sábado, 16 de julio de 2016

"LA NOCHE DE LOS CANGREJOS": ENTRE EL COSTUMBRISMO Y LA MAGIA



La noche de los cangrejos
Pastor Aguiar

Prólogo de Francisco Acuyo

Etnográfico Ediciones, Granada, 2016, 122 páginas



   Vuelve a regalarnos Pastor Aguiar una nueva antología de cuentos que se unen a los de su primer libro en solitario, Cuentos (Miami, 2012), reeditado y ampliado al año siguiente bajo un nuevo título, Tierrita de la discordia y otros cuentos (Miami, 2013). La miscelánea narrativa de Pastor Aguiar aparece prologada en esta ocasión por una amplia y sobrada introducción, rebosante de erudición narratológica, del escritor granadino, Francisco Acuyo; y de una laboriosa, obsesiva y humorística búsqueda de un título que “con enjundia” abarcara el contenido diegético de las veintiocho piezas narrativas antologadas en esta ocasión por el médico y escritor cubano residente en Miami. Pastor Aguiar se decantó finalmente por La noche de los cangrejos, que rotula uno de los relatos. Cuentos todos ellos enraizados en la Cuba natal, en los bateis, en las “sitierías”, bohíos, mortuorios, maniguas… de la Isla caribeña.

   Un festín de pequeñas historias que brotan de la fantasía y de las experiencias vitales de Pastor Aguiar, porque varios de estos cuentos tienen mucho de autobiográfico de ese Pepito o Pepón que protagoniza algunos de ellos. Historias de iniciación a la adolescencia y a la vida del propio escritor. Protagonismo así mismo de Alonsa, la mujer del principal actante. Cuentos que transitan con naturalidad desde el costumbrismo al realismo mágico. Cuadros de costumbres, bocetos, en general breves, que transcriben, con el plus añadido de pequeñas historias, costumbres, hábitos; que pintan tipos característicos de la sociedad cubana bajo la Revolución, con el propósito de divertir en unas ocasiones, mas sin que esté ausente la crítica social. Pero en los cuadros de Pastor Aguiar de pronto salta lo insólito, la chispa mágica, transitando entre la vida y la muerte. Todo ello configura u abigarrado mosaico de textos altamente expresivos. Historias fuertes, algunas de ellas, a pesar de la aparente y engañosa ingenuidad del autor a la hora de narrar.

   Fijo mi atención en aquellos relatos que más me han impactado. Abre el libro el cuento “Aquellos ojos”: Leo, el protagonista, acude presuroso al hospital donde Alonsa, su mujer, acaba de parir a su hijo, pero queda petrificado cuando ve los ojos del niño, maduros, grises y de piedra blanda, ojos que no corresponden a la edad del nacido, sino a la de su padre. En el segundo relato contemplamos la aparición de Eleno, “tatuado por las penumbras”, camino del arrozal, dando tumbos de borracho y a punto de morir. El tema del velorio, tan propicio para los relatos orales, hace acto de presencia en “La muerte de Eleotoro”: un grupo de amigos asisten al velatorio de Eleotoro que va a morir y quiere hacerlo a lo grande: un bacanal sin mujeres, aunque sí con mucho alcohol. También en “Velorio”, un velatorio sin muerto, porque aún no ha llegado el cadáver. En “Cadáver” el protagonista parece ser el propio autor en su otro oficio de médico forense penetrando en los secretos de la muerte. “Cien y más” nos presenta la historia de Pancracio que se hace longevo, quiere pasar de los cien años sin que le ahorque el aburrimiento, y para ello, después de someterse a cirugía plástica, busca mujer, pero no una vieja, sino  una muchacha de veintiocho primaveras. En otros relatos, presenta el autor las dificultades de convivir en sociedad: con el vecino que es purgante, enema de keroseno. El definitivo remedio salvador será la candela que incendia la propia cerca y la casa ajena. Algo similar se narra en “, Aristo”, el relato de una bronca del protagonista: la pelea con Aristo que, más que real, parece soñada.

   En algunos relatos, la escenas costumbristas contemplan un cierto protagonismo del mundo animal. Protagonismo cruel en “El pobre Isidoro”, por culpa de la maldad del hombrecito  Pitilla que, con lubrificante y candela, convierte el rabo del gato Isidoro en antorcha incendiaria. También en “Perro de raza”, otro relato de partos desmesurados: la perra Dorotea, en vez de parir, parece que está siendo parida, porque “el crío era casi de su tamaño” y, en vez de ladrar, berraba como un chivo (páginas 70-71). Los animales, en este caso una yegua, son el desencadenante de las desgracias de Puro que vive sobre un caballo tristón, porque la yegua Mesalina lo desgració con una coz cuando con ella copulaba.

   Como ya he aludido en los relatos de La noche de los cangrejos, el autor, con cierto disimulo, deja caer sutiles críticas contra el régimen castrista: “el gobierno me lo quitó todo” los fallos diarios del suministro eléctrico, la revoluciones que son alérgicas a homosexuales y travestís…

   Lo que es enteramente cubano y sin ocultamientos es el lenguaje de este tejido narrativo. El autor, como en sus libros anteriores, nos seduce con los multicolores localismos del español de Cuba, hasta el punto de convertirse en muy oportuno el glosario que clausura el libro. Tiene así constancia el lector del significado, entre otros muchos, de “Ponchar la tarjeta” o “Desmochar palmas”.

   Prosas pues muy variadas, con desiguales cargas y contenidos diegéticos, preñadas de excelentes descripciones, y adornadas con el léxico y los giros lingüísticos cubanos, de gran fuerza denotativa y una tonalidad coloquial.



Francisco Martínez Bouzas



                                                       
Pastor Aguiar

Fragmentos



“-¿Y el gato?

-Lo que sigue no parece cosa de este mundo, muchacho, cierra los ojos para que puedas visualizarlo. El techo de la casa de carretas se abrió como si fuera una burbuja, y por allí, sobre la punta de la columna de candela, salió Isidoro arañando el vacío, sin un pelo ya, gato chino el pobre, maullando y ladrando igual que un demonio. Dicen que hubo que taparse los oído, por cierto, es tarde se formó una nube inmensa, y hasta ella llegó la candela con Isidoro, quien le entró por la panza a la nube rajándola de punta a punta. La masa de agua calló  toda junta, como un lago, y gracias que apagó el incendio, de lo contrario no hubiera quedado una casa en pie, y ustedes estarían quién sabe dónde, quizás con Isidoro en el más allá. Un día entero demoró el agua en escurrirse por los callejones, los peces daban saltos sobre la yerba enfangada y la gente los cogía mansitos.

- ¿Y Pitilla?

-De ese desgraciado no se volvió a saber hasta que murieron los viejos, como te había dicho.”



…..



“-Si paso de los cien, que sea como un tren –Decía Pancracio Rubio cada vez que alguien se le atravesaba en el camino.

Ya Pancracio había cumplido noventa y siete años. Vivía solo en un rancho al fondo del batey, justo a la orilla del callejón hondo que culebreaba, separando tierras hasta el sin fin. Su orgullo era, a pesar de la edad, montar acaballo, irse de pesca a la laguna de asiento viejo y bucear en ella en busca de peces ciegos escondidos en cuevas que únicamente él conocía. Además, su mente era clarísima y astuta como la de nadie, no se le escapaba una, sobre todo de cuestiones de números (…)

La vida de Pancra, como era abreviado sobre todo por los más jóvenes, había transcurrido en laboriosa paz, siempre en la finca, pasando por tres dueños. Una vez estuvo casado durante veinticinco años. Cuando enviudó, los tres hijos se perdieron rumbo a la capital de la república en busca de fortuna.”



…..



“Puro vivía sobre caballo tristón. A media mañana entraba en el batey arrente a la tienda del moro, y después de tomar café recién hecho en cada una de las casas, sin apearse jamás de la montura, terminaba su recorrido contra un costado de la nave donde se guardaban los aperos de labranza y las carretas.

Mientras hubiera alguien, sobre todo muchachos, se mantenía como una estatua ecuestre en el lugar. Su voz era inimitable, primero aspiraba todo el aire de la redonda y después, como si le costara esfuerzo, paría el discurso tipo falsete, sin hacer pausa, durante más de un minuto. Yo sigo pensando que tal capacidad era gracias a su caja torácica semejante a un barril.

Abuelo me contó que mucho antes de que yo naciera, Puro era un guajiro alto y fortachón, hasta el día en que Mesalina lo desgració. Pues resulta que el hombre trabajaba de ordeñador al otro lado del río San Lorenzo y cada amanecer lo cruzaba sobre la yegua.”



(Pastor Aguiar, La noche de los cangrejos, páginas 36, 42, 96)

3 comentarios:

  1. Excelente libro que atesoro. Magnífica reseña.

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  2. Gracias, amigo Bouzas, poir este gran regalo. Para mí ha sido gran suerte tener un prólogo de Acuyo y ahora esta reseña tuya. Ambos trabajos superan a mi modesta obra, y ello me colma de agradecimiento y de ganaas de superarme, de seguir contando, soñando el mundo circundante. Un fuerte abrazo.

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