Luis Mateo Díez
Edición e Introdución de Asunción Castro
Ediciones Cátedra, Madrid, 2015, 654 páginas
(Avance editorial)
Me siento honrado por poder acoger en esta
sección (Avance editorial) unos fragmentos extraídos de la edición, sin duda canónica, que, el
pasado día 5 de noviembre, publicó Ediciones Cátedra. El volumen que agrupa los
tres libros del ciclo de Celama de Luis Mateo Díez, y que por cortesía del
sello editor puedo degustar. Una lectura gozosa, pero obligatoriamente pausada
como es de ley con los manjares eximios. Pretendo, sin embargo, compartir con
los lectores de este Cuaderno de crítica literaria el sabor de una prosa
hermosa, profunda y muy rica a través de estos extractos, a los que precede una
anotación, únicamente informativa, sobre la casa editora, el autor y el volumen
El reino de Celaya. En breve cumpliré
con el deber de valorar como exige y merece este reino, a la vez real e
imaginario, al que dio forma y llenó de historias y personajes Luis Mateo Díez.
Ediciones Cátedra es un sello editor cargado
de historia. Fundado en 1973, forma parte actualmente del Grupo Anaya. Sin su
labor perseverante, la literatura que se publica en español, no sería lo que
hoy es. Son muchas sus colecciones, pero sobresalen “Letras Hispánicas” y
“Letras Universales”, pobladas, cada una de ellas, por cientos de títulos,
libros imperecederos que forman esa pirámide de los clásicos de todos los
tiempos, y también de los de nuestros días.
Piezas clásicas son sin duda las tres
novelas de Luis Mateo Díez, recogidas en este volumen: El espíritu del páramo. Un relato, La ruina del cielo. Un obituario,
El oscurecer. Un encuentro. La
profesora Asunción Castro, especialista en la obra de Luis Mateo Díez, es la
responsable de esta edición, que reproduce la que Areté publicó en Barcelona en
2003 con el mismo título, y que el escritor dio por definitiva. La editora es
autora así mismo de una amplia e ilustrativa Introducción en la que analiza el
universo literario de Luis Mateo Díez y estudia las tres novelas del ciclo de
Celama. Suyas son también las notas aclaratorias al pié de página. La edición
conjunta de las tres novelas facilita esa lectura gozosa de la gordura de una
trama que unifica los tres libros con “símbolos y metáforas” que van y vienen a
lo largo de la historia. También los centenares de personajes. Tres novelas
pues que se alimentan entre ellas, como reconoce el propio escritor. Un
apéndice con cinco textos escritos por el autor y el mapa de Celama completan
la edición.
Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) es,
según José María Merino, uno de los escritores españoles contemporáneo más
importantes por su extraordinaria imaginación y por su capacidad para ordenar,
mediante un lenguaje inconfundible, una escritura riquísima en panoramas tanto
materiales como inmateriales. Maestro de la imaginación, cuyo aprendizaje
inició siendo niño en contacto con la oralidad, y a la vez un clásico vivo que
se propuso, entre sus afanes literarios, conservar la memoria de las
tradiciones populares más vivas, que él percibía en las reuniones vecinales
(filandones), en las que, al calor de la lumbre, se contaban historias locales,
que alimentaron su acervo imaginario y aportaron muchos granos de arena a la urdimbre
de sus ficciones.
En 1996, Luis Mateo Díez inicia, con la
publicación de El espíritu del páramo. Un
relato, una saga ficcional unitaria cuyo centro es un territorio real
transformado en simbólico. Le sigue, en 1999, La ruina del cielo. Un obituario, y el ciclo se cierra, por el
momento, con El oscurecer. Un encuentro
(2002). El ciclo de Celama, desde el punto de vista estructural, es como señala
la autora de la Introducción, un conjunto polifónico aparentemente heterogéneo
que, sin embargo, presenta una coherencia final absoluta en la constitución del
universo autónomo de Celama (página 25).
Una coherencia acrecentada por el protagonismo del espacio: ese Páramo erigido
en cronotopo y bautizado como Celama, cuyo referente geográfico es la seca llanura
leonesa enmarcada entre los ríos Órbigo y Esla (Urgo y Sela, en la novela).
Mapa de Celama |
Pero ese yermo páramo leonés se configura
simbólicamente como territorio literario imaginario. Un espacio mítico, una
geografía inventada bajo la ejemplaridad, reconoce la modestia del escritor,
de Yoknapatawpha de Faulkner o la Comala
de Rulfo. Un territorio repleto de lo que el escritor lleva dentro. Harto
también de frío, ausencias, tenaz lucha por la supervivencia, y especialmente
de muerte, presente de forma implacable sobre todo en los dos primeros relatos.
Y habitado por unos personajes cuya épica es la supervivencia, tal como resuena
de forma insistente en El espíritu del
páramo, cuyo centro gravitatorio es, en efecto, la lucha por la
supervivencia de unos seres anclados en viejos mitos, en el odio, en el amor y
en la seguridad de que la “Oscura Señora” nunca pasará de largo. En Celama se
siente el aviso de la muerte (“Dicen los que cuentan”), que aguanta sin
achantarse. En Celama se muere y por eso, en La ruina del cielo, es preciso que alguien complete el censo de
muertos, poseedores, no obstante su definitivo tránsito, de la memoria de la
cultura rural, también fenecida.
Una hermosa metáfora pues, tan hermosa como
compleja, tal como se nos dice en la presentación editorial, de un territorio
patrimonio de la imaginación de la humanidad -con eso se da por satisfecho el
escritor-, narrado con pluma maestra, en un discurso que rompe con los géneros
y cuyas Hectáreas, Comarcas, Llanuras, Territorios y Páramos, junto con sus
moradores, los vivos y los muertos, nos ofrece Ediciones Cátedra en un volumen
que es literatura en estado puro, y también puede ser un excelente agasajo
navideño.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Los
habitantes de Celama estaban hechos a la incuria de la sequedad, que era lo que
los siglos legaban en la Llanura desolada. De esa incuria provenía su pobreza y
en el intento de paliarla había, como siempre sucede, una lucha por la vida que
animaba el espíritu con la fortaleza de su decisión, aunque el espíritu tampoco
tenía muy claramente definidos sus poderes, porque el espíritu se difumina
cuando la voluntad no supera el riesgo de la desgracia y el trabajo.
Además
de esa razón misteriosa que infunde en la carne el deseo de supervivencia, el
espíritu mostraba en Celama su condición fantasmal, también aceptada por los
habitantes, porque bajo el manto de las rañas se presentía otro latido distinto
al geológico, otra compaginación de estratos que sumaban los malos sueños y los
peores augurios, las amenazas que componían en la sepultura de la tierra la
morada de los pensamientos mortales. Por eso siempre hubo un temor incierto en
el desarrollo de aquella obsesión, como si la tosca técnica de escavar los
Pozos acarreara un riesgo añadido, más allá de los derrumbes y el fallo de los
artilugios, en la emanación imprevista de un aliento fúnebre, en la maldición
de un espectro dormido que no consentiría que no sufriera daño quien perturba
su sueño.
Siempre
existió el sentimiento de que la muerte habitaba el subsuelo, y no en vano los
muertos bajaban a ella, a recogerse en sus brazos una vez que los hacía suyos.”
…..
“¿Dónde
están los muertos históricos de Celama, los muertos de los siglos que vuelan
como aves anónimas, al menos desde aquellos mil novecientos noventa y tantos a
que remiten, en algún sentido, los extraviados documentos municipales, cuando
ya se nombraba a Santa Ula y su alfoz?
El
agustino exclaustrado de Olencia algo sabría, pero no de los muertos, entre
otras cosas porque esa genérica denominación no hace posible ninguna identidad:
los muertos históricos de Celama son una incierta masa de rostros comunes sin
rasgos mi mirada, que a nadie pertenecen a no ser a la tierra que los contiene,
muertos sin espacio sagrado ni lápida, ya que aquellos siglos no parecen
demasiado piadosos en la Llanura porque no hay huellas de muchos templos,
apenas algún monasterio renombrado.”
…..
“Sindo
Valero dedicó una buena parte de los últimos meses de su existencia a cavar con
extremo cuidado su propia tumba. Y las mismas o parecidas artes de una buena
albañilería las empleó, muchos años después, Anibal Serto para disponer la
suya.
En
uno y otro caso decidieron que, a fin de cuentas, la sepultura es el hogar de
la eternidad de donde nadie vuelve: la casa definitiva donde morar cuando
dejamos de ser lo que somos.
Hubo
comentarios, y hasta requerimientos algo escandalosos cuando por las cocinas
del territorio corrió la noticia del afán de los sepultureros por buscar
acomodo al más allá de sus cuerpos, probablemente reñido con el más acá de sus
almas, ya que uno y otro, solterones de la casta más recia, ni iban a misa ni
cumplían por Pascua.”
…..
“Muerto
mortal que no quiere, muerto morido que no se conforma, aquí en Celama tampoco
la Muerte hace distingos, sólo hay que asomar a la habitación de al lado y ver
los que queda de mi suegro, dijo Dorama, pero acaso fuera el mejor sitio que un
buen mozo le echase un cuarto a espadas, habida cuenta de lo que la Muerte
significa en el Territorio.
Esa
Oscura Señora siempre supo que nos tenía más preparados que en cualquier otro
lugar, porque no es precisamente la vida lo que contiene la tierra que pisamos:
de una encarnadura más sospechosa está hecha, si de ello somos conscientes,
aunque me parece que me estoy saliendo del cuento, y lo que quiero es contarlo,
no rezar un responso.”
…..
“Los
harapos de los espantapájaros de Celama semejaban las guirnaldas mugrientas de
las fiestas de los pueblos, la descuidada ornamentación que siempre daba un
aire fúnebre y añejo a las celebraciones. En realidad, en la Llanura las
festividades fomentaban la emulación de un pasado donde alguna vez se canceló
la alegría, un rito que el tiempo fue reconvirtiendo en una suerte de
expiación, como si los pueblos heredasen la mala conciencia de aquel
cumplimiento.
Podía
ser la figura de un extravagante caballero o la de alguien que acudía a un
requerimiento oficial o a una boda o a un bautizo, ya que parecía vestido con
la elegancia de quien tiene que cumplir alguna obligación social, el padrino de
cualquier compromiso, por mucho que el lugar de su aparición no fuera el más
adecuado.”
(Luis Mateo Díez,
El reino de Celama, páginas 81, 179, 182, 242-243, 538)
Leyendo los fragmentos compruebo lo que dices, es de un estilo que impacta al lector, como si jugara con lo invisible. No se parece a nadie y sin embargo en algunas partes me recuerda a Lovecraft, y en otras me dejo llevar por la locura de mi pensamiento y me recuerda a García Márquez, pero como si los desbordara a ambos en la imaginación, en la percepción, como si él lograra todas esas realidades que pasan fugazmente a veces por nuestros pensamientos.
ResponderEliminarMe gusta, me gusta mucho su su estilo que nos hace ver lo invisible, escuchar lo inaudible, vivir lo imposible dentro de la página escrita.
Muy buena tu crítica que nos deja con ganas de conocer más.
Una perfecta interpretación de los textos de Luís Mateo Díez. Realmente da gusto reseñar libros para que puedan leer mis humildes valoraciones, personas con un ojo crítico tan agudo como el tuyo, querida Norma.
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