Xerardo Quintiá
Traducción de Moisés
Barcia
Pulp Books
(sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2015, 152 páginas.
Fue en el año 1997 cuando tuve la agradable experiencia de leer el
primer libro de Xerardo Quintiá (Friol, Lugo, 1970). Fue un pequeño volumen, Finísimo po as ás que, a primera vista,
semejaba literatura insignificante y temáticamente minimalista, tejida no
obstante con puntadas de fina textura, literatura sencilla pero sin trampas.
Otra colección de relatos, Unha soa man e
outros intres volvió confirmar la calidad de una prosa rebosante de aire
fresco. Un rabaño de ovellas brancas,
otra colección de relatos, nos hacía extraviar, hace ahora diez años, en la
recreación de la Galicia rural, con sus costumbres atávicas, en los
sufrimientos de la emigración y en la magia que palabras mentirosas van dejando
en las almas cautivas, en los dramas del crédito perdido.
En el año 2012 Xerardo Quintiá retornó a la narrativa con ocho historias
recogidas en este volumen que editó en gallego Editorial Galaxia y ahora ofrece
en español Pulp Books. Ocho vidas cruzadas que laten de alguna manera en una
pequeña ciudad gallega, en sus arrabales, hechos de la confluencia de lo rural
y de lo urbano, claro trasunto literario de la ciudad de Lugo. Ocho relatos
amalgamados por la presencia de un hotel, cuyo nombre rotula el libro, y
poblado por antihéroes, personajes perdedores que, a la vez que nos sumergen en
el presente, retroceden algunos de ellos a otro tiempo, el tiempo de la
infancia en el que la narración explora las causas o las raíces de sus vidas
grises, bien en la juventud, bien en la madurez.
Un conjunto pues de cuentos transitados casi todos ellos por la
presencia de la realidad urbana conjuntamente con la rural y, según alguna
interpretación, escritos bajo el magisterio de Raymond Carver, afirmación que
opino es preciso matizar.
Es verdad que Xerardo Quintiá conoce en profundidad la obra y la vida de
Carver y también la de su mujer, Tess Gallagher que compartió con él los diez
últimos años de su vida. Lo conoce y posiblemente lo admira hasta el punto de
convertirlo en protagonista del relato, “La última propina”, que clausura el
libro. Un relato de excelente prosa metaliteraria que nos acerca a la figura de
Raymond Carver visitando la ciudad lucense y hospedándose en el Hotel Ciudad
Sur. El escritor recorre las calles de la ciudad y, al compás de sus pasos,
recuerda los años de propina que significó la convivencia como pareja al lado
de Tess Gallagher. Esa fue la verdadera propina como lo expresa en el poema
“Propina”, escrito cuando ya era consciente de que se acercaba su hora: “Una
propina estos diez últimos años / Vivo sobrio, trabajando, amando / Y siendo
amado por una buena mujer”. Este poema y
otro titulado “Último fragmento” que está colocado en muchas lápidas de
las sepulturas norteamericanas y que se recita en las bodas, enmarcaron las
fuerzas que unieron a Raymond Carver y a Tess Gallagher: el amor a la
literatura y a su “luminosa reciprocidad”
La libertad que la ficción le otorga al escritor gallego, le permite
conjeturar que fue en este viaje cuando la mente de Carver concibe aquel poema
y que la postrera propina fue para Carver la contemplación de las rosas que
crecían, llenas de vigor, delante de la casa, antes de que se avecinase la
definitiva oscuridad de la muerte.
Pero la prosa de Xerardo Quintiá no brota directamente de los faldones
de Carver, como afirmaba Jay MvInerney con relación a autores de relatos más
jóvenes que Carver. El icono de la literatura minimalista norteamericana
“depende de los omitido” (Harold Bloom). Y sin embargo, Xerardo Quintiá no
comparte con el Chéjov norteamericano ni la sequedad de su prosa, ni su estilo
elíptico, sus “diégesis parsimoniosas” o incluso insignificantes, o sus
inesperados y terribles desenlaces. Tampoco Xerardo Quitiá comparte lo que Tim
O’Briam dijo de Carver. El escritor nacido en Friol no emplea la lengua como
una cuchilla, no despoja a sus prosas de todo, excepto del corazón de la emoción
humana.
Comparte, sin embargo, de la escritura minimalista ese muestrario de
héroes que pueblan sus relatos, personajes sencillos, triviales, pero cuyas
vidas captadas a través de los enfoques ficcionales, sin espacios en blanco,
sin nada, los convierten no en asesinos o mentirosos, pero sí igualmente en
perdedores, en seres monótonos en frágil equilibrio, seres grises que, de una
manera o de otra, ven tronzadas las expectativas que alguna vez anidaron en su
ser, formando parte de sus ilusiones.
Sobre esas vidas indagan sobre todo los cinco primeros relatos. Será la
vivencia de la infancia y su tránsito hacia la adolescencia, sus inquietudes,
sus tristezas y una estela de “saudades” en el friso de esa pequeña ciudad, la
ciudad infinita que rotula el primer relato, porque en ella no existen las
paredes ni los caminos de carro de la aldea. En otras prosas son las
convenciones sociales -la vida como es debido- las que destrozan
definitivamente los sueños, las ilusiones, transformando la vida de los
protagonistas en algo rutinario e insípido. La pusilanimidad para afrontar, debido al qué dirán, el secreto
íntimo, el sabor del primer beso, hace que el protagonista enmascare su
cobardía con una gran sonrisa de
amargura.
Otros relatos como “Un libro de John Berryman” nos acercan a otras
derrotas, esta vez en los estudios, de un joven al que las garras de la
incomprensión le arrancan hasta el último de sus sueños literarios. Mas Xerardo
Quintiá no circunscribe al universo
infantil o juvenil ese remolino de existencias atormentadas por la trivialidad, con sueños frustrados. En
el relato “Romeo & Julieta, una historia”, nos sumerge en los fracasos de
la pareja, en el vacío y en el fiasco sentimental.
En resumen, historias cotidianas que seguramente no nos dejan
sobrecogidos como aquellas de Carver despiadadas hasta lo inhumano -hoy sabemos
que debido a la inmensa poda que en ellas hizo Gordon Lish, el editor que lo
hizo famoso-, pero que reflejan fragmentos de vidas idénticas a las de muchos
lectores, que en si misma son buenas y excelentes prosas y dan testimonio de
que en cualquier parte y en todos los tiempos sigue habiendo “vidas cruzadas”
por el fracaso, la injusticia y aludes de ilusiones perdidas.
Francisco Martínez Bouzas
Xerardo Quintiá |
Fragmentos
“Cada uno cogió su camino.
Johnny optó por el lado más salvaje.
Chema se marcho de la ciudad. Gonçal se metió a policía municipal. Y yo empecé
a trabajar en 2x2, una empresa de transportes. Me casé y tuve dos hijos. La
Mapex se quedó en el trastero, donde con el paso del tiempo se cubrió de
silencio y humedad. A veces bajaba y la contemplaba con melancolía. Incluso en
una ocasión cogí las baquetas y la golpeé con todas mis fuerzas, pero fue en
vano. Su sonido me resultó pobre y opaco, y me pareció el sonido de mis propios
latidos que cada noche escuchaba durante horas con los ojos fijos en la
oscuridad, mientras Laura respiraba a mi lado como si en cada inspiración
absorbiera litros y litros de aire.”
…..
“En cuanto llegó a Port Angles, le propuso
a Tess hacer lo mismo que habían hecho Olga y Anton Chékhov. Casarse. Sería
como gastarle una broma al destino, como si aquella propina de la que habías
dispuesto los últimos años adquiriese una nueva dimensión.
Lo hicieron el diecisiete de junio de
1988, en una pequeña capilla de color blanco con grandes y luminosos letreros
de neón, en Nevada. Desde entonces, hasta la tarde del uno de agosto de 1988,
los días se fueron consumiendo de una manera extraña, dolorosa e incluso
desesperanzadamente feliz. Era como si estuvieran dentro de un poema de Czeslaw
Milosz y una calma luminosa y definitiva anegase cada uno de los instantes que
aún les quedaban.
En algún momento Raymond habló de la
importancia que las cosas más sencillas podían tener dentro de la literatura.
De la utilidad que se les podía dar en un determinado contexto. Entonces, la
verdadera importancia de aquellas cosas no afectaba a la literatura, sino a la
propia vida. El simple hecho de desplazar la mano y tocar un vaso. O de
contemplar la manera en que una embarcación atravesaba el estrecho de Juan de
Fuca en dirección a Canadá. O de mirar el teléfono, esperando que sonase en
cualquier momento y se oyese una voz.”
…..
“Cuando se despertó (Raymond Carver) el
cielo estaba despejado. Sólo alguna que otra nube blanca flotaba en aquel azul
inmenso. Se sintió tranquilo al contemplarlo. Parecía como si todo estuviera
relacionado, como si algún significado oculto lo conectase todo. La suave brisa
de la tarde le acarició el rostro y Ray se sintió agradecido.
En el pequeño jardín de delante de la casa
crecían rosas. Tenían un aspecto espléndido. Ray las contempló como si formaran
parte de una visión celestial. Siempre habían estado allí, pero nunca se había detenido
a contemplarlas de la manera en que lo hacía ahora.
Las miró hasta que Tess fue a ayudarle a
levantarse y regresar al interior de la casa. Cuando se giró y caminó en dirección
a la puerta, dándoles la espalda, Ray tuvo la certeza de que contemplar aquellas
rosas había sido la última propina concedida. Nada más existiría a partir de entonces:
sólo la oscuridad de la noche que se acercaba desde todas partes.”
(Xerardo
Quintiá, Hotel Ciudad Sur páginas 44-45,
148-149, 151-152)
Muchas felicidades por tan interesante reseña. Parece ser que la obra del autor tiene buena narrativa aunque los temas no excedan de lo cotidiano en cuanto a su contenido. La literatura minimalista, pienso que es para lectores muy “inteligentes”, bueno es mi particular modo de pensar, ya que son pocos los elementos que nos conducen a su esencia. Recuerdo que cuando leí las Colinas como elefantes blancos de Hemingway, tuve que leerla dos veces para comprender lo esencial del paisaje en esta obra. Así que me imagino que es del tipo la de este autor que nos presentas en esta crítica. Me ha gustado tu reseña, he aprendido mucho y te agradezco de corazón, nos compartas tu excepcional trabajo. Abrazos de luz.
ResponderEliminarParece muy interesante...
ResponderEliminarSaludos
Gracias, amigo, por el regalo de hoy. Me interesa particularmente la narrativa corta. Acá disfruto de un estilo, como bien dices, minimalista, pero rico en matices, a veces implícitos, sugeridos por la trama del relato. Espero leer el libro en un cercano futuro. Un abrazo.
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