A.G. Porta
Acantilado, Barcelona, 2015, 195 páginas
Con un título que es un estímulo para
emigrar de las rigurosas y ajustadas leyes de la lógica y enfrentarnos con la
apuesta de buscar “la dimensión insondable”, publica A. G. Porta (Antoni Garcia
Porta) Las dimensiones finitas. Autor
“levemente de culto”, como ha sido definido, y sobradamente conocido por haber
escrito a cuatro manos con Roberto Bolaño Consejos
de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, experiencia que repitió
hace cuatro años con Gregorio Casamayor en Otra
vida en la maleta.
Las
dimensiones finitas se podría etiquetar, y no solo por aproximación, con la
categoría de narrativa metaliteraria. Se trata, sin embargo, de una novela
perfectamente legible, o al menos más que algunas de las anteriores
publicaciones del escritor, que puede leerse como una crónica del inicio de la crisis, y a
la vez como una fugaz historia de amor, en la que el protagonista, para estar a
la altura de la mujer letraherida y moderna que un día accidentalmente conoció
y de la que se enamora compulsivamente, se zambulle en la lectura de Salinger y
otros escritores sin que sienta el más mínimo interés por la literatura.
En Las
dimensiones finitas hay una historia claramente diferenciable. Es la de
Bruno, un personaje que trabaja en una consultoría, y en el año 2008, cuando la
crisis ya no era una entelequia, queda sin novia. Se cambia a un pequeño
estudio para ahorrar, y contempla cómo la crisis va cosechando víctimas:
despidos, alarmas internacionales que la novela refleja casi como un diario. Un
buen día decide leer en el autobús una novela de Salinger, un autor cuyo nombre
ni le suena. Y, como atraída por la miel, se le acerca una mujer muy atractiva
que le confiesa su pasión por el escritor. Tras el número de teléfono que ella
le da, comienza una historia de amor con Albertine (un claro guiño a la heroína
de Proust). Esa es la razón -estar a su altura- para su inmersión en el mundo
de la cultura: escritores, cine, música… Salinger será el primer escritor al
que el consultor en tiempos de crisis se verá obligado a leer.
Pero a partir de este momento, la novela se
transforma en un festivo y alucinante frenesí en el que el protagonista se ve
envuelto para empaparse de aire intelectual e
impresionar así a Albertine, y que supone que se transmite por contagio.
Será una competición consigo mismo para ponerse al día en los escritores,
músicos, cineastas, artistas que escucha de los labios de Albertine. Quiere epatar,
reducir la disimetría con la mujer que ama. Para ello, entre otras muchas
cosas, deja de tirar a la papelera los suplementos culturales de los
periódicos, lee, como si hubiera hallado su definitivo eureka, el artículo de
un periódico que considera perfecto para él: “Sepa de libros sin leer una
línea”. Lee sobre todo a Salinger, hechizo de Albertine, aunque no entiende
casi nada de sus relatos. Pero la finalidad, reflexiona, bien vale un esfuerzo.
Inventa la técnica, o mejor dicho el nombre, de leer en diagonal, picando de
aquí y de allí, aunque no se lo recomienda a nadie; es un acto ignominioso que
sólo lo justifica el amor. Y esa referencia resume cabalmente la tonalidad del
libro y también su tema de fondo.
Mientras tanto, la crisis no hace más que
arreciar: los ajustes pasan directamente a ser recortes, suspensiones de pago,
morosidad, descomunales estafas, índices de paro en aumento, empresarios
aterrorizados viendo venir la catástrofe pero incapaces de actuar, esperando
únicamente ser devorados. Aunque el protagonista, sin dejar de aumentar su vademécum
cultural, y casi de forma ingenua, se
convierte en un verdadero gurú que aprovecha la catástrofe para hacerse un
nombre. Y de pronto, los celos, el enfriamiento, la pequeña venganza. El protagonista
ya no bebe con Albertine, sino a causa de ella.
No es papel del crítico espoilerizar las
“funciones cardinales” ni menos aún el desenlace de la novela, si bien no
evitaré eludir al colofón de esta historia: no se debe confundir valor y
precio, permitir que las cosas importantes de la vida se nos escapen entre
tantas pequeñas cosas sin importancia, esas dimensiones finitas -es el caso de
la novela- que hay que dejar de lado en el amor.
Una novela rebosante de metaliteratura, de
intertextualidades, de metarreferencias a novelas del autor y de otros
escritores. La cultura, los libros, la música, sobre todo las canciones de Nacho
Vegas, siempre repletas de fracasos vitales y amores trágicos, son un
componente esencial de la trama. A través de la mirada de alguien que en su
vida ha leído apenas media docena de libros, A. G. Porta nos empapa de
Salinger, de otros muchos autores, de cine, de música. Y como telón de fondo,
la crisis, cuya presencia es constante en la novela.
El autor ha logrado dotar a la novela de una
voz narrativa perfectamente perfilada: un tipo a la vez ingenuo y conmovedor
frente a su novia fugaz, capaz de inventar, gracias a su barniz cultural, un
método (Ingeniería de los Soportes Mutables) para afrontar la crisis desde el mundo
empresarial, y también en una relación amorosa. Con esta voz narrativa y el
personaje femenino igualmente bien logrado, en este caso acentuando las
disonancias entre ambos, A. G. Porta traza una crónica cultural y sentimental
de un corto período de tiempo en el que la actual crisis financiera, monetaria,
laboral no hizo más que permitirnos entrever la fuerza de sus garras. Y lo hace
con un estilo ágil, plagado de referencias literarias, cinematográficas,
musicales que, sin embargo, no entorpecen la lectura.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Luego
me invitó a tomar una copa en su casa. Cuando quiso saber si me gustaba le dije
que me había enamorado de ella en el autobús. ¿Ya entonces?, preguntó como si
se sorprendiera pero en absoluto sorprendida. Yo dije que me había vuelto loco
al escuchar su nombre, que era el mismo que el personaje de Proust. Esa noche
la pasamos juntos. Le gustaba hacer el amor con música. Preguntó si no me
importaba hacerlo con Luigi Nono, que resultó ser un compositor y no alguien
que iba a participar en un improvisado ménage à trois. Dije que magnífico sin saber qué música era aquella y la verdad es
que la música no me pareció más extraña que todo lo que me estaba sucediendo y,
puesto a pedir, aquella música me hubiera gustado con un poco más de argumento,
que es como se suele llamar a los estribillos y a la melodía. Un poco más como
mi mítico grupo preferido, vamos. Me guardé mi opinión y escuché con interés
que alguna vez en la vida había que dedicar un día entero a escuchar a Luigi
Nono, como un ayuno de todo lo demás donde la meditación era sustituida por su
música. Al menos eso fue lo que entendí.”
…..
“Por
el camino le expliqué -no porque yo quisiera, sino porque ella insistió- en qué
consistía la crisis y por qué estaba yo tan preocupado. Por supuesto que le
conté mi versión, que no era otra que la que
todo el mundo conocía: lo de las hipotecas basura; los créditos basura;
las comisiones que ganaban los ejecutivos con ellas, y que las agencias de
rating habían dado una nota alta a algo que estaba por debajo de los suelos,
que posiblemente era un caso para llevar a los tribunales, pero que nadie lo
haría. La puse al corriente de todo hasta el preciso instante en el que pinchó
la burbuja, cuya ley de vida, como todo el mundo sabe, es acabar explotando. Y
le conté por qué, aunque fuera una inmoralidad, la única manera de salir del
atolladero era dándoles dinero a los culpables: por eso lo del rescate
bancario.”
…..
“Una
de aquellas noche fui a cenar con don Gregorio. Hablamos de lo mutable, de los
soportes, de los pivotes y de lo que podíamos considerar prescindible y lo que
no. Al final de la cena le hablé de Albertine y del problema de tener que
enfrentarme a tantos nombres de autores y títulos de obras que surgían cada vez
que la veía. Aunque de un modo muy distinto al de ella, a don Gregorio también
le apasionaba la literatura y le agradaba hablar de libros. Fue franco conmigo
y me aconsejó que humildemente reconociera que no había leído a tal o a cual autor. Nadie lo ha leído todo,
dijo, excepto unos pocos que han leído cuanto hay que leer. Pero nadie espera
de ti, hijo, que trabajas asesorando empresas, que hayas leído al más recóndito
de los autores literarios. Me preguntó si había seguido su consejo y seguía
llevando un diario de mi vida. Le mostré el cuaderno que cargaba en uno de los
bolsillos de la americana. ¿Tienes buena memoria?, siguió preguntándome. Dije
que excelente, y entonces tomó mi libreta y escribió en ella los nombres de los
autores de los libros que consideró imprescindibles para mi formación. Los clasificó
por lenguas y por países y, junto a ellos, anotó cuidadosamente si debía conformarme
con aparentar que sabía quiénes eran, si debía ampliar la información que tenía
sobre ellos o si debía leer alguna de sus obras. A veces sólo hay que asentir con
la cabeza para demostrar que sabemos de quién se trata. A veces hay que corroborar
que se ha leído alguna obra del citado autor, aunque no sea de la que se está hablando…”
(A.G. Porta, Las
dimensiones finitas, páginas 34-35, 67, 92-93
Muy interesante tu reseña, me gusta esa mezcla de cultura y amor, donde todo se va transformando en cierta obsesión. Gracias por tan lindo trabajo que nos presentas para leer a este autor, para mí nuevo. Un abrazo.
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