Gordon Lish
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas
Editorial Periférica, Cáceres, 2014, 141 páginas
Editorial Periférica se ha propuesto ofrecer
en traducción al español la obra de Gordon Lish (Nueva York, 1934). En 2009,
gracias a la editorial cacereña, pudimos leer la traducción de Perú. Dos años más tarde, Epígrafe, y éste se nos brinda la
oportunidad de degustar Mi romance.
Gordon Lish, Captain Fiction, es
conocido sobre todo por haber descubierto y publicado a algunos de los
escritores más relevantes de la literatura norteamericana, por haber sido el
director literario de la editorial Alfred A. Knopf y por haber podado muchos de
los relatos del icono del realismo sucio, Raymond Carver. Pero todo eso son
motivos erróneos, como escribe Don DeLillo. Sus verdaderos créditos que le
catapultan a la fama por merecimientos propios, es el hecho de haber escrito,
aunque tardíamente, algunas de las ficciones más especiales y complejas de los últimos
años. My Romance (1993) es una de
ellas.
Como en Epígrafe,
en Mi romance el lector se va a
encontrar con una prosa delirante, preñada de interrogantes: ¿dónde acaba la
ficción y dónde da comienzo la realidad? Porque Gordon Lish juega
constantemente con el equívoco entre invención y mundo real. Para ello el
escritor, en la voz vicaria de una narrador con el que comparte nombre, es
editor en sus mismas casas editoras, ha escrito sus mismos libros, cuenta cómo trabajó
para la revista Esquire, revela sus
problemas con el alcohol y con la psoriasis, sus medicamentos, la enfermedad
terminal de su esposa, el reloj heredado de su padre, el valor de la vendimia…
Y lo hace desde la tribuna de un congreso de literatura en el que proclama que
les va a contar a los congresistas una novela light que acaba de improvisar y
cuya última sección se titula precisamente “Mi romance”.
El texto de Gordon Lish es un monólogo, una
historia carente de capítulos y puntos y aparte, redactada en un solo párrafo
escrito para este congreso de literatos en el que “cumple” hablando a los
congresistas entre los que se halla Jim Salter. El excéntrico personaje que se
dirige a los escritores desde el estrado con una retahíla de historias aparentemente
banales, elimina, como he dicho, las fronteras entre realidad y ficción ya que
alude a personajes reales como James Salter o al crítico Denis Donoghue, y, al
mismo tiempo se desnuda antes sus ficticios oyentes y sus reales lectores, mostrándoles y revelándonos
su faceta más cínica y extraña. A todo ello le llama Gordon Lish una “novela light”,
mas lo que en el fondo es su texto es un relato aparentemente improvisado, y sobre todo obsesivo, rebosante
de incongruencias, reiteraciones de frases e ideas, de comentarios a primera
vista “manicomiales” o tremendamente impúdicos, comicidad desvariada, engañosos
trivialidades, confesiones inhumanas y sobre todo patéticas que escuchamos de
la boca de un orador desaforado y que parece haber perdido el tino.
Y sin embargo Gordon Lish no es un chiflado
y su discurso que nos relata de forma desordenada escenas de su propia vida, ha
de tener necesariamente un sentido que la crítica norteamericana ha sabido
posiblemente descifrar: al contar Gordon Lish de esa forma tan perturbada capítulos
de su vida, no solo está transmitiendo sus propios problemas con la familia, la
pésima relación con su hermana, sus dificultades con la enfermedad que le
obligaban a salir a tomar el sol, gracias a lo cual conoció a una voyeur que lo observaba, la relación con
su padre, con sus tíos… sino algo mucho más profundo. El incoherente discurso
de Gordon Lish es una metáfora del caótico desorden del mundo, indescifrable y,
por lo mismo repleto de complejidad y extrañeza. Rumiar y dar voz a un cúmulo
de discordancias e incoherencias personales para reflejar las incongruencias
del mundo en el que vivimos.
Mi
romance no una novela ni un texto fácil -se nos advierte en la misma
presentación editorial- pero tampoco es la obra de un alucinado “listillo” que
abusa de la generosa cortesía de sus lectores. Así como los absurdos monólogos
beckttianos transmitían claros mensajes, el caos escritural de Mi romance habla igualmente a los
lectores y aquellos que sepan leer entre líneas, hallarán no solamente un
bosquejo biográfico del escritor, humor negro, negrísimo, sino una parábola de nuestra
vida cotidiana en la que el cosmos hace tiempo que dejó de ser tal, suplantado por
la imprevisible aleatoriedad.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“De,
ésta es, creo recordar, o quizás no estoy dispuesto a admitir lo contrario, es la primera vez en años que le pido un trago a
alguien. Veréis, antes solía beberme una botella y media al día, a veces
incluso dos botellas al día, una cantidad que, por cierto, supongo, me complace
revelaros, pues soy un tipo bajito, como ya habréis visto, no soy muy alto que
digamos, desde luego lo habréis notado, y un consumo semejante de whisky
obviamente es una cosa salida de madre y bastante desproporcionada. Pero dejé de
hacerlo, dejé de beber así, de hecho, dejé el whisky por completo en 1983, creo
que fue ese año. Estoy casi seguro de que ese fue el año en que dejé de
hacerlo, memorizar datos no es precisamente mi fuerte, cosa que mis profesores
de gramática en la escuela no consiguieron comprender y menos retener sin
cierta dificultad.”
…..
“Tanto
en los tiempos de la azotea de Esquire como ahora que estoy en Knopf y voy a la de Picwick, la edición de los
manuscritos, la corrección, todo tengo que hacerlo con los ojos prácticamente
cerrados. Además, mirad cualquiera de los manuscritos en los que he trabajado
cuando he tenido que trabajar en la azotea; porque muy probablemente lo que veréis,
supongo, serán todos esos lugares donde mi rotulador se encuentra con alguno de
los chorretones de aceite mineral, a resultas de los cual la tinta del
rotulador no funciona. Y es que yo no puedo estar ocioso, creedme. Incluso
ella, incluso esa mujer es testigo. O sea, testigo de que cuando yo estaba en
la azotea para mi sesión de sol, mis manos siempre estaban ocupadas en algo,
porque, veréis, yo siempre aprovecho mi tiempo, siempre estoy ocupado en algo,
nunca estoy sentado allí sin hacer nada.”
(Gordon Lish, Mi romance, páginas 14, 113-114)
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