Una
autobiografía
Allan Sillitoe
Traducción de Antonia Lastra
Editorial Impedimenta, Madrid,
2014,327 páginas
Allan Sillitoe (1928 - 2010) se inició en la
escritura a mediados de la década de los cincuenta en la isla de Mallorca,
incitado a hacerlo por Robert Graves. Había
nacido en 1928. En su caso, la vocación literaria fue consecuencia de una
infección tuberculosa que le obligó a abandonar su trabajo como operador de
radio de la Royal Air Force en Malasia y regresar a Inglaterra, guardar reposo
en un hospital y embeberse en la lectura. Una modesta pensión del ejército
británico le permitió viajar a Mallorca donde comenzó a escribir. Un caso paradigmático del cumplimiento del refrán “No
hay mal que por bien no venga” trasladado a la escritura. Sus más de cincuenta
obras frecuentando todos los géneros, La
soledad del corredor de fondo, seguramente su obra más conocida, o la
novela Sábado por la noche y domingo por la
mañana ni siquiera habrían alcanzado la condición de futuribles si no llega
a ser por la enfermedad de los poetas de la que fue víctima. Impedimenta nos ha
ofrecido en español algunas de las obras más representativas de uno de los
miembros del movimiento de los “Angry Young Men”. Hace unos meses la editorial
madrileña nos ha brindado, en traducción del inglés de Antonio Lastra, la
autobiografía de Alan Sillitoe, Life Without Armour, que el escritor
publicó en 1995.
Alan Sillitoe define su autobiografía como
una rendición de cuentas de una vida sin armaduras, que se extiende desde su
niñez hasta principios de 1961. Esa ausencia de armaduras opino, tras la
lectura de este amplio texto, que puede interpretarse como la ausencia de
condiciones propicias para desarrollar una carrera de escritor y como la
insatisfacción ante el trabajo hecho que proporciona la energía que necesita al molino de la imaginación con
la que tratamos de crear obras que dejen al lector, y en consecuencia al autor,
a favor de la vida al acabar el libro, en vez de un estado de desesperación
ante toda la vileza que hay en el mundo (páginas 326-327).
La autobiografía se inicia ofreciendo
detalles de otras personas, en concreto de las dos que fueron responsables de
su nacimiento. En el primer capítulo, áspero y terrible, habla de su padre
estancado en la edad mental de un niño de diez años en el cuerpo de un animal,
megacefálico, analfabeto, que ejercía la voluntad suprema del puño y la patada,
comenzando por su esposa a la que con frecuencia le abre la cabeza (“un
recuerdo temprano es el de verla inclinándose sobre el cubo para que la sangre
de su cabeza abierta no corriera por la alfombra”, página 13). Una madre por la
que siente piedad y que se prostituía para aliviar la paupérrima economía
familiar, con un padre que, en los primeros diez años del hijo, solo trabajó
seis meses. El resto del relato de la vida de Sillitoe son intentos y etapas de
una huida de sus orígenes en la deprimente ciudad industrial de Nottinghan.
Una infancia dura y sumida en la miseria,
sin ninguna expectativa cultural, laboral y vital. Una formación muy elemental
en una escuela para niños con discapacidad, a la que fue enviado porque en la
misma daban de comer, interrumpida a los catorce años, ya que la familia
necesitaba su salario de una libra con doce chelines. La guerra presentida y la
guerra vivenciada en un país
bombardeado, donde se presiente que sería el siguiente en caer en manos
de los alemanes tras la mayoría de los países europeos. El inicio en la
lectura, poco menos que compulsivo (“Guardaba treinta o cuarenta libros en el
armario del dormitorio, la mayoría novelas”, página 57). El alistamiento en el
Cuerpo de Adiestramiento Aéreo, radiotelegrafista experto en navegación aérea,
sin poder participar en la guerra porque finalizó antes que su adiestramiento.
La atracción por el sexo, intensamente practicado con varias de sus novias. El
servicio en ultramar, en Malasia concretamente, de donde extrae experiencias y
vivencias que plasmará en varios de sus libros. Desmovilizado porque padece
tuberculosis, regresa a Inglaterra, lo que le supone una “caída libre hacia la
realidad”. Y en el obligado reposo hospitalario lee intensamente y compone sus
primeros poemas. Licenciado con veintiún años con una mínima pensión militar. Y
el inicio de la carrera de fondo para convertirse en escritor, con el apoyo de
Ruth Fainlight, su pareja, también escritora. Traslado a Francia y más tarde a
Mallorca (Soller), desde donde se desplaza a Deià para visitar a Robert Graves,
que le estimula para escribir con sencillez. Sus numerosos relatos y su primera
novela son rechazados por los editores una y otra vez, pero Sillitoe no se desalienta
a pesar de su precaria situación económica, porque apuesta por ser fiel a lo
único para lo que tiene vocación: ser escritor. Aprender a escribir como sea,
por las malas. Hasta que su agente literario logra finalmente, en octubre de
1958 que W. H. Allen publique su novela Sábado
por la noche y domingo por la mañana, editada también a los pocos meses en
Estados Unidos por la prestigiosa editorial Alfred Knopf. Y a partir de este
momento, el éxito fulgurante que se confirmará con los relatos de La soledad del corredor de fondo (1959).
La autobiografía finaliza en 1962 porque
Alan Sillitoe considera que sería demasiado aburrido escribir sobre una
enumeración de libros que serán publicados en los años siguientes. Vivirá en
Inglaterra acostumbrado a la idea de que cada novela que brote de su pluma,
será publicada de forma inmediata. Pero el éxito únicamente le proporciona una
tranquilidad financiera. Él y su mujer son ricos en comparación con los años de
Francia y España. Mas algo no le deja disfrutar de la supuesta fama, si bien
esa ausencia del disfrute no considera que sea un obstáculo, ya que piensa que
el estado de aflicción es necesario para seguir escribiendo. El único éxito que
le importa es hacer un buen trabajo.
La
vida sin armaduras es sin duda una de las autobiografías más sinceras e impactantes
trazadas por un escritor del siglo XX, por un narrador que se niega a
encasillamientos, que rechaza que lo incluyan en la generación de los “Angry
Young Men” y que le consideren un novelista de la clase obrera. Verosimilitud
descarnada, sinceridad para describir las espantosas relaciones familiares, su
elemental formación escolar, o incluso para retratar la España de los años
cincuenta como un país gris, mísero y deprimente. Una prosa neutra, sencilla, a
primera vista demasiado detallista y minuciosa, que sin embargo no es un debe
para la obra, porque convierte la autobiografía en un relato de aventuras. Mas
si algo hay que destacar, es la fidelidad a la vocación de escritor y el
énfasis en la idea de que la literatura,
tanto leída como en el acto de escribirla, posee una poderosa capacidad para
enmendar los determinismos de una vida
cuyos orígenes fueron un terrible infierno.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Una
autobiografía tiene que dar detalles de otras personas además de su autor,
aunque solo mencione a los dos que fueron responsables de que naciera. Respecto
a mi padre, nunca he podido determinar en qué edad metal permaneció estancado
durante buena parte de su vida. He pasado con creces la edad a la que él murió,
hará unos treinta años, pero recuerdo que a veces parecía tener la inteligencia
de un niño de diez años en el cuerpo de un animal. Era corto de piernas y
megacefálico , y lo cierto es que ni con millones de años y una máquina de
escribir habría podido producir un soneto shakesperiano. Claro que yo tampoco
habría podido (…)
Pegaba
con frecuencia mi madre y un recuerdo
temprano es el de verla inclinarse sobre el cubo para que la sangre de su
cabeza abierta no corriera por la alfombra. El modo que mi padre tenía de
expiar sus acciones consistía en ser útil sentimentalmente a mi madre, pero
quedaba peligrosamente desconcertado cuando tales gestos suscitaban rechazo
(….)
Su
lento desarrollo en cuestión de edad habría debido enseñarle a mi padre a
conocerse y dominar sus peores instintos. Incapaz de hacerlo, siguió
constituyendo una amenaza para quienes lo rodeaban. Aprendí enseguida a pensar
antes de hablar, especialmente con las personas a las que temía y eso incluía a
casi todos, lo que no es insólito en un niño. Mi padre ejercía la autoridad
suprema del puño y la patada, mezclada, sí es esa la palabra más adecuada, con
unos cambios de humor que no eran más que una forma de inmoderación y que me
dejó como poso una duradera falta de respeto por la autoridad.”
…..
“A
mi padre le gustaba, y al mismo tiempo odiaba, verme atrapado por la lectura
hasta el punto de no ser consciente de mí mismo. Aunque disfrutaba de una
especie de orgullo al verme hacer algo que a nadie más en la familia le
importaba, era al mismo tiempo duro para él aceptar semejante reproche de su
deficiencia. Me amenazaba con quemar el libro o le daba una patada o le daba
una patada si mi madre estaba por allí poniendo la mesa para comer. Lejos de
desalentarme, porque leer era la única actividad que hacía tolerable mi
existencia, su actitud fue un estímulo añadido y me dio más motivos para
estarle agradecido con el paso del tiempo que si me hubiera dejado en paz.”
…..
“Tan
pronto como Maricarmen entraba en nuestro piso, lo primero que hacía era ir al
baño y limpiar la navaja de afeitar de Mike, lo que parecía extraño dadas sus
creencias libertarias. Me dijo que cuando una campesina española quería seducir
a un joven salpicaba unas gotas de su sangre menstrual en su comida. El remedio
a veces funcionaba de tal modo que lo arrastraba a un frenesí sexual del que
costaba sacarlo. También nos dijo que el anticonceptivo corriente entre las
mujeres en España era una pequeña bola de algodón untada de vaselina e
insertada en el cuello del útero. Otro dato aún lacerante de la inteligencia
que demostraban era que cuando una mujer
acudía al hospital como resultado de un aborto chapucero la operaban sin
anestesia.”
(Allan Sillitoe, La vida sin armaduras, páginas 13 -14,
46, 241)
Muy interesante.
ResponderEliminarGracias