Michel
Houllebecq
Traducción de
Javier Calzada
Editorial
Anagrama, Barcelona, 109 páginas
(Libros de
fondo)
No faltan críticos y comentaristas que consideran a Michel Houllebecq
(Saint Pierre, Isla de la Reunión, 1958) el nuevo genio de la actual
literatura, un nuevo comentarista social al estilo de Balzac en Ilusiones perdidas. La primera novela
que le proyectó a la fama, Plataforma,
fue considerada por el dramaturgo español Fernando Arrabal como el tratado
moral o el poema lírico de amor de nuestro tiempo. Lo de menos es que de los
labios de su protagonista salgan estas palabras: “Cada vez que escuchaba que un
terrorista palestino, un niño palestino o una mujer palestina embarazada habían
sido asesinados en Gaza, me estremecía de entusiasmo pensando que había un
musulmán menos”. No obstante, no le podemos negar a Houllebecq el valor y la
habilidad de elegir con sagacidad temas y argumentos, verdaderos dardos
realistas que reflejan lo dado, el ethos
de nuestros días o el cinismo erótico de la sociedad de consumo, tal como sigue
poniendo de manifiesto en sus últimas novelas La Carte et le Territoire, 2010, (en edición española, El mapa y el territorio, 2011), Premio Goncourt, o Soumissión, 2015 (en español, Sumisión, 2015).
En su primera novela Ampliación
del campo de batalla (edición original francesa de 1994; versión española
de 2001), el escritor, cual insólita amalgama de cinismo y epicureísmo de
nuestros días, y que no cesa de pregonar que no le tiene miedo a la felicidad
puesto que no existe, concluye, con la desafección de un entomólogo, que el
liberalismo sexual está produciendo efectos tan nocivos y desgraciados como el
liberalismo económico. Hay quien posee una vida sexual excitante y variada, mientras
que otros se hallan condenados a la soledad masturbatoria. El sexo pues, según
Michel Houellebecq se está convirtiendo en el segundo sistema de diferenciación
social, tan brutal como el dinero.
La insolencia de M. Houellebecq, un verdadero misántropo, pero también
el primer escritor, después de Camus y Sartre, capaz de alborotar las aguas
cada día más calmadas de las letras francesas, da la impresión de no tener
límites ni fronteras. Y es eso precisamente lo que comprobamos al leer Lanzarote, una novela breve que el
escritor publicó en el año 2000,
disponible desde ese mismo año en la colección “Panorama de narrativas” de
Anagrama. Si bien en Lanzarote no se
hace una apología del turismo sexual como en Plataforma, la novela nos sumerge de nuevo en un viaje turístico.
Esta vez, el destino es Lanzarote, la isla que no puede rivalizar con Corfú ni
con Ibiza en el formato de las vacaciones crazy
techno afternoons. Nada así mismo de turismo verde ni cultural. Los
paisajes de la isla canaria, llenos de volcanes de color rojo oscuro en el
amanecer solamente pueden competir con una panorámica marciana.
No obstante, una semana en la isla de los antiguos atlantes se hace
soportable, ya que allí el turista puede encontrase con especies curiosas e
interesantes. Lanzarote está frecuentada por una población equívoca de
jubilados anglosajones, a los que se suman fantasmales turistas noruegos,
translúcidos al sol, e ingleses que van a Lanzarote únicamente porque están
seguros de encontrar allí a otros ingleses. Allí están los azraelianos, seguidores
de los extraterrestres Anakim, que, tras el marchamo de una religión, esconden
prácticas pedófilas e incestuosas con sus propios hijos e hijas. Por las playas
y hoteles de Lanzarote deambulan además Pam y Barbara, dos alemanas lesbianas
no exclusivas.
En Lanzarote hay soledad, desprecio por los turistas de las agencias de
viajes. Y por supuesto, mucho sexo. Sexo de todos los colores con las
“bolleras” alemanas que hace las delicias del relator protagonista.
El tono del relato que rezuma acidez, es, como siempre en la narrativa
de Houllebecq, claro, directo y explícito. Encubre, sin embargo, una suerte de
dolor profundo y gélido. Una visión de la vida desencantada, pero ferozmente
suturada a la sexualidad, percibida como posible instrumento de placer
momentáneo en el medio de una realidad amorfa. Un vacio lacerante, abundantes
dosis de desolación y de angustia, reflejadas perfectamente en las fotografías
de la isla canaria que acompañan el texto y que documentan con precisión las
ideas de Houellebecq: se puede vivir muy bien sin esperar nada de la vida.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Anunciaban claramente su credo porque en la
primera página aparecía escrito con grandes letras: «RELIGIÓN AZRAELIANA». Yo
ya había oído hablar de esta secta; estaba dirigida por un tal Philippe
Leboeuf, antiguo cronista de hípica de un periódico de ámbito local, La
Montagne de Clermont-Ferrand. En 1973,
había tenido un encuentro con extraterrestres durante una excursión al cráter
de Puy-de-Dôme. Dichos extraterrestres, que se hacían llamar Anakim, habían
creado la humanidad en el laboratorio hacía muchos miles de años y seguían de
lejos la evolución de sus criaturas. Ni que decir tiene que entregaron un
mensaje a Philippe Leboeuf, quien había abandonado su trabajo de cronista de
hípica, se había rebautizado como Azraël, y a renglón seguido había creado el
movimiento azraeliano. Una de las misiones que le habían sido encomendadas era
la de construir la embajada que serviría para acoger a los Anakim durante su
próxima visita a la Tierra. Aquí acababan mis informaciones. Sabía también que
la secta estaba catalogada como más bien peligrosa, y era, por lo mismo, objeto
de vigilancia.”
…..
“Fui a bañarme enseguida junto con Pam y
Bárbara. A pesar de permanecer a unos metros de ambas, no me sentía excluido,
en realidad, de sus juegos. Tuve la impresión de que valía la pena que me
quedara dentro del agua un ratito más con ellas. Y, en efecto, cuando salí a
secarme me las encontré abrazadas ya en sus toallas. Pam tenía una mano sobre
el pubis de Barbara, que separaba
dulcemente sus piernas. Rudi se hallaba unos metros más arriba, con aire
enfurruñado; no se había quitado sus pantalones cortos. Extendí mi toalla a un
metro de la de Barbara. Ella se incorporó para decirme: «You can come closer…».
Me acerqué. Pam se puso en cuclillas sobre el rostro de Barbara, ofreciéndole
su sexo para que lo lamiera. Tenía una linda mata de vello depilada, con una
raja bien dibujada, no muy larga. Yo me puse a acariciar los pechos de Barbara.
Su redondez era tan agradable al tacto que cerré por un momento los ojos. Volví
a abrirlos y desplacé mi mano hasta apoyarla sobre su vientre. Su sexo era muy
diferente, con el vello rubio y poblado, y un clítoris grueso. El sol estaba
muy alto. Pam estaba a punto de alcanzar el orgasmo y dejaba escapar divertidos
grititos. La sangre afluyó de pronto a su pecho y dio rienda suelta a un
prolongado y ronco suspiro de éxtasis. Luego respiró profundamente y fue a sentarse
a mi lado en la arena.
-¿Te ha gustado?- me preguntó con una
pizca de ironía.
-Mucho. Sinceramente mucho.
-Ya lo veo… -Yo seguía en plena erección.
Tomó mi mano y la llevó a su sexo para deslizarla sobre él con pequeños y amistosos
movimientos de vaivén.- Yo no estoy acostumbrada a la penetración, pero puedes hacerlo
con Barbara.”
…..
“En París hacía frío y las cosas eran desagradables,
normales, como siempre. ¿Para qué insistir? Cada uno conoce la vida y sus circunstancias.
Tenía que volver a habituarme a un invierno interminable; y al siglo XX, que tampoco
quería pasar. En el fondo, comprendía la elección de Rudi. Dicho esto, también diré
que se había equivocado en un punto: se puede muy bien vivir sin esperar nada de
la vida; es lo más corriente, incluso. En general, la gente se queda en casa, se
alegran de que su teléfono no suene nunca; y cuando suena, dejan conectado el contestador
automático. No hay noticias…, buenas noticias. En general, la gente es así; y yo
también.”
(Michel
Houllebecq, Lanzarote, paginas 53-54,
67-68, 91-92)
Algo diferente.....
ResponderEliminarExcelente análisis e interesante libro...
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