Ivan Jablonka
Traducción de Agustina Blanco
Editorial Anagrama (por convenio con Libros del
Zorzal), Barcelona, 2017, 415 páginas.
En un
libro que no es una simple crónica periodística y mucho menos de tintes
amarillistas, el historiador Ivan Jablonka (París, 1973) reconstruye la vida de
Laëtitia Perrais, asesinada y descuartizada en la noche del 18 de enero de
2011. Laëtitia tenía entonces dieciocho años y, sobre su persona, un cúmulo de
experiencias negativas que el autor nos permite ver en la novela. Era una
camarera domiciliada en una pequeña población del departamento francés del
Loira. A esa edad, en efecto, ya había sido víctima de la incomprensión, el
abandono y la violencia que Jablonka, en una suerte de prólogo, resume así:
“Cuando Laëtitia tenía tres años, su padre (se refiere al abuelo) violó a su
madre; luego su padre de acogida abusó de su hermana (…) desde la infancia
sufrió inestabilidades, idas y venidas, descuidos, se acostumbró a vivir con
miedo, y ese largo proceso de debilitación esclarece tanto su final trágico
como a nuestra sociedad en su conjunto.”
Todo este
ambiente miserable en el que estuvo inmersa la niña y la joven convierte al
libro en una biografía de la víctima, no para rendirle honras a la hora de su
muerte, sino para rehabilitarla en su existencia, devolverle su dignidad a una
joven que, a los ojos del mundo y de las redes globales de comunicación, nació
en el instante en que murió. Antes su nombre no aparecía en ninguna parte. El
autor piensa -y este es el porqué de su libro- que lo que más importa no es la
muerte de esta joven, sino su vida, especialmente porque es un hecho social ya
que encarna fenómenos mucho más graves y preocupantes que ella, incluso en su
trágico final: la vulnerabilidad de los niños y la plaga cósmica de la
violencia de género, ese mundo donde la mujer sigue sin contar como sujeto de
pleno derecho, donde, casi como en el código napoleónico la violencia sexual
forma parte del derecho del hombre -algunos hombres así lo creen-. Por eso
muchas mujeres son víctimas de la saña más brutal a la que suelen responder con
el silencio. En Francia más de 80.000 mujeres son víctimas de violación o de
intento de violación cada año, pero apenas un 10% lo denuncia.
Todos
estos antecedentes, algunos muy cercanos a Laëtitia -me refiero a las
violaciones a las que era sometida su hermana melliza Jessica, otras niñas y
quizás ella misma por el padre de acogida-, convierten al asesinato de
Laëtitia, más en un crimen de la sociedad en su conjunto, que en un acto
macabro de un psicópata solitario, Tony Meilhon. Porque Laëtitia Perrais nunca
desconfió del hombre que posiblemente la violó, la asesinó y la desmembró: en
el mundo que ella conocía, las mujeres son insultadas, golpeadas y violadas
todos los días. Por eso no receló de ese asesino con el que liga y tontea y que
la obliga a acudir a una cita fatal. Durante toda su vida se vio rodeada de
hombres con ese talante que la consideraban siempre una víctima sexual o
alguien a quien se puede hacer daño. Su vecino y asesino no le pareció peor que
los demás. Y así Laëtitia se transformó en alguien altamente vulnerable, presa
fácil de hombres depredadores. “Su sistema de defensa fue desactivado desde los
primeros años de vida, acaso en su vida prenatal, puesto que su padre violaba a
su madre”, aclara el escritor. Someterse a la ley de los hombres le parece a Laëtitia una ley de vida.
Un libro
con la amplitud y riqueza temática como Laëtitia
o el fin de los hombres difícilmente puede ser reducido a una breve
sinopsis. Es preciso leerlo. Subrayo, por consiguiente, solamente alguno de sus
núcleos temáticos.
Laëtitia
aparece, como ya quedó señalado, más como víctima de una sociedad machista que
como una mujer inmolada por un psicópata. Un verdadero “monstruo”. Pero no es
el único. El padre de acogida, el señor Patron, un hombre que, a primera vista
es un padre riguroso, director de conciencias, pero amantísimo, un justiciero
que odia a los pederastas y que pedía, altavoz en mano, en las marchas blancas
tras la muerte de Laëtitia, un endurecimiento de las penas contra los
violadores, es también otro “monstruo”: viola continuamente a Jessica, la
hermana melliza. De poco sirve que Jessica le grite: “Para eso tienes una
mujer. Yo no soy tu mujer” (página 142). Pero por miedo la adolescente se negó
a denunciarlo durante mucho tiempo. En la escala del horror él también estaba
arriba, como concluye la fiscalía en el juicio en el que finalmente será condenado
a ocho años. Queda en el aire la pregunta
que quema los labios: ¿hizo lo mismo con Laëtitia? Nada justifica la brutalidad asesina de Tony Meilhon, el otros
“monstruo”, mas su historial familiar y existencial quizás al menos explique el
camino que le llevó a ella: el incesto es el fundador de su familia. Su madre,
violada a los quince años por su padre. Su vida es un paradigma de
desestructuración. En el seno familiar no le quieren; una vida de mierda;
duerme en la calle, alcoholizado, prueba y consume todos los estupefacientes,
acosa, roba a la gente, en la prisión viola a un compañero de celda con el palo
de una escoba por “apuntador” (violador). Y el mismo cuida su imagen de
“monstruo”, trabaja en su leyenda.
El rapto,
asesinato y desmembramiento de Laëtitia, se convirtieron, no en un asunto
nacional, pero sí en asunto de estado y de ellos deja reiteradas constancias
Jablonka. Provocó una paranoia populista en la que se involucraron los medios
de comunicación, el presidente de la República, Nicolás Sarkozy. La conmoción
social que provocó el caso Laëtitia coincidía con sus intereses políticos y, en
consecuencia, instrumentalizó el miedo, acusó y amenazó al estamento judicial
por razones demagógicas. En definitiva, el gobierno de la emoción populista transformada
en objetivo político. Y lo más paradójico es que Sarkozy combatió a los delincuentes
sexuales al lado de un pedófilo al que recibió en más de una ocasión.
Es
interesante tener en cuenta el punto de vista que en este libro adopta Ivan
Jablonka: su esfuerzo por romper las fronteras infranqueables entre lo
masculino y lo femenino. El autor se interesa por la historia de las mujeres,
sobre todo por la violencia de la que son víctimas. Un profesor universitario
dedica un libro a una joven del “cuarto mundo”; habla del presente a pesar de
ser un historiador. Pero analiza este presente como objeto histórico. Utiliza
los medios de investigación, documenta todo lo que cita: entrevistas,
testimonios escritos de todos aquellos que tuvieron algo que ver con Laëtitia.
Y basándose en ese material, reconstruye los momentos claves de la existencia
de los implicados, pero sobre todo de Laëtitia.
El mismo
autor piensa que su libro se encuadra en la senda de El adversario de Emmanuel Carrère y A sangre fría de Truman Capote. Pero no es ficción basada en hechos
reales. Todo lo que relata Jablonka son hechos comprobados y cotejados. Aborda
la vida de Laëtitia como un hecho social. Es por ellos que no rellena los
huecos “con grandes paladas de ficción”, son sus palabras. Una
metainvestigación, como se ha escrito.
El título
del libro se completa con las palabras “o el fin de los hombres”. Una especie
de subtítulo que remite a dos propósitos por parte del autor: en primer lugar,
la violencia del asesinato de la joven que es un crimen del fin del mundo. Y en
el segundo, la constatación de que todo lo que rodeó este asunto (el padre
alcoholizado y violador, el padre de acogida igualmente abusador de
adolescentes, un asesino ultraviolento, un presidente de la República
instrumentalizando a Laëtitia) son muestras de una masculinidad descarriada,
resabio de un patriarcado que “no rima con agresividad, culto del patriarcado,
poder del dinero, misoginia o incluso homofobia”. Eso también es el fin de los
hombres, al menos como desiderátum:
lucha contra la violencia machista y a favor de la igualdad entre mujeres y
hombres.
Fragmentos
“El tratamiento que hace Sarkozy de los sucesos es, en sentido propio, un
acto político: la retórica de la acción, el discurso de la «ley y el orden», la
instrumentalización del miedo, el gobierno de la emoción, la omnipresencia mediática le permite aparecer como el
defensor de la sociedad, el protector de los franceses acechados por los
«bandidos» y los «monstruos». Este oportunismo compasivo-securitario propio de
él, tanto cuando ejerció de ministro como cuando ejerció de presidente,
justifica las medidas más represivas (penas mínimas, retención de seguridad,
jurados populares en materia correccional, supresión del atenuante de minoría),
bajo pretexto de reducir a cero el riesgo de reincidencia.”
…..
“Dejemos aquí la tercera ficción. Al igual que los jueces, creo que la
verdad es inaccesible y que la duda, en todo caso, debe beneficiar al señor
Patron.
Pero, en el fondo, la cuestión realmente tiene relevancia; pues bastó con
que Laëtitia captara la índole de la relación entre el señor Patron y Jessica
para que su vida diera un vuelco, para que se sintiera como a los tres años, colgada
en el vacío, para que comprendiera que la mentira lo había gangrenado todo, que
la violencia aún estaba allí, agazapada y asquerosa, en el sofá del salón, en
el cuarto que había compartido con su melliza, en las sonrisas, en los grandes
principios, los consejos, los juegos de naipes, las navidades, las vacaciones
en caravana. El hombre que te ha enseñado todo, que tiene que protegerte, se lo
cobra en especie. Qué importa, entonces, que haya o no habido una agresión o
tentativa de agresión a su persona: la dominación es en sí misma una forma de
violencia. El abuso sexual que el señor Patron ejerció sobre Jessica, durante
años también y necesariamente debilitó a Laëtitia.”
…..
“Consternación. Asco. Un hombre tan recto que no dejaba pasar una ocasión
sin denunciar a los pervertidos, ¡a los delincuentes sexuales!
Nadie hubiera pensado, nadie hubiera podido sospechar…Las últimas ilusiones
-las mellizas al resguardo en casa de los Patron, una familia que apoya a
Jessica tras el drama- se desmorona. Es el caso dentro del caso, el horror dentro
del horror, lo sórdido dentro de lo atroz.
Por más que el señor Patron finalmente no fue juzgado ni condenado por agresiones
a Laëtitia, fue en el marco del caso Laëtitia donde sus víctimas fueron oídas en
aquel entonces. Efectivamente, a falta de elementos pormenorizados, los cargos serán
abandonados en lo que atañe a Laëtitia, y la jueza de instrucción pronunciará un
sobreseimiento. En cambio, se establece que el señor Patron abusó de Jessica durante
su adolescencia y después de su mayoría de edad. «La doble pena de Jessica Perrais»,
titula Paris Match.
(Ivan Jablonka, Laëtitia o el fin de los hombres, páginas 133-134, 280-281, 324-325)
Realmente interesante ...
ResponderEliminarSin duda, se ve que es un libro desgarrador y de profundidad social. La violencia siempre será perturbadora, pero la magia de escribirla, logra ser sobresaliente e impresionante. Gracias por tu reseña, siempre logras interesarme. Un abrazo.
ResponderEliminar