Carolina Sanín
Ediciones Siruela, Madrid, 2015, 153 páginas.
Con la cita inicial, en el paratexto, de la
película Gloria de John Cassavets, en
la que Phil busca en Gloria a su madre, a su padre, a toda su familia, incluso
a su novia, Carolina Sanín, escritora, traductora y profesora de la Universidad
de Los Andes (Bogotá), nos introduce en el marco en el que se desarrolla su
segunda novela, sobre la que planea un interrogante crucial: qué es ser niño en
Colombia, qué es ser mujer y madre también en ese mismo país cuando se vive en
el más absoluto desamparo o se carga con el terrible peso de la soledad, el
vacio, la frustración vital y no pocos conflictos existenciales. En una sinopsis
lyncheana, ofrezco un fragmento de la contraportada de Ediciones Siruela:
“Laura Romero, antigua locutora de comerciales de muebles y del servicio
telefónico que da la hora y rentista de la mina de sal familiar, vive con su
galgo Brus y es asidua a los supermercados. A la casa de esta mujer solitaria
llega, una noche, un niño de seis años llamado Fidel”.
La novela se inicia con los antecedentes de
Laura y de la mujer que le cuidaba el coche a la puerta del supermercado, hasta
que un día, en vez de decirle: “Se lo cuido”, le oyó decir: “Le tengo el niño”.
Y, como si fuera una premonición, a los pocos días, delante de su casa, divisa
un niño llorando, aparentemente abandonado, que se introduce en su hogar. Le
llamará Fidel, y comienza a sentir cierta ternura y a proyectar significados
sobre la presencia de ese niño, porque se siente elegida. Tras un período en el
que Fidel se pierde en la burocracia administrativa, con engaños y
distracciones, se le ocurre a Laura que podía ser buena idea vivir y caminar
“con un niño al lado para decirle, a veces, hacia dónde mirar” (página 77). Con
un niño en sus vida, incluso los días podrían tener forma de días. Y así, Laura
se convierte en tutora del niño, lo escolariza, le asigna una fecha de
nacimiento para poder darle un futuro. El desenlace de la novela es ciertamente
inquietante, con la consulta a una clarividente, descifradora de las suertes,
con la esperanza de que adivine el futuro del niño, saber al menos si llegará a
ser grande.
Los
niños es una novela turbadoramente simbólica, enraizada en la realidad. Esa
realidad es el espacio de la novela: Colombia, un país con muchos niños y niñas
(los gamines), destruidos por la miseria, por los conflictos bélicos, la
explotación. Un país expoliado por una de las oligarquías más conservadoras y
reaccionarias de América Latina, perpetuada en el poder “democráticamente”
desde hace más de doscientos años. Por eso la novela rebosa de sangrantes
paradojas: el interior del supermercado que asiduamente frecuenta la
protagonista, es la metáfora de la sociedad consumista. Afuera: el carrusel de
la mendicidad, de la limosna, de esos “le tengo”, “le cuido”. Un país además,
aunque no es el único, con la figura de la madre algunas veces perdida, pero
con multitud de figuras paternas más de mil veces igualmente perdidas. No en
vano en la novela se alude frecuentemente a la ballena: homenaje por supuesto a
Moby Dick de Herman Melville, pero algo más: símbolo de una maternidad plena:
se precisan madres como ballenas, consagradas por entero a la maternidad, mas
sin olvidar que un hijo/a también tiene padre.
Gamines de Bogotá |
Una novela tejida con los hilos de una
escritura surrealista en una tela teñida de dramatismo e incertidumbre. Con un
lenguaje envolvente y cuidado, con párrafos que traducen verdaderos poemas (“La tierra está en el fondo de todo, incluso
del océano. No sé dónde está el ojo. ¿Está siempre arriba? ¿Es la superficie?
¿Está encima y ve desde el aire la caída de su propio cuerpo? ¿El ojo es el
hijo del cuerpo?” (página 77). Un estilo de prosa cálido y evocador para
narrar el desamparo.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Laura
vivía a pocas cuadras de la Olímpica, así que con frecuencia iba a pie y
aprovechaba para pasear a Brus, su perro. Lo dejaba atado a la reja del
supermercado y a veces, a la salida, encontraba junto a él a un transeúnte que
se había detenido a contemplarlo y decía
que qué belleza, qué maravilla, que de qué raza era.
En
Bogotá no eran comunes los galgos. Algunas personas creían que aquel perro era
un ejemplar flaco de una raza que les era conocida, al que le había tocado en
suerte un mal humano. Un día, en el parque Simón Bolívar, Laura sufrió que le
dijeran ¡Dele comida, gorda!, y no se sintió gorda aunque no fuera esbelta como el galgo ni como
ella misma veinte años atrás. Era morena y tenía el pelo largo, con dos ondas,
con más canas que cuantas alcanzaba a verse en el espejo. Cuando consiguió el
niño y comenzó la historia de los dos, ya quienes la conocían llevaban una
década diciendo de ella Fue una belleza.”
…..
“También
le contó al niño que varias veces en la historia de los hombres había sucedido
que un navegante había tomado a una ballena, cuando el lomo de esta sobresalía
del agua, por una isla. El navegante desembarcaba allí y solo se enteraba de
que había pisado algo vivo cuando la isla se hundía o empezaba a avanzar. Algunos
llegaban a vivir por muchos días ilusionados, naufragados, sobre una ballena.
Fidel
la escuchó atento, mirándola a los ojos cuando ella miraba los suyos y, cuando
no, mirando hacia donde ella creía que ella miraba. Dijo que nunca había
oído sobre las ballenas. Preguntó si
Laura era la única persona que sabía de ellas, o si sabía ella y su mamá, o si
toda la gente hablaba de eso.”
…..
“Laura
pensó que podía ser bueno vivir y caminar con un niño al lado para decirle, a
veces, hacia dónde mirar. Se le ocurrió también que con un niño los días
podrían tener forma de días: surgirían, avanzarían, se tenderían y volverían a
hundirse. El tiempo regresaría al tiempo. El niño y ella irían por ahí,
pasando, y el mundo los vería pasar.”
…..
“El
día se había despejado cuando llegaron a la tierra caliente. No había una sola
onda en la tierra, y el cielo azul los envolvía de blanco y amarillo.
Vieron
pastizales vastísimos, tal vez melancólicos, llenos de vacas quietas de todos
los colores de las vacas. Vieron garzas encima de las vacas, y más allá,
adelante en el cielo, nubes blancas medianas y pequeñas. Ni siquiera en el mar
había visto Laura un cielo tan grande como ese de la llanura. En ningún otro
lugar podía uno ver las nubes a tanta distancia, participar de una sombra tan
lejana. La alegraba ver por primera vez, al lado de un desconocido, ese
horizonte.
Caminaron
por una arboleda. Laura le sugirió al niño que se saliera del sendero y
anduviera solo durante un rato, que ella lo esperaría. Que se metiera entre las
hojas hasta que empezara a sentir que a su lado iba alguien a quien nunca
hubiera visto. Él fue pensativo y animado, imaginándose cosas que aprendía, y
volvió.”
(Carolina Sanín, Los
niños, páginas 14, 37-38, 77, 98-99)
Gracias por tan bella reseña, un problema social que desgraciadamente se vive en todos los países del mundo, y que habla de esa necesidad de amor, que se representa tanto en la protagonista, como del niño que acoje, interesante y muy actual, te dejo un abrazo, gracias por la luz de tus palabras.
ResponderEliminarUna vez más. me complace observar tu fino olfato para la lectura. Has captado perfectamente la susbtancia temática de la novela de Carolina Sanín. Mucgas gracias por el comentario.
EliminarGracias a ti, tú haces la magia, yo sólo escucho a través de tus palabras, muy agradecida, te dejo un fuerte abrazo.
EliminarRealmente interesante...
ResponderEliminarSaludos
Parece mentira que des a conocer con tanto detalle el fondo real de esta novela en tan corto comentario. Todo es conmovedor desde el contenido del texto, el transcurrir de esa soledad de los niños que se transmite al adulto, pues en la representación del consumismo está la soledad del que hace la catarsis a su modo, y hay quienes lo hacen como este personaje en su asidua visita al supermercado.
ResponderEliminarLa soledad del niño de Colombia puede ser la de cualquier parte del mundo, sobre todo si miramos hacia el resto de América Latina. Es estremecedora la visión de la autora y como hace que el lector se meta en las profundidades de cada suceso; el no saber cuándo nació y dónde, el niño, y su desconocimiento de las ballenas, nos muestra cómo puede parecerse la vida de un ser humano a la de un perro callejero. Debe ser una gran persona esta escritora para poder ahondar de forma tan profunda en la soledad, orfandad e ignorancia del niño, que de no ser por Laura seguro que su futuro sería igual al presente, y además poder transmitirlo en su obra.
Por lo que veo parece estar sentando las bases de un nuevo estilo, al menos una manera distinta de narrar hechos que apelan a la sensibilidad del lector dejando de lado todo prejuicio.
Una excelente crítica la tuya, como siempre tan atinada y acertando justo en el centro, como en el tiro al blanco.
Saludos.