Lorenzo Silva
Ediciones
Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona, 2015, 215 páginas.
Tras un largo período de veinte años,
Lorenzo Silva retorna a la narrativa de amor con Música para feos. El detonante de un proyecto que invernó en su
cabeza durante tantos años, fue un viaje a Afganistán realizado el pasado año,
un escenario en el que han trabajado personas de similares características a
las del personaje masculino de su novela. Lorenzo Silva, uno de los autores más
representativos de la actual narrativa en español, ganador de los grandes
premios literarios de este país, tanto los comerciales como aquellos que
premian la calidad literaria, permite que descansen los protagonistas de su
saga policiaca (Bevilacqua y Chamorro) y nos ofrece una historia de amor
actual, cimentada en el encuentro casual de dos personas que huyen de la
soledad y de un mundo desabrido, basado en empleos precarios poco o nada
gratificantes y en relaciones enfermizas.
En Música para feos la
experiencia amorosa se convierte en efecto en el eje central de la novela. Una
experiencia amorosa que huye de excesos melodramáticos, de espurios y falsos
ornatos líricos, de la tentación del erotismo explícito y que, sin embargo,
persigue emocionalmente al lector echando mano de la contención.
El cuerpo de la novela, su trama principal, se centra en dos personajes:
Mónica, una periodista que roza la treintena, que malgasta sus días trabajando como
telefonista para un reality que
detesta. Su pasado está marcado por el fracaso de una relación frustrante que
le dejó como secuela el temor de no volver querer a nadie. Él, Ramón, un hombre
maduro, no muy lejano de los cincuenta, orgulloso de su profesión que sin
embargo intenta ocultar por discreción profesional y quizás porque la considera
tabú. Un hombre muy bregado en situaciones difíciles como las guerras del siglo XXI. Dos
desorientados, descartados, que solamente comparten una indisimulada
desesperación vital. Por azar se conocen un viernes por la noche en un sórdido
tugurio madrileño donde ninguno de los dos parece tener su sitio. Pero el
encuentro, a parte de la caballerosidad de él, no dio más de sí. No obstante,
una semana después se citan en El Retiro y la perspicacia y sensibilidad de él
comienzan a seducir a Mónica, porque no solo la folla, sino que acierta a
amarla y a provocar que lo ame. Y eso “antes o después será tu cárcel” (página
68).
Pero el misterio de una gran parte de la vida de Ramón se prolonga en el
tiempo; incluso en buena parte de los cuatro meses de una obligada separación.
El laconismo sobre su trabajo y destino domina sus conversaciones por Skype,
cuyo final precario y trágico el lector irá intuyendo a través de ciertos
rastros que Lorenzo Silva irá sembrando en su narración y que, sin embargo, no
comienza a ser previsible con absoluta certeza hasta el “Adios” de la parte
final.
Si algo es preciso resaltar en esta novela, en este idilio entre las
asperezas bélicas, es la acuidad con la que Lorenzo Silva se mete dentro de la voz
femenina. Es Mónica la que cuenta la historia, y el autor afronta con éxito ese
reto de hacer creíble la voz femenina, haciendo que nos sumerjamos en esa
doliente pero gran historia de amor, contada desde la perspectiva de una mujer.
Y ello se debe a la extremada agudeza del escritor al delinear con gran
perspicacia psicológica a los dos personajes del relato, definidos muchas veces
simplemente por gestos o silencios.
Huye el autor de los tópicos de un enamoramiento repentino, inesperado,
pero intensamente deseado. En especial, del relato pormenorizado de las escenas
de sexo. Lo que realmente cuenta y quiere trasmitir el escritor son las
sensaciones que experimenta la protagonista al comprender también en la cama
que aquel hombre era el hombre. Los pormenores de las descripciones anatómicas,
de las mecánicas amatorias o de la dinámica de fluidos, piensa Lorenzo Silva,
han dejado de ser literatura, son un plato indigesto, y por consiguiente están
ausentes de las páginas de este canto de alegría, tristeza y superación. Pero a
través de la elipsis, el lector intuye sobradamente que los errantes
protagonistas están hechos de carne y hueso.
La banda sonora no solo le hace justicia al título, sino que actúa como
el marco escénico, más decisivo incluso que El Retiro madrileño o la base
militar de Herat, en las estepas y montañas afganas. Serán las canciones de los
80 y de los 90, a las que los dos protagonistas les dan sentido, las que harán
visibles sus afinidades y diferencias y sobre todo los sentimientos de la
pareja. La música que también viaja a través de Skype, será la que en el fondo
los defina, siguiendo el verso de Leonard Cohen: “Seremos feos pero tenemos la
música”, reiterado en la novela.
Una buena novela, de lectura lineal, ajena a cualquier rompecabezas estructural,
con mínimas secuencias digresivas, que despierta sentimientos mas sin caer en
sentimentalismos.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“De pronto me sentí inútil, desvalida.
El alcohol me había abandonado, dando paso a mis inseguridades y mis amarguras.
Supongo que quise escapar de ellas, impedir con fuerza que tomaran posesión de
mí otra vez. Con voz quebradiza, le ofrecía:
-¿Quieres subir?
Me miró. No sé describir cómo. Se supone
que me gano la vida con las palabras, o me las ganaba, antes de convertirme en
telefonista reducida a la interlocución
con pseudopersonajes retardados. Pero todos los adjetivos me parecen torpes,
casi imbéciles. Pongamos que estuvo un rato mirándome, sin decir nada, sin
prometerme nada, asegurándose, con una delicadeza que nunca le había visto a
ningún otro hombre, de que no iba a hacerme daño. Sobre todo esto último. Con
su mirada me preparó para que no me doliera lo que iba a decirme, y que iba a
hacerme quedar como una idiota:
-No, no quiero subir.
-¿Y eso? -salté, nerviosa.
-No te ofendas. Me gustaría. Pero no
quiero.
-No entiendo.
Volvió a mirarme de aquel modo. Cálido.
Protector.
-Son las reglas. No se puede disparar
contra quien no está en condiciones de dispararte a ti. No sería un blanco
legítimo.”
…..
“Cuando acabó la música, suspiró y se
quedó pensativo durante unos segundos. Luego tradujo:
-«Somos feos, pero tenemos la música».
Sonreí complacida.
-También es mi verso favorito. De todos
los de Leonard Cohen, que es quien lo compuso. Me alegra que lo hayas cazado.
-No tiene mucho mérito. Pero tú no eres
fea.
-Ni guapa. Y fea es mi vida, en muchos
aspectos. No me engaño.
-Y la mía –dijo-. Y la de tantos. Pero
para nosotros hay una compensación. Para otros, ninguna. Debemos estar agradecidos.
-Por la música…”
…..
-¿Sabes? Siempre he tenido la sensación
de que las mujeres, en general, tenéis más capacidad de ver las capas profundas
de las cosas. Que sabéis más, con menos información. La noche que nos
conocimos, yo te miraba, pero tú viniste. Tú hiciste que pasara, yo no lo
habría podido hacer. Viste lo que había antes de que yo lo viera.
-Para serte sincera, no andaba yo muy
fina aquella noche.
-Pues no lo demostraste. ¿Y sabes otra
cosa? Estoy convencido de que algunas mujeres no sólo saben más, sino que saben
siempre. Eso no se da entre los hombres. Nunca. De ninguna manera.”
…..
“Ahora que era consciente de los doce
mil kilómetros (seis mil de ida y seis mil de vuelta) que recorría nuestra conversación,
me fascinó la inmediatez con que podía escribirle, y él a mí. Sólo veinte años atrás,
semejante capacidad de conexión y comunicación sólo estaba disponible para unos
pocos. Ahora la tenía en su mano cualquiera: incluso, como era su caso, quien usaba
una tarjeta de telefonía afgana.
Al final, serían alrededor de las ocho y
media cuando pude conectarme. Las once de la noche en Herat, por la diferencia horaria
que según me molesté en averiguar teníamos en el horario de verano. Le había enviado
un whatsapp unos minutos antes y me sorprendió no verle todavía en línea. Sin embargo,
no tardó mucho en aparecer.”
(Lorenzo Silva, Música para feos, páginas 28-29, 81, 99-100,
156)
Genial...
ResponderEliminarHaces una reseña que nos da la fotografía de la obra, amigo, con ese poder de síntesis, escogiendo párrafos medulares; y uno sale motivado siempre. Muchas gracias y abrazos.
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