Georges Perec
Traducción de Leopoldo Kulesz
Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2004, 1ª edición, 64
páginas
(Libros de siempre)
Fue en 1978 cuando el Institut National de l’Audiovisual
encomendó a Georges Perec y a Robert Bober, a partir de una idea de este
último, el encargo de realizar una película sobre Ellis Island. El rodaje se
realizó en 1979 con el título de Récits
d’Ellis Island, Histoires d’errace et d’espoir. El film se divide en dos
partes: “L’Îlle des larmes” y “Mémoires”. En 1980 la editorial
Sorbier y el Institut National de l’Adiovisual publicaron el texto que había
escrito Georges Perec, así como las entrevistas que constituían la segunda
parte de la película. Catorce años más tarde, la editora P.O.L y el mencionado
instituto reeditaron en formato de álbum el texto publicado en 1980.
Sin embargo, la mayoría de las ediciones
renunciaron deliberadamente a publicar las entrevistas y los numerosos
documentos fotográficos reunidos por Perec y Beber. Se centran únicamente en el
texto compuesto por Perec, una simbiosis de prosa y de poesía para remarcar la
importancia que tuvo para el conocido miembro de Oulipo su confrontación con el
lugar de la dispersión, de la clausura, de la errancia y, algunas veces, de la
esperanza.
En efecto, por el islote que recibe el
nombre de Ellis Island pasó la última etapa de un éxodo sin precedentes en la
historia de las emigraciones humanas. En un estrecho banco de arena que emerge en
la desembocadura del río Hudson, a pocas brazas de la Estatua de la Libertad,
se reunieron millones de hombres, mujeres y niños. Ellos fueron los que
levantaron, desde los cimientos, la nación americana. Ellis Island significa
pues el inicio de una emigración oficializada o “industrial”, como afirma
Perec: “Una fábrica de americanos, una fábrica que transformaba emigrantes en
inmigrantes”.
En ese pequeño islote de catorce hectáreas
al que los idiomas europeos apellidaban “Isla de las Lágrimas”, llamado en el
siglo XVII “Isla de la Horca” (allí fue colgado en 1765 un pirata de nombre
Anderson), cerca de dieciséis millones de mujeres, hombres y niños procedentes
de Italia, Irlanda, Alemania, Suecia, Austria, Polonia, Ucrania, Noruega,
Grecia, Turquía… fueron acogidos, recluidos, dispersados o rechazados, porque
Ellis Island era la “Golden Door”, la “Puerta de Oro”, -casi al alcance de la
mano de Nueva York-, de la América mil veces soñada, el país donde todo el
mundo gozaría de grandes oportunidades. Pero los pavos jamás cayeron asados en
los platos, y las calles de Nueva York tampoco estaban empedradas de oro. A
aquellos “apátridas sacudidos por la tempestad”, como cantan los versos de Emma
Lazarus y que alguien grabó en el pedestal de la Estatua de la Libertad, los
hicieron llegar como mano de obra barata para empedrar las calles de América,
cavar túneles y canales, construir carreteras, puentes, vías ferroviarias, los
grandes embalses, levantar los rascacielos “más altos que los que descubrieron
al llegar”.
La prosa poética o los versos libres de
Georges Perec recuperan la historia de Ellis Island y, sobre todo, el sentido
del lugar y las huellas de todos los que pasaron por Ellis Island. Imagina
Perec, en sus textos, los dieciséis millones de historias individuales de niños,
mujeres y hombres obligados a abandonar su tierra de nacimiento debido al
hambre, a la miseria, a la opresión política o religiosa. Y sobre todo, nos
sumerge en los infinitos mares de la errancia, el vagabundeo, de la dispersión,
de la diáspora, porque Ellis Island es el lugar de la ausencia, el no-lugar, el
exilio. Y, aunque hoy Ellis Island es un monumento nacional, no pertenece
solamente a América. Es propiedad de todos aquellos y aquellas que la miseria o
la intolerancia expulsó y sigue expulsando todavía de la tierra en la que
nacieron. A todos ellos rinde tributo Georges Perec en los versos o prosas
poéticas de este pequeño libro.
Georges Perec |
Dos poemas
de Ellis Island
“pero es
allí,
a algunas brazadas de Nueva York,
muy cerca de la vida prometida
era la Golden Door, la Puerta de Oro
era allí, muy cerca, casi al alcance de la mano,
la América mil veces soñada,
la tierra de libertad donde todos los hombres
eran iguales,
el país donde todos tendrían finalmente
su oportunidad,
el mundo nuevo, el mundo libre
donde una vida nueva iba a poder comenzar
pero no era todavía América:
sólo una prolongación del barco,
un despojo de la vieja Europa
donde nada estaba aún adquirido,
donde aquellos que habían partido
no habían llegado todavía,
o aquellos que habían dejado todo
todavía no habían obtenido nada
y donde lo único que había por hacer
era esperar,
confiando en que no habría inconvenientes,
que nadie robaría tus equipajes
o tu dinero,
que todos tus papeles estarían en regla,
que los médicos no se demorarían,
que las familias no serían separadas,
que alguien te vendrá a buscar”
a algunas brazadas de Nueva York,
muy cerca de la vida prometida
era la Golden Door, la Puerta de Oro
era allí, muy cerca, casi al alcance de la mano,
la América mil veces soñada,
la tierra de libertad donde todos los hombres
eran iguales,
el país donde todos tendrían finalmente
su oportunidad,
el mundo nuevo, el mundo libre
donde una vida nueva iba a poder comenzar
pero no era todavía América:
sólo una prolongación del barco,
un despojo de la vieja Europa
donde nada estaba aún adquirido,
donde aquellos que habían partido
no habían llegado todavía,
o aquellos que habían dejado todo
todavía no habían obtenido nada
y donde lo único que había por hacer
era esperar,
confiando en que no habría inconvenientes,
que nadie robaría tus equipajes
o tu dinero,
que todos tus papeles estarían en regla,
que los médicos no se demorarían,
que las familias no serían separadas,
que alguien te vendrá a buscar”
…..
“ser emigrante era tal vez precisamente eso:
ver una espada allí donde el escultor creyó, con
total buena fe, poner una antorcha
y no haberse equivocado por completo.
sobre el zócalo de la estatua de la Libertad
se grabaron los célebres versos
de Emma Lazarus:
denme a los que están cansados,
a los que son pobres,
vuestras masas sedientas de aire puro,
los desperdicios miserables de vuestras tierras
superpobladas
envíenme
a esos apátridas
sacudidos por la tormenta
elevo mi antorcha
cerca de la Puerta de Oro
Pero, simultáneamente, toda una serie
de leyes fue
promulgada para controlar
y, un poco más tarde,
contener el influjo de emigrantes
a lo largo de los años, las condiciones de admisión
se endurecieron más y más, y poco a poco se
cerraron las puertas de esta América fabulosa,
de este El Dorado de los tiempos modernos
donde, como se cuenta a los niños de Europa,
las calles estaban pavimentadas con oro,
y donde la tierra era tan vasta y generosa
que todos podían encontrar su lugar”
ver una espada allí donde el escultor creyó, con
total buena fe, poner una antorcha
y no haberse equivocado por completo.
sobre el zócalo de la estatua de la Libertad
se grabaron los célebres versos
de Emma Lazarus:
denme a los que están cansados,
a los que son pobres,
vuestras masas sedientas de aire puro,
los desperdicios miserables de vuestras tierras
superpobladas
envíenme
a esos apátridas
sacudidos por la tormenta
elevo mi antorcha
cerca de la Puerta de Oro
Pero, simultáneamente, toda una serie
de leyes fue
promulgada para controlar
y, un poco más tarde,
contener el influjo de emigrantes
a lo largo de los años, las condiciones de admisión
se endurecieron más y más, y poco a poco se
cerraron las puertas de esta América fabulosa,
de este El Dorado de los tiempos modernos
donde, como se cuenta a los niños de Europa,
las calles estaban pavimentadas con oro,
y donde la tierra era tan vasta y generosa
que todos podían encontrar su lugar”
(Georges Perec, Ellis Island)
Me ha gustado ...
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