Regresiones
Vicente Muñoz Álvarez
Ediciones Lupercalia, La Romana (Alacant), 2015, 235
páginas
Además de editor, Vicente
Muñoz Álvarez (León, 1966), es un incansable cultivador de la entera gama
genérica: poesía, narrativa corta y larga, ensayo. Un escritor esponja o
todoterreno, como se considera él mismo. El pasado año publicó la “novela” de
los años 70, 80 y 90 de la capital leonesa, en la que, con indudable acierto,
amalgama su propia biografía y el retrato de su generación, reflejados en el
trasfondo, para la mayoría de los lectores poco conocido, de una ciudad: León. Un libro que era una
deuda pendiente con su propia conciencia literaria, escrito desde una distancia
temporal suficiente, que le otorga al escritor la necesaria perspectiva para
valorar con criterio ajustado y al mismo tiempo relativista, los
acontecimientos de aquellos años en la ciudad vivida, gozada o padecida, que de
todo hay en cualquiera experiencia vital.
El libro es lo que dice el título:
regresiones a los espacios de la infancia y de la juventud, sobre todo.
Memorias de un superviviente en una ciudad gris, hecha color gracias a los
comics, las viejas arquitecturas, los cromos y las teleseries, como se ha
escrito.
Regresiones
no es narrativa fácil de encasillar. Algo así como un híbrido entre novela y
libro de memorias. Crónica de vivencias reales y sentimentales en la ciudad de
uno: León, la de Vicente Muñoz Álvarez. Una crónica que echa a andar
extrañamente con el primer contacto con la muerte, en una tarde-noche invernal,
a la edad de cuatro o cinco años, con una terrible sensación de náusea y
desconsuelo, tras escuchar de sus padres qué era morir. A continuación, una
medida sucesión de secuencias vivenciales en las que el escritor recupera su
infancia, vivida y soportada con inocencia infantil durante la dictadura: los
sabores de las manzanas de caramelo de los años 70; los juguetes que
desarrollarían sus tendencias ensoñadoras; el intercambio de cromos al pie de
la Casa Botines, el palacio mítico y tenebroso donde se instalan los abuelos, y
que retorna con frecuencia en estas regresiones; la particular Casa Usher del
niño al lado del siniestro cine Mari, siempre presente en las pesadillas del
escritor y germen de la afición por la literatura y cine de terror; la deuda
pendiente con el colegio de los Agustinos y su terrible dinámica educacional;
las series de televisión, partes entrañables de una educación sentimental; la
fascinación por Cría cuervos, la
película de Saura que “me traslada empáticamente a otro mundo y tiempo, una
infancia/adolescencia de penumbra imprecisa” (página 51), con el tristísimo
tema de Jeanette Por qué te vas, que
se instalará para siempre en su corazón; los terrores difícilmente asimilables en
la infancia, como los que le generó la casona de la descuartizadora del
Portillo.
Las recuperaciones de la “fiesta” de la
Transición, para los adolescentes de entonces con el desmadre del punk, el
destape, el cine alternativo, el underground… y la Pura Vida (Movida). Y los ojos del
adolescente que navegan todavía por un maravilloso mundo poblado de tritones,
salamandras, monos marinos…E incontables héroes y superhéroes que, más que
ninguna otra cosa, serán lo que deje en el cerebro adolescente la llamada
Transición. También la lluvia de aquellos días percibida desde la penumbra de
las aulas y pasillos del colegio frailuno, “metáfora del tedio infinito”; los
festivales de Eurovisión, “sangre para la máquina de la dictadura, nueva carne
para la de la Transición” (página 83); aquellos primeros latidos de cine
erótico y pornográfico que disipaban la libido de la pandilla de adolescentes;
las revistas que rulaban cargadas de lujuria por las manos adolescentes; el
inicio cabrón en la vida adulta.
Y con los 80, la explosión de la Movida que
en León comenzó con los Cardiacos. Y acto seguido llegarían en tromba
incontables grupos que atruenan la noche leonesa e imponen los acordes de la
iniciación musical del autor; el enganche a la lectura con H. P. Lovecraft y el
inicio de la escritura de los primeros relatos también bajo el influjo del gran
innovador del relato de terror.
Y así, regresión tras regresión, Vicente
Muñoz Álvarez, desocupa el baúl de sus recuerdos y visibiliza, para todos
aquellos que nos acercamos a las páginas de este libro, lo que fue su despertar
a la vida, su educación, también la sentimental y, en el último capítulo, “Días
extraños, lo que sería una apuesta suicida por la literatura. En una Coda final
veinte escritores y músicos de la generación del escritor nos ofrecen su
testimonio de lo vivido y de lo compartido.
Un libro pues de recuperación del tiempo
ido, de “los tiempos maravillosos y lejanos que (salvo en mis regresiones) no
volverán” (página 33). Escrito con tonalidad nostálgica, aunque al autor no le
guste ese estado de ánimo escritural, pero sobre todo con mirada lúcida,
evocadora, en un plausible ajuste de cuentas con los héroes y mitos personales
del escritor, desde un tiempo que emerge de la dictadura, pero que muy pronto
se transforma en un espacio mucho más abierto, libertario y creativo que el
actual.
Libro eminentemente leonés, escrito con un
estilo de prosa intenso, a veces furioso, esponjoso y dilatado siempre, y que,
no obstante su localismo, no desagrada a aquellos lectores capaces de disfrutar
con las recuperaciones vivenciales, escritas desde una cruda honestidad. Porque
todos o casi todos nos hemos iniciado a la vida padeciendo y gozando de las
mismas caricias y de similares cicatrices.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
PP. AGUSTINOS
(My generation)
“aquella
fortaleza inmensa de ladrillo rojo…con ella más que con ninguna otra estampa o
visión infantil tengo una deuda pendiente…el ying y el yang, el aprendizaje y
la duda, lo austero y lo sórdido, lo mágico y crepuscular, la caspa y el
cielo…comenzando por un recuerdo insignificante, aunque para mí imperecedero:
la pólvora: aquella arenisca pardusca que recogíamos cuidadosamente de entre
las junturas de los ladrillos de la fachada, mezclada con telas de araña y
saber qué otros residuos, pólvora, la llamábamos, que atesorábamos para cargar
nuestras pistolas imaginarias, primeros ensayos de ensoñación…para seguir por
aquellos inmensos y tenebrosos pasillos que conducían a las aulas, el eco
distorsionado de nuestros pasos en la penumbra, el latido acelerado de nuestro
corazón, y el laboratorio de fósiles e insectos empalados y cabezas reducidas
de jíbaro y animales disecados y minerales y microscopios, mi lugar de ensueño
favorito, y la enfermera y la enfermería y las dolorosas vacunas en el brazo y
el gimnasio y los curas, adustos, siniestros, sombríos, enfundados en sus
túnicas negras, con aquellas correas de cuero con las que nos fustigaban a la
menor ocasión, grises y contenidos, macilentos y reprimidos, irascibles y
abrasados por qué sé yo qué fuego interior.”
…..
CUANDO
ÉRAMOS REYES
(Brillaba la Perla)
“más
que nunca huelo estos días a carne quemada, los 80 más que nunca renacen en mí,
lo siento, compis de los 90, sé que estáis hartos de oírlo, pero hubo allí algo
muy grande que os perdisteis y fue lo mejor que se ha vivido en este país, a
saber qué, porque ni siquiera nosotros, los supervivientes de entonces, lo
teníamos muy claro, qué pasó en la Transición, justo después de que el
Innombrable muriera, cómo y cuándo comenzó la fiesta y por qué aquella eclosión
de fanzines y grupos (un reciclaje castizo de lo que nos venía de fuera:
punkis, chulapos, flamencos progresivos y psicotrópicos a mansalva), qué sé yo,
pero aquello fue una fiesta sí que lo tengo claro, cuando éramos reyes, todos a
nuestra santa bola, sin más careta que nuestra propia piel…recuerdo luego,
durante mucho tiempo, cómo renegué de aquella movida, grupos americanos,
australianos, franceses, ingleses, cómo me parecía un pastiche todo lo nuestro,
pero lo cierto es que reviso ahora aquellos temas (o mejor dicho: vuelven ellos
a mí) y me erizan como escarpias los pelos al recordar todo aquello…”
…..
BOYS BOYS
BOYS
(Pezón furtivo)
“pocas
cosas hicieron vibrar tanto la España de los 80 (al margen del 23 F) como los
pechos de Sabrina Salerno en la Noche Vieja de 1987, aquella horterísima
canción, Boys, aquel diminuto pantalón ajustado…repitieron el vídeo en los
medios hasta la saciedad (incluso a cámara lenta), un pezón furtivo y un
instante de éxtasis y arrebato para todos los españolitos de a pie, y de
indignación para todas las madres y esposas de este beato país…veintiún años
tenía yo entonces y recuerdo aquella canción como un acontecimiento nacional
que dividió a media España, millones de hombres babeando frente a la pantalla del televisor con los ojos como
platos y millones de mujeres echando espumarajos y pestes por la boca, hasta el
punto de generar casi una guerra civil (sin Tejero de por medio) entre ambos
sexos…cuántas discusiones y peleas originó aquel dichoso vídeo, cuántas
fantasías y exorcismos, yo fui testigo de unos cuantos, todo por un pezón
rebelde escapándose de un corpiño ajustado (cuando había pasado ya el boom del
destape setentero y los videoclubs rebosaban de películas X y los quioscos de
revistas pornográficas de todo género y tipo)…”
(Vicente Muñoz Álvarez, Regresiones, páginas 42, 123, 141)