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lunes, 9 de febrero de 2015

"TAMBIÉN ESTO PASARÁ", LAS CRUELES EMBESTIDAS DE LA PÉRDIDA



También esto pasará
Milena Busquets
Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 172 páginas

   Según atestigua la representante literaria de la autora, este libro ya triunfó antes de su edición. Parece ser que el manuscrito de También esto pasará se convirtió en el libro caliente de la última Feria del Libro de Frankfurt: “Dos semanas antes de la feria ya estaba en boca de todos y organizamos una subasta de derechos”, revela la agente literaria, Anna Soler-Pont. Derechos que fueron adquiridos en  cifras millonarias por algunas de las más importantes casas editoras de Europa y América. Un fenómeno que no alcanza a explicar el pedigrí personal / familiar  de la autora (ex editora de R que R Editorial e hija de una célebre escritora y editora, Esther Tusquets). Porque la novela que supuso el debut literario de Milena Busquets, Hoy he conocido a alguien (2008), pasó sin pena ni gloria. Aquella primera tentativa de Milena Busquets adolece de falta de sustancia. Es bastante infantil, como reconoce su autora. En esta su segunda incursión en la narrativa, pese a ser un libro elegíaco sui géneris, que nos muestra lo más doloroso de la pérdida, hay una verdadera historia, que quizás nos rasgue las tripas de vez en cuando, pero una historia llena de sagacidad, viveza, sinceridad e incluso profundidad, contada además con un impresionante brío escritural. Y todo ello a pesar de la gran simplicidad que rezuma la trama argumental.
   Diré de entrada que Milena Busquets fusiona con habilidad realidad y ficción, o mejor dicho, trastoca la realidad con la magia de la ficción. Pero difícilmente engaña al lector. La madre de la autora, Esther Tusquets, falleció en julio del año 2012. La protagonista de la novela, Blanca, también acaba de perder a su madre, y si algo está presente en esta pieza narrativa, es el eco de la pérdida, el desgarro de la  definitiva ausencia materna. Pero es tal la dolorosa sinceridad de la prosa de esta novela que no hace falta que aparezcan los nombres de la autora y de su madre, Esther Tusquets, para que nos demos cuenta de que los personajes de ficción se identifican con los reales. Sin embargo, Milena Busquets lo tiene muy claro y, a pesar de que una buena parte de los elementos de su narración están extraídos de su propia biografía, personal y familiar, erigió entre ambas una clara frontera: su libro no es un diario, no escribe sobre Esther Tusquets editora famosa, persona glamorosa, sino sobre las relaciones madre-hija. Y para eso poco importan los nombres. En la ficción, la protagonista se llama Blanca y hace acto de presencia con cuarenta años, en un cementerio, en Cadaqués, en el funeral de su madre. Y a ella se dirige para digerir su duelo, habla con el tú ausente empleado siempre la primera y segunda persona, desde ese “tú, la muerta, les puteaste bastante” de las primeras líneas.
   La novela es un atípico recorrido por los trayectos del duelo. Sí, con algo que se parece de vez en cuando al poema de lamento, a la actitud elegíaca, pero yendo mucho más allá: desnudándose la autora, o su alter ego, emocional y sentimentalmente hasta extremos inusitados, quizás pornográficos para los bien pensantes. Es por supuesto la madre muerta la que da sentido a la narración. A ella se dirige y a ella le increpa tantas cosas: ese tiempo de puntos suspensivos en los que Blanca pensaba que su madre no la quería y ella misma no sabía si la seguía queriendo. Ante ella confiesa no solo el dolor de su ausencia, sino sus necesidades afectivas (“tengo la sensación de que lo único que hago es ir rapiñando amor”, página 60). Y a  pesar de que frente al sufrimiento de la pérdida definitiva no existen antídotos, el duelo le servirá a la protagonista para realizar un ajuste de cuentas con su presente y con su pasado, una espeluznante indagación  sobre si misma. Será en Cadaqués, con la vista de ese mar que hace que se amontonen los recuerdos, rodeada de sus ex maridos, del amante, de las amigas y amigos y de una tropa de niños.
                                                 
Cadaqués (Alt Empordá), playa de Portdoguer

 Allí, en la ebullición veraniega,  a través de la lucidez mezquina y cruel que conceden el alcohol, los porros, el despego y las ideas negras, serán convocados fragmentos del pasado, del presente y del futuro: “la picuda arquitectura” de los años setenta, la educación feroz y eficaz a la que la sometía su madre contra cualquier tipo de sentimientos, los amigos progres de la progenitora, las separaciones, la vejez de la madre, la muerte de las personas amigas; la madre convertida en el último mes en un monstruo de egoísmo. De este modo, el recuerdo de todas las experiencias vividas se alza como una resbaladiza pared que la aísla momentáneamente de la verdad. También el sexo, el contacto físico, que no da resaca, es capaz de disipar fugazmente la muerte. Lo reduce todo a escombros, pero solo durante unos instantes. Porque al final todo el amor de los amigos, de los hijos, la relación cariñosa con sus dos ex maridos, el sexo con el amante clandestino… no son capaces de hacer olvidar las embestidas de una ausencia. Y lo único que queda son esas palabras concluyentes, el guiño del ojo de la madre: “También esto pasará…El dolor y la pena pasan, como pasa la euforia y la felicidad”, página 170). Una suerte de bálsamo que le ayudará a la protagonista a pasear por el terreno de los vivos más o menos alegremente, aunque el soplo de la muerte siga enfriando su nuca.
   Libro pues sobre el dolor que deriva, no en una catarsis, pero sí en una verdadera introspección personal y que la autora aleja de cualquier sentimentalismo lacrimógeno. Escrito con una lengua descarnada, aunque sin perder una equilibrada tonalidad intimista, que nos interpela y hasta nos puede dejar inermes. Riqueza estilística, con verdaderos aciertos formales y quizás alguna metáfora forzada o demasiado cotidiana (“… y recibo con alivio un bofetón de aire acondicionado”, página 115)
   La novela, además de transformar en ficción vivencias personales, atesora reflexiones interesante sobre los gloriosos años sesenta y setenta, con aquellos colonos, intelectuales y artistas, empeñados en que el mundo fuese una fiesta, con hijos asilvestrados, tan distintos de la nueva generación de niños, cuyas madres consideran la maternidad una religión. El impúdico amor maternal contemporáneo, madres que educan a sus hijos “como si fuesen a reinar sobre un imperio…inundan las redes sociales de fotos de sus retoños” y cuando crezcan,  se convertirán en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como nosotros. (página 161)

Francisco Martínez Bouzas
                                                     
Milena Busquets. En el fondo, su madre Esther Tusquets

Fragmentos

“Lo contrario de la muerte no es la vida, es el sexo. Y a medida que la enfermedad se iba volviendo más feroz e implacable contigo, mis relaciones sexuales se iban volviendo también más feroces e implacables, como si en todas las camas del mundo sólo se estuviese librando una batalla, la tuya. Los desesperados follamos desesperadamente, ya se sabe. Adiós a las mañanas en las que abría los ojos, sola o acompañada, y pensaba, feliz: el mundo es un poco más pequeño que mi dormitorio. A veces, tenía la sensación de que las dos nos  estábamos convirtiendo en árboles resecos y quebradizos, grises como fantasmas, a punto de convertirse en polvo. Pero cuando te lo decía, me asegurabas que no. Que éramos las dos personas más fuertes que conocías y que ningún vendaval podría con nosotras.”

…..

“Después de todo, amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen ser sólo una réplica del primer amor. Te debo, pues, todos mis amores posteriores, incluido el amor salvaje y ciego que siento por mis hijos. Ya no puedo abrir un libro sin desear ver tu cara de calma y de concentración, sin saber  que no la veré más y, lo que tal vez sea incluso más grave, que no me verá más. Nunca volveré a ser mirada por tus ojos. Cuando el mundo empieza a despoblarse de la gente que nos quiere, nos convertimos, poco a poco, al ritmo de las muertes, en desconocidos. Mi lugar en el mundo estaba en tu mirada y me parecía tan incontestable y perpetuo que nunca me molesté en averiguar cuál era. No está mal, he conseguido ser una niña hasta los cuarenta años, dos hijos, dos matrimonios, varias relaciones, varios pisos, varios trabajos, esperemos que sepa hacer la transición a adulto y que no me convierta directamente en una anciana.”

…..

“Viviré sin ti hasta que me muera. Me diste los flechazos como única forma posible de enamoramiento (tenías razón), el amor al arte, a los libros, a los museos, al ballet, la generosidad absoluta con el dinero, los grandes gestos en los momentos adecuados, el rigor en los actos y en las palabras. La falta total de sentido de culpa, y la libertad, y la responsabilidad que conlleva. En casa, nunca nadie se sentía culpable de nada, uno pensaba y actuaba en consecuencia y, si se equivocaba, no valía sentirse culpable, se apechugaba con las consecuencias y punto. Creo que jamás te escuché un «lo siento». También me regalaste la risa loca, la alegría de vivir, la entrega absoluta, la afición a todos los juegos, el desprecio por todo lo que te parecía que hacía la vida más pequeña e irrespirable: la mezquindad, la falta de lealtad, la envidia, el miedo, la estupidez, la crueldad sobre todo. Y el sentido de la justicia. La rebeldía. La conciencia fulgurante de la felicidad en esos instantes en los que uno la tiene en la mano y antes de que eche  a volar de nuevo.”

(Milena Busquets, También esto pasará, páginas 29-30, 77, 170)

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