martes, 22 de febrero de 2022

"O ENTROIDO" ¿FIESTA DE TRANSGRESIÓN O ESCUELA DE SUMISIÓN

   Si dejamos al margen las numerosas y recientes obras del
etnógrafo, fotógrafo y editor Emilio Araúxo  sobre el carnaval en Galicia, especialmente su obras referidas a los “Felos” de la comarca de Maceda, no se acaba de entender la mínima presencia de los temas del “entroido” en las letras gallegas, no obstante su orientación ruralista tradicional y permanente incluso en los años de la dictadura, y que, por el contrario, muestra una cierta prevalencia de las temáticas urbanas. Sin embargo, es incontestable por un lado la existencia de una importante literatura oral sobre el “entroido” y, por otra, la relevancia de las fiestas carnavalescas en las tierras gallegas posiblemente es superior a la que tiene en otras partes, especialmente en Castilla. A pesar de todo, en la literatura clásica española, se hallan vestigios y abundantes elementos de las “Carnestolendas”, comenzando por la “Batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma” del Libro del Buen Amor.

   Las huellas del “entroido” en la literatura gallega se limitan a cortas alusiones, prácticamente anecdóticas, generalmente visión paisajística con relación a carnavales foráneos (Marcial Valladares, Maxina ou a filla espúrea, 1880, Francisca Herrera, Martes de Antroido, 1925; breves descripciones del ambiente carnavalesco aldeano (Eugenio Carré Aldao, Nos picoutos de Antoín) ; alguna  pieza teatral de tono casi mitinero (Camilo Valdeorras,  Progreso e andrómena de Antroido, 1978); un relato de in “entroido en el Val do Ulla, con las máscaras castizas de xerais e correos de Neira Vilas (Memorias dun neno galego, 1961);alguna  Cousa de Castelao con pinceladas de un humor tierno y compasivo; el título del primer libro de Manuel Rivas, Libro do Entroido, que tan solo metafóricamente tiene algo que ver con mascaras  reales. La cosecha se agota con la descripción que Víctor Freixanes (O enxoval da noiva) hace del carnaval borgiano en la Roma del siglo XVI.

   El vacio  es semejante en el discurso ensayístico y en el terreno de la investigación etnográfica o antropológica. Algún trabajo de campo de miembros de la Xeración Nós  (Cuevillas, Fraguas, Bouza Brey, Lorenzo y especialmente Vicente Risco). Sin comparación en cualquier caso con la obra de Caro Baroja,  El Carnaval, verdadero punto de referencia en la materia. Y las concisas referencias de las enciclopedias, como por ejemplo X. R. Mariño en la Gran Enciclopedia Gallega bajo el término  Peliqueiro.

   De tal modo que es preciso esperar hasta los años noventa para hallar obras completas y sistemáticas sobre el entroido  gallego, o que profundicen en  sus significados y explicaciones. Me refiero a los libros de Federico Cocho,  El carnaval en Galicia, 1990, Xerardo Dasairas, O entroido en tierras de Monterrey, 1990. Y el capítulo, “As máscaras do poder” del libro de Marcial Gondar,  Crítica da razón gallega” (1993).

   Aunque por el hecho de su carácter más comprensivo, la publicación de Federico Cocho no deja al margen un cierto análisis del carnaval urbano, fino y elegante, de casino y desfile de carrozas, los tres autores polarizan  su investigación en el estudio de las máscaras y en el ritual del “entroido” rural: el de la sátira, “la “enchenta” y la inversión de papeles, a la vez que intentas rastrear las creencias, significados y formas expresivas sumergidas pero inherentes en las transgresiones de un “entroido” tradicional, hoy olvidado o residuo fósil, en medio de una universalización colonizadora y depauperante. .

   A la hora de aclarar las concomitancias y sentidos escondidos en las estructuras superficiales de las parrandas gallegas de las fiestas de la burla de febrero, tanto Federico Cocho como Xerardo Dasairas se suman  a las listas más amplias y nutridas de aquellos que interpretan el “entroido” como rito de inversión, que, heredero o no de las Saturnales romanas, viene a ser un período igualador en el que se produce una total vuelta de la tortilla: se invierten roles, status, géneros y sexos, códigos de vida e incluso valores estéticos, tal como sucedía en las alocadas fiestas medievales, de las que el “entroido” también es hijo. Al teatralizar papeles ajenos, los corredores de la juerga carnavalesca, le imprimen a a sus mascaradas el carácter subversivo del anti poder.  Un tiempo  extraordinario en el que la demencia úbrica de ese animal dotado de sinrazón desde las tinieblas de su origen primatico, como Edgar Morin definía al Homo sapiens, irrumpe masivamente en forma de desorden, desmesura, parodia y crítica social. El hombre mitológico, el hombre loco y cuerdo a la vez halla en la voltereta del “entroido” la transgresión y contradicción de la vida cotidiana, la inversión total de valores.

  

 

                                          

                                          Felos de Maceda

 

    Muy distinta es la lectura que hace Marcial Gondar. El “entroido” sigue siendo la representación del exceso y del desenfreno, la inversión de la moderación cristiana, la ruptura de todas las barreras sagradas que acorralan la vida humana: poder, casa, cama, sexo, parroquia, individualidad… Sin embargo, todo sucede solamente en representación: “Haciéndonos vivir lo que no puede ser, no solo porque sería insoportable para la economía y la vida social, sino incluso para la propia salud…nos fuerzaa  reconocer la necesidad de la moderación y la mesura sobre todo en aquellas cosas que parecen el ideal de la felicidad.

   El poder, por lo tanto, enmascara y mistifica en el “entroido” sus intereses transformando lo que parece la cúspide de la subversión en una sutil y precisa escuela de sumisión. Parodiando algunas de las jergas de  los creadores de de las teorías de sistemas y de las teorías de autómatas, se podría concluir que en la absoluta apertura de la “entroidada” funciona a la perfección el principio del orden desde el desorden y del orden desde el ruido.

   En cualquier caso, la expresión es el resultado de un desorden sapiencial y originario que en el momento actual, con la aceleración de tantos procesos, mutaciones y estrategias propias de la “era del vacío” (Lipovetsky), tiene sus días contados y el entierro del “entroido” puede ser que, de una vez por todas, sea definitivamente  desalojado por un carnaval depurado de los elementos rústicos de las mascaradas de “los paletos de la aldea, y aprendido e impuesto, vía televisión, en el alud imparable del proceso de urbanización de la vida.

 Francisco Martínez Bouzas

 

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