Marian Engel
Traducción de
Magdalena Palmer
Editorial
Impedimenta, Madrid, 2015, 171 páginas
Oso es la obra maestra de
Marian Engel (Toronto, 1933-1985), una escritora relativamente tardía que
comenzó a publicar en 1968. No Clouds of
Glory es el título de la primera novela. Sin embargo, fue Bear (1976) la pieza narrativa que proyectó a la escritora a la
fama, y también al escándalo. No obstante, el libro fue galardonado con el Governor General’s Literary Award for
Fiction en 1976. Hoy en día Marian Engel está considerada como una gloria
nacional de Canadá. Margaret Atwood, Roberston Davies o la nobel Alice Munro,
entre otros, no han dejado de ensalzar los valores de su escritura que comparte
por igual erotismo, transgresión, delicadeza y amor a la naturaleza. Oso ha merecido el “elogio” de ser
considerada la novela más polémica que se ha escrito en Canadá (The Canadian Encyclopedia), una pieza
narrativa que supera las tonalidades eróticas y se adentra claramente en las
prácticas zoosexuales, en las relaciones amoroso-sexuales prohibidas o
indecentes, según las convenciones sociales en las que nos movemos. Un tema
tabú -¿natural?, ¿cultural?- asentado y consolidado desde tiempos inmemoriales,
aunque esa relación prohibida será solamente una parte de la novela. Que nadie
piense pues que Oso es por ejemplo la
versión zoofílica de Cincuenta sombras de
Grey.
Se sabe que Marian Engel inició la escritura de Oso con la intención de darle forma a una novela pornográfica que
se vendiese bien y le permitiese ganar dinero para mantener y educar a sus
hijos, tras su divorcio. El resultado fue otro. La protagonista, Lou, trabaja
en el Instituto Histórico de Toronto. Trabaja como un topo ordenando nimiedades
de tiempos pasados, encerrada en su gris mundo privado que la está envejeciendo
y marchitando como los amarillentos papeles que pasan por sus manos. Un tal
“Coronel Jocelyn Carey” (que resultará ser una mujer) lega sus propiedades en
la isla de Pennarth al Instituto. Entre ellas, una gran biblioteca y
documentación relevante que será preciso catalogar. Lou será la encargada de
hacerlo. Con esa finalidad se traslada a la isla en el norte de Canadá. Un
lugar olvidado, todavía virgen. En los establos de la casa hay un oso, un viejo
oso al que debe tratar como a un perro. Lou, una vez instalada en la isla, se
da cuenta de que existe, de que tiene licencia para vivir inmersa en una
naturaleza esplendorosa.
La soledad del lugar provoca que poco a poco se acerque al oso y, con el
paso de los días, va tejiendo con el animal una relación sensorial, afectiva,
íntima y sexual. Amores prohibidos, bestialismo. La protagonista hurga en todos
los rincones de su conciencia para comprobar si se siente mal. Pero no, no
siente haber roto las barreras del tabú. Solamente se sentía querida, sin
depender dócilmente de los caprichos de un amante, de un hombre. Y así, gracias
a su relación con el oso, se encuentra finalmente a sí misma, y cómoda en el
mundo.
La autora escribe, sin eufemismos, con una prosa suave y a la vez
elegante, una propuesta narrativa que conjuga con habilidad la vuelta y el amor
a la naturaleza con pasajes intensamente eróticos, que en el fondo pretenden
revelar lo que es el amor puro, sin dependencias, servidumbres o artificios,
porque la relación de la protagonista con el oso es tan sexual como sentimental
y, sobre todo, permite que la protagonista se autodescubra como persona.
La novela puede escandalizar, mas si algo debería provocar son
reflexiones sobre dónde están los límites y sobre el porqué natural o cultural
de los mismos, tal como ocurre, por ejemplo con el incesto que, según
Levi-Strauss abre el paso de la naturaleza a la cultura.
Una de las grandes pegas críticas que se le podrían hacer a la novela es
la posible antropologización del oso. Sin embargo, Marian Engel no lo hace. Con
frecuencia el texto de la novela recuerda que se trata de un animal salvaje. Y
la protagonista es enteramente consciente de su naturaleza animal. ¿Por qué
surge en ella el amor y la atracción sexual, consumada en buena parte con el
animal? La autora no tiene otras respuestas para este amor extravagante que no
sea el hecho de la soledad afectiva de la protagonista y “el paisaje que,
neutral y ajeno a ellos, gozaba de sus propios orgasmos de verano” (página 143)
Francisco Martínez Bouzas
Marian Engel |
Fragmentos
“Estableció una rutina. Trabajaba
durante toda la mañana, y por la tarde desaparecía en el bosque para andar
sobre alfombras de trilios y diminutas azucenas amarillas, hepáticas y cornejos
enanos. En los tilos habían crecido hojas inmensas. Muchas veces, protegida con
pañuelo y guantes de las moscas negras, se demoraba en la charca del castor.
Los azores la observaban con ojos impenetrables desde su olmo sin corteza.
Si hacía calor, se llevaba al oso al
río. Él no mostraba el menor entusiasmo canino cuando iba a buscarlo, solo la
seguía dócilmente al notar que Lou tiraba de su cadena. Luego, una vez en el
agua, se sentaba como un plácido bebé miope que disfruta del regreso a la
existencia líquida.”
…..
“-Oh, oso- dijo acariciándole el cuello.
Se levantó y se desnudó, porque hacía calor. Se tumbó junto al lomo del oso,
algo apartada y también apartada del fuego y, desolada, empezó a hacerse el
amor.
El oso despertó de su sopor y se volvió.
Sacó la pecosa lengua. Era gruesa y, como decía la enciclopedia, tenía un surco
longitudinal. Empezó a lamerla.
Una lengua gruesa, moteada de rosa y
negro. Lamió. Raspó, hasta cierto punto. Tanteó. Era cálida, agradable,
extraña. ¿Qué demonios haría Byron con su oso?, se preguntó Lou.
El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber
sido una pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que
se pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guió con suaves jadeos hacia
abajo.
Movió las caderas: se lo puso fácil.
-Oso, oso- susurró, acariciándole las
orejas. La lengua, no solo musculosa, sino también capaz de alargarse como una
anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y como la de ningún ser humano
que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso
le enjugó las lágrimas.”
…..
“Ahora sabía que lo amaba con una pasión
limpia que nunca había sentido antes. Una vez, por poco tiempo, había sido la
amante de un hombre elegante y atractivo, pero siempre se sintió incómoda
cuando él decía que la quería. Sentía que se refería a algo que Lou no acababa
de entender y, en efecto, descubrió que él la quería si los calcetines estaban
doblados y ella siempre a su disposición, si la comida era exquisita y ella no
menstruaba, si el vino no le soltaba la lengua o si el aceite de oliva no
añadía un pliegue a su barriga. Cuando la dejó por otra más pequeña y pulcra,
más dispuesta y dócil ante sus exigencias, Lou había arrojado piedras a sus
ventanas, había escrito obscenidades con tiza en los muros de su edificio, se
había obsesionado con la imagen del pulcro coño de la joven amante (él había obligado
a Lou a abortar) y con el nombre de su rival (…) En resumen, le había sorprendido
lo profundo de su apasionada desazón ante la pérdida de un hombre que, en esencia,
era mezquino y exigente.”
(Marian Engel, Oso, páginas 63-64, 111-112, 144)
Un terreno difícil para opinar si no se ha leído la novela, aunque los fragmentos nos van guiando, insisto en la dificultad de dar un parecer sin caer en necedades.
ResponderEliminarLo que sí es posible apreciar la delicadeza de la prosa, su expresividad para relatar aquello que en la sociedad es por lo general, como bien dices tú, un tema tabú.
Impecablemente expuesta tu visión sobre el tema del libro, me gusta tu manera objetiva de describirlo, sin hipocresías ni artificios.
Bueno, creo que nos muestras un libro controvertido, fuerte en tema y en debate. Creo que sobre él, me abstendré de opinar. Sin embargo puedo ver que la autora tiene una excelente narrativa y te adentra a este mundo pervertido con mucha maestría. Mis felicitaciones por tu reseña, tu trabajo es siempre brillante. Un abrazo de luz agradeciendo siempre nos compartas tu punto de vista.
ResponderEliminarApuntado en mi lista de pendiente.
ResponderEliminarlarepisadeelena15.blogspot.com