos para cargar nuestras pistolas imaginarias, primeros ensayos de ensoñación…para seguir por aquellos inmensos y tenebrosos pasillos que conducían a las aulas, el eco distorsionado de nuestros pasos en la penumbra, el latido acelerado de nuestro corazón, y el laboratorio de fósiles e insectos empalados y cabezas reducidas de jíbaro y animales disecados y minerales y microscopios, mi lugar de ensueño favorito, y la enfermera y la enfermería y las dolorosas vacunas en el brazo y el gimnasio y los curas, adustos, siniestros, sombríos, enfundados en sus túnicas negras, con aquellas correas de cuero con las que nos fustigaban a la menor ocasión, grises y contenidos, macilentos y reprimidos, irascibles y abrasados por qué sé yo qué fuego interior.”



…..





CUANDO ÉRAMOS REYES

(Brillaba la Perla)



“más que nunca huelo estos días a carne quemada, los 80 más que nunca renacen en mí, lo siento, compis de los 90, sé que estáis hartos de oírlo, pero hubo allí algo muy grande que os perdisteis y fue lo mejor que se ha vivido en este país, a saber qué, porque ni siquiera nosotros, los supervivientes de entonces, lo teníamos muy claro, qué pasó en la Transición, justo después de que el Innombrable muriera, cómo y cuándo comenzó la fiesta y por qué aquella eclosión de fanzines y grupos (un reciclaje castizo de lo que nos venía de fuera: punkis, chulapos, flamencos progresivos y psicotrópicos a mansalva), qué sé yo, pero aquello fue una fiesta sí que lo tengo claro, cuando éramos reyes, todos a nuestra santa bola, sin más careta que nuestra propia piel…recuerdo luego, durante mucho tiempo, cómo renegué de aquella movida, grupos americanos, australianos, franceses, ingleses, cómo me parecía un pastiche todo lo nuestro, pero lo cierto es que reviso ahora aquellos temas (o mejor dicho: vuelven ellos a mí) y me erizan como escarpias los pelos al recordar todo aquello…”



…..



BOYS BOYS BOYS

(Pezón furtivo)



“pocas cosas hicieron vibrar tanto la España de los 80 (al margen del 23 F) como los pechos de Sabrina Salerno en la Noche Vieja de 1987, aquella horterísima canción, Boys, aquel diminuto pantalón ajustado…repitieron el vídeo en los medios hasta la saciedad (incluso a cámara lenta), un pezón furtivo y un instante de éxtasis y arrebato para todos los españolitos de a pie, y de indignación para todas las madres y esposas de este beato país…veintiún años tenía yo entonces y recuerdo aquella canción como un acontecimiento nacional que dividió a media España, millones de hombres babeando frente  a la pantalla del televisor con los ojos como platos y millones de mujeres echando espumarajos y pestes por la boca, hasta el punto de generar casi una guerra civil (sin Tejero de por medio) entre ambos sexos…cuántas discusiones y peleas originó aquel dichoso vídeo, cuántas fantasías y exorcismos, yo fui testigo de unos cuantos, todo por un pezón rebelde escapándose de un corpiño ajustado (cuando había pasado ya el boom del destape setentero y los videoclubs rebosaban de películas X y los quioscos de revistas pornográficas de todo género y tipo)…”



(Vicente Muñoz Álvarez, Regresiones, páginas 42, 123, 141)

miércoles, 27 de enero de 2016

UNA SINFONÍA RABIOSA EN UNA CUBA CAÓTICA



Fabián y el caos

Pedro Juan Gutiérrez

Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 235 páginas



   Retorna a la narrativa el escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950), conocido como el Bukowski caribeño, aunque él confiesa que nada tiene del excéntrico escritor norteamericano, nacido en Alemania.  Celebrado sobre todo por su Trilogía sucia de La Habana. Le debemos al escritor cubano una escritura frenética, descarnada, con varias válvulas de escape, el alcohol y el sexo entre ellas, y de las que habla sin eufemismos ni tapujos. Una constante que se repite en esta novela con relación a la política y a la situación social cubana, no a esa La Habana que se cae a pedazos, sino a la homofobia revolucionaria en la ciudad de Matanzas. Pedro Juan Gutiérrez es el creador de una suerte de antihéroe de los bajos fondos, su homónimo Pedro Juan, un corrosivo hedonista que a veces destila gotas de romanticismo.

   Y regresa el escritor matancero con una historia que amalgama ficción y hechos reales, y cimentada fundamentalmente en dos vidas paralelas, dos personajes: el Pedro Juan, fiel protagonista de buena parte de las novelas del escritor y Fabián, hijo tardío de un matrimonio español emigrado a la Isla en los años 20 del pasado siglo. Dos personajes antitéticos aunque sometidos igualmente a tensiones. Uno es Pedro Juan, atlético, rebelde, vividor hedonista, compulsivamente aficionado al sexo. El otro es el Fabián del título: un chico enclenque, temeroso, aficionado a la música y homosexual. Su gran pasión: interpretar a Wagner en el piano. Ambos personajes son amigos o conocidos desde la infancia y representan las dos formas contrapuestas de vivir la Cuba revolucionaria. La novela es el fiel testimonio de un tortuoso y precoz desmoronamiento de un joven y talentoso músico cubano que ve truncada su vocación en la Cuba castrista debido a que sus inclinaciones sexuales no se ajustan a las consignas del régimen.

   Es Fabián, aunque la novela no se inicia con su presentación o con el relato de sus peripecias, sino con las de sus ancestros: sus abuelos y sobre todo sus padres, tanto en España como en  Cuba a donde habían emigrado en los años 20. La pareja progenitora es una copia difícilmente superable de la candidez (ella) y de la picardía y afán ahorrativo (él). El hijo, concebido por un error de cálculo del padre y por la ingenuidad de la madre. Así nació Fabián, después de haber escuchado machaconamente en su vida fetal la vacilante música de piano interpretada por la madre. En la familia todo marcha sobre ruedas hasta que la vorágine de la Revolución se tragó la tienda del padre y sus ahorros. Es el año 1961. Con un párrafo rotundo, sin concesiones, resume el escritor lo acontecido: “En ese momento todos los cubanos, seis millones de personas, quedaron igualados por lo bajo (…) En un instante dejaron de existir la clase alta, la media y la baja (…) Ahora todos eran  pobres de verdad” (página 51.

   En la siguiente secuencia, escuchamos la voz de Pedro Juan, en pleno inicio de una juventud que segrega mucha testosterona, y camina por senderos tortuosos, con un proyecto de vida consistente en vivir con intensidad y desorden total. La narración dibuja con fuerza, casi con furia, la vitalidad hedonista de este personaje: el placer de la desobediencia de un jodedor caótico, como se autodefine. El personaje nos cuenta su vida y sus peripecias para evitar ser un robot en un país donde todo comienza a estar prohibido, donde  la expresión “desviación ideológica” se pone de moda. Y en su devenir, nos encontramos con su asistencia a la escuela secundaria, su relación con Fabián, tan flaquito que parecía un microbio y al que “se le veía por arriba de la ropa que era maricón” (página 74). El descubrimiento del sexo con Regina sin las barreras de los traumas de la virginidad, con una esclavitud de lujuria desesperada. Después, con incontables mujeres. Un diablo lujurioso  implacable que se acerca a las hembras para templar, y punto.

   En la tercera parte la narración regresa a Fabián: el choque con su padre, su obsesión por el piano, los encuentros homosexuales en secreto. Pero será parametrado de forma negativa para la cultura, debido a sus gustos sexuales, y enviado a trabajar a una fábrica de carne enlatada, donde se reencuentra con Pedro Juan. La fábrica es un lugar caótico, verdadero microcosmos de lo que fue la Revolución en aquellos años: confusión, caos, crispación generalizada. Y en esa Cuba caótica, la vida les reservará destinos dispares a ambos protagonistas. Mas ambos encarnan la fisonomía humana y social de un país convulsionado y que Pedro Juan Gutiérrez retrata, no desde el exilio de Miami, sino desde dentro, sin ocultar nada, honestamente. Explorando y visibilizando la disidencia pulsional, la marginación social y las torturas psicológicas que sufrieron los homosexuales, víctimas de la homofobia revolucionaria imperante en Cuba desde los años setenta hasta principios de los ochenta.

   El escritor, sin citar nombres, nos transmite una corrosiva carga crítica de la política cubana y de los entresijos de la Cuba real de aquellos años: “una obra de teatro del absurdo”, repleta de miserables oportunistas con unos comportamientos ajenos al comunismo descrito por los libros. Nos sentimos aturdidos con una escritura frecuentemente brutal, como cuando relata las escenas, reproducida en el último fragmento, en las que los cerdos  son sacrificados de una forma horrorosamente sádica. En definitiva, un estilo de prosa feroz que parece haber bebido de esa música furiosa que Fabián aporrea en el piano poco antes del desenlace. Una sinfonía rabiosa en una Cuba caótica.



Francisco Martínez Bouzas


Pedro Juan Gutiérrez

 Fragmentos



“Ahora Veneno era un tigre. Nos pusimos de moda. La vida era un juego sensual y agradable para nosotros. No tenía tiempo para los sellos ni para la lectura. Seguía visitando el cine, sobre todo los fines de semana. Pero ahora siempre iba acompañado por alguna noviecita. Para besarnos y calentar. Me hacían una paja. Era normal, no había que rogarles, se daba por sentado. Ellas no se dejaban tocar más que las téticas. Abajo ni pensarlo. Todas eran vírgenes. Y todas guardaban la virginidad para la noche de bodas. Y todas se tomaban aquello en serio. Todas, sin excepción, querían noviar unos años, con seriedad, con permiso de los padres, y al fin casarnos cuando tuviéramos diecinueve o veinte años. ¡Todas! Qué trauma con las bodas y el matrimonio y los bebés y el aburrimiento. Carencia de imaginación y de sentido del humor. Carencia de todo. La conspiración de las vírgenes astutas. Bueno, para ser justos, tenían que ser astutas. Si perdían la virginidad les iba a ser muy difícil conseguir un hombre que se casara con ellas. Era algo cavernícola pero real.”



…..



“Un policía que estaba sentado por allí dijo en voz alta:

-¿Son los maricones que cogieron en la playa? Si yo fuera juez les meto veinte años por lo menos. Uhhh, como no. Veinte años. En Agüica trabajando al sol para que se hagan hombres. O se hacen hombres o se mueren.”



…..





“Me enviaron a la construcción de una enorme fábrica de carne enlatada, junto al mar, en las afueras de Matanzas. En esa época no se andaban por las ramas. O trabajabas o te detenían por «lacra social» o algo así y te mandaban para las UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la producción. A trabajar como un burro. Estabas preso pero al mismo tiempo estabas en un limbo legal, porque no te habían hecho un juicio. No había acusación ni condena. Si eras vago, maricón o religioso, te encerraban allí para que te rehabilitaras a través del trabajo. Trabajo y clases de marxismo durante unos cuantos años. Hasta que firmaras un papel asegurando que ya habías cambiado y por tanto no serías de nuevo vago. O maricón o religioso, según por lo que te hubieran encerrado. Parece un poco ingenuo, pero era así.”



…..



“Cada día mataban cientos de cerdos. No sé cuántos. Los traían en camiones desde las granjas y los metían en unos corrales enormes. Por la mañana temprano los hacían pasar en grupos de diez a un corral más pequeño, al fondo de la nave principal. Entonces un tipo agarraba un trozo de cabilla de acero, bien gruesa, se metía dentro del corral, y asestaba un solo golpe brutal en el cráneo del cerdo que estuviera más cerca. Al animal le brotaba la masa encefálica gelatinosa y una cantidad enorme de sangre por aquella herida, metía un berrido horrible y caía al piso temblando, con los estertores de la muerte. ¡Pánico! Los cerdos restantes se aterraban. Reculaban hacia el fondo del corral, se encaramaban chillando unos sobre otros. Y se cagaban y meaban de miedo. Era todo un espectáculo. Sadismo puro. Se les salía toda la mierda y se cagaban unos encima de los otros, chillando sin parar. El verdugo ahora debía cuidarse porque los animales se defendían adentelladas, furiosos. Y les atacaban. Pero el hombre era hábil y seguía matando rápido, uno tras otro. Les partía el cráneo de un solo golpe. Era un experto en asesinar cerdos. Los últimos intentaban esconderse detrás de los muertos, cagando y meando más.”



(Pedro Juan Gutiérrez, Fabián y el caos, páginas 81-82, 141, 153, 155)

lunes, 18 de enero de 2016

MÁS ALLÁ DEL TABÚ DEL INCESTO



entre culebras y extraños

Celso Castro

Ediciones Destino, Barcelona, 2015, 154 páginas



  Con un rechazo absoluto de las mayúsculas, que prosigue en esta novela, se inició Celso Castro (A Coruña, 1957) en la escritura. Su primera novela, de las cornisas, la publicó en 1995 con el heterónimo “m. de verganza”. Le siguieron dos noches (2001), el cerco de beatrice (2007), el afinador de habitaciones (2010), y astillas (2011). Cabe preguntarse el porqué de ese no uso de las mayúsculas: ¿esnobismo? ¿una forma de llamar la atención? La respuesta es muy simple: los orígenes literarios de Celso Castro están anclados en la poesía, y desde el principio se decantó por el verso limpio, exento de la relevancia de la mayúscula como letra primigenia. Esa misma desnudez la persigue Celso Castro en la prosa. En cualquier caso, a un lado deben quedar peculiaridades ortográficas, e incluso gramaticales, si detrás de ellas se asienta y consolida una buena historia.

   La última propuesta literaria del escritor coruñés es un libro de lamentos juveniles. El protagonista es un adolescente enfermizo, compulsivo lector de ciertos filósofos con propuestas pesimistas (Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche), tempranamente huérfano de padre de cuya herencia genética y educacional intenta desprenderse, y con una madre sobreprotectora que se siente descolocada en la nueva situación, una hermana problemática y un grupo de amigos que, tanto en sus intereses como en su praxis, son su antítesis. Su único punto de apoyo es su novia, con la que mantiene una relación discontinua, ambigua, aunque muy apasionada. Hechos más o menos triviales, pero la forma de afrontarlos en la narración va mucho más allá de su cotidianeidad. Es así como esa forma de narrar de Celso Castro transforma en novela un relato en el que un narrador, cuyo nombre se nos omite, le refiere a un receptor igualmente anónimo, su lesiva experiencia del fallecimiento del padre y su relación amorosa. Algo más, pues, que la fría relación de acontecimientos, porque todo está condicionado por un secreto, por el tabú del amor prohibido.

   La vida del protagonista se apoya exclusivamente en sus lecturas filosóficas y en el amor de Sofía -se siente irremediablemente Sofía-, amiga desde la infancia. Pero es uno de esos amores que finalmente producen dolor por lo que se nos revela  hacia la mitad de la novela, vínculos de sangre que suscitan el rechazo social. Mas este amor será el hilo conductor de la novela. Lo que hará inútil luchar contra lo prohibido. El amor, y así concluye la novela, lo vivifica todo, endiosa a los amantes, diluye las perversiones.

   Celso Castro ha escrito una notable novela de iniciación, un atormentado aprendizaje vital entre el amor y la muerte, con un personaje angustiado que goza con sus angustias que argumenta con aforismo como el kierkegaardiano, “la perfección de un hombre se mide por la profundidad de su angustia”. Pero, un personaje que cree intensamente en el amor más allá de lo que socialmente es considerado perverso.

   Una novela tejida con intensidad, tanto temática como estilística, rompiendo seguramente los moldes canónicos. En la arquitectura canónica de la novela, el clímax se suele situar en el desenlace, aquí sin embargo lo hallamos en la mitad de la narración, cuando recibimos la bofetada de esa relación consanguínea que hace socialmente inaceptable el amor del atormentado protagonista y la mujer a la que ama. El autor confiesa que así le ha surgido, que lo ha hecho sin planificación, que lo que él llama “la línea emocional” une y da sentido a todo lo que pasa. Y ciertamente el relato que sigue a la revelación de ese secreto inconfesable, tira igualmente del lector.

   En resumen, un texto erguido en forma de monodiálogo, en el que un narrador dirige su escritura a un receptor innominado; que amalgama escenas de duro realismo con otras teñidas por un fuerte lirismo, presente en la mayoría de los párrafos, que nos acercan al hechizo y a la fascinación de la poesía, sin bien sin sobrepasarla, para tematizar ficcionalmente ese amor ciego ante el tabú del incesto, la puerta giratoria, según Levi Strauss, entre naturaleza y cultura.



Francisco Martínez Bouzas

                                                      
Celso Castro

 Fragmentos



“vino sofía. apareció sonriente en el marco de la ventana, con el pelo todavía húmedo, que acababa de ducharse, y vino y nos amamos con una intensidad…y digo amamos, porque es la única palabra adecuada, y…eso, que nos amamos con una intensidad que si nos ve schopenhauer, nos mata -¡ILLICO POST COITUM CACHINNUS AUDITOR DIABOLI!- que es lo que acostumbraba decir, y que traducido significa, aproximadamente ¿eh? que justo al terminar de…el coito, se oye la risa del diablo. y que no debemos encaminar nuestro deseo a una sola mujer, que las promesas de amor pronto devienen rudos eslabones que nos encadenan firmemente al desengaño, y tiene razón. y sin embargo, hace unos días que vengo meditando sobre esto, y aun reconociendo esa terrible verdad, he llegado a la conclusión de que estamos condenados a la vida, a esa voluntad ciega, y no hay más. y si hay más, tampoco es tanta cosa.”



…..



“nos quitamos los zapatos y besos y más besos y nos abrazamos fuerte, y yo estaba excitadísimo, porque además…la quería tanto y había esperado tanto ese momento, ese sueño que…le metí la mano por dentro del pantalón y la acaricié…el clítoris, y…empieza -¡no, no..!- y que se lo había prometido, que no íbamos a hacer nada, y a sollozar -¡me lo prometiste! ¡me lo prometiste!- y que no podíamos -¡no podemos!- y reconozco que enloquecía, lo reconozco, que ya lo decían los presocráticos, anaximandro, por ejemplo, que un hombre necesita desahogar sus sentimientos en la mujer que ama, y que es una crueldad no permitírselo. y claro, quise bajarle el pantalón, forcejeamos, y Sofía -¡no, no podemos!- y me pegaba, me arañaba, y yo le di una bofetada, y ella a mí un manotazo en la nariz y -¡soy tu…- y de repente fue como si me sumergiesen en el líquido más espeso y más rancio y caliente y pegajoso, en un enorme grumo de viscosidad apagada, envuelto ahí, arrollado en ese zumbido de sienes y oídos, una gota oscura en su cuello, y otra, otra más, era sangre, me goteaba la nariz -…hermana! –me levanté, cogí del escritorio un pañuelo de papel, me apreté la nariz…”



…..



“-¿te acuerdas de lo que me dijiste, que era tan limpia como un abismo?

-sí…

-¿sigues pensando lo mismo?

¿siempre pensaré eso de ti…

-muy bien…¿quieres que te enseñe algo?

-¿el qué?

¿quieres o no?

-vale…

-aún no me lo ha visto nadie ¿eh? ni mi madre…- se levantó la camiseta, y…se había horadado el pezón izquierdo con una barrita de metal dorado que tenía dos bolitas en los extremos -me lo hice en Inglaterra ¿te gusta?

-sí…le acaricié el pecho y la besé, nos besamos de verdad decididamente. después se abrazó a mí y me preguntó qué íbamos a hacer -¿qué vamos a hacer?

-no lo sé… -porque todo se había desmoronado, todo era arrastrado lejos, entre el moscardeo fúnebre y apático de la carretera general, y el canto desinteresado de algunos pájaros, y esa mujer que informaba de una muerte, la muerte de otros, la muerte que muere cada día en los demás, que mata cada día, invariablemente aburrida, indiferente -no lo sé, sofía…pero yo me voy a escapar…

-¿adónde?

-aquí…aquí dentro… - y le enseñé el adorno de su pecho, y sofía me sonrió y dijo sí, es lo único que dijo -sí…- después nos cogimos de la mano, y dimos dos o tres vueltas por el aparcamiento, muy despacio y en silencio y sin ver más allá de nosotros, sólo sintiendo cómo el sol de la primera tarde reposaba en nuestra piel abierta, sólo sintiéndonos antes de entrar al tanatorio.”



(Celso Castro, entre culebras y extraños, páginas 35, 71-72, 153-154)