Prólogo de Francisco Acuyo
Etnográfico Ediciones, Granada, 2016, 122 páginas
Vuelve a regalarnos Pastor Aguiar una nueva
antología de cuentos que se unen a los de su primer libro en solitario, Cuentos (Miami, 2012), reeditado y
ampliado al año siguiente bajo un nuevo título, Tierrita de la discordia y otros cuentos (Miami, 2013). La
miscelánea narrativa de Pastor Aguiar aparece prologada en esta ocasión por una
amplia y sobrada introducción, rebosante de erudición narratológica, del
escritor granadino, Francisco Acuyo; y de una laboriosa, obsesiva y humorística
búsqueda de un título que “con enjundia” abarcara el contenido diegético de las
veintiocho piezas narrativas antologadas en esta ocasión por el médico y
escritor cubano residente en Miami. Pastor Aguiar se decantó finalmente por La noche de los cangrejos, que rotula
uno de los relatos. Cuentos todos ellos enraizados en la Cuba natal, en los
bateis, en las “sitierías”, bohíos, mortuorios, maniguas… de la Isla caribeña.
Un festín de pequeñas historias que brotan
de la fantasía y de las experiencias vitales de Pastor Aguiar, porque varios de
estos cuentos tienen mucho de autobiográfico de ese Pepito o Pepón que
protagoniza algunos de ellos. Historias de iniciación a la adolescencia y a la
vida del propio escritor. Protagonismo así mismo de Alonsa, la mujer del
principal actante. Cuentos que transitan con naturalidad desde el costumbrismo
al realismo mágico. Cuadros de costumbres, bocetos, en general breves, que
transcriben, con el plus añadido de pequeñas historias, costumbres, hábitos;
que pintan tipos característicos de la sociedad cubana bajo la Revolución, con
el propósito de divertir en unas ocasiones, mas sin que esté ausente la crítica
social. Pero en los cuadros de Pastor Aguiar de pronto salta lo insólito, la
chispa mágica, transitando entre la vida y la muerte. Todo ello configura u
abigarrado mosaico de textos altamente expresivos. Historias fuertes, algunas
de ellas, a pesar de la aparente y engañosa ingenuidad del autor a la hora de
narrar.
Fijo mi atención en aquellos relatos que más
me han impactado. Abre el libro el cuento “Aquellos ojos”: Leo, el
protagonista, acude presuroso al hospital donde Alonsa, su mujer, acaba de
parir a su hijo, pero queda petrificado cuando ve los ojos del niño, maduros,
grises y de piedra blanda, ojos que no corresponden a la edad del nacido, sino
a la de su padre. En el segundo relato contemplamos la aparición de Eleno,
“tatuado por las penumbras”, camino del arrozal, dando tumbos de borracho y a
punto de morir. El tema del velorio, tan propicio para los relatos orales, hace
acto de presencia en “La muerte de Eleotoro”: un grupo de amigos asisten al velatorio
de Eleotoro que va a morir y quiere hacerlo a lo grande: un bacanal sin
mujeres, aunque sí con mucho alcohol. También en “Velorio”, un velatorio sin
muerto, porque aún no ha llegado el cadáver. En “Cadáver” el protagonista
parece ser el propio autor en su otro oficio de médico forense penetrando en
los secretos de la muerte. “Cien y más” nos presenta la historia de Pancracio
que se hace longevo, quiere pasar de los cien años sin que le ahorque el
aburrimiento, y para ello, después de someterse a cirugía plástica, busca
mujer, pero no una vieja, sino una muchacha
de veintiocho primaveras. En otros relatos, presenta el autor las dificultades
de convivir en sociedad: con el vecino que es purgante, enema de keroseno. El
definitivo remedio salvador será la candela que incendia la propia cerca y la
casa ajena. Algo similar se narra en “, Aristo”, el relato de una bronca del
protagonista: la pelea con Aristo que, más que real, parece soñada.
En algunos relatos, la escenas costumbristas
contemplan un cierto protagonismo del mundo animal. Protagonismo cruel en “El
pobre Isidoro”, por culpa de la maldad del hombrecito Pitilla que, con lubrificante y candela,
convierte el rabo del gato Isidoro en antorcha incendiaria. También en “Perro
de raza”, otro relato de partos desmesurados: la perra Dorotea, en vez de
parir, parece que está siendo parida, porque “el crío era casi de su tamaño” y,
en vez de ladrar, berraba como un chivo (páginas 70-71). Los animales, en este
caso una yegua, son el desencadenante de las desgracias de Puro que vive sobre
un caballo tristón, porque la yegua Mesalina lo desgració con una coz cuando
con ella copulaba.
Como ya he aludido en los relatos de La noche de los cangrejos, el autor, con
cierto disimulo, deja caer sutiles críticas contra el régimen castrista: “el
gobierno me lo quitó todo” los fallos diarios del suministro eléctrico, la
revoluciones que son alérgicas a homosexuales y travestís…
Lo que es enteramente cubano y sin
ocultamientos es el lenguaje de este tejido narrativo. El autor, como en sus
libros anteriores, nos seduce con los multicolores localismos del español de
Cuba, hasta el punto de convertirse en muy oportuno el glosario que clausura el
libro. Tiene así constancia el lector del significado, entre otros muchos, de
“Ponchar la tarjeta” o “Desmochar palmas”.
Prosas pues muy variadas, con desiguales
cargas y contenidos diegéticos, preñadas de excelentes descripciones, y
adornadas con el léxico y los giros lingüísticos cubanos, de gran fuerza
denotativa y una tonalidad coloquial.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“-¿Y
el gato?
-Lo
que sigue no parece cosa de este mundo, muchacho, cierra los ojos para que
puedas visualizarlo. El techo de la casa de carretas se abrió como si fuera una
burbuja, y por allí, sobre la punta de la columna de candela, salió Isidoro
arañando el vacío, sin un pelo ya, gato chino el pobre, maullando y ladrando
igual que un demonio. Dicen que hubo que taparse los oído, por cierto, es tarde
se formó una nube inmensa, y hasta ella llegó la candela con Isidoro, quien le entró
por la panza a la nube rajándola de punta a punta. La masa de agua calló toda junta, como un lago, y gracias que apagó
el incendio, de lo contrario no hubiera quedado una casa en pie, y ustedes
estarían quién sabe dónde, quizás con Isidoro en el más allá. Un día entero
demoró el agua en escurrirse por los callejones, los peces daban saltos sobre
la yerba enfangada y la gente los cogía mansitos.
-
¿Y Pitilla?
-De
ese desgraciado no se volvió a saber hasta que murieron los viejos, como te
había dicho.”
…..
“-Si
paso de los cien, que sea como un tren –Decía Pancracio Rubio cada vez que
alguien se le atravesaba en el camino.
Ya
Pancracio había cumplido noventa y siete años. Vivía solo en un rancho al fondo
del batey, justo a la orilla del callejón hondo que culebreaba, separando
tierras hasta el sin fin. Su orgullo era, a pesar de la edad, montar acaballo,
irse de pesca a la laguna de asiento viejo y bucear en ella en busca de peces
ciegos escondidos en cuevas que únicamente él conocía. Además, su mente era
clarísima y astuta como la de nadie, no se le escapaba una, sobre todo de
cuestiones de números (…)
La
vida de Pancra, como era abreviado sobre todo por los más jóvenes, había
transcurrido en laboriosa paz, siempre en la finca, pasando por tres dueños.
Una vez estuvo casado durante veinticinco años. Cuando enviudó, los tres hijos
se perdieron rumbo a la capital de la república en busca de fortuna.”
…..
“Puro
vivía sobre caballo tristón. A media mañana entraba en el batey arrente a la
tienda del moro, y después de tomar café recién hecho en cada una de las casas,
sin apearse jamás de la montura, terminaba su recorrido contra un costado de la
nave donde se guardaban los aperos de labranza y las carretas.
Mientras
hubiera alguien, sobre todo muchachos, se mantenía como una estatua ecuestre en
el lugar. Su voz era inimitable, primero aspiraba todo el aire de la redonda y
después, como si le costara esfuerzo, paría el discurso tipo falsete, sin hacer
pausa, durante más de un minuto. Yo sigo pensando que tal capacidad era gracias
a su caja torácica semejante a un barril.
Abuelo
me contó que mucho antes de que yo naciera, Puro era un guajiro alto y
fortachón, hasta el día en que Mesalina lo desgració. Pues resulta que el hombre
trabajaba de ordeñador al otro lado del río San Lorenzo y cada amanecer lo cruzaba
sobre la yegua.”
(Pastor Aguiar, La
noche de los cangrejos, páginas 36, 42, 96)
Muy bueno...
ResponderEliminarExcelente libro que atesoro. Magnífica reseña.
ResponderEliminarGracias, amigo Bouzas, poir este gran regalo. Para mí ha sido gran suerte tener un prólogo de Acuyo y ahora esta reseña tuya. Ambos trabajos superan a mi modesta obra, y ello me colma de agradecimiento y de ganaas de superarme, de seguir contando, soñando el mundo circundante. Un fuerte abrazo.
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