Pablo Paniagua
Alita de Mosca-Literatura Indie, México D.F. 2015, 135
páginas
Sin ninguna duda, como ya he
podido comprobar por la lectura de alguna de sus obras anteriores (La novela perdida de Borges, 2013 y Abraxas. Un viaje por la Psicodelia, 2015),
Pablo Paniagua es uno de los escritores que, en legua española, nos está
brindando algunas de las propuestas narrativas más innovadoras. Escritor
periférico y underground, sabe
emplear la literatura para subvertir. Su última entrega, Nadine. Algo más que una novela porno, definida por el mismo
escritor como una “propuesta de antinovela del futuro”, no deja lugar a dudas,
ya desde su mismo rótulo, de su carácter transgresor. Pablo Paniagua nos
sorprende, desde mi óptica favorablemente, con una novela dotada de dos tramas
que discurren en paralelo: la trama A que narra una historia, y la B que la
comenta.
La punta del iceberg, el desencadenante de
la historia contada, y también el quebradero de cabeza del protagonista, es un
pene cercenado y arrugado, hallado en plena noche y cuya procedencia se ignora.
Pero el protagonista decide guardarlo en el bolsillo de su gabardina y, ya en
su domicilio, en un frasco con alcohol. Poco a poco, irá apareciendo la porción
sumergida del iceberg. Para huir de la policía que exhibe el frasco con el pene
cercenado, contrata los servicios de una prostituta y con ella pasa la noche.
No solo se la chupa sino que también le roba. En un arrebato de cólera, le arranca
la nariz y le despedaza el cerebro, y con una de sus pelucas se disfraza de
mujer. Y aquí y así comienza su nueva identidad: Nadine Fox, ataviada como puta
y ejerciendo como tal. Experiencias sexuales necrófilas que no le desagradan,
hasta que cae en las garras de un proxeneta que lo/la explota, con lo que la
trama, nos dice el comentarista, se complica y el protagonista se enriquece.
Para no spoilerizar ambas tramas, no
revelaré lo que sigue, ni el desenlace. Anoto únicamente que Pablo Paniagua nutre su novela
con escenas ciertamente pornográficas, aunque queda por aclarar qué es la
pornografía, sobre todo si la enfrentamos con el erotismo. Y aquí me remito a
Pierre Klossowski y su comparación del marido francés que disfruta con la
“perversión” de ver a su esposa siendo poseída
por otros hombres, y del esquimal para quien un comportamiento similar
es la simple expresión de las convenciones de la hospitalidad.
Mas al margen del carácter obsceno, tal como
define la Real Academia Española la pornografía, la novela de Pablo Paniagua va
más allá de la sexualidad pervertida, de la lascivia, de la obscenidad. Es el
rescate de una infancia terrible con un niño sodomizado por los amantes de la
madre, hecho que configura un destino insalvable y “estrellado”. Y sobre todo,
una historia criminal de “depredadores entre los depredadores” (página 67). Un
pasado lejano trasmutado y generando un presente despojado de cualquier
sentimiento de culpabilidad (“no hay culpa por asesinar a cualquier depravado
e, incluso, a cualquier persona: es la moneda de cambio de la especie humana.
Curas católicos sodomizan a niños en nombre de Dios e islamistas radicales
asesinan en su mismo nombre” (página 69). Y pequeñas dosis de ternura, de
cariño y de devoción que hacen que el cuchillo asesino se caiga de la mano,
aunque aquí todo se reescribe.
Dejo a un lado la catarata de asesinatos en
serie por venganza, por placer o despecho, para registrar algunos aspectos
técnicos de la novela. La narración se desarrolla con frecuencia dando lugar a
nuevos juegos y experiencias, a que la historia se pueda rectificar. “Todo se
vale en esta novela” afirma en un momento la voz que narra la historia B, la
metanarración. Y en efecto, Pablo Paniagua echa mano de analépsis, varias
modalidades de omnisciencia, de múltiples referencias cinematográficas y
literarias (Vladimir Nabokov, la Lección de Flaubert, vecinanza con Paul
Auster…) Y sobre todo un humor negro, cáustico, mucha ironía y sarcasmo para
hacer más llevadera la barbarie, el sadismo transbordado hasta el extremo,
aunque, como se afirma, un juego de niños comparado con las guerras ilegales o
la doble moral imperante en las sociedades presentes, pretéritas y seguramente
futura.
En resumen, una novela sin concesiones,
aunque entretenida, que demanda lectores fuertes que no se rasguen las
vestiduras, que tengan la mente abierta y les guste explorar nuevos territorios
que incluso pueden describir con mayor verosimilitud la pavorosa realidad de
nuestra maravillosa especie humana.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Aquí
ya le di otro giro a la historia con el riesgo de pasarme de rosca: una escena
contundente y violenta para impresionar al lector y escandalizar a los más recatados con este acto de necrofilia, y
prefiero hacerlo en primera persona para acostar la distancia entre esta voz y
el lector, para que parezca más real, aunque estos comentarios, al fin y al
cabo, le resten tensión al conjunto. También, el hecho de convertir al
protagonista en un asesino y luego hacerle sentir el arrepentimiento, me sirve
para mostrar a alguien con desequilibrios psíquicos, pero a la vez tan normal
como el presidente de un país ordenando asesinatos, derrocando gobiernos
extranjeros o iniciando alguna guerra preventiva.”
…..
“Arrodillada
metí mi cabeza entre sus piernas e introduje su pene en la boca. Estaba totalmente
fláccido. Tenía el bolso en mi mano derecha, sobre el suelo, y lo abrí para
agarrar el cuchillo. Apreté con fuerza los dientes y él gritó con un alarido
desencajado, tanto como su pene que tan sólo colgaba sujeto por un pequeño
trozo de carne. Le hinqué el cuchillo en el estómago como cinco o seis veces.
Estaba excitadísima. Aún vivía cuando le penetré por detrás. Se lamentaba con
un suspiro, apretando el esfínter anal con fuerza y en mi pene noté cómo se
alargaban los latidos de su corazón hasta pararse. Ya estaba muerto pero
continué hasta correrme.”
…..
“Así
es como mezclé el pasado lejano con el pasado reciente, repitiendo en una
sucesión de actos encadenados, con el corto periplo del pene cercenado en la
vida de Robert Wilson y los recuerdos más lejanos de una historia que comencé a
contar y se completa con esa escena de pederastia (un deliro menor, pues muchos
curas católicos lo practican con asiduidad y su castigo es cambiarles de
parroquia, acto tan hipócrita como la sonrisa de Frank el mecánico -así lo
dejamos en mano de Dios y sus representantes: el mal no existe porque Dios está
en medio: es la escusa-. Y en esta novela, como casi todo se vale, utilizo el
sarcasmo para mostrar la realidad, porque esas cosas pasan y la historia de
Nadine, por muy fantasiosa que parezca, puede estar ocurriendo ahora mismo.”
(Pablo Paniagua, Nadine.
Algo más que una novela porno. Páginas 23-24, 59, 69)
Gracias por tu reseña, tu trabajo es siempre muy interesante, aunque debo decir que en lo particular el tema no me atrapa, creo que prefiero otro tipo de lectura, sin embargo, respeto al autor y a todo aquél que se interese por ello. Un abrazo de luz, encantada siempre de leer tu obra, que siempre es excelente.
ResponderEliminarCiertamente un tema muy diferente de lo habitual...
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