Lize Spit
Traducción de Catalina Ginard y Marta Arguillé
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 526 páginas.
“Es un libro muy personal pero no
autobiográfico”. Así justifica la autora, (Lize Spit, 1988) la trama y las
diversas secuencias de este libro que en Bélgica se ha convertido en un
bestseller, el de una autora que, con veintisiete años, intenta encubrir con
esas palabras lo que realmente es una autoficción. La autora nació y se crió en
un pueblo belga muy similar al del escenario en el que transcurre la novela. De
sus vecinos recogió no pocos elementos para crear y caracterizar a sus
personajes; y durante la escritura de la novela, se debatía ante el impulso de
su propio ser que le pedía que contase las cosas reales de su vida y la voz de
su hija que se resistía a que su madre “se retratase” en la novela. La
conclusión más obvia es que El deshielo
es autoficción más o menos
disfrazada.
El
deshielo es una exhaustiva, por su extensión, novela de aprendizaje. No
solamente de la protagonista, Eva, sino también de los dos niños, Laurens y
Pim, que en el año 1988 fueron los únicos que nacieron en la pequeña localidad
belga de Bovenmeer. Y posiblemente puede ser encuadrada entre las Bildungsroman negativas porque, a la vez
que en el desarrollo textual se nos va narrando la historia de los personajes a
lo largo del complejo camino de su formación intelectual, moral y sentimental
en el tránsito de la niñez a la adolescencia y primera juventud, no se ocultan
sus fracasos, las negligencias a las que su formación se vio sometida.
La protagonista principal y a la vez
relatora es una niña, Eva, que, ya en la edad adulta, recupera y reelabora sus
recuerdos. Nacida en una familia desestructurada -los padres empinaban el codo-
los aprendizajes de su niñez y adolescencia tienen lugar en contacto directo
con los dos niños coetáneos a los que, en el colegio, colocan en una “clase
acoplada”; y en cierto conflicto con el medio en el que vive comenzando por el
colegio. Sus maestros son el mundo y va integrado, igual que Laurens y Pim, las
experiencias por las que su vida va pasando. Así construye su personalidad con el viaje de
distanciamiento con relación la familia, a la vez que se va descubriendo a sí
misma.
La autora “rellena” estos años de formación
con cientos de descripciones, detalles y chismes, muchos de ellos
insubstanciales: los pequeños acontecimientos en el seno familiar, la compra de
un ordenador -un Windows 95 de segunda mano-, la primera regla de Eva, la
colocación de un tampón, la amistad con Elisa, una niña que llega de otro
colegio, los juegos con Laurens y Pim en el pajar, en el granero, en la
escuela, en los que, poco a poco, se va percibiendo un creciente interés por el
sexo. Inventan un juego, el descifrado de un acertijo, ligado a escabrosas
maniobras sexuales que se les van de las manos porque el escarceo sexual acaba
en tragedia y en una sutil venganza.
Pero eso solamente ocurre en las ciento
cincuenta últimas páginas. Y es posible que no pocos lectores detecten en ellas
una sexualidad rayana a la pornografía y una cierta violencia que bien puede
ser entendida como crueldad. En ese sentido, la autora, con un absoluto dominio
de la narrativa, dinamita la adolescencia, la amistad e incluso la piedad, pero
considero que el fondo solamente radiografía lo que es la pubertad: un proceso
de maduración duro, conflictivo, lleno de choques entre los valores familiares,
los del contexto social y los deseos del personaje. Los seres humanos, como
dice Luis Landero, para resultar absueltos de sus errores deben intentar vivir
y, sobre todo, contar lo vivido. Y eso es lo que hace Lize Spit en esta novela
en la que sigo sospechando que pernoctan muchos elementos autobiográficos.
La protagonista y narradora nos hace llegar
sus recuerdos en una espiral ajena a la sucesión cronológica de los mismos. El
descubrimiento de la sexualidad como un juego sin cortapisas y bajo el impulso
de retorcidas pulsiones constituye, sin duda, el núcleo central de la novela. Pero
su estructura, alejada de lo lineal, es mucho más rica y compleja: el relato
avanza fusionando tres momentos o épocas: la infancia y la complicada situación
familiar de la protagonista en la que ni su padre ni su madre pueden ser
depositarios de sus problemas, ni siquiera del brutal atropello sexual que
sufre por parte de sus amigos. Únicamente su hermana menor le brinda apoyo y
amor verdadero. El segundo estrato que aparece en la memoria de la protagonista
es el año 2002: los niños han dejado de serlo y esos juegos sin filtro a los
que se entregan, hieren física y psicológicamente a Eva. El tercer momento,
tiene lugar cuando Eva retorna a la localidad dispuesta a consumar una venganza
para así liberarse de unos hechos terribles que han marcado su vida. Con ella,
en ese viaje, transporta un gran bloque de hielo; con él intentará vengarse y
desintoxicar su pasado. Al compás de ese deshielo, se irán cumpliendo sus
anhelos, se liberará del pasado y hallará la paz. Ese cubo de hielo es el cebo
que va atrapando al lector.
Echando mano de técnicas de elipsis e
insinuaciones y con la alternancia de los tres períodos narrativos, la autora
dispone de un buen entramado para colocar, de forma selectiva y en el orden que
le conviene a la intriga, las miserias que constituyen este relato, en el que
algunas motivaciones tales como el bloque de hielo que transporta la
protagonista, solamente comprenderemos en el cierre de la novela.
Una aceptable pieza narrativa a la que una
mayor parquedad en las tres primeras partes la hubieran beneficiado liberándola
de elementos prescindibles y dotándola de un mayor ritmo narrativo.
Fragmentos
“Mien
me mira con gesto interrogante, se aparta los rizos de la cara. No sé adónde
quieren ir a parar los chicos.
-Así
que será una mamada -dice ella-. Vale lo haré.
Se
arrodilla en la paja.
-No
os daré más de diez segundos -les digo.
Esta
vez Laurens quiere ser el último, seguramente para poder ver lo que hace Pim y
no ser el que salga peor parado. Juguetea un poco con sus pelotas mientras
espera su turno.
Yo
cuento, no demasiado rápido, pero tampoco demasiado lento.
Pim
baja los pantalones, tira tres veces hacia atrás de su prepucio, con el
movimiento de un vaquero que carga su pistola. Justo cuando la piel está
retirada, empuja el capullo entre los dientes de Mientje.
Ella
se la chupa unas cuantas veces, su fina cara se vuelve aún más estrecha.
-Y
diez. ¿Por qué lo llaman mamada si no se da de mamar? –pregunto.
Es
el turno de Laurens. No quiere contestar a mi pregunta.
Su
picha no está del todo tiesa y me recuerda a las salchichas baratas que hay en
la tienda, que no contienen mucha carne sino sobre todo grasa, por lo que se
arrugan cuando están erguidas. Tampoco son apetitosas, pero se pueden utilizar
para repartir garrotazos que nunca duelen de verdad. Durante diez segundos,
Mientje hace lo que puede.”
…..
“Pim
expone las reglas del juego, que han cambiado otra vez. Vuelven a la apuesta de
una prenda por intento, pues ha demostrado ser la más efectiva.
-Así
que tienes tantas oportunidades como prendas de ropa lleves. Si acabas desnuda,
habrás perdido. En ese caso, deberás hacer lo que te ordenemos. Si adivinas el
acertijo, nosotros haremos algo para ti. Lo que tú quieras.
-¿Qué
pasa si no me interesa nada de vosotros?
-Tiene
que haber algo -Laurens se seca el labio superior con el pulgar y el índice y
se huele el sudor.
-¿Estáis
dispuestos a limpiar la cuadra de mi caballo lo que queda de verano?
-¡Pues
claro! -responden Laurens y Pim casi al unísono.
-¿Y
cuál es el acertijo?
-
Te lo diremos si participas o no.”
…..
“Una
vez busqué cuánto tiempo tardan en degradarse los recuerdos, igual que había
hecho con las braguitas, pero no lo encontré. No puede ser más que el vidrio,
porque, a diferencia de las botellas de vino, las personas -los portadores de
recuerdos- no pueden permanecer vagando por ahí eternamente.
De
los días de aquel verano aún sé que importaban todos y cada uno de los
momentos, minuto a minuto, cómo sucedió, dónde sucedió. Que yací de espaldas
sobre el suelo del taller y vi balancearse la podadera, que había piedrecitas
en la calzada mientras pedaleaba con Tesje y Jolan hacia el hospital y que
esquivamos babosas en el camino de vuelta. Parecía importante registrar todos
los detalles para poderlos olvidar después y de ese modo ir borrando lentamente
su recuerdo.
Sólo
lo conseguí cuando me mudé a Bruselas. Ahí había otros carniceros, otras
calles, ningún sauce desmochado. Lo que se dijo, de qué color era la camiseta que
llevaba Pim, qué músculos me habían dolido más y cómo me había mortificado la
arena por dentro, esa información fue quedando relegada poco apoco a un segundo
plano, pero, indudablemente, el hecho de que aquello hubiera pasado y me hubiera
marcado permaneció y fue tornándose más amargo día a día.”
(Lize Spit, El deshielo,
páginas 351-352, 420-421, 513-514)
Muy interesante ...
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