Inka
Parei
Traducción
de Roberto Bravo de la Varga
Acantilado,
Barcelona, 2017, 180 páginas.
Se suele dar por hecho que Inka Parei
(Fráncfort del Meno, 1967) y otros escritores y escritoras alemanes nacidos en
los años 60 y 70 pertenecen a la generación de los nietos. No vivieron la
Segunda Guerra Mundial pero cuando quisieron saber qué y cómo había sido
aquella catástrofe, se encontraron con el silencio y el mutismo familiar de
padres y abuelos que no quisieron o les resultaba imposible recordar. Fueron
sin embargo testigos de la Guerra fría, del muro que dividía Berlín, también de
su caída y de la nueva Alemania unificada. Una reunificación que no ha dejado
de interesar a escritores como Inka Parei que dedicó al tema dos novelas
anteriores a esta (La luchadora de
sombras, 2002 y El principio
oscuridad, 2007). En La central del
frío reincide en episodios de ese pasado con un tema de fondo: los
recuerdos de una persona que fue adoctrinada para subordinar su propia
individualidad a la colectividad, y entregarse acríticamente a su servicio,
pese a que muchas ocasiones no fuera capaz de entender los motivos.
A través de un inquietante relato, se nos
revela que el protagonista y narrador había nacido en la República Democrática Alemana, que
trabajó de mecánico en la planta de refrigeración del periódico Neues Deutschaland,
órgano oficial del partido socialista. Se encuentra pasando los últimos meses
en el sur de Alemania y recibe una llamada de su ex mujer, enferma de cáncer.
Entonces siente que el pasado de sus vidas asciende lentamente desde lo más
hondo de sus existencias. Su ex pareja le solicita que se traslade a Berlín y
le ayude a descubrir si su enfermedad cancerígena puede tener algún tipo de
relación con la llegada de un camión procedente de Chernóbil, tras el accidente
nuclear. Quizás ella estuvo en contacto con ese vehículo. Después de la
conversación, percibe de repente la presencia del abismo cuya existencia
siempre había negado. Comprende igualmente que la única persona que le puede
ayudar es un antiguo compañero, pero hubo un tiempo en que creyó que había
fallecido en extrañas circunstancias, aunque ahora tiene la esperanza de que
esté vivo. Es la única persona que le podría echar una mano para
reconstruir los acontecimientos de mayo
de 1986 cuando ambos trabajaban en el periódico del partido. Él como mecánico
de la sección de climatización.
La historia que narra Inka Parei se
transforma así en una búsqueda de respuestas con el único soporte de los
recuerdos fragmentados del pasado y episodios del presente confusos y
nebulosos. Un pasado que ascendía lentamente rebosante de incongruencias y un
presente dominado por el desahogo. Mas
ese es el papel que frecuentemente le corresponde a la literatura: ahondar en el pasado para
esclarecer o inquietar el presente. Historias familiares, laborales, sociales
de tiempos pretéritos que son capaces de iluminar con nueva luz el presente.
La novela transita entonces por las sendas
del thriller, a la vez que recupera y revisa la historia; el protagonista se
reencuentra con personas conocidas en otros tiempos -antiguos compañeros-; con
la ciudad y se enfrenta así mismo a su propio fracaso personal. En definitiva,
un viaje a través de las brumas del pasado plagado de interrogantes, en
búsqueda de respuestas, aunque solamente va a encontrar dudas.
La novela, aunque con múltiples analepsis,
sigue fundamentalmente el hilo de tres tiempos y espacios diferentes: el de la
República Democrática Alemana en la que todo se consideraba indestructible; una
utopía que se inculcaba a los ciudadanos; la semana en la que el protagonista
viaja a Berlín para bucear en el pasado, y un presente confuso que pone de
manifiesto el fiasco de sus pesquisas.
La novela de Inka Parei tiene entre sus
aciertos el hecho de envolvernos en una sensación de agobio latente en el clima
social de la Alemania del Este, con frecuentes alusiones al miedo, a la
opresión y al frío. El combate del frío para el que fue reclutado el
protagonista, y eso precisamente es lo que experimenta en su estado de ánimo,
con unas normas que le martillean con la necesidad de poner entre paréntesis
los valores individuales y entregarse gratuitamente, y sin entender el por qué
y el para qué, a una colectividad carcomida por la burocracia.
La autora describe con una tonalidad
igualmente fría y una prosa aséptica, con ciertas chispas intimistas de vez en
cuando, el panorama vital de unos desarraigados que creyeron habitar un
paraíso, el de la sociedad socialista,
que resultó ser falso, y se instalaron en otro -el capitalista- también
engañoso porque en él uno queda abandonado a su suerte.
Fragmentos
“Las siguientes
horas las pasé informándome sobre lo que había mencionado por teléfono. Lo dijo
una sola vez, en voz baja, a partir de entonces sólo se refirió a ello como su
enfermedad. Di con el primer estudio sistemático de su dolencia. Se había
realizado entre los siglos XVIII y XIX. Se describía como un riesgo laboral
propio de deshollinadores, montañeros y marineros. Vi qué aspecto tenía una
célula cuando se reproduce con normalidad y el aspecto informe y amenazante que
muestra cuando algo va mal. En realidad, el cuerpo humano está constituido de
tal forma que lo anómalo se destruye a sí mismo. El problema surge cuando ese sistema de autodestrucción deja de
funcionar. Entonces se desata el caos. Eso fue lo que aprendí. Me enteré de que
los animales y plantas también enferman de cáncer…”
…..
“La sociedad
socialista esperaba mucho de nosotros. Tendríamos que rendir al máximo. Puede
que en más de una ocasión el oficio nos hubiera parecido difícil, habíamos
tenido que esforzarnos para comprender cada uno de los procesos, habíamos
pasado malos ratos tratando de asimilar la enorme cantidad de conceptos que
necesitábamos manejar, habíamos tenido que repetir mil veces los mismos pasos
hasta conseguir u trabajo perfecto. Ahora, sin embargo, habíamos superado
nuestros exámenes con éxito y podíamos estar orgullosos. Dentro de algunos
años, cuando el quehacer cotidiano y la rutina llenaran nuestra vida,
miraríamos al pasado con nostalgia, nos acordaríamos de este período de
aprendizaje (…) Concluyó asegurando que esto no significaba en modo alguno que
nuestro ejercicio profesional fuera a estar exento de retos, tendríamos que
enfrentarnos a situaciones complicadas, seguiríamos aprendiendo, la vida nos
depararía nuevas experiencias igual de interesantes, pero diferentes.”
…..
“Los dos primeros años
fueron muy duros. Siempre hemos dicho que no lo habríamos logrado si el otro.
Nadie nos conocía y
casi nadie nos preguntaba de dónde veníamos. Las personas mayores apenas se preocupaban
de lo que sucedía en la RDA. Su interés, si es que mostraban alguno, era exclusivamente
histórico. Cuando mencionábamos alguna ciudad que conocían o les hablábamos de tal
o cual lugar solían relacionarlo con la época anterior a la guerra o con la primera
posguerra. No tenían empacho en hablar largo y tendido sobre aquellos años, lo hacían
con absoluta libertad, un detalle que no dejaba de sorprenderme, ya que nosotros
no solíamos hacer comentarios al respecto. Hablaban sobre lo divino y lo humano
y luego, de repente, se quedaban callados. Con la mirada perdida. Era una señal
inequívoca de que su discurso había topado con la división de los dos Estados alemanes.”
(Inka Parei, La central
del frío, páginas 17-18, 49,149-150)
Ciertamente interesante ...
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