Manuel Darriba
Caballo de Troya, Barcelona 2013, 154 páginas
En los últimos años, y cada vez con mayor
frecuencia, se está produciendo un fenómeno normalizador entre la literatura publicada
en castellano y la que lo hace en las restantes lenguas peninsulares. No pocos
autores que escriben normalmente en las lenguas periféricas, editan al mismo
tiempo en castellano, en versiones propias o mediante alguna traducción. Un
caso sin duda prototípico es el de Manuel Darriba que el pasado septiembre vio
publicada en español y gallego su novela breve El bosque es grande y profundo / O bosque é grande e profundo, en
edición respectivamente de Caballo de Troya y Ediciones Xerais.
El autor, Manuel Darriba (Sarria, Lugo, 1973)
es un claro exponente de la narrativa más innovadora que en estos momentos se está escribiendo en
Galicia. Narrador, poeta, periodista y guionista es autor de una obra narrativa
no esclava de las urgencias y cuyo último eslabón es esta novela de límites, de
interrogantes cruciales para el devenir de nuestra especie, cuya condición está
sujeta, quizás como pocas veces a lo largo de la historia, al más pavoroso sitio y degradación. Caballo de
Troya, sello de Random House Mondadori, una editorial “para entrar o salir de
la ciudad sitiada” pone a disposición de los lectores que leen en lengua
cervantina, esta pequeña novela en cuanto a su extensión. Preñada, sin embargo,
de sentido profundo y originalidad.
Es sin duda afortunada la definición que de
la novela se hizo en la edición gallega: “Novela de límites, de cuestiones definitivas,
de la mano de un autor que concibe la literatura como laboratorio de
experimentación artística y discurso indagatorio en el bosque de lo real”.
Presto especial atención a las dos últimas líneas porque me recuerdan el
intento de caracterización de su propia narrativa que Manuel Darriba hacía hace
doce años. “Como decía Stendahl, la
literatura es poner el espejo a la orilla del camino. Los temas más recurrentes
en mi obra son la idea de soledad, la incomunicación, el azar…” Estas palabras
servían para precisar muchas de las características de la novela del autor Velada do billarista (año 2000) y
delimitan no pocos aspectos, sobre todo técnicos, de su más reciente aportación
en el campo narrativo: El bosque es
grande y profundo. De nuevo una novela de relatos, incrustada de lleno en
los mundos utópicos y apocalípticos, tan frecuentados, sobre todo la literatura
apocalíptica, en los últimos tiempos.
El género apocalíptico, tanto el bíblico que
ese extendió durante cuatro siglos (dos antes y dos después de Cristo), como el
de la actual narrativa es un fenómeno literario propio de las épocas de crisis,
en las que se mira al futuro, ya que tanto el presente como el pasado solamente
ofrecen desengaño y desconfianza. He aquí pues la relación entre utopía y apocalipsis.
Pero como el lector no ignora, al lado de las utopías positivas, existen las
negativas, las distopías o antiutopías, adelantamientos de la historia haciendo hincapié en los
aspectos negativos, derivados de catástrofes o puntos débiles del tiempo
presente. Las sociedades distópicas son escenarios donde se desenvuelve la
historia más negativa. Y en estos escenarios se situarían todas las tramas
apocalípticas, o dicho con mayor precisión, las postapocalípticas.
En la infinitud de la utopía y en las tramas
postapocalípticas se inserta esta novela de dos relatos, un epílogo y un postfacio
de Manuel Darriba. La primera parte o el
primer relato nos acerca a misterioso
viajero que viene de la ciudad huyendo de la noche y de la guerra. Se interna
en el bosque y el relato sigue su caminar azaroso en este espacio sin nombre que semeja de otros tiempos históricos. Allí
viven seres humanos con oficios y relaciones personales que parecen extraídas
de épocas pretéritas. En vez del hogar
que busca el viajero, halla seres deshumanizados, ambientes desolados, un mundo
frío, obscuro, batido por el viento y que le llega a parecer un baile de
esqueletos cuando luce la luna. El viajero en sus huída-internamiento divisa
cabañas entre la bruma y el hambre, gente que vive de oficios de otras épocas,
hombres mujeres que viven en comunas que
brotan en la copa de los árboles. Parias. Y sobre todo una repugnante
deshumanización: “El hombre y la mujer son planetas en órbitas alejadas” (página
44). Su nomadismo por este bosque frío, grande y profundo, con aldeas y gentes
sin nombre, enzarzadas en rapiñas y luchas, semeja un western postapocalíptico,
mas de cada encuentro con sus extraños
moradores extrae el viajero algún nuevo aprendizaje o experiencia.
La narración del segundo relato acerca al
lector a la Ciudad. Y en la misma observará otra forma de supervivencia, esta
vez ciertamente apocalíptica. Refugiada en un sótano desvencijado, una niña en
compañía de su profesora de música y de unos inquietantes vecinos, sobrevive al
horror de la guerra. Buscar agua o hallar comida se convierte en una verdadera
y arriesgada odisea. Fuera, un paisaje dantesco: bombardeos de aviones, calles
llenas de cráteres, casas y coches calcinados, árboles arrancados, hambre y
nada que llevarse a la boca. La supervivencia es el único objetivo.
Dos historias brutales, próximas en algunos
momentos a situaciones kafkianas, repletas de profundas cargas simbólicas. El
referente más inmediato de la novela de Manuel Darriba es sin duda Cormac
McCarthy en novelas como The Road. No
obstante, los dos relatos de Manuel Darriba
son mucho más concisos, lacónicos, desnudos de cualquier adorno, lo que le
permite manejar con precisión los elementos narrativos. Párrafos cortos,
tajantes, oraciones con ritmo rápido debido a la supresión de nexos y adornos.
Manuel Darriba, como ya señalé, pone el espejo a la orilla del camino y observa,
reflejando aspectos, acciones y diálogos de sus personajes con una extrema
economía de recursos lingüísticos. Da la impresión de que al autor solamente le
interesa reproducir estos dos ambientes hostiles y de esta manera surge nítida
la relación del ser humano con el medio, por más desolado que sea, con el
desamparo y la devastación por él mismo provocadas.
Así pues una fértil utilización de la técnica
objetivista, del recurso al minimalismo y a veces a diálogos absurdos que
convierten a esta novela breve de relatos en una de las obras más originales e
innovadoras de la literatura en castellano y gallego de los últimos tiempos.
Francisco
Martínez Bouzas
Manuel Darriba |
Fragmento
“El
viajero trae los zapatos destrozados; los cortes entre los dedos supuran un líquido
amarillo. Delante se agrupan los cazadores, olisqueando el aire. La niebla
empezó a despejar; deja al descubierto la corteza de los abedules
-No
parece de por aquí- dice un cazador, mirando los pies heridos.
-No
soy de aquí- admite el viajero.
-¿
Por qué quieres entrar en el bosque?- pregunta otro, con gesto de mando.
El
viajero se encoge de hombros.
-Atrás
no queda nada- murmura.
-Es
un chico de la Ciudad- gruñe un tercero –Otro más que atraviesa la Garganta.
-Sí-
asiente el viajero, bajando la cabeza.
Los
cazadores intercambian miradas. El aire del bosque está fresco; trae olores ácidos.
El viajero ensancha el pecho y el aire entra como una zarpa. Mete la mano en el
morral para extraer los paquetes arrugados. Las cabezas de los cazadores se
mueven a la vez; un oleaje de manos ahoga el tabaco.
El
viajero esquiva el grupo y entra en el bosque caminando entre abedules que
huelen a niebla.”
(Manuel Darriba, El bosque es grande y profundo, páginas 9-10)
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