Iván García Campos
Traducción de Carmen Torres París y María Dolores
Torres París
Mar Maior (sello de Editorial Galaxia), Vigo, 2015,
216 páginas
Hasta el año 2010, Iván García Campos era un
outsider prácticamente desconocido en
la literatura gallega, y también en la española, a no ser por algún relato
breve. Pero ese año, con la pieza O
imposible de desatar se hizo con el Premio Blanco Amor de Novela; y ahora
su pieza narrativa se puede leer en castellano gracias a la reciente edición de
Mar Maior. Aunque no siempre lo hacen, los premios literarios de vez en cuando descubren y hacen posible la
publicación de propuestas narrativas novedosas, vanguardistas e incluso
rompedoras, que, sin ese plus publicitario, a través de los cauces habituales,
difícilmente hallarían editores dispuestos a apostar por ellas y asumir el reto
de ponerlas a disposición de los lectores. Tal es lo que sucedió con la primera
novela de Iván García Campos. El Premio Blanco Amor hizo posible un debut
literario, que a su vez amplía y renueva el territorio de la narrativa,
aportando voces nuevas y novedosas.
Imposible
de desatar es una pieza narrativa a la vez realista y alegórica. El autor,
a través de una estructura tripartita, retrata, en la primera y tercera parte,
el vivir cotidiano de una familia. En el medio de ambas, en la segunda, nos
ofrece cuatro historias colaterales que nos transmiten el mismo mensaje: las
derrotas de la vida o la imposibilidad de alcanzar la felicidad como horizonte
realista de los seres humanos.
Hoy en día, las relaciones familiares pueden
ser cálidas y acogedoras, pero cabe así mismo la posibilidad de que se hallen
repletas de insatisfacciones, conflictos, mutismo y hostilidades. Iván García
Campos radiografía las rutinas de una familia urbana: padre, madre y dos hijos
durante una semana. Todos ellos innominados, caracterizados únicamente por el
rol que desempeñan. Un relator en tercera persona va punteando por días y horas
lo que sucede en el hogar, lo que sus miembros dicen o lo que piensan. Pero en
esa casa, más allá de las rutinas diarias, de los solitarios de la madre, de
los enredos en los relojes por parte del padre, nada acontece. Solamente el
silencio. Silencio y portazos, reflejados constantemente en frases como esta:
“¿Te vas a la cama?, preguntó la mujer. El marido no contestó. ¿Vas a oír la
radio?, preguntó la mujer. El marido no
contestó” (página 23). Los mismos solitarios a los que juega la mujer, son
elocuentes metáforas de la incomunicación intrafamiliar.
La trama termina como era de esperar: con la
conclusión de que estarían más cómodos durmiendo en camas separadas; hecho
confirmado por el “Extra” con el que nos agasaja el autor, que es a la vez
contrapunto y contraste: la familia bien avenida, cuyos miembros intercambian sonrisas cómplices,
besos y abrazos y deciden comprar la cama de matrimonio más estrecha que
ofrezca el mercado. En el relato de Iván García Campos no existen ruidos
ensordecedores que impidan una instalación placentera de las relaciones
familiares, pero existe el silencio, -otra forma quizás de comunicación ¿o de
ruido?- que es todavía mucho más estruendosa.
Resalto los aspectos formales, ya que en los
mismos se hallan los elementos realmente novedosos e innovadores de la novela.
La forma de escribir de Iván García Campos se asemeja en gran medida a las
maneras de la corriente evidencialista que brotó en Galicia a finales de los
90. Con un registro léxico aséptico y desnudo de cualquier adorno estilístico,
el autor se limita a relatar colmos, obviedades (“Todo es relativo
relativamente” página 105). Y lo hace con frases secas, concisas y repetitivas,
como si fuese un picapedrero que pica en
la piedra. Resulta así un relato monocorde que llega a producir un cierto
cansancio en aquellos lectores habituados únicamente a la narrativa
convencional. Pero en muchas secuencias el texto se ilumina con pequeñas dosis
de socarronería y finísimo humor. Y ciertos elementos paratextuales, como por
ejemplo las tachaduras encima de textos que hablan de Franco o del bilingüismo,
que hacen más placentero este retrato de la cara oculta de la sociedad y de las
derrotas cotidianas que en ella se incrustan.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“La
madre resolvía los crucigramas del periódico contando con los dedos. De vez en
cuando deletreaba alguna palabra, cosa que irritaba al marido, que seguía
leyendo. (…)
¿De
modo que has sido tú?, preguntó la mujer. El marido levantó la mirada del fascículo
y la miró fijamente. Luego siguió leyendo en silencio. Ella sonrió restregando
un pie contra otro, como un grillo que canta, y pensó; así que has sido tú.
Un
programa sucedió a otro y los anuncios pasaron con increíble lentitud, pero
ninguno de los dos miró la televisión.
Secretamente
estaban solos.”
…..
“La
hija se fue dando un portazo.
La
madre salió de la sala y quedó en el pasillo, ante la puerta cerrada de aquella
habitación. Tengo que irme, pensó la madre; se me hace tarde. Rozó con la mano
la puerta de la habitación y echó a correr por el pasillo con cierto
desasosiego. Al poco rato volvió a entrar. Fue hasta la cocina, echó una ojeada
a las cuatro paredes y se fue.
El
hijo, en la cama, se rio sacudiendo todo el cuerpo, y luego hizo lo mismo que
Onán.”
…..
“La
casa se quedó en silencio toda la tarde, latente como un caballo ciego.”
…..
“Si
eres bueno, caes mal, seguía el padre; si eres mediocre, también. Y si eres
malo das pena, así que hay que aceptarlo, lo mejor es ser mediocre como la
mayoría de la gente. La madre volvió a toser. La hija pareció reprimir un
sollozo. Relampagueó y se oyó el viento. La lluvia golpeaba los cristales.”
…..
“La
hija estaba frente al espejo de su habitación sopesando los senos, mirando fijamente
sus pezones abultados. Hizo algunos movimientos elásticos y luego pensó que tenía
muy poco que sujetar, pero aún así no soportaba los sujetadores con aros para andar
con ellos por casa. Sosteniéndolos y soltándolos observó la caída natural de los
senos. No creo que dependa del sujetador, pensó. Tengo que darme prisa, si se me
cae lo poco que tengo, menuda coña. Sacó de un bolso un sobre de Almax y se lo tragó
entero. En el móvil sonó el aviso de un mensaje entrante. Sonrió y pensó; es lo
que tiene romper definitivamente. Lo malo, pensó, mientras cogía el móvil; es que
rompo definitivamente muchas veces.”
(Iván García Campo, Imposible de desatar, páginas 20-21, 45, 53, 56, 171)
Muy bueno...
ResponderEliminarHe leído atentamente tu crítica y cada fragmento del libro. Tu último párrafo, en el que hablas sobre los aspectos formales y la forma de escribir de este escritor, me parece de una lucidez incomparable. Ya he venido observando en diferentes autores una forma de expresión como si quisieran reflejar de tal manera la realidad interior y exterior de cada personaje, que cada vez se acercan más a la imagen visual de forma increíble. Es la ventaja con la que nos lleva por delante, la pintura o la fotografía. Pero lograr el clímax así de esta manera como lo hace Campos, es sumamente interesante, algo que sacude al lector como no se había logrado hasta hoy. El silencio es mucho más difícil de representar en su agresivo mensaje que el ruido.
ResponderEliminarEn cuanto al tema que toca es muy de actualidad y es muy difícil expresarlo sin caer en lugares comunes, en lo remilgado, ya que es uno de los problemas que aquejan a la sociedad de cualquier parte del mundo, ya sea por excesos o por carestías, el núcleo familiar está enfermo.
Se puede observar fácilmente, en especial quienes nos dedicamos a la escritura, las tristes escenas en los lugares públicos, con parejas o familias sin hablarse compartiendo una comida o una tasa de café, o cada uno mirando vagamente hacia un lugar que sólo el que mira sabe por dónde está volando.
Una crítica sagaz, lúcida y muy interesante la tuya, Francisco.