Crónicas de
los Cazalet
Elizabeth Jane Howard
Traducción de Celia Montolío
Ediciones Siruela, Madrid, 2017, 431 páginas.
Con la publicación de la traducción de The light yars, el primer volumen de las
Crónicas de los Cazalet, Ediciones
Siruela nos permite degustar finalmente en español de la saga más importante
escrita en Inglaterra desde la edición de Una
danza para la música del tiempo de Anthony Powell. Su autora, Elizabeth
Jane Howard (Londres, 1923 - Suffolk, 2014), escritora de quince novelas y
personaje polifacético. Fue actriz, modelo y escritora. Conocida
injustificadamente más que por su obra narrativa por el hecho de haber estado
casada con Kingsley Amis, padre de Martin Amis quien escribió que, junto con Iris
Murdoch, Elizabet Jane Howard fue la escritora más importante de su generación.
El primer volumen de la saga de los Cazalet
apareció en el año 1990 y, junto con otros cuatro volúmenes que la componen, se
convirtieron de inmediato en un clásico contemporáneo, el último de la
narrativa inglesa del siglo XX, a medio camino entre La Señora Dalloway y Downton
Abbey. Un fenómeno literario que muy pronto fue adaptado de forma exitosa a
la televisión y a la radio por la BBC.
Las Cónicas
de los Cazalet nos acercan al estilo de vida de los Cazalet, una familia
potentada -una buena muestra es la nómina del personal doméstico: hasta ocho
personas trabajan en la casa de William Cazalet, seis en la del segundo hijo
Edward-. Una familia extensa, formada por padres, hijos, nietos, juntos con el
personal de servicio y otros personajes que se relacionan con ellos. Su
posición social les permite enviar a sus hijos a los internados más
prestigiosos, a las hijas las educan en los hogares familiares, y se rigen por
la moral victoriana que incluye el respeto absoluto al marido y a múltiples
normas de comportamiento no escritas. Lo que les hace permanecer ciegos ante la
homosexualidad de la tía Rachel o antes los desmadres inmorales y mujeriegos
del tío Edward. La novela-río de los Cazalet abarca el período de entreguerras,
en una Inglaterra que se va desprendiendo de las formas más clásicas,
protocolarias y repletas de hipócrita esnobismo, especialmente en lo que
concierne a la mujer, tras recibir el impulso del clima de nuevas libertades
que venían empujando desde la Gran
Guerra.
Los
años ligeros nos sumerge en la vida de esta familia de la clase alta
durante los veranos de 1957 y 1938. La sinópsis preparada por Siruela es la
mejor referencia argumental de esta novela coral y de algunos acontecimientos
acaecidos durante esos meses, con la Segunda Guerra Mundial acechando. De ella
extraigo lo más relevante.
“Home Place, la distinguida casa señorial
que en la campiña de Sussex tienen los Cazalet, se convierte cada verano en
perfecto destino para la retirada y recreo de tres generaciones familiares: dos
abuelos, cuatro hijos, nueve nietos…además de innumerables parientes, criados y
otros visitantes de prestigio. Corre el año 1937 y a salvo de los vientos de guerra que soplan
en el continente, esta gran mansión se convierte en el espacio ideal para
disfrutar de días soleados, comidas en buena compañía, juegos familiares, algún
que otro pícnic, largos paseos y baños en la playa (…) Hugh, Edward, Rupert y
sus respectivas esposas e hijos se reúnen con sus padres y su hermana soltera
Rachel durante algo más de dos meses. Tiempo que, aunque pueda parecer lo
contrario, da para mucho en un espacio tan aislado e idílico…Actividades que
van de los cotidiano a los trascendental: desde el recate de un gato de lo alto
de un árbol o el despido inesperado de un sirviente, hasta el peso y el miedo
asociados a las inquietante amenaza de
otra cruel guerra. Pasiones, sueños, silencios y ambiciones de una familia que,
tras su indolente y ligera rutina diaria, parece representar la más sana
felicidad. Esa que durante mucho tiempo ya no volverá a conocer el país.”
La novela se sostiene, sobre todo, en los
principales personajes que Elizabeth Jane Howard diseña espacialmente por lo
que hacen o piensan. Wiliam Cazalet, alias el Brigada, es el patriarca de la
familia. Sus costumbres de hombre adinerado no superan sus aficiones de montar
a caballo y leer el periódico así como sus constantes proyectos de reforma.
Kitty, conocida también como la Duquesa, es su esposa y madre de sus hijos, una
mujer acomodada a un ritmo de vida sencilla, aunque urgida por los hábitos de
la moral victoriana. Hugh es el mayor de los hijos del clan familiar. Participó
en la Guerra y arrastra secuelas físicas, permanentes jaquecas que le
convierten en un hombre irritable y colérico. Está casado, sumiso y totalmente
entregado, con Sybil, una mujer entregada a la vida familiar, pero aficionada a
la vida social e intelectual. Está embarazada y pronto dará a luz a su tercer hijo. Edward, el segundo
hijo, es el seductor de la familia. Casado con Villy, hermosa pero superficial,
lleva una vida libertina y ocupada sobre todo por los actos sociales. La férrea
educación victoriana le obliga a disimilar
en público la desafección por su esposa. El menor de los hermanos es Rupert. Es
el artista de la familia, notable pintor y buen padre. Arrastra el dolor del
fallecimiento de su primera esposa. Casado en segunda nupcias con Zoë, bella,
egoísta, provocadora e irresponsable. Pero Rupert está tan enamorado de ella
que incluso cierra los ojos cuando coquetea con otros hombres. Rachel es la
única descendiente femenina de William Cazalet y Kitty; soltera y preocupada en
exclusiva por la mansión señorial de sus padres. Atenazada por el sentido del
deber. Enamorada de forma muy discreta de Sid que le genera sentimientos muy
profundos, pero la moral heredada le impide compartirlos con la familia. A
estos actantes habría que añadir los hijos de los hermanos y algunos miembros
del servicio doméstico como la aya Nanny y la criada Inge.
Los
años ligeros es una novela costumbrista puesto que Elizabeth Jane Howard
narra con minuciosidad y detallismo las costumbres de una familia inglesa, sus
estilos de vida, sus preocupaciones, sus obligaciones y diversiones. Y lo hace
sin analizarlos ni interpretarlos. La novela es casi una reproducción
fotográfica de una familia recluida en su propia autosatisfacción, muy alejada
de los avatares y tensiones políticas que anunciaban la Segunda Guerra Mundial.
No ocultan, sin embargo, su antisemitismo y no se preocupan por Hitler. La
autora escribe la novela con una acertada estrategia narrativa. Relata multitud
de detalles de la vida familiar, pero también acierta a distanciarse de los
hechos lo que le permite retratar comportamientos y formas de pensar con una
fina ironía. Todo ello permite vislumbrar una imagen fidedigna de la Inglaterra
de finales de los años 30 y de lo que se suele conocer como “lo inglés”. Tanto
lo trascendental como lo mundano. Narrado todo con un estilo de prosa tan
reposado como elegante, del que no están ausentes las maneras modélicas, pero
tampoco la ironía elegante y el humor cáustico.
Fragmentos
“A
Zoë Cazalet le volvía loca el club Gargoyle. Hacía que Rupert la llevase para
su cumpleaños, al final de cada trimestre escolar, cada vez que Rupert vendía
un cuadro, para su aniversario de bodas y siempre, siempre antes de encerrarse
en el campo con los niños durante semanas como ahora. Le encantaba ponerse
elegante, y tenía dos vestidos para el Gargoyle,
ambos con la espalda al aire, uno negro y otro blanco, y con los dos llevaba
sus zapatos de baile verde intenso y unos largos pendientes blancos de
bisutería que cualquiera hubiera tomado por diamantes. Le encantaba ir de noche
al Soho, ver a las busconas echándole el ojos a Rupert y los restaurantes
iluminados (…) Siempre había uno o dos hombres guapos y con pinta de
inteligentes bebiendo solos, y disfrutaba sabiendo que la miraban con ojos
experto; sabían a primera vista que valían lo suyo…”
…..
“Hugh,
aunque esperaba haberlo disimulado, se había quedado impresionado al ver a
Sybil. Estaba echada bocarriba bajo una sábana limpia, con el pelo suelto sobre
el almohadón cuadrado y blanco; en contraste con tanto blanco, su rostro
ofrecía un aspecto gris y ceroso, y tenía los ojos cerrados. Hugh pensó que
parecía una moribunda, pero la señora Pearson, que había abierto la puerta,
dijo alegremente como si tal cosa:
-Ha
venido a verla su marido, señora Cazalet. Voy a bajar un momentito a pedir un
té para la señora- añadió, y salió acompañando sus pasos del frufrú del
vestido.
Hugh
buscó una silla y la arrimó a la cama.
Los
ojos de Sybil se habían abierti al oír a la señora Pearson y lo miró sin
expresión. Hugh le cogió la mano y se la besó; Sybil frunció levemente el ceño,
cerró los ojos y dos lágrimas le resbalaron lentamente por las mejillas.
-Lo
siento. Eran mellizos. Me resbalé. Lo siento, -Se movió un poco en la cama y se estremeció.”
…..
“El
sábado por la mañana, la Duquesita se despertó, como de costumbre, cuando el sol
temprano empezó a filtrarse a través de las cortinas de muselina blanca. Nada
más despertarse, se levantaba: holgazanear en la cama era un hábito moderno
(blando) que se le antojaba deplorable, de la misma manera que el té de primera
hora le parecía innecesario, incluso decadente. Se puso la bata y las
zapatillas azules y se fue sin hacer ni un ruido al cuarto de baño, donde se
dio un baño incómodamente tibio: el agua caliente era otra cosa que evitar, la
consideraba mala para el organismo y se quedaba en la bañera el tiempo justo
para lavarse como es debido. De regreso a su habitación, deshizo la trenza que se
había recogido con horquillas para bañarse y se pasó el cepillo, cincuenta veces.”
(Elizabeth Jane Howard, Los años ligeros. Crónicas de los Cazalet, páginas 73-74, 188, 334)
Ciertamente interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
Aunque la forma de vivir, no sólo en Inglaterra se ha transformado a través del tiempo, es muy interesante poder hacer una comparación de las costumbres de antaño, con las de hoy en día.La novela tiene una prosa exquisita por lo que puedo ver. ¡Me cautivó, la leeré, gracias Francisco, siempre aprendo mucho contigo. Un abrazo.
ResponderEliminar