Joseph Conrad
Traducción de Ana Alegría
D’Amonville
Alianza Editorial, Madrid, 144 páginas
(Libros de fondo)
Joseph Conrad, junto con Henry James y
Georges Eliot, forma el grupo de escritores canónicos de la literatura inglesa
de finales del siglo XIX. Dentro de su grupo generacional destaca por ser dueño
de una prosa refinada, ceremoniosa y quizás un poco abstracta. Un hecho que no
deja de sorprender porque Conrad nace hablando polaco y aprendiendo francés. El
inglés lo estudió a los veinticuatro
años. Y es preciso admitirlo: el suyo es un inglés extraño que en nada se parece al de otro gran
escritor emigrado, Vladimir Nabokov, que escribe un inglés perfecto, clásico,
pero al mismo tiempo familiar. Teodor Jósepf Konrad había nacido en Ucrania, en
el seno de una familia de la pequeña nobleza polaca. Víctima la familia de
varias vicisitudes políticas, el 1874 el joven Teodor Jóseph desesperanzado
abandona los estudios jurídicos y viaja a Marsella donde se embarca como
marinero y participa en algunas aventuras poco aclaradas como el contrabando de
armas para los carlistas españoles, y sufre un intento de suicidio en 1878, año
en el que pisa por primera vez tierra inglesa, cuyo idioma había comenzado a
aprender en los barcos. Viaja por el Extremo Oriente como oficial de la marina
mercante británica. En 1886 adquiere la nacionalidad inglesa y de esta época
son sus primeras tentativas para publicar algún relato en inglés.
Tres años más tarde inicia su primera
novela, La locura de Almayer y viaja
al Congo, experiencia de la que surgirá
El corazón de las tinieblas, sin duda su obra más emblemática. De ese viaje
retorna enfermo en 1894 y se ve obligado
a abandonar la marina tras un viaje a Australia. No obstante, el mar permanecerá
como telón de fondo de la obra del ya escritor inglés Joseph Conrad. Y Tifón, una pequeña gran novela es una
muestra perfecta.
Tifón aparece
así mismo como un buen ejemplo de la importancia que en Conrad tiene la lengua
y la expresión. El mismo escritor confiesa que no adoptó la lengua inglesa sino
que fue él el adoptado por el genio de un idioma en el que Conrad percibe lo
que la misma inmediatez les impide captar a los ingleses: la riqueza de
sinónimo, el colorido, la atracción alterna de luces y sombras, los
vocabularios superpuestos, la incitación al invento, al neologismo, a la
construcción perturbada de frases. Sucede además que esa relación alejada y
poco natural con la lengua se junta en Conrad a una cierta distancia íntima
ante una realidad padecida violentamente, en especial delante de la maraña de
las pasiones humana.
Se ha escrito que en teoría un autor con
tales problemas en la raíz misma de la expresión, no podría ser un buen
escritor. Y en no pocas ocasiones casi nos desanima la pedantería analítica con
la que interpreta o describe a un personaje, antes incluso de dejarlo actuar y
expresarse. Es el caso del inicio de Tifón:
“El aspecto del capitán Mac Whirr del Nan-Shan, hasta donde podía juzgarse,
concordaba exactamente con su espíritu y no ofrecía caracteres bien definidos
de cortedad, así como tampoco de firmeza; no ofrecía característica alguna. Mac
Whirr parecía mediocre, apático e indiferente.”
El mar es el paisaje de todas las obras de
Conrad, su gran pasión y la manera más acorde de poder exaltar sus energías.
Para conocer al hombre, a sus instintos de supervivencia, su coraje y
animosidad era preciso observarlo y englobarlo dentro de vicisitudes tales como
tempestades, guerras, combates, ataques imprevistos de caníbales salvajes… Así
en la lectura de Tifón nos abruma la
sensación del barco zarandeado y a punto de hundirse; el pavor del oficial y de
los coolies chinos -no son merecedores
de ser llamados pasajeros-, y deja de importarnos toda interpretación,
cualquier forma de sentencia moralizante, especialmente la conclusiva, cuando
la alejada mujer del capitán lee distraídamente la carta en la que su marido se
refiere a la serie de peligros pasados. Tampoco nos importa el posible
simbolismo de la voz pusilánime del antihéroe, el capitán Mac Whirr dejándose escuchar al final al
final por encima del estruendo de la tormenta. La alta literatura al leer a
Conrad se olvida de la precisión lingüística y acepta cualquier cliché
estilístico con tal de ver cómo termina todo en extraños mundos de fuerza y de
muerte donde dejan de tener vigencia las leyes y costumbres de la civilización.
Conrad es sin embargo un novelista moral y Tifón, a pesar de ser publicada como un
folletín, sutura lenguaje, acción y moral. Posiblemente es Conrad el moralista
más complejo de la narrativa moderna. Se ha escrito que Joyce y Proust levantan
catedrales en tierra fieme. Conrad, por el contrario se embarca en un barco
azotado por los huracanes del corazón humano. Junto a la apoteosis del dramatismo
en Tifón hallamos la concepción que
tiene Conrad de las relaciones humanas, la exaltación de aquellas
características que permiten soportar la dureza de la vida en alta mar y la
entronización de la gran aventura en situaciones extremas en las que estallan
con fuerza la energía violenta y las debilidades trágicas de sus figuras
protagónicas. Una narración pues que más que divertir abruma, pero que reclama
con todo merecimiento el juicio que hiciera J. Jameson para el conjunto de la
literatura conradiana: inclasificable, flotando en un lugar incierto entre
Stevenson y Proust.
Francisco
Martínez Bouzas
Joseph Conrad |
Fragmentos
“Era muy cierto. Había estado leyendo el capítulo que trataba de las
tormentas. Cuando llegó a la cabina de instrumentos no llevaba la menor
intención de mirar aquel libro. Alguna influencia de la atmósfera —la misma,
con toda probabilidad, que había impulsado al camarero a llevar a la cabina,
sin haber recibido orden alguna, las botas de agua y el capote de su capitán—
había guiado misteriosamente su mano al estante de la biblioteca y, sin tomarse
siquiera el tiempo necesario para sentarse, se enfrascó con esfuerzo consciente
en la intrincada maraña de aquella terminología. Un instante después estaba
engolfado en un verdadero torbellino de semicírculos, cuadrantes de izquierda y
derecha, curvas, epicentros, cambios de viento y discos de barómetros. Intentó
llevar todo aquel fárrago de informaciones teóricas a una relación con su
propia persona y terminó por sentir una desdeñosa irritación ante tantas
palabras, semejante cúmulo de consejos, todo ello cerebral y supuesto, sin la más mínima
certidumbre. -¡Esto es terrible, Jukes -exclamó
aún con evidente enojo-. Si uno fuese a creer todo lo que se
ha escrito en este libro, se pasaría la mayor parte del tiempo recorriendo los
mares, en un desesperante esfuerzo para hurtarle el cuerpo a las tormentas.”
…..
“Un débil relámpago tembló alrededor como sobre las
paredes de una caverna, de una cámara del mar secreta y negra, empedrada con
espuma y olas. Su palpitación siniestra descubrió por un instante la masa baja
y desmenuzada de las nubes el perfil alargado de la Nan-Shan, y sobre el
puente, las perfiladas sombras de los marineros con la cabeza gacha,
sorprendidos en cualquier esfuerzo, obstinados y como petrificados. Después
volvieron las flotantes tinieblas. Y era
entonces, por fin, cuando la real cosa llegó.
Fue algo formidable y súbito, semejante al estallido
inesperado del gran vaso de la Cólera. La explosión envolvió a la nave con tal
ímpetu que parecía que algún dique inmenso acababa de reventar allí mismo. Cada
hombre se sintió inmediatamente separado de los demás. Ya que tal es el poder
disgregador de las grandes ventadas: aíslan. Un terremoto, un derrumbamiento,
un alud atacan al hombre incidentalmente, por así decirlo, y sin cólera. El
huracán toma a cada hombre como a su enemigo personal, trata de intimidarlo, de
atarle miembro por miembro, pone en derrota su virtud.”
(Josph Conrad, Tifón)
Muy bien presentado...
ResponderEliminarGracias.