Rebecca Miller
Traducción de Clara Ministral
Ediciones Siruela, Madrid, 2014, 375 páginas
En pocas ocasiones como en
esta, antes de analizar el mundo ficticio en el que se sitúan y actúan los
personajes y se desarrollan los acontecimientos que constituyen la historia
narrada, resulta pertinente una cala informativa en la biografía y personalidad
de su autora. Rebecca Miller es hija del gran dramaturgo americano Arthur
Miller. Sí, el autor de Muerte de un
viajante o Las brujas de Salem,
más reconocible quizás para el gran público por haber estado casado con Marilyn
Monroe. Su madre, con la que Arthur Miller se había casado tras el naufragio
del matrimonio con Marilyn, fue Inge Morath, gran fotógrafa de origen austriaco,
discípula de Cartier Bresson, que trabajó
para la agencia Magnum Photos. Por su parte, Rebecca Miller también está ligada
al mundo del espectáculo. Daniel Day-Lewis es su marido. Y ella fue capaz de
superar la bohemia que hubo en su vida y un desafortunado y poco ejemplar
episodio en la vida familiar y, además de afamada escritora, es actriz,
guionista y directora de cine. Adaptó a la gran pantalla su libro de relatos Velocidad personal, así como su primera
novela, Las vidas privadas de Pippa Lee.
Son las conexiones biográficas de Rebecca Miller que, como ella misma dice, se
prestan al chismorreo, pero que supo y fue capaz de superar, hallando una voz
propia como escritora y desarrollándose en el mundo cinematográfico.
El libro que ahora nos ofrece Siruela, en
traducción del inglés de Clara Ministral, titulado originalmente Jacob’s Folly, pertenece al subgénero de
la recreación fantástica. Literatura de entretenimiento basada en una fecunda
imaginación creativa. Creo que, junto con el título, uno de los epígrafes del paratexto, en este
caso una cita de Tenessee Williams (“Los seres salvajes dejan la piel tras de
sí, dejan pieles limpias y dientes y huesos blancos tras de sí, que son
símbolos que se pasan uno a otro, para que la especie fugitiva siempre pueda seguir
a su casta…”) avanza la acción de la novela: la serie de sucesos que Rebecca
Miller desarrolla a lo largo de su relato, un amplio abanico de historias en
torno a Jacob Cerf, un joven judío que en el París del siglo XVIII se gana la
vida vendiendo quincalla y utensilios domésticos. Pero en pleno siglo XXI se da
cuenta de que ha regresado a la tierra, a un barrio residencial de Long Island mas
metamorfoseado en una mosca. Y a partir de ahí empieza a influir en el devenir
de numerosas familias y personas, especialmente en Masha, una joven judía
ortodoxa de la que llegará a enamorarse. Al tomar conciencia de quien es, tras
su extraña reencarnación, regresa a su memoria su personalidad en la anterior
vida humana. La narración se traslada entonces al siglo XVIII y Jacob nos
cuenta las peripecias de su anterior existencia. El desenlace se resuelve con
un encuentro de las dos vidas de este singular personaje.
La historia está poblada por cientos de
historias que la autora transmite mediante un narrador-personaje que lo hace en
primera persona, y que alterna el relato de la vida del protagonista como Jacob
Cerf con las andanzas y aventuras de su nueva identidad como insecto volador en
el actual Nueva York, en el que se ve sumergido en un tipo de vida que le
resulta extraño e incomprensible, sobre todo cuando se enfrenta con los más
actuales avances tecnológicos.
Si de algo peca la novela, es precisamente
del abuso de historias y subtramas. Rebecca Miller, sin embargo, realiza una
buena caracterización de los personajes principales, Jacob y Masha Edelman
especialmente. No ocurre lo mismo con la turbamulta de personajes secundarios, carentes muchos de
ellos de vida narrativa propia. En cambio, la autora describe con bastante
verosimilitud el marco escénico: los ambientes físicos y temporales en los que
se desarrolla la acción, tanto el parisino del siglo XVIII como el actual
barrio residencial de Long Island, y
especialmente la atmósfera de la comunidad judía ortodoxa están
correctamente perfilados. Los elementos de la acción novelesca son en general
coherentes. Así mismo, la velocidad y cadencia con la que se suceden los
hechos, se ajusta a este tipo de narrativa rebosante de fantasía y adornada con
la viveza de ráfagas de humor e ironía. Un estilo de prosa sencillo y sin
estridencias le sirve de soporte formal a esta singular aventura y a su
entramado de historias que cumplen su cometido: entretenernos provocando en el
lector plácidas sonrisas, pero nada más.
Francisco
Martínez Bouzas
Rebecca Miller acompañada de su marido, Daniel Day-Lewis y su padre, Arthur Miller |
Fragmentos
“La
primera vez que vi a Solange tenía dieciséis años y llevaba mi caja de
quincalla -cuchillos, saleros, cajitas de rape, martillos: cualquier cosa que
pudiera vender- a cuestas por el barrio de Saint-Honoré, anunciando mi mercancía
a pleno pulmón. La caja iba enganchada a una correa de cuero que llevaba
colgada del cuello y que se me clavaba dolorosamente en la piel.
Una
fornida criada con pinta de arpía, con un delantal salpicado de sangre, las
manos rosadas y unas finas venas rojas que le recorrían la nariz como hilos,
empezó a manosearme los cuchillos, comprobando las hojas y volviendo a tirarlos
al cajón como si quisiera cortarme en rebanadas con ellos. Yo me quedé inmóvil,
observando con calma cómo lo revolvía todo. Cuando por fin escogió un cuchillo
y me preguntó el precio bruscamente, hice una ligera reverencia.
-Normalmente
cobraría treinta sueldos, pero a vuestra merced, chère madame, se lo dejo por veinticinco.
A
la señora pareció contrariarle que le ofreciera una ganga y dio un resoplido.
Se le torció la boca con una sonrisa involuntaria mientras me ponía las monedas
en la mano, con cuidado de no tocarme. Imagínense, ¡un judío ofreciéndole una
ganga a alguien.”
…..
“Arrancado
de una muerte que después de todo no estaba tan mal, ya que no tenía conciencia
de ningún tipo, para convertirme en una mosca enferma de amor, me sentí
engañado e insultado. Tras una vida de zafiedad y alegre despreocupación en los
asuntos del cuerpo, ahora por fin me había enamorado, aunque fuera de una judía…,
estaba muerto. Peor que muerto, ¡era un insecto! Odié a Dios, el muy bromista,
y juré dedicar mi vida de mosca a causarle la ruina. «Ay, ¿dónde están los ángeles
de las tinieblas?», pensé con altivez, «¡pues
quizá me una a ellos para destronar al viejo déspota!»
…..
“Mi
noche de bodas fue un desastre. Aunque tenía catorce años, Hodel seguía con la
mentalidad de una niña; su sumisión a mis torpes dedos parecía forzada de un
modo obsceno por las manos ocultas de nuestros padres y de la tradición. Cuando
intenté acariciarla, gimoteó y se apartó de mí. Su pelo, recién cortado, rapado
después de la boda como dictaba nuestra tradición, la hacía parecer aún más
joven y me llenó de enorme confusión. Perseveré, mascullando que enseguida habríamos
acabado para animarla. No podía pensar en otra cosa que en el examen de
nuestras sábanas que llevaría a cabo
madame Mendel a la mañana siguiente. Si no había sangre, el matrimonio no se consideraría
verdadero y yo no sería un hombre. Al final tuve que pincharme mi propio dedo y
pasarlo por la sábana por la mañana, después de haber desistido de mis ruegos
al amanecer. Tras aquella primera noche, la novia tuvo una semana de descanso;
la sangre de mi dedo fue aceptada como si fuera de Hodel, de modo que durante
ese tiempo ella fue «impura» y tuvimos que dormir en camas separadas. Pero al
octavo día retomé mis esfuerzos. En honor a la verdad, he de decir que Hodel
quería convertirse en una mujer y cumplir su obligación, pero estaba muerta de
miedo. Me costó un mes entero desvirgarla; era como si su rollizo cuerpecito no
tuviera una vía de acceso natural.”
…..
“Masha
fue caminando por la Sexta Avenida hasta la calle 23. Empezó a nevar. Los copos
de nieve caían por el aire, gordos y aletargados, intercalados con refulgentes
gotas de lluvia afiladas como agujas. Masha se paró en medio de la calle a
observar atentamente aquella extraña
precipitación. Los copos de nieve que se posaron en sus pestañas, desdibujaron y
agrandaron las luces intermitentes verdes, naranjas y amarillas de los letreros
de las tiendas y los semáforos, que adquirieron el aspecto de resplandecientes
piedras preciosas. La masa de gente pasaba a su lado con prisa, frunciendo el
ceño, algunos mirándola con curiosidad: una joven con la cabeza descubierta y
el abrigo desabrochado, de pie en medio de la calle con la cara empapada y el
rimel corrido.”
(Rebecca Miller,
El maravilloso regreso de Jacob Cerf, páginas 30, 61, 64, 199)
Muy bien presentado...
ResponderEliminarLos párrafos seleccionados me dan una idea bastante amplia de la obra, que encuentro interesante, ligera, inteligente. Un abrazo agradecido, amigo. Feliz Navidad.
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