Wendy Guerra,
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 224 páginas
Con esta novela Wendy Guerra no se consagra
en España como una de los/las escritores/escritoras de Latinoamérica más
perspicaces, sofisticadas e interesantes. Ya lo había hecho con Todos se van (2006), Posar desnuda en La Habana
(2010) o Negra (2013). Domingo de Revolución es la quinta
novela de esta actriz y poeta cubana (La Habana, 1970), medio ahijada de Gabo y
su alumna en el taller de guiones “Cómo contar un cuento”. La producción
literaria de Wendy Guerra -escribe con igual empeño poesía- está considerada
como una de las más interesantes de la actual narrativa latinoamericana. Y una
prueba es la traducción de varias de sus obras a una docena de idiomas. Sin
embargo, fue y sigue siendo invisible en su propio país del que no reniega, ni se quiere alejar de la tierra
donde nació. Como le ocurre a Cleo, la protagonista de Domingo de Revolución, que refleja el drama de la protagonista
que es también el drama de la propia autora.
La novela, dedicada a Gabo, comenzó a ser escrita con la muerte del autor de Cien años de soledad. Y su conclusión
coincidió con el anuncio de Raúl Castro y Obama del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y
Estados Unidos, un hecho histórico que se cuela en el libro, otorgándole así un
marchamo de novela histórica, prácticamente del presente, por absorber lo que
pasa en nuestros días.
Domingo
de Revolución es la conversión de un cuento, “La espía” en una novela de
mediana extensión, aconsejada la autora por Ana María Moix. Y echa a andar
después de recibir la protagonista desde España la notificación de que había
ganado un suculento premio literario y que, por consiguiente, la invitaban a
viajar para recogerlo y publicitar el libro. Pero enseguida acuden a su
domicilio los “segurosos” (militares vestidos de civil), obsesionados con la
idea de que Cleo no se comunicase con nadie, que no concediese entrevistas. Es
la pista para que se nos revele el núcleo de la trama novelesca: la creencia en
la Isla de que Cleo, la joven poeta, es una agente de la CIA, mientras que en
el exilio la consideraban una adiestrada de la inteligencia cubana para
dinamitar a la intelectualidad en el exilio. Y así, con fuertes acentos
autoficcionales, Wendy Guerra, nos acerca a la historia de Cleo, un personaje
inspirado en una escritora de la generación de su madre, la poeta Albis Torres.
Un texto en el que la autora bucea en los conflictos que, en Cuba, engendra la
paranoia de un país en el que, durante más de cincuenta años, todo el mundo ha
experimentado el miedo al vecino.
En una narración en primera persona por la
protagonista, encontramos a Cleo de regreso, después de recoger el premio en
Cataluña. Pero en su país solamente se siente una apestada, los escritores le
dan la espalda. Ella misma se percibe como disidente, no por su poesía, sino
por su status. Es la razón por la que vive prácticamente enclaustrada en su
casa de El Vedado. Viajará, no obstante a México impulsada por el deseo de
reclutar a un ex novio y allí lo que encuentra son decepcionados del comunismo
que la ven como una agente del gobierno cubano. Aquellos “valientes héroes” la
creen una traidora. Es de nuevo la paradoja de Cleo y el tema de fondo de al
menos la primera parte de la novela: el conflicto de una mujer que solo quiere
ser poeta y es considerada traidora por los cubanos emigrados y por los
disidentes en la Isla.
Sin abandonar esta dicotomía que martiriza
la personalidad de la protagonista, la novela experimenta un giro radical con
la llegada de Gerónimo Martines, un famoso actor de Hollywood de origen
nicaragüense. Él le revela su otredad y que pretende dirigir, una película
sobre su verdadero padre, que no es el que ella cree, sino un revolucionario
fusilado por el régimen en 1978. Es así como avanza el relato con constantes
violaciones de la intimidad de la protagonista y viajes al extranjero. Una
novela llena de confidencias, claves difíciles de descifrar, documentos
imposibles de cotejar, enredos históricos en la Cuba revolucionaria que desentrañan finalmente el camino hacia el
verdadero padre de Cleo, cuando en Cuba
los fusilamientos estaban a la orden del día.
Wendy Guerra fue la primera blanca que
escribió como negra en la literatura cubana. En Domingo de Revolución lo hace como una nieta de la Revolución,
atormentada, desilusionada, pero resistiéndose a cambiar la realidad desde
fuera de Cuba; lo pretende hacer desde ese “insidio” con el que ella misma
explica la situación de los cubanos que no emigran. Sus críticas al régimen
cubano son explícitas y rotundas. Por eso mismo son difícilmente justificables
las virulentas arremetidas que contra
ella acaba de dirigir un periódico de Miami, más partidario de la autofagia que
de una salida verdaderamente democrática a la situación cubana. Wendy Guerra no
mancha a las Damas de Blanco; su novela no es un paradigma del irenismo, sino
una radiografía de Cuba desde dentro de la Isla, sin escamotear la realidad.
Retrata desde la ficción un país en el que la intimidad de las personas es
violada, una Cuba donde se desprecia lo bello y se ensalza lo “macho”, lo
infame y se aplasta cualquier atisbo de individualidad.
En el plano estrictamente literario, es
preciso reconocer que Wendy Guerra articula una novela de lectura lineal. No es
lineal ni plana, sin embargo, la protagonista
que, fiel a su forma de pensar, a esa Isla de la que siempre se sentirá
ciudadana, evoluciona a lo largo del relato, y lo hace a marchas forzadas,
acuciada incluso por complejas intervenciones históricas, y por inesperadas
revelaciones a veces hirientes. Una novela habitada por una encomiable
naturalidad a la hora de narrar, por el humor y también por el dolor. Anidada
así mismo por la poesía -la poesía es la protección mágica de la escritora
contra el miedo- y de la que no están ausentes algunas escenas de alto
contenido erótico. Un libro pues que bascula entre la crónica y la narrativa
autoficcional, rebosante de un ritmo poético intensamente musical.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Almorzaba
sola en los hoteles, a veces comía con los amigos de mis padres, que preferían
no exhibirse mucho conmigo. Era una apestada, y ese sentimiento se hizo más
fuerte cuando empecé a colaborar con El País en los tiempos que pasaba fuera de
Cuba. A partir de entonces tuve varias visitas al mes, todas de funcionarios
con guayabera. Llegaban a la hora de la comida, a tiempo de «pegar la gorra»,
y durante sus charlas me fui dando cuenta de que me habían elevado a la
categoría de disidente. ¿Por qué disidente? No se trataba de mi poesía, se
trataba de mi estatus, ese que me habían fabricado ellos mismo sin darse
cuenta. Tenían que colocarme en un lugar, no importaba si era real, había que
colgarme un cartel, y así lo hicieron. Nadie me preguntó si mi corazón estaba a
la izquierda o a la derecha, nadie averiguó cuál era mi posición con respecto a
este largo gobierno. Eso ya ellos lo habían resuelto por mí. Era una disidente
y me estaban «dando
atención».”
…..
“Éramos
las mulas de carga para avanzar al abismo que empuja el dolor, la brutalidad,
la necedad incoherente y la vulgaridad, sobrellevando lo poco que nos queda de
aquella utopía nacida en los años sesenta. Este sentimiento, sin dudas, venía
como una anticipación del malentendido que me restaba por vivir. Así soy, una
adivina insulsa que presiente, cuándo la desgracia llega, se paraliza, y es
incapaz de hacer algo por detenerla. Mis amigos reencontrados no me perdonaban
haberme quedado, y a la vez sentían compasión por todo lo que había atravesado
sola. ¿Por qué quedarse? Era la pregunta que nadie pronunció pero que el aire
traía y llevaba en el aura de aquel restaurante. Eso era evidente. Al fin nos
dejaron solos, Enzo y yo olvidamos el
origen y salimos a caminar desafiando el peligro de DF. ¿Qué mayor peligro que
todo lo contado y todo lo vivido?¿Que mayor peligro que haberlos perdido?”
…..
“Perdía
el pulso y la noción del tiempo cuando, tendida de espaldas, dejaba que
Gerónimo, con sus seis pies de altura, me montara arrojando su cuerpo sobre el
mío. El peso era parte del éxtasis, y el esfuerzo de sostenerlo en mi espalda
me mantenía dilatada, potente, tensa como una cuerda de arpa. Encaja su sexo «hecho a mano»
desde atrás, lo ensartaba suavemente mientras lo llevaba hasta estrangularlo en
una magnífica curva. Él deliraba entre saltos, topando la punta del diamante,
provocando el filoso hilo del gusto, minándome de diminutas explosiones,
voladores de placer, marejadas que iban y venían compulsando la embestida de
luces y goce, estallidos furiosos y húmedos al final del combate. Con la mente
en blanco, embriagada por su olor, untada de hircismos y aguas benditas,
despertaba entre orgasmo y orgasmo sólo para mirar los artefactos que
amenazaban desde la pared. Me sentía una traidora al no contarle que nos
estaban grabando, espiando, vigilando.”
…..
“Pedir
una visa para una cubana es mendigar.
Pedir
una visa para una cubana es rogar, sentirse desvalida ante la cara de una
mexicana que no quiere creer que haces algo más en la vida que acostarte con un
extranjero para escapar del averno socialista.
¿Qué
es un cónsul?
En
Cuba un cónsul no es un empleado público, es un rey. Es tratado con reverencia
porque tiene las llaves de entrada a la otra dimensión.
Pedir
una visa en Cuba me da tanta vergüenza.
Me
preguntan cosas que no vienen al caso. ¿Estas preguntas se las hacen a todos
los ciudadanos que llegan aquí?”
(Wendy Guerra,
Domingo de Revolución, páginas 24-25, 34, 102, 118)
Magistral...
ResponderEliminarBueno, creo que cuando se enciende la llama de la verdad, siempre con ella se ha de abrasar el cabello de alguien. Admiro a la autora, hablar de lo que ha pasado y que aún sucede en Cuba, es cosa de valientes, de gente que no teme decir lo que piensa y que por ello, merece el título de escritor. Wendy Guerra, no he leído tu novela aún, pero la aplaudo en todos los sentidos, no me la perderé. Preciosa reseña Francisco, gracias por siempre darme la senda a seguir, muchas gracias. Abrazos.
ResponderEliminarLeer sobre la tealidad cubana es increible creerlo, hay que vivirlo para poder entender como un pais muere dentro de si mismo
ResponderEliminarYo tuve la oportunidad de probar algo parecido en Venezuela, ahora colonia Cubana,gracias a un gobernante que regalo la patria de Bolivar, a los dictadores mas barbaros del hemisferio
Wendy nos lleva a ese mundo absurdo y terrible que significa el miedo, a vivir un sistema lleno de terror y miseria
Leer sobre la tealidad cubana es increible creerlo, hay que vivirlo para poder entender como un pais muere dentro de si mismo
ResponderEliminarYo tuve la oportunidad de probar algo parecido en Venezuela, ahora colonia Cubana,gracias a un gobernante que regalo la patria de Bolivar, a los dictadores mas barbaros del hemisferio
Wendy nos lleva a ese mundo absurdo y terrible que significa el miedo, a vivir un sistema lleno de terror y miseria
Ya había leído esta reseña en Creatividad y me tocó muy de cerca, pues he vivido aquellas realidades que pueden parecer surrealistas ante otros ojos. Nada es exagerado, es más, siempre nos quedamos cortos ante el día a día que se vive en la isla. Un abrazo, amigo, y muchas gracias.
ResponderEliminar