María Fasce
Alianza Editorial, Madrid, 2015, 246 páginas
María Fasce se suma de forma
perspicaz a la tendencia de la narrativa contemporánea de convertir a literatos
reales en personajes de ficción. Los escritores, y en general los
intelectuales, interesan cada vez más a los narradores. Aunque el fenómeno no
es nuevo, en la dos últimas décadas se produjo un notable floración de novelas
en las que el protagonista es un escritor o un personaje con intereses
intelectuales. Existen múltiples ejemplos: El
animal moribundo de Philip Roth, La
noche del oráculo de Paul Auster, Elizabeth
Costello de J.M. Coetezee, Ravelstein
de Saul Bellow, Leonora de Elena
Poniatowska. No son los únicos casos: Henry James fue tratado como un “dramatis
personae” imaginario por tres novelas del mercado anglosajón; Julian Barnes se
sirvió de Ivan Turguénev y de un episodio amoroso de su vida para escribir uno
de los mejores relatos del libro La mesa
limón. Silvia Plath, Virginia Woolf y Dostoievski son así mismo los
protagonistas de ficción de Kate Mose, Michael Cunningham y J.M. Coetzee. Sin
olvidar el relato Tres rosas amarillas
de Raymond Carver en el que aparece Chéjov.
También Pablo Neruda, y sobre todo su
prolongada estancia en Isla Negra, ha inspirado a escritores y cineastas.
Antonio Skármeta y el director de cine británico Michael Radford nos han
transmitido, a través de sus textos o de sus películas -El cartero de Neruda es el más conocido- una imagen idealizada de
Neruda: un ser afectuoso, que irradia sabiduría y bondad. Una visión de Pablo
Neruda bastante alejada de la realidad.
La
mujer de Isla Negra de María Fasce persigue transferir así mismo a los
lectores un retrato de Neruda mucho más fiel con lo que fueron los hechos: un
Pablo Neruda de carne y hueso, una persona esclava de sus contradicciones,
infiel con sus amantes, ególatra. Un ser
humano rebosante de virtudes y defectos; malherido por una dicotomía entre su
vida pública y la privada.
No obstante, María Fasce no se decanta en la
novela por Pablo Neruda como personaje central. Sobre él gira la narración,
pero visto, “contado”, e incluso “olido” por Elisa, una adolescente al inicio
de la novela -mujer madura en las páginas finales- que llega a Isla Negra
acompañando a su madre que ejercerá de sirvienta abnegada de Neruda y de Delia
del Carril, la pintora argentina, segunda esposa del escritor, de la que dice
estar enamorado, pero a la que es infiel con Matilde Urrutia. Precisamente la
novela echa a andar con un “inicio glorioso” y desconcertante para la
adolescente, cuya sexualidad está despertando: encerrada en un armario,
contempla sin pretenderlo una escena de sexo, rayana a la animalidad, entre
Pablo Neruda y una mujer que no es Delia, sino Matilde Urrutia. Esa sorpresiva
visión es el desencadenante inmediato de la novela. Hay un secreto que se
revela en el desenlace, que justifica también este texto de desagravio. El triangulo
sentimental de Neruda, esposo enamorado de la refinada pintora argentina,
veinte años mayor que él, a la que engaña con la sensualidad de una mujer mucho
más mediocre.
Delia del Carril |
En la tercera y cuarta parte, la veremos ya
como mujer en París, enamorada, escribiendo cuentos con el heterónimo de
Josefina Linares. Y enterándose del gran secreto que reivindica definitivamente
a su madre: ese Pablo Neruda, hombre viejo y cansado que la miraba sin verla en
la Ciudad de la Luz, es su padre.
La novela muestra varias formas de ser
mujer: la culta y sofisticada (Delia del Carril); la mediocre y mentirosa
(Matilde Urrutia); la que crece, asimila, construye su identidad y asume su
pasado (Elisa Luna). También varias imágenes de Pablo Neruda: inmenso poeta
(“Ningún poeta del hemisferio occidental admite comparación con él” Harold
Bloom), cariñoso y acogedor con la niña y adolescente, cobarde en ocasiones e
infiel con sus mujeres.
Elisa Luna es sin duda la mujer de Isla Negra.
Pero no olvidemos que el personaje es una construcción de la autora, que María
Fasce lo ficcionaliza todo, aunque basándose en personajes reales. Y, si bien
en un epílogo le concede vida real y nos la muestra dirigiendo la “Casa de los
Jóvenes Poetas” que soñara Neruda, todavía estamos en terrenos ficcionales.
También es cierto que Pablo Neruda pasó buena parte de su adolescencia en Temuco, a donde viajó más de una vez, y de esa
ciudad proceden madre e hija y ese hecho
abre muchas posibilidades de amores adolescentes u ocasionales. La vida
familiar de Neruda fue compleja: tres matrimonio y una hija, Malva Marina,
fallecida a los ocho años por hidrocefalia, ignorada por su padre (“solo es un
lamento”), y cantada, sin embargo, por García Lorca (“Malva Marina, quién
pudiera verte / delfín de amor sobre las viejas olas”).
María Fasce escribe desde la ventana de
Elisa, siguiendo el consejo de Henry James. Y sus impresiones nos llegan con
una escritura clara, con hermosos fulgores líricos, que, no obstante, no son un
fin en sí mismos, sino un hábil procedimiento para conseguir que el lector se
introduzca en el texto. Y entre esas impresiones, llama poderosamente la
atención la importancia de la sensorialidad, especialmente las percepciones
olfativas. La protagonista relatora conoce la realidad aspirando los olores:
los olores de la cama húmeda y revuelta de Neruda, entre otros. Una novela pues
no solo para ser leída, sino también para ser saboreada a través de los
sentidos.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“En
la oscuridad se pueden ver mejor los detalles. Cada imagen se une a un sonido y
se recorta sola y nítida en el negro y el silencio. Los pasos por ejemplo.
Nadie mira los pasos en el día, apenas se oyen. Nadie ve una mano tocar una
mano, una rodilla. Las cosas importantes se pierden. Cae un bretel, un cuerpo
retrocede y los besos suenan como estampidos en el negro. Las risas se
confunden con la luz pero en la oscuridad asustan como relámpagos. La mujer se
reía. No se reía como mi madre ni como las mujeres que yo había oído reírse, se
reía más fuerte, la risa más aguda.
Se
había quitado la ropa. Tenía la espalda bronceada y las nalgas grandes y un
poco caídas. Pero en las piernas se le marcaban los músculos, como a las
bailarinas. En la pantorrilla izquierda, una mancha oscura del tamaño de una
ciruela. El vestido le rodeaba los tobillos como si estuviera en medio de un
estanque en el que flotaban el sostén y los calzones, que eran de un color
dorado.
Pablo
no estaba desnudo. Fue hacia la ventana y oí el ruido de una silla: se había
sentado para sacarse los zapatos y la ropa, y ahora iba hacia la cama. Los
pelos del pecho le trepaban por los hombros y seguían en dos franjas en la
espalda.
-Date
vuelta- volvió a reírse ella. Estaba en la cama, un triángulo negro entre las
piernas.”
…..
“Me
senté junto a ella (Delia). La abracé. Nunca nos habíamos abrazado. Busqué su
perfume y allí estaba, escondido, ese olor
a jazmín y madera, suavísimo. El olor de la ropa en el armario la tarde
en que me escondí para ver a Matilde y a Pablo en la cama. Quizá tenía que
habérselo contado. Pero entonces Delia se habría ido mucho antes.
-¿Qué
pensás?
-Nada-
dije
-No
se pude pensar en nada. Sólo es posible no pensar cuando se hace el amor.
No
hablaba para mí sino para ella, como tantas veces. Se pasó una mano por la
mejilla.
-Yo
hace seis años que no lo hago, y ya no creo que vuelva a hacerlo, nunca más.
Apoyó
la cabeza en mi hombro y cerró los ojos.
Nunca
habíamos estado tan cerca.
Le
acaricié el pelo y nos quedamos así, mucho tiempo.
De
pronto dijo:
-Andá,
tráeme los cigarrillos.
Dejaba
de fumar y volvía a empezar, como hacía con la pintura. Fumaba y pintaba
muchísimo, o podía días, semanas, sin hacerlo.
Sonó
el teléfono.
Era
Pablo. Quería hablar con ella.
-Decile
que fui al pueblo. Decile que estoy muerta. Le dije que no estaba, que había
salido.”
…..
“Amamos
cada pequeño gesto de las personas que queremos; el odio es igualmente
detallista. Yo odiaba la mancha en la pantorrilla y la risa de Matilde, que
fueron las primeras cosas que le conocí. Pero también su esmalte de uñas color
fucsia, el balanceo exagerado de sus caderas al caminar, su dedo meñique alzado
al sostener la taza y, especialmente, una costumbre repugnante que tenía,
cuando Pablo no la veía, de olerse el aliento torciendo la boca.”
…..
“-Cuéntame
de papá, de mamá y papá. De Pablo y mamá. Cómo se conocieron.
Juana
dejó caer la cuchara en el plato. Miró por la ventana. Apoyó sus manos, esas
manos brillosas y ajadas, como las de mi madre, sobre la mesa.
-En
un baile.
-¿Mi
madre bailaba?
-Ella
sí. Pablo no.
No
dio detalles. Como los titulares de un diario. Habían sido novios a los quince
años, en el liceo de Temuco. Después Pablo se marchó a Santiago. El único amor
de mi madre. Y él, sí, parecía enamorado, en esos días al menos. Volvió veinte
años después, un día, a dar una conferencia. Mi madre fue a escucharlo y al
final se acercó y salieron juntos de la sala, y pasaron todo el resto del día y
de la noche juntos. Al otro día, él regresaba a Santiago. Mamá descubrió pronto
que estaba embarazada, y decidió tenerme. Estaba feliz, tan feliz como ese mes
que había salido con Pablo. No iba a contarle nada. Sólo se lo diría si él
volvía a llamarla. Nunca llamó. Y mi
madre le prohibió a Juana que lo buscara.”
(María Fasce, La
mujer de Isla Negra, páginas 15-16, 131-132, 140, 226-227)
Un trabajo literario muy bien presentado...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
Preciosa reseña, quisiera leer este libro, la verdad es que me ha atrapado, ya que soy admiradora de Pablo Neruda y el triángulo amoroso, me pareció muy interesante, sobre todo por su narrativa con exquisitos toques de lírica, te felicito, siempre haces gala de tu pluma y nos orientas en la lectura, veré la forma de conseguirlo, gracias, abrazos de luz.
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