Milena Busquets
Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 172 páginas
Según atestigua la representante literaria
de la autora, este libro ya triunfó antes de su edición. Parece ser que el
manuscrito de También esto pasará se
convirtió en el libro caliente de la última Feria del Libro de Frankfurt: “Dos
semanas antes de la feria ya estaba en boca de todos y organizamos una subasta
de derechos”, revela la agente literaria, Anna Soler-Pont. Derechos que fueron
adquiridos en cifras millonarias por
algunas de las más importantes casas editoras de Europa y América. Un fenómeno
que no alcanza a explicar el pedigrí personal / familiar de la autora (ex editora de R que R Editorial
e hija de una célebre escritora y editora, Esther Tusquets). Porque la novela
que supuso el debut literario de Milena Busquets, Hoy he conocido a alguien (2008), pasó sin pena ni gloria. Aquella
primera tentativa de Milena Busquets adolece de falta de sustancia. Es bastante
infantil, como reconoce su autora. En esta su segunda incursión en la narrativa,
pese a ser un libro elegíaco sui géneris,
que nos muestra lo más doloroso de la pérdida, hay una verdadera historia, que
quizás nos rasgue las tripas de vez en cuando, pero una historia llena de
sagacidad, viveza, sinceridad e incluso profundidad, contada además con un
impresionante brío escritural. Y todo ello a pesar de la gran simplicidad que
rezuma la trama argumental.
Diré de entrada que Milena Busquets fusiona
con habilidad realidad y ficción, o mejor dicho, trastoca la realidad con la
magia de la ficción. Pero difícilmente engaña al lector. La madre de la autora,
Esther Tusquets, falleció en julio del año 2012. La protagonista de la novela,
Blanca, también acaba de perder a su madre, y si algo está presente en esta
pieza narrativa, es el eco de la pérdida, el desgarro de la definitiva ausencia materna. Pero es tal la
dolorosa sinceridad de la prosa de esta novela que no hace falta que aparezcan
los nombres de la autora y de su madre, Esther Tusquets, para que nos demos
cuenta de que los personajes de ficción se identifican con los reales. Sin
embargo, Milena Busquets lo tiene muy claro y, a pesar de que una buena parte
de los elementos de su narración están extraídos de su propia biografía,
personal y familiar, erigió entre ambas una clara frontera: su libro no es un
diario, no escribe sobre Esther Tusquets editora famosa, persona glamorosa,
sino sobre las relaciones madre-hija. Y para eso poco importan los nombres. En
la ficción, la protagonista se llama Blanca y hace acto de presencia con
cuarenta años, en un cementerio, en Cadaqués, en el funeral de su madre. Y a
ella se dirige para digerir su duelo, habla con el tú ausente empleado siempre
la primera y segunda persona, desde ese “tú, la muerta, les puteaste bastante”
de las primeras líneas.
La novela es un atípico recorrido por los
trayectos del duelo. Sí, con algo que se parece de vez en cuando al poema de
lamento, a la actitud elegíaca, pero yendo mucho más allá: desnudándose la
autora, o su alter ego, emocional y sentimentalmente hasta extremos inusitados,
quizás pornográficos para los bien pensantes. Es por supuesto la madre muerta
la que da sentido a la narración. A ella se dirige y a ella le increpa tantas
cosas: ese tiempo de puntos suspensivos en los que Blanca pensaba que su madre
no la quería y ella misma no sabía si la seguía queriendo. Ante ella confiesa
no solo el dolor de su ausencia, sino sus necesidades afectivas (“tengo la
sensación de que lo único que hago es ir rapiñando amor”, página 60). Y a pesar de que frente al sufrimiento de la
pérdida definitiva no existen antídotos, el duelo le servirá a la protagonista
para realizar un ajuste de cuentas con su presente y con su pasado, una espeluznante
indagación sobre si misma. Será en
Cadaqués, con la vista de ese mar que hace que se amontonen los recuerdos,
rodeada de sus ex maridos, del amante, de las amigas y amigos y de una tropa de
niños.
Allí, en la ebullición veraniega, a través de la lucidez mezquina y cruel que
conceden el alcohol, los porros, el despego y las ideas negras, serán
convocados fragmentos del pasado, del presente y del futuro: “la picuda
arquitectura” de los años setenta, la educación feroz y eficaz a la que la sometía
su madre contra cualquier tipo de sentimientos, los amigos progres de la
progenitora, las separaciones, la vejez de la madre, la muerte de las personas
amigas; la madre convertida en el último mes en un monstruo de egoísmo. De este
modo, el recuerdo de todas las experiencias vividas se alza como una
resbaladiza pared que la aísla momentáneamente de la verdad. También el sexo,
el contacto físico, que no da resaca, es capaz de disipar fugazmente la muerte.
Lo reduce todo a escombros, pero solo durante unos instantes. Porque al final
todo el amor de los amigos, de los hijos, la relación cariñosa con sus dos ex
maridos, el sexo con el amante clandestino… no son capaces de hacer olvidar las
embestidas de una ausencia. Y lo único que queda son esas palabras concluyentes,
el guiño del ojo de la madre: “También esto pasará…El dolor y la pena pasan,
como pasa la euforia y la felicidad”, página 170). Una suerte de bálsamo que le
ayudará a la protagonista a pasear por el terreno de los vivos más o menos
alegremente, aunque el soplo de la muerte siga enfriando su nuca.
Libro pues sobre el dolor que deriva, no en
una catarsis, pero sí en una verdadera introspección personal y que la autora
aleja de cualquier sentimentalismo lacrimógeno. Escrito con una lengua descarnada,
aunque sin perder una equilibrada tonalidad intimista, que nos interpela y
hasta nos puede dejar inermes. Riqueza estilística, con verdaderos aciertos
formales y quizás alguna metáfora forzada o demasiado cotidiana (“… y recibo
con alivio un bofetón de aire acondicionado”, página 115)
La novela, además de transformar en ficción
vivencias personales, atesora reflexiones interesante sobre los gloriosos años
sesenta y setenta, con aquellos colonos, intelectuales y artistas, empeñados en
que el mundo fuese una fiesta, con hijos asilvestrados, tan distintos de la
nueva generación de niños, cuyas madres consideran la maternidad una religión.
El impúdico amor maternal contemporáneo, madres que educan a sus hijos “como si
fuesen a reinar sobre un imperio…inundan las redes sociales de fotos de sus
retoños” y cuando crezcan, se
convertirán en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como
nosotros. (página 161)
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Lo
contrario de la muerte no es la vida, es el sexo. Y a medida que la enfermedad
se iba volviendo más feroz e implacable contigo, mis relaciones sexuales se
iban volviendo también más feroces e implacables, como si en todas las camas
del mundo sólo se estuviese librando una batalla, la tuya. Los desesperados
follamos desesperadamente, ya se sabe. Adiós a las mañanas en las que abría los
ojos, sola o acompañada, y pensaba, feliz: el mundo es un poco más pequeño que
mi dormitorio. A veces, tenía la sensación de que las dos nos estábamos convirtiendo en árboles resecos y
quebradizos, grises como fantasmas, a punto de convertirse en polvo. Pero
cuando te lo decía, me asegurabas que no. Que éramos las dos personas más
fuertes que conocías y que ningún vendaval podría con nosotras.”
…..
“Después
de todo, amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen
ser sólo una réplica del primer amor. Te debo, pues, todos mis amores
posteriores, incluido el amor salvaje y ciego que siento por mis hijos. Ya no
puedo abrir un libro sin desear ver tu cara de calma y de concentración, sin
saber que no la veré más y, lo que tal
vez sea incluso más grave, que no me verá más. Nunca volveré a ser mirada por
tus ojos. Cuando el mundo empieza a despoblarse de la gente que nos quiere, nos
convertimos, poco a poco, al ritmo de las muertes, en desconocidos. Mi lugar en
el mundo estaba en tu mirada y me parecía tan incontestable y perpetuo que
nunca me molesté en averiguar cuál era. No está mal, he conseguido ser una niña
hasta los cuarenta años, dos hijos, dos matrimonios, varias relaciones, varios
pisos, varios trabajos, esperemos que sepa hacer la transición a adulto y que
no me convierta directamente en una anciana.”
…..
“Viviré
sin ti hasta que me muera. Me diste los flechazos como única forma posible de
enamoramiento (tenías razón), el amor al arte, a los libros, a los museos, al
ballet, la generosidad absoluta con el dinero, los grandes gestos en los
momentos adecuados, el rigor en los actos y en las palabras. La falta total de
sentido de culpa, y la libertad, y la responsabilidad que conlleva. En casa,
nunca nadie se sentía culpable de nada, uno pensaba y actuaba en consecuencia
y, si se equivocaba, no valía sentirse culpable, se apechugaba con las
consecuencias y punto. Creo que jamás te escuché un «lo siento». También me
regalaste la risa loca, la alegría de vivir, la entrega absoluta, la afición a
todos los juegos, el desprecio por todo lo que te parecía que hacía la vida más
pequeña e irrespirable: la mezquindad, la falta de lealtad, la envidia, el
miedo, la estupidez, la crueldad sobre todo. Y el sentido de la justicia. La
rebeldía. La conciencia fulgurante de la felicidad en esos instantes en los que
uno la tiene en la mano y antes de que eche
a volar de nuevo.”
(Milena Busquets,
También esto pasará, páginas 29-30, 77, 170)
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