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jueves, 4 de enero de 2018

LA ISLA DE LA CLAUSURA, LA DIÁSPORA, LAS LÁGRIMAS O LA ESPERANZA



Ellis Island

Georges Perec

Traducción de Leopoldo Kulesz

Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2004, 1ª edición, 64 páginas

(Libros de siempre)

  



   Fue en 1978 cuando el Institut National de l’Audiovisual encomendó a Georges Perec y a Robert Bober, a partir de una idea de este último, el encargo de realizar una película sobre Ellis Island. El rodaje se realizó en 1979 con el título de Récits d’Ellis Island, Histoires d’errace et d’espoir. El film se divide en dos partes: “L’Îlle des larmes” y “Mémoires”. En 1980 la editorial Sorbier y el Institut National de l’Adiovisual publicaron el texto que había escrito Georges Perec, así como las entrevistas que constituían la segunda parte de la película. Catorce años más tarde, la editora P.O.L y el mencionado instituto reeditaron en formato de álbum el texto publicado en 1980.

   Sin embargo, la mayoría de las ediciones renunciaron deliberadamente a publicar las entrevistas y los numerosos documentos fotográficos reunidos por Perec y Beber. Se centran únicamente en el texto compuesto por Perec, una simbiosis de prosa y de poesía para remarcar la importancia que tuvo para el conocido miembro de Oulipo su confrontación con el lugar de la dispersión, de la clausura, de la errancia y, algunas veces, de la esperanza.

   En efecto, por el islote que recibe el nombre de Ellis Island pasó la última etapa de un éxodo sin precedentes en la historia de las emigraciones humanas. En un estrecho banco de arena que emerge en la desembocadura del río Hudson, a pocas brazas de la Estatua de la Libertad, se reunieron millones de hombres, mujeres y niños. Ellos fueron los que levantaron, desde los cimientos, la nación americana. Ellis Island significa pues el inicio de una emigración oficializada o “industrial”, como afirma Perec: “Una fábrica de americanos, una fábrica que transformaba emigrantes en inmigrantes”.

   En ese pequeño islote de catorce hectáreas al que los idiomas europeos apellidaban “Isla de las Lágrimas”, llamado en el siglo XVII “Isla de la Horca” (allí fue colgado en 1765 un pirata de nombre Anderson), cerca de dieciséis millones de mujeres, hombres y niños procedentes de Italia, Irlanda, Alemania, Suecia, Austria, Polonia, Ucrania, Noruega, Grecia, Turquía… fueron acogidos, recluidos, dispersados o rechazados, porque Ellis Island era la “Golden Door”, la “Puerta de Oro”, -casi al alcance de la mano de Nueva York-, de la América mil veces soñada, el país donde todo el mundo gozaría de grandes oportunidades. Pero los pavos jamás cayeron asados en los platos, y las calles de Nueva York tampoco estaban empedradas de oro. A aquellos “apátridas sacudidos por la tempestad”, como cantan los versos de Emma Lazarus y que alguien grabó en el pedestal de la Estatua de la Libertad, los hicieron llegar como mano de obra barata para empedrar las calles de América, cavar túneles y canales, construir carreteras, puentes, vías ferroviarias, los grandes embalses, levantar los rascacielos “más altos que los que descubrieron al llegar”.

   La prosa poética o los versos libres de Georges Perec recuperan la historia de Ellis Island y, sobre todo, el sentido del lugar y las huellas de todos los que pasaron por Ellis Island. Imagina Perec, en sus textos, los dieciséis millones de historias individuales de niños, mujeres y hombres obligados a abandonar su tierra de nacimiento debido al hambre, a la miseria, a la opresión política o religiosa. Y sobre todo, nos sumerge en los infinitos mares de la errancia, el vagabundeo, de la dispersión, de la diáspora, porque Ellis Island es el lugar de la ausencia, el no-lugar, el exilio. Y, aunque hoy Ellis Island es un monumento nacional, no pertenece solamente a América. Es propiedad de todos aquellos y aquellas que la miseria o la intolerancia expulsó y sigue expulsando todavía de la tierra en la que nacieron. A todos ellos rinde tributo Georges Perec en los versos o prosas poéticas de este pequeño libro.









Georges Perec


Dos poemas de Ellis Island




“pero es allí,
a algunas brazadas de Nueva York,
muy cerca de la vida prometida

era la Golden Door, la Puerta de Oro

era allí, muy cerca, casi al alcance de la mano,
la América mil veces soñada,
la tierra de libertad donde todos los hombres
eran iguales,
el país donde todos tendrían finalmente
su oportunidad,
el mundo nuevo, el mundo libre
donde una vida nueva iba a poder comenzar

pero no era todavía América:
sólo una prolongación del barco,
un despojo de la vieja Europa
donde nada estaba aún adquirido,
donde aquellos que habían partido
no habían llegado todavía,
o aquellos que habían dejado todo
todavía no habían obtenido nada

y donde lo único que había por hacer
era esperar,
confiando en que no habría inconvenientes,
que nadie robaría tus equipajes
o tu dinero,
que todos tus papeles estarían en regla,
que los médicos no se demorarían,
que las familias no serían separadas,
que alguien  te vendrá a buscar”


…..


ser emigrante era tal vez precisamente eso:
ver una espada allí donde el escultor creyó, con
total buena fe, poner una antorcha
y no haberse equivocado por completo.

sobre el zócalo de la estatua de la Libertad

se grabaron los célebres versos
de Emma Lazarus:
denme a los que están cansados,
a los que son pobres,
vuestras masas sedientas de aire puro,
los desperdicios miserables de vuestras tierras
superpobladas
envíenme
a esos apátridas
sacudidos por la tormenta
elevo mi antorcha
cerca de la Puerta de Oro

Pero, simultáneamente, toda una serie

de leyes fue
promulgada para controlar
y, un poco más tarde,
contener el influjo de emigrantes

a lo largo de los años, las condiciones de admisión

se endurecieron más y más, y poco a poco se
cerraron las puertas de esta América fabulosa,
de este El Dorado de los tiempos modernos
donde, como se cuenta a los niños de Europa,
las calles estaban pavimentadas con oro,
y donde la tierra era tan vasta y generosa
que todos podían encontrar su lugar”


(Georges Perec, Ellis Island)

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