Antología
poética (cien poemas, 1988-2016)
Aleyda Quevedo Rojas*
Prólogo de Ana Lafferranderie
De próxima publicación en Argentina y Colombia
“Ella es su espacio
incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento mítico."
Alejandra Pizarnick
Deliberadamente escribo este texto después
de leer “Vortex”, el último poema, este en prosa, de la antología personal de
Aleyda Quevedo Rojas. Sin dar lugar al reposo meditativo. Y lo hago así porque,
si escribir poesía es respirar con todos los poros, “escribir en las espirales
de la sangre”, no quiero que la distancia me haga olvidar el intenso sabor de
todos los líquidos y humores que transpira el mundo poético de cerca de treinta
años escribiendo poemas. La humedad de la piel poética persiguiendo el rastro
de tantos cuerpos, de tantas cosas y seres. Aleyda Quevedo Rojas, arquitecta
lírica de voz singular, rescata con este edificio antológico perdurable,
prologado con claridad y pericia por Ana Lafferranderie, una especial
topografía lírica, preñada con toda la riqueza de su mundo interior; quizás
también de sus experiencias pre-poéticas, que ella nos regala en un macrotexto
lírico, un territorio de belleza transparente, seductoramente sensorial; de
gran hondura estética, quizás a veces voluntariamente distorsionado, pero nunca
críptico.
Ya el oxímoron de base nominal del título, Fuego en el frío, desempeña con plena
competencia su función pragmático-informativa, y anticipa referencias sobre el
campo de sentido de esta antología. Es por lo mismo un buen factor de
legibilidad de los textos poéticos de Aleyda Quevedo. Lo que sigue a este
indicador fundamental del paratexto es un generoso derroche / regalo de
belleza, sensorialidad, verdad y pensamiento, erguido con palabras escritas,
con la función poética del lenguaje.
Debido a su naturaleza, conviven harmónicamente en esta colectánea, versos,
estrofas, poemas de muy distintas substancias, tonalidades y hechuras,
formantes temáticos y formas líricas, entretejiéndose subgenéricamente con
alternancias de poemas muy breves, como el único haiku seleccionado, plasmación
epigramática de un instante, poemas de largo aliento y prosa poética
Los poemas del fuego. Poesía volcánica, versos que son corrientes de lava,
si bien la poeta, desde su torre singular, vigila su recorrido y sabe contener
en esa “calma furiosa” que recuerda
uno de sus poemas, “Ojos de testigo”. Sin ser Aleyda Quevedo una loba de las
letras, ni una apóloga del desenfreno y de la desmesura, escribe poemas que son
gritos, llamadas de rebeldía. Es la transgresión contenida que origina turbias
bellezas, como quería Bataille. La animalidad no es para Aleyda un escándalo,
sino aquello que fuimos en nuestros orígenes y que afortunadamente seguimos
siendo: “Al filo de la lujuria /
contemplaba al animal ciego / que habita tu piel / ánima profunda / que debía
partirme” En la poeta alienta con profundidad el brío, la respiración
lírica. En ella, en su idiolecto, en los poemas recogidos en la antología, en
sus poliestrofas, se descubren las furiosas fuerzas del frenesí que hace
explotar la pasión. Es la mujer salvaje y telúrica “que estalla / como todos los fuegos” que arde cuando el “insurrecto cuerpo” amado, tal como tigre,
aparece en la habitación. Y que invoca a la lluvia para tener consciencia de su
pasión: “Que empiece a llover / para saber / de todo aquello / que
me enciende”.
Este clímax explosivo halla su más perfecta
enunciación en una de las estrofas del poema “La opacidad del desierto”: “La naturaleza del sexo y el amor / son de
origen volcánico / reptiles de sílice / que se desdoblan / para escapar con el
viento / en la más absoluta promiscuidad ”.
Sensorialidad. Ese deseo que llama al deseo, ese deseo femenino “que suele ser comparado con la vida sexual
de las plantas” se manifiesta primordialmente a través de la sensorialidad,
a través de los cuerpos. La escritura, la poesía en primera instancia, es
cuerpo, cuerpo significante e interpretante. Quizás por eso Aleyda Quevedo le
hace caso a la pensadora Hélène Cixoux que le pide a las mujeres que escriban
sobre su cuerpo. Transformar el cuerpo entero, convertirse en mirada, como
también escribió la poeta iraní Yalal ud-Din Rumi. Celebra pues la poeta, en un
rito esencial, la carnalidad. Un cuerpo en el centro de la nada. Ser un cuerpo,
recorrerlo, asumirlo desde una perspectiva vital concreta, desde la mirada
femenina que diluye el cuerpo, objeto de posesión alienante, y reclama una
entrega total al amor correspondido.
En esta línea exaltadora de la sensorialidad
corporal, el yo poético perfuma los senos con carbón, porque es un cuerpo que
arde en deseos, uno de los rasgos profundos constitutivos de la naturaleza
mamífera, y sobre todo humana. Somos depositarios de una verdadera erupción
psicoafectiva, de excitaciones integradas que no se reducen a la anulación de
una tensión mediante el clímax. El eros en el homo sapiens sapiens no queda
circunscrito al período del celo; invade todas las estaciones y regiones de
su cuerpo, incluidas nuestras imágenes, y llega a impregnar las actividades
intelectuales más sublimes. De ellas y de nuestros fantasmas surge la poesía.
Es por ello que muchos poemas de Aleyda Quevedo cantan al cuerpo, celebran la
carnalidad sexual: “La noche ha dado la
señal / los animales de tu cuerpo / están sobre mí / inquietos por empezar. /
Se vuelven en mi contra / y al final del vientre / construyen un anillo de
fuego / que estalla / como todos los fuegos”. Es el cuerpo amalgamado, a
través de la sensorialidad, con lo telúrico, con los principios y elementos de
la naturaleza. Lo expresa, con suprema belleza, uno de los poemas más largos de
esta antología que no lleva título: “Cortadas
a media noche / las flores de verano iluminan la habitación del hotel. / Las de
color naranja excitan / hasta afectar / en esa zona que las mujeres confunden
con: / deseo, / desgarro, / defectos. / Las flores fucsia y las excesivamente
moradas / distraen y llegan a enervar. /
Pero estoy húmeda, / lista para la noche en este hotel del mundo. / Piso un
jardín de intimidades. / A las ramas verdes del follaje / las chupo una por
una.”
Un canto al cuerpo que se reitera en muchos
otros poemas, versos y estrofas: “Soy mi
cuerpo / atrapado por partículas / de
otros cuerpos (…) Cuerpo fresco / tendido en la cama / como limón al filo / de
la ventana”. Corporalidad también doliente y enferma y de cuya situación la
voz poética es consciente: sabedora de que llegará a la nada: “Mi cuerpo / su cansancio y su vómito /
Cuerpo enfermo y recuperado / como el filo quebrado de un vaso / que corta y
aún contiene agua pura”.
No es extraño, por consiguiente, que la
sensorialidad haga brotar torrentes de sinestesias, de cruzamientos de esferas
sensoriales, de metáforas, metonimias, paráfrasis… Y una tópica amatoria de
profundas raíces. Porque el cuerpo es una de las máximas fuentes emisoras de
símbolos (Roland Barthes). Por esa misma razón, como medio comunicativo, se
transforma en objeto semántico y deja de ser el gran sacrificado de la historia
(Severo Sarduy). Es por consiguiente muy oportuna la referencia que sobre la presencia
del cuerpo en uno de los poemarios de Aleyda Quevedo, Soy mi cuerpo, hace un periódico ecuatoriano.
Otros topoi
que la poeta cultiva con acuidad son, por ejemplo, los que corresponden con las
imágenes del vivir humano, su conexión existencial. Pero Aleyda Quevedo, en su
uso poético, desautomatiza este topos tan socorrido, y hace del mismo algo
personal, creador y novedoso. Abundan los poemas de textura claramente
existencial, construidos, como digo, con marcas propias y con materiales de clara belleza. Con interrogantes sobre la
propia identidad, con el peso, y a veces con la pesadilla, de la memoria. Y en
los que la voz poética anda a la búsqueda de sí misma, de su más profunda
médula, a través de varias vías e itinerarios: las vías de un cuerpo encendido,
de las entrañas viscerales, de los líquidos íntimos. Y aunque a veces
inquiere sobre su propia existencia, se mira y no alcanza a descifrarse.
Solamente acierta a decir que es “Tal vez
la mujer de senos de ámbar / y pies helados que escribe versos / para
reconfortarse”. Mas la feminidad, la perceptiva femenina, igualmente
desautomatizada, es clara y rotunda; una identidad femenina que se construye en
comunión con las mujeres del mundo. “Fragmentada
en mil mujeres / bajo la memoria de la salamandra / soy Ellas y Yo / con un
poco de hombre que se disuelve / y se aferra a mi indivisible identidad”.
Memoriosa. Poemas que
también apelan a la memoria: el rescate del abuelo Orlando, “inseparable de mis miedos”. El diálogo
intertextual con Cavafis, con Alejandra Pizarnick (“Son los restos de Alejandra Pizarnick / que descansan en mi territorio”).
La evocación apelativa de Olga Orozco (“Sacerdotisa
/ nocturna y peligrosa / con el candor / del ave negra emerges de los muertos”.
Mas es especialmente en la seis secuencias del poema rimado “Dos encendidos -por si mismo todo un
poemario-, donde la función recordadora alcanza una inconmensurable intensidad.
Una patopea que recupera la correspondencia amorosa entre Simón Bolívar y
Manuela Sáenz. Un canto / retrato, con mil modulaciones, en el que la fuerza y
las rosas de Manuela -“mi quiteña del
viento”- turbarán al hombre de mil batallas.
No solamente la vertiente existencial que
provoca que la voz poética se exponga con toda el alma al abismo, me convence de
que no pocos poemas de Fuego en el frío
ejecuta una función de verdad. Porque es verdadera poesía, la lírica de Aleyda
Quevedo asume operaciones quizás abandonadas por la filosofía; y las hace
inteligibles, más accesible y estéticamente
más próximas no solo a la cabeza; también al corazón y a los sentidos.
Con Alain Badiou, con María Zambrano, con Giorgio Agamben, creo que hay un
enlace entre poesía y filosofía. Y en ese sentido, la poesía de Aleyda Quevedo
crea sendas nuevas de pensamiento y significaciones.
La tonalidad versal no es uniforme. Un
componente melódico intenso en general, más sin descoyuntarse como un tornado.
Es “la calma furiosa” a la que he
aludido. Hay poemas, no obstante, en los que la fuerza pasional cede su sitio a
un tono mucho menos ardoroso, y en ellos prima una fluencia más pausada: el
volcán versal se transforma en suave sinfonía, en linfa de contenidas pasiones,
en luces melancólicas y reminiscente, sin que por ello sea la poeta la mujer
que mejor llora, la gran endechadera.
Lo mismo cabe decir de las formas poéticas.
El vitalismo de la poeta se expresa también a través de la riqueza formal de su
obra. La antología combina poemas muy breves, con otros que ocupan varias
páginas: producciones rimadas con versos libres y semilibres. Con ellos
construye Aleyda Quevedo verdaderos poemas que, por ser tales, siempre tienen
forma. Poemas que a veces son incluso “Oración”, esa forma lírica en la que la
voz poética se dirige apelativamente a un Tú transcendente. También poemas escritos
en prosa, aunque muy alejados de la posmoderna característica transgresora y
deconstructiva de los géneros
literarios.
Fuego
en el frío nos permite acercarnos a la palabra hecha cuerpo, rodeada por un
aura de sensualidad y erotismo que tienen un amplio abanico de versos, alejados
de la vie en rose, que se
intercomunican y nos trasmiten fuegos, olores, arañazos de pasión, delirios
que queman, búsqueda de la felicidad, voces convertidas en agua, el último
baile, memoria de los besos fuertes, lobos negros, carne dulce, ojos inasibles,
dulces juegos, el fulgor del deseo, humedad salival hecha angustia. Igualmente,
también grandes dosis de amor que nos permite visitar decenas de veces las
tumbas de los muertos, fidelidad a la lengua, horizontes utópicos. Versos para
sobrevivir, para percibir el universo con su inconmensurable carga de sonoridad
y significados. Revelación capaz de convocar multitudes. Y entonces no todo
está perdido, como escribió Carlos Monsivais
Francisco
Martínez Bouzas
Selección de poemas
TIGRES EN LA
HABITACIÓN
“Un
mundo de agua
me
recorre como navaja
igual
que tu insurrecto cuerpo
cuando
me hace arder
y
los tigres aparecen en la habitación
al
acecho de la carne
Qué
necesaria
es
esta navaja
que
aún cuando no estoy desnuda
me
humedece.”
…..
PARA OLGA OROZCO
“Una
noche de dunas
te
ha sido destinada;
no
dormirás sintiendo
la
oscuridad
repitiendo
todos
sus posibles nombres
con
la nuca tensa
vestida
de rojo
Verdugos
y carceleros
comen
tus huesos
El
cuchillo
que
viste desde niña
siempre
fue para ti
como
los seres
que
crujen
bajo
la cama
reclamándome
sus angustias
Lo
leo en tus cartas
contra
ellas nada vale
y
son ellas lo sensorial
La
muerte
viene
siguiéndote
desde
mucho antes
de
la cartomántica
Sacerdotisa
nocturna
y peligrosa
con
el candor
del
ave negra
emerges
de los muertos
y
cantas a los seres gatos que
se
lo juegan todo
a
cambio de los oculto.”
……
LA NOCHE BLANCA
“En
un inmenso hospital
un
cuerpo vestido de espinas
Soy
virtualmente la virgen del desierto
estampa
desmayada sobre el miedo
Nada
más yo
con
las manos llenas de clavos calientes
caminando
descalza entre las dunas
Un inmenso hospital en un desierto blanco
De mi boca sale el mensaje divino
pero aquí nadie me oye.”
…..
“ARRANCO TODAS LAS
FLORES DE MI CUERPO
para
ofrecértelas, Señor.
Allá
voy, más desnuda sin las diminutas flores
del
torso, más desvestida que nunca
sin
las dalias que crecían en la espalda.
Voy
saltando las piedras ciegas de la desdicha
y
el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor
de las Angustias, todopoderoso mío,
me
despojo incluso de la flor pasionaria
y
de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima,
para entregarme a ti,
sin
los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra,
tal vez insondable isla de misterios
Y
no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas
en mis senos.
Limpia
estoy, vuelta promesa.
Brillante
y sola para entregarme a ti
sin
las astromelias del sexo,
sin
la flor azul del corazón.”
…..
ÁMBAR
“Enjambre de agua,
eterna en su no huella. Duda líquida y abierta al fluir. Profunda inmersión del
goce. Arriba o abajo, el lugar de los dos, aunque nada de eso importe ahora que
tomamos el baño perfumándonos con esta resina. Entrar en tu cuerpo y encontrar
el ámbar, un ejercicio de buceo sin el equipo adecuado. Da igual si estás
arriba y yo abajo, o los dos suspendidos en el agua tibia y azulada de la tina
pulida. Lisura de mi piel. Relieves en tu cuerpo. Flemas transparentes de un
árbol sin nombre. Espuma que torna sinuosos dos cuerpos que no saben de dónde
vinieron para encontrarse. Romero y pétalos perfumando el agua ya casi fría del
vidrio molido que lo torna todo de un verde que erecta. Norte en tus pulmones y
el sur queda debajo de mis axilas. Porcelana y fibra de vidrio, líquenes
blancos y algo de aire alcalino que llega desde otra profundidad. Dos cuerpos
secan al sol incalculables gotas. Los dos se miran sabiendo del fulgor del
ámbar. Teoría y práctica furiosa de un hallazgo sobre la piel que saca humores gélidos
del corazón.”
*Aleyda
Quevedo Rojas, nota biobibliográfica:
Poeta, periodista, ensayista literaria y
gestora cultural, (Quito, Ecuador, 31 de enero de 1972). Ha publicado los
libros de poesía: Cambio en los climas
del corazón (Quito, 1989, Editorial
Universitaria, Colección Taller), La
actitud del fuego (Lima, 1994, Ediciones de los Lunes), Algunas rosas verdes (Quito, 1996, Sistema Nacional de Bibliotecas), Espacio vacío (Quito 2001 Línea
Imaginaria y Venezuela, 2009, El Perro y la Rana), Soy mi cuerpo (Quito 2006
y 2016, LIBRESA), Dos encendidos
(Venezuela 2008, Monte Ávila y Quito, 2010, Fondo de Salvamento), La otra, la misma de Dios (Quito, 2011, Línea Imaginaria), Jardín de dagas (México D.F., 2014, PRAXIS y La Habana, 2016, La
Torre de Papel); y las antologías de su poesía: Música Oscura (Andalucía-España, 2004, Cuadernos de Caridemo), Amanecer de Fiebre, (Guayaquil-Ecuador,
2011, La One Hit Wonder Cartonera) y El
cielo de mi cuerpo (La Habana, Cuba, 2014, Instituto Cubano del Libro,
Ediciones ORTO). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade” en
1996. Ha representado a su país en los más importantes encuentros y festivales
internacionales de escritores en Canadá, España, México, Argentina, Colombia,
Nicaragua, Puerto Rico, Perú, República Dominicana, Venezuela, Francia, Cuba,
Chile y Brasil. Ha sido curadora y coordinadora editorial de las antologías
literarias: 13 poetas ecuatorianos,
que reúne voces de poetas nacidos en los años 70 en el Ecuador y que fue
publicada en Venezuela en 2008, por El Perro y la Rana; Mordiendo el frío y otros poemas del notable poeta ecuatoriano
Edwin Madrid, 2010, publicada en Ecuador por LIBRESA y en Cuba por Casa de las
Américas-UNIÓN; Hacer el amor (humor) es
difícil pero se aprende del
reconocido escritor Fernando Iwasaki, 2014, con el sello Oriente de Cuba; y La música del cuerpo del maestro Eduardo
Chirinos, 2015, Línea Imaginaria. Es
coordinadora editorial del sello independiente Ediciones de la Línea Imaginaria que tiene en su catálogo 29
volúmenes de poesía. Colabora con revistas de cultura y literatura del
continente. Ha sido traducida al francés, inglés, hebreo, portugués, sueco e
italiano. Mantiene una intensa actividad como gestora cultural. Trabaja como
consultora especializada en temas de artes y educación superior, comunicación y
marketing cultural y políticas culturales. En noviembre de 2016 aparece en
Francia la edición bilingüe de su libro: Jardín
de Dagas, traducido por el poeta y traductor francés Rémy Durand, con el
sello Villa Cisneros, y el auspicio de la Alianza Francesa del Ecuador.
Una lectura interesante...
ResponderEliminarNovedos juego en oximoron de realidades femeninas,,,
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