Ignacio Manuel Altamirano
Edición de Antonio Sánchez Jiménez
Ediciones Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid, 2016,
439 páginas
A las once y veinte minutos de la noche del
seis de abril de 1888, Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, 1843 – San Remo,
1893) concluía el trabajo de escritura de El
Zarco: episodios de la vida mexicana en 1861-1863, una de las novelas que
contribuyeron a forjar la conciencia nacional de México. Un trabajo compositivo
que se extendió a lo largo de dieciocho años. La primera edición de El Zarco es del año 1901, realizada en
México por el editor barcelonés Santiago Ballescá, al que le fueron vendidos
los derechos de edición por doscientos pesos, según anotó en el manuscrito
original el escritor tixtleco. A esta edición princeps siguieron muchas otras, tanto en México como en otros
países. Hace apenas unas semanas, Ediciones Cátedra, la recuperó de nuevo en
una edición crítica de Antonio Sánchez Jiménez, una edición que viene a
acrecentar el monumento editorial con el que el sello editor del Grupo Anaya
está fijando, de forma canónica, el texto de las grandes obras de las letras
hispanas. En este caso, esa fijación canónica no solo era oportuna, sino
también necesaria, ya que el manuscrito original recibió no pocas correcciones
introducidas por un empleado de la editorial que modificaron de forma
sustancial el lenguaje popular mexicano con el que la escribió el autor
tixtleco.
Ignacio Manuel Altamirano, de origen
indígena (como “indio feo” se autodefinía), maestro de escuela y dotado de una
amplia cultura, es posiblemente la figura más relevante de la literatura
mexicana en la segunda mitad del siglo XIX. El objetivo por el que luchó fue el
de crear una narrativa del carácter nacional mexicano. Y a ese objetivo
contribuyó no solo con la literatura, sino también con sus afanes y esfuerzos
didácticos y políticos, en el contexto convulso de la época del Porfiriato, en
la que presidentes como Juárez y Porfirio Díaz echaron mano de medios radicales
para acabar con el bandidaje. Altamirano pretende hacerlo desde la literatura,
ofreciendo una imagen detestable del bandido mexicano, ensalzado, sin embargo,
como un personaje romántico e idealista por la tradición y la literatura
extranjera.
La novela, narrada en tercera persona, si
bien con la intervención de los propios personajes que exponen sus puntos de
vista, desarrolla su trama en Yautepec (Morelos). En los años 1861-1863, la
región fue azotada por un grupo de forajidos llamados “Los plateados” de los
que forma parte como uno de sus cabecillas el Zarco, un tipo de buena figura
(rubio, con ojos azules), mas con aspecto agresivo, de carácter cruel y sin
sentimientos. En Yautepec vive Doña Antonia con su hija Manuela, una joven de
gran belleza, y su ahijada Pilar. Manuela es cortejada por Nicolás, al que
desprecia por su origen y aspecto indígena y por su humilde profesión de
herrero. Además amaba en secreto al Zarco con el que termina por fugarse. Mas,
tan pronto como llega al refugio de los bandoleros en Xochimancas, percibe el
ambiente degradante de estos y las mujeres que con ellos conviven, y comprende
el grave error que la ha llevado a
realizar sus fuga. Sobre todo, al percatarse de que puede ser una de
tantas para los caprichos del Zarco que, una vez aburrido, no dudaría en
compartirla con sus compañeros. La huida de Manuela ocasiona el fallecimiento
de su madre que, previamente había pedido ayuda para rescatar a Manuela a
Nicolás y a las tropas federales que no
se la prestan porque su comandante prefiere escoltar a los amigos de Benito
Juárez en su marcha hacia la ciudad de México. El amor puro de Nicolás hacia
Pilar termina en matrimonio, celebrado el mismo día en que el Zarco es atrapado
por Martín Sánchez Chagollán, el héroe indiscutible del relato, que lo mata y
cuelga de la rama de un árbol. Manuela, al darse cuenta del amor perdido de
Nicolás, decide aceptar su destino al lado del Zarco: presa de celos, muere al
pié del árbol del que cuelga este.
Novela de buenos y malos, no carente de un
cierto maniqueísmo, aunque bastante congruente con la realidad social del
México de aquellos años, y visibilizado por la insistencia con la que
Altamirano describe el carácter opuesto de los principales personajes. Todo lo
negativo se halla en el Zarco, capaz de matar para conseguir lo que quiere,
bandido en definitiva. También en Manuela, mujer muy atractiva, pero
superficial y ambiciosa. Por el contrario, sus antítesis positivas corresponden
a Nicolás, trabajador honesto y humilde, y a Pilar, sumisa, callada, quizás un
poco pasiva, pero adornada de buenos sentimientos.
La novela es la condena absoluta del
bandidaje. No obstante no conviene engañarse. El bandidaje en el México de
aquellos años es en gran medida el resultado de los conflictos políticos y
reales que vive el país, que se tradujeron en guerras civiles y en rebeliones
incesantes. Como se afirma en la Introducción, “las fronteras que separaban a
bandidos y guerrilleros variaban según la fortuna bélica” (página 33). Para el
poder establecido, los bandidos son los oponentes estigmatizados por el partido
que ha alcanzado el poder. Muchas de las revueltas rurales que no pedían más
que justicia, fueron calificadas de bandolerismo. Por esa misma razón, los
bandidos, una de las formas de protesta primitiva en los contextos rurales,
como afirma F. Engels, son mostrados como las fuerzas demoníacas en la
literatura liberal del siglo XIX en México. Y el Zarco es uno de ellos. Por eso
mismo, la novela ha sido calificada como “fábula de autolegitimación” de la
cultura liberal del México decimonónico. Y de ahí el uso propagandístico de El Zarco, escrito por un intelectual que
se dedicaba a la política.
La novela está escrita en un estilo de prosa
clara y sencilla que, a pesar del paso del tiempo, no resulta recargado y
permite una lectura fluida. El narrador sutura además de forma equilibrada
romanticismo y realismo y hace convivir en perfecta amalgama temas como el
bandolerismo, la inseguridad, la corrupción, el desorden, el vicio y una
verdadera y “ejemplar” historia de amor.
La edición de Antonio Sánchez Jiménez supera
con creces a otra buena edición crítica de El
Zarco. La de Manuel Sol (año 2000). Viene precedida de un profundo y
extenso estudio introductorio de cerca de doscientas páginas, que podría ser
editado como libro independiente, y en el que se analizan la biografía del
autor, el contexto histórico, el bandidaje en México, la estructura narrativa,
los personajes, el trasfondo (descripciones paisajísticas, la metáfora
botánica, los espacios en los que se desarrolla la acción), la historia del
texto y el proceso de su escritura, el estudio textual; se hace relación de una
amplísima bibliografía, y un gran número de notas a pie de página amplían
información y aclaran dudas. El editor incluye además un apéndice con un
aparato de variantes, basadas en el manuscrito autógrafo de Altamirano, en las
correcciones realizadas por el propio autor, y en el cotejo con otros
testimonios, que constituye un valioso aparato crítico. Un trabajo de
investigación filológica cuyo resultado es una inestimable edición crítica de
una pieza narrativa clave de la literatura mexicana decimonónica que se
inscribe con todos los honores en la colección Letras Hispánicas de Ediciones
Cátedra.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“El
bandido la estrechó entre sus brazos y la devoró a besos, conmovido ante esta
explosión de amor, tan apasionada, tan loca, tan sincera que estaba tan cerca
del frenesí y que le entregaba enteramente a aquella joven tan bella, tan
codiciada, tan soñada en sus horas de pasión y de deseos. Porque el Zarco amaba
también a Manuela, solo que él amaba de la única manera que podía amar un
hombre encenegado en el crimen, de un hombre a quien era extraña toda noción de
bien, en cuya alma tenebrosa y pervertida solo tenían cabida ya los goces de un
sensualismo bestial y las infames emociones que pueden producir el robo y la
matanza. La amaba porque era linda, fresca, gallarda, porque su hermosura
atractiva y voluptuosa, su opulencia de formas, su andar lánguido y provocador,
sus ojos ardientes y negros, sus labios de granada, su acento armonioso y
blanco, todo ejercía un imperio terrible sobre sus sentidos, excitados día a
día por el insomnio y la obsesión constante de aquella visión.”
…..
“Ella
creía que el Zarco y sus compañeros eran bandidos ciertamente, es decir hombres
que habían hecho del robo una profesión especial. Ni esto le parecía tan
extraordinario en aquellos tiempos de revuelta en que varios jefes de los
bandos políticos que se hacían la guerra habían apelado muchas veces a ese
medio para sostenerse, ni el plagio, que era el recurso que ponían más en
práctica los plateados, le parecía tampoco una monstruosidad, puesto que, aunque
inusitado antes, y por consiguiente nuevo en nuestro país, había sido
introducido precisamente por facciosos políticos y con pretextos políticos.
De
manera que a sus ojos, los plateador eran una especie de facciosos en guerra
con la sociedad, pero por eso mismo interesantes; feroces pero valientes,
desordenados en sus costumbres, pero era natural, puesto que vivían en medio de
peligros y necesitaban de violentos desahogos como compensación de sus
tremendas aventuras.”
…..
“En
efecto, por entre las viejas y derruidas paredes de las casuchas del antiguo
real, así como en los portales derrumbados y negruzcos de la casa de la
hacienda, Manuela vio asomarse numerosas cabezas patibularias, todas cubiertas
con sombreros plateados, pero no pocas con sombreros viejos de palma. Y
aquellos hombres, por precaución, tenían todos en la mano un mosquete o una
pistola. Algunas voces, al atravesar la comitiva, gritaban malignamente:
-¡Miren
al Zarco! ¡Qué maldito! ¡Qué buena garra se trae!
-¿Dónde
te has encontrado ese buen trozo, Zarco de tal? -preguntaban otros riendo.
-Esta
es para mí no más –contestaba el Zarco en el mismo tono.
-¿Para
ti no más…? Por ya veremos…-replicaban aquellos bandidos -¡Adiós güerita, es
usted muy chula para un hombre solo!
-Si
el Zarco tiene otras, ¿pa que quiere tantas? -gritaba un mulato horroroso que
tenía la cara vendada.”
(Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, páginas 231-232, 304-305, 307-208)
La leí cuando estaba en la secundaria, si no ando mal, creo que esta obra de Ignacio Manuel Altamirano, está considerada como la primera novela romántica de la era moderna. Está inspirada en hechos reales, con un toque al natural de lo que en esa época se vivía, costumbres, hechos y personajes principales. El Zarco muestra un romanticismo mexicano, rodeado de la historia del México decimonónico revolucionario, donde se retrata al indígena, al bandolero y a los problemas políticos de la época. Es una novela clásica, en donde se muestran los valores morales de una forma de pensar nacionalista de del México autónomo. “Cuando canta el tecolote, no necesariamente sólo es el indio el que muere” Preciosa reseña, gracias por el placer de hacerme recordar una de las grandes obras literarias de mi México querido. Un abrazo.
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ResponderEliminarSaludos