Kiko Amat
Editorial Anagrama, Barcelona, 2018, 420 páginas.
Una novela encarnada en dos épocas distintas: 1982 y 2017. Y en el
mismo escenario: la población de Sant Boi en el Baix Llobregat. Buena parte de
la misma en el Hospital Psiquiátrico Santa Dympna, recreación ficcional del
Psiquiátrico Benito Menni, regido por las Hermanas Hospitalarias. En esas dos
fechas y en el espacio de la población y del Hospital Psiquiátrico, recrea Kiko
Amat una novela tan rica como compleja. Una novela potente que discurre sobre
todo por el mundo de la locura. Pero más que novela de locos, novela en la
locura, como se ha escrito, cuyo principal personaje, Curro Abad y su familia
transitan de forma imparable y
derterminística hacia la demencia, hacia la esquizofrenia. Por eso mismo Antes del huracán nos pega de lleno, nos sacude sin remisión a todos
aquellos que están o estamos tranquilos. Porque ese fue el propósito del autor:
transmitir a los lectores una historia dura, sin concesiones, la de la doble o
cuádruple marginación de la periferia barcelonesa.
Y todo ello
sin hacer cesación del humor y con frecuencia del esperpento. Relato trepidante
que engancha al lector a pesar de sus excesos escriturales, de secuencias con
poca o nula transcendencia, y de debates superfluos entre dos de los personajes
inmersos en el mundo de la esquizofrenia, en el territorio de esos locos que
ya, en la época de El Bosco, llevaban embudo en la cabeza.
La novela,
estructurada en dos tiempos como ya dije, es la transcripción del guión del
delirio. Kiko Amat nos hace llegar la historia de Curro, internado en el Hospital
Psiquiátrico de Santa Dympna, acompañado de Placido, compulsivo citador de
Churchill. Ambos son conscientes de su locura, de que el otro está en su cabeza. Pero Curro tiene la firme determinación de
fugarse. Es la parte de la novela relatada en el presente del año 2017. Mas, a
través de capítulos alternos, el autor nos retrotrae al año 1982 (La Guerra de las Malvinas, el mundial de futbol en España). Curro es un niño frágil
de doce años. Vive con su familia. Cuatro
especímenes: el padre, un crustáceo depredador y con interesado afán
atlético, apropiada tapadera para camuflar el cofre de sus secretos e
infidelidades. La madre, obesa que se va degradando en su físico y en su mente
progresivamente. Richard, el hermano mayor, es el espécimen tercero, pero
apenas interviene en la novela. Clochard, un mamífero doméstico, un cánido, es
el cuarto espécimen. Una familia perfecta imagen del pandemónium, heredera de
la locura del abuelo que, a raíz de la batalla del Ebro en la que el destino le
canjeó muerte por demencia, lleva la esquizofrenia en la solapa. Viven en Sant
Boi de Llobregat, una vieja letrina, y hablan con la gramática de la miseria.
Un paisaje
que al autor recrea con realismo y sin concesiones: suelos estriados, socavones
de metro y medio, tierra arcillosa mezclada con pedruscos y malas hierbas,
xibecas rotas, palets de madera
astillada, un gato gris muerto cubierto de gusanos, descampados, matojos y
espiguillas…
Curro tiene
en Priu a su mejor amigo. Ambos representan la nostalgia de la infancia feliz,
pero orientada, en el caso de Curro, hacia la hecatombe ya que su mundo
familiar, especialmente el footing de su padre que esconde secretos de
infidelidad, de la que Curro es cómplice con su silencio, le empuja hacia la
fatalidad de la catástrofe, hacia el huracán que, cual ciclogénesis, terminará
por explotar.
Treinta años
más tarde, Curro se encuentra ingresado en el manicomio, siempre acompañado por
Plácido, su fiel escudero, el único paciente pulcro del Hospital. La locura de
Plácido discurre por ríos subterráneos. Con la mira puesta en la fuga de Curro,
ambos viven el día a día de sus locuras con conversaciones engoladas. Hablan de
todo, verbalizan cosas llenas de lógica y en sus charlas reproducen la vida del
manicomio. Han diseñado un plan de fuga que consiste en no tener ningún plan.
Una novela
que indaga en la locura sin que el escritor pretenda llegar a ninguna conclusión.
Solamente constatar que la gente se rompe, que hay un punto de fractura. Y Kiko
Amat nos cuenta la historia desde una perspectiva exclusivamente narrativa; con
secuencias cómicas y exageradas, de humor inglés y sin ninguna pretensión
clínica. Se hace llegar a los lectores una historia dura, trepidante, que engancha
a pesar de lo que, en mi opinión sobra y ralentiza el ritmo. Novela pues en la
locura como insiste el autor. Que nos hace ver cómo la marginación de la
periferia genera pringados y dementes. Tonalidad a veces esperpéntica,
carnavalesca y “astracanada” de humor inglés, con secuencias de gran tristeza e
inimaginable desolación, tanto en el relato de la vida manicomial, como en la
reconstrucción de la infancia de Curro y de su familia que corre a tumba
abierta hacia la hecatombe en ese Sant Boi de Llobregat congelado a inicios de
los años ochenta.
Narración
pausada en demasía, que se recrea e indaga en la vida y miserias de los
personajes. Con momentos dramáticos no forzados, si bien quizás un poco
confusos. Una estructura novelesca con capítulos contados en el pasado y en
primera persona -la infancia de Curro- y otros en el presente -la vida del
manicomio-, varios interludios y otros textos como informes clínicos.
En
definitiva, una novela de lo que somos o podemos llegar a ser cuando la miseria
física, moral, sentimental nos rodea y no nos da tregua.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Un grupo de siete enfermos mentales, dos mujeres, cinco hombres,
desciende ahora las escaleras del pabellón C, el de subagudos, que queda a su
izquierda, y cruza por delante de ellos. Todos parecen locos, igual que Curro;
es ese algo indescriptible. Los hombros caídos, quizás, la mirada encajada en
un punto lejano; ojos rotos y vacíos y polvorientos, como el escaparate de una
tienda que hubiese quebrado años atrás. Llevan ropa anticuada, de los ochenta,
jerséis de poliéster trenzado de un bermellón intenso, los pantalones muy
caídos pero no por moda. Bambas J`hayber blanca en los pies, más grandes que
barcazas.
-¿Sabes, Plácido? -dice Curro ahora examinando el grupo de locos que se
aleja-. Quizás lo anormal sea la cordura, después de todo. ¿No crees? En un
mundo regido por la aleatoriedad, rodeado de vacío. Crueldad y violencia. Donde
nada significa nada y los inocentes son aplastados. En un mundo así, Plácido,
solo puedes beber o enloquecer. Yo hic lo primero y luego, cuando eso ya no
bastaba, lo segundo.”
…..
“Ay, la vida es muy complicada, Curro, ya lo verás cuando seas mayor,
tener hijos es difícil, tu padre y yo hemos hecho muchos sacrificios, y han
pasado factura, también en la cama, tu padre y yo ya no hacemos el amor como
antes, cuando éramos jóvenes tu padre siempre me satisfacía, siempre, y tu
padre era tan guapo, oh, era el hombre más guapo que había visto cuando era más
joven se parecía a Robert Wagner, ahora
ya no tanto, y sabía tantas cosas, de historia y de ciencia, y me hacía cosas
en la cama, yo siempre me ponía encima porque era como más le gustaba a él, ay,
cómo las echo de menos, aquellas cosas ricas, claro que él tiene razón, la
culpa es mía por haberme dejado, una mujer tiene que cuidarse para que el
marido la encuentre atractiva…”
…..
“-Lo llamaré Marc. ¿Te gusta?
Mi madre se acaricia la barriga, aunque no tiene barriga, solo una
pequeña hinchazón anoréxica. Los pechos le cuelgan, deshinchados, y un par de
pezones gigantes, en forma de tapones de champán, se marcan en el tejido de su
vestido. Apuntan hacia el suelo. Ha perdido muchos más kilos en estas pasadas
semanas. Miro la puerta abierta, por la que se cuela un frío molesto. Otoño
acaba e inaugurar su ofensiva, y el aire huele a chapa y teja. Me acerco a la
puerta y la cierro. La pintura verde se está descascarillando en la parte donde
la puerta roza con el dintel. A través del fino cristal veo el suelo de cemento
estriado del patio, que reluce de rocío nocturno. No ha llovido, creo, pero lo
parece. Se oye a lo lejos la percusión metálica de los butaneros, anunciando
bombas de gas a golpe de martillo.”
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