Frédéric Beigbeder
Traducción de
Sergi Pàmies
Editorial
Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 213 páginas.
(Libros de
fondo)
La necesidad de canonizar es inherente a
la especie humana desde sus múltiples nacimientos, desde sus orígenes
hominizadores hasta el devenir
contemporáneo. Y lo es porque, al canonizar, se expresa la permanencia o el
anhelo de la misma. Lo hizo aquel animal dotado de sinrazón, bajado de los árboles,
el hombre de Neanderthal mediante la
pintura, el grafismo parietal o el grabado sobre roca o sobre hueso, símbolos
más o menos analógicos, con representaciones extremadamente precisas de seres
vivos o de seres quiméricos e irreales. Su finalidad ritual y mágica
(protección y conminación a la buena suerte), no descarta que esas imágenes y
símbolos signifiquen además para sapiens
una segunda existencia que se prolonga y perpetúa en el tiempo.
Las religiones históricas han hecho algo muy parecido: canonizan a
personajes ilustres, “santos”, escritos, los textos de los fundadores para
convertirlos en modelos estables e inmutables.
A nivel literario, especialmente en la época actual se ha hecho y se
hace algo muy similar: la necesidad, acrecentada al final de etapas históricas
o en el cambio de siglos o milenios, de seleccionar con criterios dispares
cánones literarios, fruto de gustos colectivos o personales, casi siempre
ideológicos o defensores de una teoría literaria. Catálogos de libros “preceptivos”,
antologías de relatos, de poemas “excepcionales” a los que se les considera que
deben perdurar, que deben incitar una larga vida lectora. Existen en todos los
sistemas literarios. Sin embargo, las verdaderas listas canónicas, en el campo
literario, se pusieron de moda a partir de la publicación, en el año 1994 de la
obra sumamente polémica The Western Canon
de Harold Bloom, traducida al año
siguiente por Editorial Anagrama. Otro intento canónico del profesor de Yale
fue Stories and Poems for Extremely
Intelligent Children of All Ages (2001), Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las
edades en la traducción y edición española de 2003. Sin duda, otra lista
canónica igualmente controvertida.
También del año 2001 es la propuesta canónica, esta vez de origen
colectivo, que presentó Frédéric Beigbeder, Último
inventario antes de liquidación: agudas
y sabrosas reseñas de los cincuenta mejores libros del siglo XX, seleccionados
por seis mil lectores que contestaron a la encuesta llevada a cabo por el
periódico Le Monde y la FNAC. El
número 1, El extranjero de Albert
Camus; el 50, Najda de André Breton.
No resulta difícil entender el carácter chauvinista, casi exclusivamente
francófono, de este catálogo de los cincuenta mejores libros del siglo XX.
Entre las preferencias de los franceses no figura ninguna muestra de la
literatura portuguesa. Cien años de
soledad es la única fabulación que nuestros vecinos eligieron entre las
literaturas hispánicas.
El canon de Le Monde no está
elaborado desde ninguna opción ideológica ni teoría literaria, sino desde la
perspectiva y los gustos lectores de los que eligen: francesas y franceses de
nuestros días que leen lo que les resulta más cercano, que se convierte para
ellos en lo más representativo. Lectores corrientes en el sentido que a esta
expresión le dieron Samuel Johnson y Virginia Woolf.
Acompaña a la lista canónica de los lectores franceses un plato bien
gustoso: las recensiones críticas que Frédéric Beigbeder hace de estos
cincuenta títulos. El autor de varios best-sellers franceses (13,99 euros, El amor dura tres años, Una novela francesa…) efectúa una
lectura de estos cincuenta libros como si hubiesen acabado de salir del horno y
los comenta críticamente de una forma contracanónica; es decir, de una manera
personal, libre, desacralizada. Con frivolidad e inconsecuencias, perseguidas a
propósito. Con humor, con falta de respeto, “porque las obras maestras odian se
respetadas”. Burlándose, emocionándose, siendo breve y conciso en sus comentarios
acerca de lo que realmente son estos cincuenta libros famosos. Miradas vivas
proyectadas sobre los cambios y catástrofes que conforman nuestro tiempo.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Cien años de soledad rodó cuesta abajo desde Colombia en 1967 como un
terremoto. Podemos afirmar sin riesgo a
equivocarnos que hay un antes y un después de este libro en la historia de la
literatura del siglo XX: desde entonces, les hemos tomado gusto a las novelas
latino-épicas, de alto contenido colorista, personajes delirantes, con escenas
extravagantes y tropicales. Por otra parte, resulta curioso constatar que, a
menudo, las grandes novelas de nuestro siglo se fundamentan en un deseo de
condensar el universo: la jornada de un alcohólico en Dublín, la vida de un
edificio parisino o, en este caso, cien años de un pueblo colombiano
imaginario, aislado del resto del mundo, llamado Macondo.(…)
Angelo
Rinaldi exagera cuando dice que este libro debería haberse titulado Cien años de insipidez, aunque siempre
resulta divertido poner nervioso a Jean Daniel. El sargento García Márquez sigue
vivo, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982,y muchos escritores barrocos
le deben todo. José Saramago, Günter Grass o Salman Rushdie, los dos primeros
novelizados, el último nobelizable. Moraleja: escribid novelas largas y
farragosas y tendréis más posibilidades de ganar el Nobel que parafraseando a
Marguerite Duras.”
…..
“El
número 1 de esta clasificación de 50 libros del siglo, elegido por los votos de
6.000 franceses, no soy yo, pero me importa un bledo, ni siquiera me siento
ofendido, ya formaré parte del Primer
inventario del siglo XXI, ¿verdad? ¿Ah, no? ¿Tampoco?
Hay
que subrayar que nuestro gran triunfador tranquilizará a los vagos: una novela
muy corta (124 páginas, letra grande). No es necesario deslomarse, pues: se
puede escribir una obra maestra sin tener que emborronar miles de páginas como
Proust. Obra maestra que podemos leer en media hora de cronómetro. Otra buena
noticia: el número 1 de nuestra lista es una primera novela. Y, por último,
malas noticias para los xenófobos: la novela preferida de los franceses se
titula El extranjero. (…)
Y
es que para Albert Camus (1913-1960), la vida es absurda. ¿Por qué todo esto?
¿Para qué? ¿Por qué esta crónica inútil? ¿No tenéis nada mejor que leer este
libro? Todo es vanidad en este bajo mundo (Camus es el Eclesiastés según un pied-noir). Esta taciturna lucidez no le
impidió a Camus aceptar el Premio Nobel de Literatura en 1957 (a los cuarenta y
cuatro años, lo que le convertía en el laureado más joven después de Kipling).
¿Por qué? Porque resumió su existencialismo en un lema muy sencillo: «Cuanto
menos sentido tiene la vida, más vale la pena vivirla.» Nada tiene sentido, ¿y
qué? ¿Y si la «inevitable felicidad» consistiera en eso? Contrariamente al
rechazo esnob de Sartre, siete años más tarde, que confiere importancia a la
recompensa, Albert Camus acepta el Nobel precisamente porque se burla de él.
Uno puede burlarse del universo, y aceptarlo de todos modos, incluso amarlo. O
eso o suicidarse sin más demora, ya que éste es el único «problema filosófico
realmente serio».”
(Frédéric
Beigbeder, Último inventario antes de
liquidación, páginas 87-89, 111-112)
Muy buen análisis..
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ResponderEliminarBueno, primero que nada, tu crítica es excelente y digna de admiración, mis felicitaciones más sinceras.
EliminarCon respecto a la obra, no puedo decir nada, pues no la he leído y tampoco conozco a su autor. Pero dentro de esta reseña, puedo decirte que sí he leído Cien años de soledad y en lo personal, me ha parecido una obra excelente, con una trama interesante y que me ha cautivado hasta ese final que me parece brillante. Una obra clásica del realismo mágico, muy lejos de lo que este respetable autor piensa y describe en este fragmento que nos compartes. Y bueno, con todo respeto al autor Fréderic Beigbeder le llamaría un aficionado de la literatura y no un conocedor trascendental.
Gracias Araceli por tu comentario. Ten en cuenta que los lectores franceses son chauvinistas. Y F. Beigbeder hace una críticas ligeras y superficiales. Lo que pretende es desacralizar los libros que consideramos canónicos. Lo hace con "Cien años de soledad" y también con "El extranjero" de Albert Camus y con los cincuenta títulos elegidos por los lectores franceses.
EliminarTienes razón y públicamente pido una disculpa al autor y a ti.
EliminarComentarios muy ponderados....
ResponderEliminarSaludos
Y sí, causa un malestar en el pensamiento cuando se leen los fragmentos que nos compartes.
ResponderEliminarLo primero que me planteo al leer tu crítica es que el ser humano siempre tiene ese secreto bien guardado, que es el deseo de trascendencia, quizá otra forma de vida, quizá el deseo que tenemos de no irnos, de quedarnos de alguna manera en este mundo, me refiero a tus afirmaciones del comienzo. Y elegir a otros como esa necesidad que dices, de canonizar a la especie humana, es otra forma de permanecer vivos, darle al otro lo que queremos para nosotros, si él puede, yo también. Escribo su historia en la pared de un edificio derruido, ¿quién escribirá la mía? La Historia o la Prehistoria nos muestra las manos sobre un muro, es decir, desde siempre está el deseo de trascender.
A veces hay otros intereses, por ejemplo el de las religiones con su frenético deseo de sobrevivir.
La lectura para niños extremadamente inteligentes, también visto desde una posición humana un poco dudosa, porque ¿quienes los escribieron eran entonces más inteligentes aún que quienes los leerían?
No sé si es propio del escritor, no lo he leído, pero eso de las listas creo que tiene algo de razón, y si no, hay que ver lo que nos dice respecto a hacer listas con todo lo que existe, Umberto Eco. Es como si fuera algo que nos puede, siempre en una vorágine de números o letras sumergiéndonos en listas interminables, de las que no nombramos como creemos siempre lo mejor o lo peor, ya que las individualidades existen por más que las "amontonemos" y/o etiquetemos.
Desde el momento que tu palabra dice que Beigbeder lo hace desde una posición casi irresponsable, porque una crítica frívola de García Márquez o Camus, no merece otra calificación, desde ese momento, habría que ponerse en sus zapatos, cómo entender en profundidad una realidad como la de Macondo desde París.A no ser que se esté analizando con seriedad y se pueda opinar lo contrario de la generalidad, pero con fundamento literario y sin olvidar el comportamiento ético.
Podría ser que este tipo de críticas tan a la ligera de Beigbeder procuraran también una forma de asegurar su trascendencia por más best sellers que haya tenido.
¿Cómo saber si no está él también buscando participar en un futuro, en alguna lista más importante que su obra literaria?
Me encantó Cien años de Soledad, y aunque no diría que es el libro que más me ha gustado, no puedo dejar de reconocer que es La gran obra del Realismo Mágico y que no esté entre los más leídos de los franceses no creo que a su autor le preocupara mucho. Debo decir en favor de Beigbeder, que a veces los humanos exageramos y que nos escondemos detrás de intereses que tienen que ver con lo económico también. Camus me gusta, pero tampoco estoy entre los que más elegiría si a alguien le importara lo que yo pienso como lectora.
Espero haber interpretado tu crítica, que siempre me deja con deseos de leer más.
Gracias, amigo, y nada menos que de Francia la encuesta, claro está, la intencionalidad del autor es evidente, y no menos rayana al humorismo. Pero tengo que reconocer que si me hubieran encuestado varios franceses hubieran estado entre mis elegidos, como Victor Hugo y Balzac, je je..lector ligero yo. Un abrazo y muchas gracias de nuevo.
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