lunes, 15 de agosto de 2011

"EL LAGO" DE DOCTOROW: AÑICOS DEL SUEÑO AMERICANO*

El lago
E. L. Doctorow
Traducción de Iris Menéndez
Miscelánea Editores (Roca Editorial), Barcelona, 2011, 314 páginas.

Fue Susan Sontag quien calificó Loon Lake (El lago) como la obra más prodigiosa de Doctorow: maravillosamente valiente, cautivadora. Una ponderación quizás excesiva si no nos olvidamos de Ragtime, El libro de Daniel o Billy Batghate, las grandes novelas de E. L. Doctorow, o incluso la accesible, pero cautivadora Homer y Langley. Sin embargo, Miscelánea Editores, el sello de Roca, hace justicia al incluir El lago en la Biblioteca Doctorow, que poco a poco va poniendo sus obras a disposición del lector en lengua española. Porque estamos hablando de un autor imprescindible, un must, dentro del panorama narrativo universal. Edgar Lawrence Doctorow, una de las voces fundamentales de la literatura norteamericana, traducido a más de treinta idiomas, ganador de los más importantes galardones literarios de EE.UU. y año tras año candidato al Nobel. Sin embargo la escritura de Doctorow se encuentra en una galaxia muy distante de la que en la actualidad se deja ver en los escaparates de la literatura. Pero esta lejanía de lo que actualmente se lleva, no le impide ser un gran escritor, sobrado de recursos literarios y sus novelas no son productos de usar y tirar. Cumplen con el requisito de la necesidad, que diría también Susan Sontag; es decir, encierran una historia o una serie de historias que hay que contar y Doctorow lo hace de una forma amena, inteligente y a veces irónica en su creación de mundos ficticios. Por eso mismo, cada una de sus novelas es un mundo: una abundante y feraz multiplicidad de elementos y, a la vez, una unidad, un cuerpo autodefinido.
El lago, no obstante, no es la novela de Doctorow que nos ofrezca una fácil lectura. Inmediatamente posterior a Ragtime, se incrusta, como esta, en la senda abierta por John Dos Passos en su trilogía sobre EE.UU. No es una novela lineal, sino la más experimental de Doctorow. El lector se enfrenta a saltos en el tiempo y a una información que, a veces, le llega de forma intencionadamente confusa y relatada por distintas voces; transitada además por unos peculiares y largos poemas que, en algunas ocasiones, reflejan sentimientos y en otras, informes biográficos o mercantiles. La habilidad del escritor le permite, con todo, llevar a buen puerto una historia que, como todas las suyas, eleva la narrativa a la categoría del arte de la fantasía.
La historia oculta de Norteamérica, no exenta de mitos a pesar de parecer un país extremadamente ahistórico, suele cimentar las novelas de Doctorow y en El lago juega así mismo un papel crucial, especialmente el periodo de la Gran Depresión y el auge de una sociedad emergente en la primera mitad del siglo XX, en la que miles de vagabundos, como Joe, el joven héroe de El lago, se desplazan de un lugar a otro en busca de sustento y de esperanzas, sobre todo.
En efecto, la trama discontinua de El lago nos aproxima a la figura de Joe, un joven vagabundo que huye del hogar familiar y con unos feriantes aprende la dura realidad de la vida. Una noche, intentando dormir al lado de unas vías de ferrocarril en las montañas de  de Adirondack (estado de Nueva York), ve pasar un vagón privado. En su iluminado interior, varios hombres bien vestidos y, en otro compartimento, una bella y joven mujer desnuda, sosteniendo en sus manos un vestido blanco mientras se miraba en un espejo.
E. L. Doctorow
A partir de ese momento, Joe sigue las vías del tren hasta desembocar en una misteriosa propiedad de Loon Lake, donde hallará a la chica y  a sus acompañantes: un magnate de la industria del automóvil, un aviador, un poeta y un grupo de gángsters. Es el inicio de la verdadera historia, de una inquietante historia de sueños, deseos, fascinaciones y pesadillas que se despliegan a través de una peculiar road movie, de una huida disparatada, a través de la América profunda, hasta las fronteras californianas.
Un periplo en el que Doctorow retrata y desnuda la vida americana, con una cautivadora historia de intrigas, misterio, amenazas, ambiciones, sexo y amor sin contrapartidas. Un mundo violento, individualista, ultraliberal y cruel, en el que un personaje como F. W. Bennet, el magnate de la industria automovilística, lo mismo rompe con sus matones un intento de huelga, como acoge de forma paternalista a un pobre diablo como Joe, que simboliza el self-made-man a partir de la nada.
La narrativa de Doctorow suele fundamentar su éxito en la estructura sumamente simple de sus novelas, que facilitan una lectura fácil y cómoda. No es este el caso de El lago, como ya quedó señalado, porque Doctorow construye una suerte de cajón de sastre, con saltos espaciales y temporales y acopio de materiales diversos. Todo ello exige activar el pacto narrador-lector. El ritmo de su prosa, sin embargo, es el característico de su escritura: construye con gran habilidad atmósferas humanas, sin golpes de efecto, con un ritmo sin pausas y una prosa minuciosa, evolvente, capaz de enlazar múltiples oraciones subordinadas, sin detener la progresión narrativa. Virtuosismo técnico para hacer añicos del sueño americano, dominado por prácticas mafiosas y poblado por un lumpemproletariado vagabundeando por el país.

* Una versión abreviada y en gallego de este texto fue publicada el día 20 de agosto de 2011 en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Para ver el original, pinchar aquí
                                                


Fragmentos

“Fanny era auténticamente sensible a los hombres, les tenía verdadero afecto. No sabía que ganaba dinero, nunca vio un céntimo. Extendía los brazos y los amaba y no le importaba cómo ocurrían las cosas, si se corrían en los pliegues de sus nalgas o en las hendiduras de los costados de su cuerpo, que se prolongaban como acolchados sobre la estructura de su tronco; siempre gritaba como si hubiesen encontrado su centro exacto.
Llegué  a la conclusión de que entre estas monstruosa prostituta retrasada y la chusma que hacía cola para follarla se celebraba realmente un sacramento importante, una manera de mantener la esperanza, un juramento ritual de vida que no se desgastaba sino que crecía con su rememoración en los bares y las tabernas de las montañas, atrapando su imagen en el serrín que se elevaba a través del rayo de sol en los talleres o que permanecía como la bruma matinal sobre los lagos cristalinos”

“Al alba proseguimos el viaje. El cielo es rosa. Seguimos la senda de un sorprendente arroyo tan lleno de rocas que el agua se descompone en millones de gotas, que caen con repique del granizo y rebotan como perdigones. Raspo la corteza de un pequeño pino torturado por el viento para crecer en forma de rayos solares hacia la tierra. Dejo secar este musgo polvoriento verde lima durante cuatro minutos en la palma de mi mano. Entonces lamo el polvo e inmediatamente mi joven amada se convierte en una gigante que me mira sorprendida desde lo alto. La piso y cae de espaldas resquebrajando la tierra, corro hacia su vulva y por ese camino continúa mi búsqueda de toda la vida tras la divinidad. Es una especie de glándula que está en algún sitio. El camino se vuelve resbaladizo. En esta viscosa oscuridad uso las rodillas y las manos como una araña de agua. El camino se estrecha. En breve soy aplastado, atraído como una mota de polvo hacia un poderoso ojo brillante iluminado. Siento que me ensancho. La luz cegadora. Recupero mi tamaño y la casco como si fuera un huevo.
Piensas que es un sueño. No es un sueño. Es el relato en inútil traducción lineal del interminable amor de nuestras vidas simultáneas pero diacrónicas”
(E. L. Doctorow, El lago, paginas 27 y 308-309)

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