La luz en el cristal
Ricardo Martínez-Conde
Calima Ediciones, Palma de Mallorca, 2011, 98 páginas.
Con la “asepsia lectora” a la que todo escritor tiene derecho a la hora de que sean valoradas sus obras, leo estos relatos de Ricardo Martínez-Conde. Mas ya desde las primeras páginas, la neutralidad deja paso a un cierto grado de empatía, esa empatía que se produce cuando el lector es vencido por una lengua diamantina y por momentos verdaderamente persuasivos que halla en muchos de los relatos de esta colectánea. Diecinueve relatos nos brinda este escritor bilingüe, que escribe en gallego y español, que cultiva distintos géneros y materias literarias: poesía, haikus, el aforismo, el ensayo histórico y el relato breve, como es el caso que nos ocupa, La luz en el cristal.
Un libro sin duda misceláneo, recopilación de relatos de distintas hechuras, tamaños y tramas diegéticas. Fragmentos de vida y literatura para el autor, unificados en su mayoría por la prevalencia de lo que me atrevería a designar como narratividad interior. Quiero decir que estos textos de Martínez-Conde son relatos atrapados no tanto por la actividad externa de sus protagonistas, sino por reiteradas calas en sus interioridades. Relatos pues que miran y bucean en el interior de las personas, en sus obsesiones, en sus miedos, en sus culpas, en las dudas y cavilaciones que les corroen o empujan en sus absurdos vacíos sin final o incluso en las percepciones sensoriales que pueden apreciar, pongo por caso a través de las paredes.
Leve carga diegética pues, con algunas excepciones, la que rodea a los personajes de Ricardo Martínez-Conde. Muchos de ellos personajes robinsonianos en medio de la urbe, que se refugian en la soledad que actúa casi como su muro protector. Una soledad ontológica como llega a calificarla el escritor en algún momento. El mismo amor sería una culminación en el ejercicio de la soledad que constituye la vida.
La luz en el cristal distribuye su bagaje diegético en diecinueve historias de distinta elaboración y formato en las que encontramos textos de mediano tamaño al lado de verdaderos microrrelatos, el género de la recompensa inmediata, basado en el arte de compresión. Huyo, una vez más, de la tentación de convertirme en “spoiler” de estas historias, pero no por ello dejaré de resaltar algunas de ellas.
La primera, la que abre la colección, sin duda el relato más largo, “Vecinos”, un análisis existencial a través de los evocaciones de los vecinos que de los últimos años recuerda el protagonista relator. Vecinos o vecinas a los que se conocen o se hacen notar a través de detalles como los sones de un piano, su no presencia desagradable, excepto en ocasiones, la obsesión por la música “plazuelera”… y cuya liviana compañía incita a recapacitar acerca de la soledad y de la melancolía, tonalidades presentes en muchas páginas de este libro. Una reflexión sobre la condición esencial o circunstancial del amor, otro de los leitmotiv de algunos relatos de Martínez Conde, aparece de forma explícita en las pocas líneas de la historia de un contacto inesperado con una mano femenina del relato “¿Has dicho amor?”. En “El barro” presenciamos el seguimiento del acto creador de un escultor que moldea la figura de una mujer, lleno de dudas a la hora de darle forma a ciertas partes de ese cuerpo femenino. Contemplamos la ligera carga diegética de estos fragmentos de vida y literatura en relatos como “El viejo profesor”, recuperación de la trayectoria existencial y familiar del viejo profesor que apostó por la filosofía; “El hombre indolente”, una cala en una voluntad encaminada a la emoción y a la quietud. La misma narratividad interior es así mismo el tema de otros relatos como “La visita”, una mirada a los caprichos del amor; “El viajero”, una reflexión sobre el acto de mirar en búsqueda de compañía y amistad. Pero hay excepciones a esta narrativa centrada en la interiorización. Entre ellas, “La casa verde” o “La escuela”. Los dos son cuentos mucho más narrativos, en los que sin dejar de lado el espejo interior, se refleja así mismo actuaciones externas de los personajes.
Y entre estos fragmentos de vida de seres triviales, un relato, “La lectura” que me atrevería a calificar como la autopoética del escritor o el canon epistemológico de la ficción, que no es tal ni para el que escribe ni para el que lee, sino la verdadera realidad. Lo reiteradamente convenido en el implícito pacto narrativo parece o se convierte en lo verdadero.
Los hilos lingüístico con el que Ricardo Martínez Conde hilvana sus prosas son de gran calidad. La lengua fluye con naturalidad, dotada además de una gran tonalidad poética. Por eso mismo y a pesar del carácter de estos relatos pocos centrados en aconteceres y acciones, su lectura es sugerente, meditativa. La carga emotiva del relato surge del todo: de un lenguaje fluido y bien engarzado con el que el autor acompaña pequeños incidentes o calas intimistas que sugieren significados y nos adentran en las entrañas misteriosas del ser humano.
Francisco Martínez Bouzas
Ricardo Martínez-Conde |
Fragmentos
“A una madre de familia tan joven sospeché que habría que tensarle su cuerda vital todo aquello que el temprano matrimonio había interrumpido prematuramente. La curiosidad, la volubilidad de los sentimientos, un punto de transgresión propio de una naturaleza femenina dotada de tantos referentes físicos como en su caso, habían de tener expresión como fuere, más aún si la soterrada sexualidad emana del entorno cálido de una sociedad meridional.
De terraza a terraza me enteré de alguna de sus aflicciones, de las dimensiones escasamente disimuladas de su cuerpo robusto, de parte de sus deseos. Era maternal de una forma rotunda, impositiva. Grande, fuerte, alta: al menos los atributos externos parecían sobrarle.
El caso es que cuando llamó aquella tarde a mi puerta con expresiva evidencia, pues había montado sus pechos, tan llenos, como pitones de gala, no supe en un principio (o no quise saber) sus intenciones. Me enfiló con ojos ardientes llevando de la mano su crío pequeño. Se aproximó lo bastante como para poder herirme con sus astas, me habló con provocada confianza y, dejando a mi cargo ‘un ratito’, el hipotético objeto de sus amores, salió.
El primer paso ya había sido dado, la intimidad establecida. Luego vendría todo lo demás”
…..
“Por eso -y volvemos al argumento ya expuesto- la realidad de la ficción, la realidad del creador ha de ser confeccionada sin fisuras. Ha de ser definitiva, hermética, única, incuestionable. Ha de ser creíble (casi se atrevería uno a decir que constatable, incluso -o, sobre todo-, para el corazón) para que resulte convincente, para que resulte real en el sentido más amplio y genérico de la palabra.
De algún modo, como lector, podría decirse que se negaba a participar en una ficción no real, no verdadera a los ojos y el entendimiento del lector. De ahí que fuese un impulso inexcusable el que le llevó a pronunciar en voz alta -en voz alta dentro de su silencio y de su soledad de lector- la palabra melancolía. De inmediato la juzgó como la más apropiada, la más convincente: como la palabra más útil y necesaria. Como la palabra inevitable (asumiendo por el momento un semblante transcendente, se imaginó incluso ser él el creador).”
(Ricardo Martínez Conde, La luz en el cristal, páginas 12-13, 77)
Mi nombre es Fran Cid y administro un blog de relatos cortos. Si usted quisiera y fuera tan amable de promocionarlo en su pág.
ResponderEliminarMuchísimas gracias
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