Daniel Jándula
Editorial Candaya,
Avinyonet del Penedès (Barcelona), 123 páginas.
Tras haber publicado en 2009 El Reo, una novela no-ficción sobre la
vida del teólogo luterano y disidente alemán Dietrich Bonhoeffer, en la que establece
una relación entre la ficción y la biografía real del personaje, Daniel Jándula
(Málaga, 1980) publica en estas fechas una novela enteramente ficcional que
surge entre la memoria y la disolución, la tragedia y la farsa, tal como el
mismo confiesa, alejándose en lo posible de la autoficción, pero no de la introspección.
Aunque no carente de argumento, Tener una vida, la novela de Daniel Jándula,
rompe con las estructuras canónicas de las piezas de ficción a las que estamos
habituados: exposición-nudo-desenlace. Se ajusta sin embargo al concepto de
estructura semionarrativa en la terminología de Julien Greimas, es decir, se
mueve en el terreno de la competencia y de la formación del discurso narrativo en
el nivel de la estructura profunda, de modo que el resultado es una novela poco
frecuentada por narradores y lectores, pero novela al fin y al cabo. Añado que Tener una vida acredita ser un tipo de
escritura ficcional innovadora, vanguardista, fragmentaria y con alguna pequeña
dosis de metanarración. Su autor nos la hace llegar convencido de que las
fronteras entre realidad y ficción andan revueltas y que las experiencias
personales, propias o ajenas, pueden ser recreadas en invenciones perfectamente
ficcionales.
Tener
una vida gira en torno a un personaje que nunca ha llevado una vida
fascinante: ni demasiado negativa ni plausiblemente positiva. Al contrario, es
una persona anublada, visitante no ocasional de la inercia y de la dejadez. Ha
viajado demasiado a su propio interior, pero sigue sin saber qué hacer con su
vida. Un día decide salir de ese colapso y contrata un viaje transoceánico cuyo
destino (Patagonia y Tierra de Fuego) elige como un juego de azar. Y el día que
debía emprender el periplo viajero, hacen acto de presencia en su existencia
ingredientes insólitos: pierde el avión que debía haberlo llevado a Santiago de
Chile porque se queda dormido la mañana de su vuelo y el avión desaparece sin
dejar rastro. Y lo que aún le alarma más: descubre en su vivienda un agujero
que no deja de crecer, tragándolo todo de forma selectiva al principio. El monstruo
fagocitador de su sala le hace pensar en un agujero negro. Mas un físico solar
que tiene de vecino, opina que es un túnel a otra dimensión: “el espacio se
precipita hacia dentro como el agua por una cascada” (página 117).
Es aquí y en las frecuentes reincidencias en
la contemplación del agujero que todo lo fagocita, donde Daniel Jándula lleva a
la máxima expresión pero con marca propia el gusto por lo insólito de Mario
Levrero al que se alude en la contracubierta. Un verdadero libertinaje
imaginativo. Puertas que se abren al extrañamiento, a lo fantástico, a la
ciencia ficción. Historias que juegan con el absurdo, si las miramos desde la lógica
clásica. Escribir donde todo es posible, donde se puede dar rienda suelta a los
temores, manías o incluso a la reconstrucción de una viaje a la Patagonia y a
Tierra de Fuego. Un viaje seguramente poco coherente, pero eso no importa,
porque en los sueño no hace falta serlo, se nos dice en el texto.
Pero la novela no acaba aquí. Es mucho más.
El protagonista, a pesar de su ensimismamiento, decide recuperar y reordenar
sus sensaciones, sus experiencias vitales, sus temores: la relación sentimental
con Lidia y la amarga ruptura, reflexiones, relatos de experiencias, registro
de lo que acontece en cada momento, incluso de sus cansancios, de los agotamientos
que supone el paso de los días. Intenta, así mismo, penetrar en el fondo de los
recuerdos fragmentados: los recuerdos de la abuela contando historias muy duras
de la guerra, de los limoneros que había cerca de casa, de las intrigas familiares, de
la fascinación que, en su primer trabajo como proyeccionista, provocaban en él
las películas francesas de arte y ensayo. Rememoración también de los miedos
que empaparon su adolescencia y de los actuales a mirar dentro de sí (“La
existencia nunca ha sido tan neblinosa como ahora, tan llena de dudas”, página
105). La reconstrucción de los buenos momentos pasados con su ex novia.
Y en la experiencia de extrañamiento por la
irrupción de lo fantástico, tienen cabida otros muchos ingredientes que
convierten a Tener una vida en una
novela que bordea la narrativa híbrida: tales como las relaciones amorosas y
sus posos de aflicción cuando se rompen, reflexiones sobre la lectura, relación
entre trabajar y vivir, la memoria histórica y referencias a la dictadura
española y a las de América Latina con frases apodícticas : “La dictadura que nuestros
padres conocieron, está en nuestra leche materna” (página 26), “Nosotros no
acabamos con la dictadura, sólo la agotamos” (página 27).
Y lo más importante y que convierte a esta
novela en una ficción alegórica: la sensación de vacío que el innominado
protagonista experimenta a lo largo de todo el relato, relacionándolo erróneamente
con el agujero fagocitador, pero que, en la páginas finales, el extravagante físico
solar interpreta de forma correcta: es él como agujero el que se ha ido
tragando cada aspecto de su biografía a medida que la atraía con su fuerza
gravitatoria. Ese, y no el de una estrella, es el gran colapso, el agujero
negro que lo coloniza.
Una novela, en resumen, asentada en la
literatura imaginativa, que no es ninguna golosina para paladares delicados o
acostumbrados a historias golosamente lineales, magra en sus dimensiones, pero
no un libro menor y cuyo mayor aliciente es, sin duda, el de hacernos pensar. Pensar
en tener una vida y poder apresarla.
Daniel Jándula |
Fragmentos
“Sé
que debería sentirme una pizca más culpable por haber perdido el avión. Pero
también me sobrepasa la cantidad de decisiones que he ido tomando en estas últimas
semanas, sin apenas valorarlas. Parece que son los acontecimientos mismos quienes
se han molestado en mostrarme todas las etapas y fórmulas posibles de la vergüenza,
la pérdida o el fracaso. Hace un mes, poco después de comprar el billete a
Santiago de Chile (de allí tendría que tomar otro vuelo a Punta Arenas, y de
Punta Arenas un tercer vuelo hasta Porvenir, en la Isla Grande de Tierra de Fuego),
fui a la playa para enterrar nuestras
cosas, las mías y las de Lidia. La intención era dejar, en un gesto tal vez
excesivamente abstracto y simbólico, el veredicto de nuestra relación al peso
de la arena (…) La tarde siguiente, a causa de una crecida de la marea,
nuestras cosas salieron a la superficie, revueltas entre la espuma canela de
las olas. La negrura engullía la arena y la brisa espolvoreaba un extraño canto
sobre nuestras cartas y fotografías. Alrededor
de los objetos se fueron formando grupos de curiosos que reconstruían mi
vida con Lidia. Leían nuestras frases más íntimas y se reían de mis intentos de
romanticismo. Maldije al mar por desvelar nuestro pasado, que ahora flotaba
entre cenizas, plumas de pájaro, algas, madera herrumbrosa y orina.”
…..
“Recordar
la infancia. Confieso que me da pereza volver a ella, que todos hemos pasado
por allí. ¿Quién no añora la infancia? Y a la vez, ¿quién quiere volver a ella?
Uno tiene que penetrar en el fondo de sus recuerdos, como un explorador hunde
su machete en el corazón de la jungla, una jungla cerebral que se espesa hasta
donde los rayos de sol no llegan, donde la frondosidad se alimenta de
frondosidad y de insectos pequeños, y se respira un aire tan viciado que cuesta
hacerlo entrar en los pulmones, un aire formado por una mezcla de humedad,
celulosa y excrementos.”
…..
“Emprendo
el regreso a casa desde la plaza donde dejo a Lidia y su cojera, que se marchan
en metro. La hierba que hay junto a la carretera resplandece eléctrica al paso
de los vehículos. Entre las nubes dispuestas como falsas montañas, más ligeras
que mi propio peso, se abren claros que muestran un cielo fatigado. Me cruzo
con un mendigo tuerto que me recuerda a un personaje de mi barrio. Le llamábamos
Niebla, desconozco por qué. Nos pedía un cigarrillo detrás de otro. Es por el
corazón, decía, y juraba por un poeta cada vez que nos decía que tal poeta
estaba enfermo en la cama, rezando. Como por entonces aún éramos jóvenes y no
fumábamos en presencia de adultos, le dábamos granos de café. Entonces se ponía
de puntillas y declamaba sujeto a un cartón de vino de mesa: «…clarea es la noche y buena amante.»
(Daniel Jándula, Tener
una vida, páginas 23-24, 89, 112-113)
Escapar de la realidad, es algo que experimentamos todos cuando la vida ahoga, esclaviza. Buscamos en ciertos pasajes de nuestra experiencia, luces que llenen los vacíos, y las usamos para sobrevivir, para no perecer en nuestros propio abismos.Interesante libro, me gustó. Gracias Francisco, por el aprendizaje de hoy. te envío un abrazo.
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