Jean-Philippe Toussaint
Traducción de David Martín Copé
Editorial Siberia, Barcelona, 2013, 120 páginas.
Hacer el amor es la primera parte de la trilogía -parece ser que habrá
más entregas- sobre la ruptura amorosa, escrita por el novelista y cineasta
Jean-Philippe Toussaint, nacido en Bruselas en 1957, aunque arraigado en
Francia por sus estudios y por haber asimilado la cultura francesa. Sin
embargo, ha sido la última en ser traducida al español, pese a que su edición
original data del año 2002. La versión española es muy reciente y nos llega de la
mano de Editorial Siberia. Con anterioridad se habían incorporado al español el
segundo volumen, Fuir (2005, en
gallego desde el 2007), así como el tercero, La vérité sur Marie (2009).
Con la trilogía hasta ahora publicada
Jean-Philippe Toussaint, uno de los grandes escritores actuales en francés, legatario
literario del Nouveau Roman y que
escribe en la tradición francesa, tras la senda de Flaubert y en una línea
semejante a Jean Echenoz, ofrece a los
lectores la posibilidad de bucear en la
más dilatada ruptura amorosa de una pareja, convertida en ficción. En un pieza
literaria articulada con paños
minimalistas, pero poseedora, no obstante, de un profundo calado literario.
Hacer el
amor es la melancólica crónica de la ruina sentimental de una pareja: la
que forman el narrador y su novia Marie. En un especial y casi ilusorio
escenario: la ciudad de Tokio que con sus luces de neón desgarrando la noche,
con la nieve que blanquea sus calles, con sus olores y sabores, no solo es el
fondo escénico de la historia, sino que participa en la dilatada apuesta de sensaciones en las que se anegan los
protagonistas para dilatar su ruptura, el distanciamiento que sigue a una
relación.
El innominado narrador y su pareja Marie,
estilista y artista plástica que había creado en la capital nipona su propia
marca, viajan a Tokio, viaje que Marie realiza dispuesta a quemar las últimas
reservas amorosas de su relación, reservas ya agotadas y cuya imagen más emblemática
la constituye el recorrido desde el aeropuerto de Narita al hotel, viajando por
separado en dos taxis. Pero no será la única que se reitere en una noche de agotamiento
e insomnio y en su amanecer recorriendo alucinados las calles de la ciudad:
miradas fulminantes, incidentes aparentemente banales que cada uno macera en su
fuero interno, son vestigios elocuentes de que “nos amábamos pero ya no nos
soportábamos más” (página 55). Porque con la desintegración del amor sobreviene
de inmediato la desintegración personal
y el rechazo de la persona cuyo primer beso fue como un elixir cuyos efectos
hubiéramos deseado prolongar para siempre.
Mas la ruptura de la pareja, que venía de
atrás, solamente se prolonga en Tokio en la habitación del hotel en el que se
hospedan, en sus calles húmedas y heladas, en las salas del museo donde Marie
monta su exposición. Un verdadero seísmo sentimental que coincide con los
frecuentes temblores del suelo que sacuden la ciudad. Y hacen el amor por última
vez en el desagarro del amor que se lleva la vida. Hacen el amor de una forma
violenta, frenética, onanista, alejados de cualquier caricia inútil, de
cualquier sentimiento. Como seres desconocidos. Por eso -y es uno de las grandes
virtudes de la novela- Toussaint sabe transmitir en este libro una gran desazón,
la gelidez de la ruptura de un amor que
se quiebra definitivamente y que, sin embargo, convive con el latente e
irresoluto deseo carnal.
Otra pieza narrativa de un gran escritor que
sabe reflejar, a la vez con fuerza y habilidad, el caudal de emociones que
nacen y florecen -mustias y melancólicas flores negras- en la alegría y en la
tristeza cuando una pareja que ha
compartido muchos años de su vida, intenta pasar página, alejarse, estirando no
obstante el tiempo, entre lágrimas femeninas y un frasco corrosivo de ácido clorhídrico
y cuya finalidad descubrirá el lector en el desenlace, siempre en el bolsillo
del protagonista narrador.
Y en esta historia de tragedia sentimental
toma parte así mismo el escenario, la ciudad de Tokio. La acertada descripción de
un Tokio congelado, nevado, inhóspito, sacudido por terremotos, acertada metáfora
de las turbulencias del alma, corre en paralelo con la desazón y el desagarro
de una pareja que vive sus últimos instantes y trata de superar su desolación
con el último encuentro sexual.
Jean-Philippe Toussaint es un consumado
especialista de los detalles. Su prosa, una joya de alta orfebrería minimalista,
se proyecta sobre los pequeños detalles y pormenores, los describe con lo que él
llama “energía novelesca” e incide sobre personajes, acciones, lugares e
incluso objetos como la vestimenta (“el pantalón desabrochado a la altura de
las bragas transparentes, página 18). Y con esa prosa exquisita el escritor
logra lo que es fundamental en esta novela: el reflejo de las más
insignificantes sensaciones, la inmersión en la vida interior de sus personajes, el lúcido
y penetrante retrato del decorado hasta hacer de él poco menos que un
personaje.
En definitiva, una pequeña gran novela,
vertida al español con una prosa igualmente refinada y llena de bríos y que
ennoblece a una editorial independiente de reciente creación, que echa a andar
con cuatro propuestas literarias de gran calidad y hermosamente editadas. Es la
“zona cálida” que busca Siberia.
Francisco
Martínez Bouzas
Jean-Philippe Toussaint |
Fragmentos
“El
mismo día que Marie me propuso acompañarla a Japón, comprendí que estaba
dispuesta a quemar nuestras últimas reservas amorosas en aquel periplo. ¿No
hubiera sido más sencillo, si de separarnos se trataba, haber aprovechado ese
viaje previsto con tanto anticipo para tomar un poco de distancia el uno del
otro? ¿Era una buena idea viajar juntos, si era para romper? En cierto modo, sí,
ya que aunque la proximidad nos desgarraba, el alejamiento nos hubiera
acercado. En efecto: emocionalmente éramos tan frágiles y nos encontrábamos tan
desorientados que la ausencia del otro era, sin lugar a dudas, lo único que aún
podía acercarnos, mientras que nuestra presencia sólo podía, por el contrario,
acelerar el desagarro, sellar la ruptura. Si era ella consciente de aquello al
invitarme a Tokio y si me había invitado
adrede para que lo dejáramos, es algo que ignoro, no creo.”
…..
“Era
tarde, puede que pasadas las tres de la mañana, y hacíamos el amor, hacíamos el
amor lentamente en la oscuridad de la habitación, atravesada aún por largas
estelas de luz roja y sombras negras que dejaban sobre las paredes el rostro de
su paso. La cara de Marie, inclinada en la penumbra, con los cabellos
desordenados en el tumulto de las sábanas deshechas, de los albornoces y los
vestidos enmarañados a nuestro alrededor, permanecía como retirada de nuestro
abrazo, abandonada en la esquina de un cojín, con los labios apretados, sin renunciar
en ningún momento a esa terrible expresión
de angustia grave y muda que yo conocía. Desnuda entre mis brazos, cálida y frágil
en la cama de aquella habitación de hotel por cuyo techo pasaban fugaces
filamentos de luces de neón rojas, yo la oía gemir en la oscuridad cada vez que
entraba en ella, pero apenas sentía sus manos sobre mi cuerpo, ni sus brazos
alrededor de mi espalda. No, era como si ella evitara con sumo cuidado todo
contacto innecesario con mi piel, toda caricia inútil, toda unión entre
nosotros que no fuera puramente sexual. Tan sólo su sexo parecía tomar parte en
todo aquello, su sexo caliente y ávido,
que yo había penetrado y que se movía de manera casi autónoma, áspera y
furiosa, mientras ella apretaba sus piernas para encerrar mi verga dentro de la
presa de sus muslos y se frotaba violentamente contra mi pubis persiguiendo un
placer que yo la veía dispuesta a conquistar. Tenía la sensación de que
utilizaba mi cuerpo para masturbarse contra él, que restregaba su angustia
contra mí para perderse en la búsqueda de un goce deletéreo, incandescente y
solitario, doloroso como una quemadura interminable y trágico como el fuego de
la ruptura que estábamos consumando…”
…..
“Y
a pesar de mi inmenso cansancio esperaba que no amaneciera en Tokio ese día,
que no amaneciera nunca más y que el tiempo se detuviera en ese momento, en
aquel restaurante de Shinjuku donde nos sentíamos tan bien, cálidamente envueltos
en la ilusoria protección de la noche, porque sabía que la llegada del día
traería consigo la prueba de que el tiempo pasaba, irremediable y destructor, y
que había pasado sobre nuestro amor. Pronto iba a amanecer, y, cuando me disponía
a salir a la calle, me di cuenta de que estaba nevando: imperceptibles copos de
nieve pasaban lateralmente ante el cristal y desaparecían en la noche,
arrastrados por el viento. (…) Yo miraba la nieve caer silenciosa en la calle, posarse
ligera e impalpable sobre los neones y los farolillos de papel, sobre el techo
de los automóviles y los aislantes de cristal que sujetaban los cables de los
postes telegráficos. Y aquella nieve me pareció una imagen del paso del tiempo -al
atravesar la claridad de una farola, los copos giraban enloquecidos un instante
en la luz, como una nube de azúcar glasé disipada por un soplo invisible y
divino-, y en la inmensa impotencia que sentía por no poder evitar que el
tiempo siguiera su curso, tuve el presentimiento de que con el final de la
noche terminaría también nuestro amor.”
(Jean-Philippe Toussaint, Hacer el amor, páginas 16, 21-22, 46-47)
Tema realmente curioso !
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