Muchel
Houellebecq
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial
Anagrama, Barcelona 2019, 282 páginas.
No posee dotes visionarias ni proféticas pero Michel Houellebecq sabe
conectar con gran habilidad con la actualidad, con las cuestiones candentes, y
es capaz de ofrecerle a sus lectores, no un análisis sereno y razonado, pero sí
la dosis ansiada de carnada, una mistura que incluye el vacio vital de nuestro
tiempo, el espinoso tema de la islamización de las sociedades europeas, sexo
mercenario, afirmaciones polémicas y muy provocadoras y, sobre todo un retrato
cáustico del malestar y del disgusto difuso que vivimos en nuestros días. Pero
Houlllebecq un peón avezado de la tradición reaccionaria, a pesar de todo eso
epata como intelectual progresista. Houllebecqu sigue siendo valorado sin
límites ni mesuras. Y ni la concesión del Premio Goucourt por La carte et le territoire (El mapa y el territorio) en 2010 ha sido
capaz de poner mesura en las fobias y en la filias hacia su figura:
primera referencia de la literatura
francesa actual, el gran novelista del pueblo (Le Figaro), el último provocador, verdadero escritor, escéptico,
determinista, imprescindible, desolador, mas nietzcheano que e mismo Nietzsche,
misántropo, misógino, racista, antropólogo vestido de cínico. El escritor
francés más leído y más odiado.
Houellebecq irrumpre de nuevo, para muchos con el libro más decepcionante de
todos los que ha escrito, aunque, como todos los suyos, ha sido esperado como
un gran acontecimiento. Un libro que se nutre del afán provocador del escritor,
y en el que le da vida a las peripecias de un hombre depresivo, repugnante y
merecedor de muchas más calificaciones, dueño de provocadores torpezas y
tribulaciones, que va y viene por las rutas de la transgresión, como antes de
él lo han hecho tantos otros. Lo que de ellos le diferencia es que lo hace
desde una pose burguesa.
La idea capital que subyace en la trama de Serotonina y a la que la mayoría de las
novelas de Houellebecq hacen referencia, es que el sexo y una confusa idea del
amor es el motor de la vida de los seres humanos. Y el eje temático de la
novela, acompañemos o no al protagonizo el relatos de sus correrías, es la
decadencia de la cultura europea: “Ya nadie será feliz en Occidente”.
Antes de sus publicación y venciendo el
hermetismo en torno al libro, se escribió que la novela podía leerse como la
historia sórdida de la desintegración de un hombre, que es a su vez, la de una
civilización.
En el despegue del libro se presenta al
protagonista Florent-Claude Labrouste, cuarenta y seis años, incapaz de
controlar su propia vida. Combate su depresión con un nuevo medicamento:
Captorix, con efectos secundarios como las nauseas, la desaparición de la
libido y la impotencia. Y comienza la historia en España, en la provincia de
Almería, donde el protagonista ayuda a dos veinteañeras en short a tomar
posesión de las ruedas de su coche. Pero allí no sucedió nada, a pesar de que
el protagonista desea chicas frescas, ecológicas y amantes de los tríos. Asqueado
de la relación tóxica con su novia japonesa, cuya relación se hallaba en fase
terminal: descubre los videos porno y de orgias que ella ocultaba y que follaba
con un doberman. Y empachado en igual medida de su trabajo en el Ministerio de
Agricultura -detestaba de París, infestada de burgueses- decide poner fin a
tantas idioteces, e inicia una huida de
si, con el convencimiento de encaminarse a su propio destino. Engrosar las
nóminas de los desaparecidos voluntariamente, alojándose por el momento en algún
hotel en el que se permitiese fumar.
Y desde una perspectiva fundamentalmente
sexual, pasa revista a las mujeres o amantes que han estado en las entretelas
de sus fracasos; relaciones sentimentales marcadas por los desastres, unas
veces cómicos, otras patéticos: la danesa Kate con la que no salvó el mudo y el
amor no triunfó; Claire, una semiactriz a la que encargaban tonterías
intelectualoides que odiaba, una mujer que apetecía dejarse follar por ella,
más que a la inversa y que seduce a la
mayoría de los amantes de su madre, lo mismo que hacía la madre con los
novietes de sus hija. Y sobre todo Camille, cinco años de felicidad. Tras
ellas, se queda solo con el “humus adaptado de los placeres solitarios”. Escribe
su propia vida con humor ácido y deja entrever el mundo que le rodea. Se
reencuentra con viejos amigos, recorre las calles de París, viaja por Normandía
y entra en contacto con los productores de leche que protestaban por los bajo
precios.
El protagonista de Serotonina es un tipo que había perdido toda esperanza de ser feliz,
si bien todavía ambiciona escapar de la demencia. Por eso acude al psiquiatra
que le había recetado Captorix que le dice que tiene la impresión de que se
está muriendo de pena y le propone sustituir el antidepresivo por putas.
Antes de la recta final, en un mundo sin
erecciones ni masturbaciones y que se transforma para él en una superficie
neutra, todavía tiene fuerzas para renegar de la cultura del mundo occidental,
personificado en La montaña mágica de
Thoman Mann y En el tiempo recobrado
de Marcel Proust. Tras esto, la recta final.
Lo interésate de la novela no son sus muchas secuencias
insulsas y prescindibles, sino el hecho de haberle dado forma Houllebecq a un
personaje que narra su propia autodestrucción, su desarraigo, su deriva
existencial, su indolencia terminal, su nihilismo sin causa. Un personaje que
responde a las visiones crepusculares
que suelen anidar en el escritor francés. Es el único mérito de una novela
prácticamente desprovista de argumento y en la que el autor deja caer opiniones
candentes y para muchos lectores rechazables. Una clara mofa de las feministas
con chistes misóginos y homófobos (Entre el protagonista y las mujeres solo
median las mamadas). La repugnancia por la Europa socialdemócrata, la atracción
por el ultraliberalismo. No juzga la pedofilia, la prostitución, las drogas; se
siente orgulloso de su incivismo, Franco fue el verdadero inventor a escala
mundial del turismo de masas. La obsesión del protagonista por el sexo, especialmente
el oral, se vuelve insoportable. Y alguna reflexión certera como su rebelión
contra el puritanismo o la ausencia de la libertad individual como detonante de
la soledad.
En definitiva, un redescubrimiento
sentimental trufado por las ausencia de sentimientos, por relaciones fallidas,
con ciertas dosis de melancolía y una cierto ensueño de felicidad. Una prosa
simple, funcional, plana como una helada Siberia viste este desolador retrato
del hombre occidental. Pero la verdad es que no precisaba otra cosa.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“… era realmente
alucinante la cantidad de objetos para ella indispensables para mantener su
condición femenina, las mujeres suelen ignorarlo, pero es algo que desagrada
alos hombres, que los asquea incluso, que acaba por darles la sensación de que
han adquirido un producto adulterado cuya belleza solo consigue mantenerse
barcias a artificios infinitos, artificios que pronto (sea cual sea la
indulgencia inicial que puede manifestar su macho por las catalogadas
imperfecciones femeninas) acaban considerando inmorales, y yo había podido
darme cuenta durante nuestras vacaciones juntos del hecho de que Yuzu pasaba un
tiempo increíble en el cuarto de baño: había calculado que entre el aseo de la
mañana (alrededor del mediodía), el arreglo un poco más sumario a media tarde y
el ceremonial interminable y exasperante de su baño vespertino (un día me había
confesado que usaba dieciocho cremas y lociones diferentes), consagraba a
arreglarse seis horas al día…”
…..
“Se me reprochará
quizá que concedo excesiva importancia al sexo; no lo creo. Aunque no ignoro
que otras alegrías ocupan poco a poco su lugar, en el curso del desarrollo
normal de una vida el sexo sigue siendo el único momento en el que involucras
personal y directamente tus órganos, por lo cual el paso por el sexo, y por un
sexo intenso, sigue siendo obligado para que se produzca la fusión amorosa,
nada puede realizarse sin él, y todo lo demás, normalmente, dimana de él
suavemente.”
…..
“-Bueno…-dijo-, el
índice de testosterona es francamente bajo, eso me lo esperaba, es por el
Captorix. Pero también tiene un nivel de cortisol muy elevado, es increíble el
nivel de cortisol que segrega usted. De hecho…, ¿puedo ser franco con usted?
Le dije que sí que
la franqueza eea más bien la tónica de nuestra relación hasta aquel momento.
-Pues bien, de
hecho… -Aun vaciló, le temblaron ligeramente los labios ates de decirme -:
Tengo la impresión de que usted sencillamente se está muriendo d pena.
¿Existe un morirse
de pena, tiene sentido? –Fue la única respuesta que se me pasó por la cabeza
(…)
-Con el cortisol es
inevitable, va engordar cada vez más, va a volverse realmente obeso. Y cuando
lo sea no le faltarán las enfermedades mortales, hay para elegir (…)
-¿Entonces me
aconseja dejar el Captorix?
-Pues…no está
claro, como opción. Porque si lo deja volverá a la depresión, resurgirá incluso
mucho más fuerte, se convertirá usted en una auténtica larva. Por otro lado, si
lo sigue tomando puede tachar con un aspa su sexualidad. Lo que haría falta es
mantener la serotonina a un nivel correcto, hasta ahí todo bien, todo el orden,
pro bajando el cortisol, y quizás aumentar un poco l dopamina y las endorfinas,
que sería lo ideal. Pero tengo la sensación de no ser muy claro, ¿sí, me sigue usted)
-No del todo, la verdad.
-Bueno… -Echo de nuevo
una ojeada al papel, una ojeada un tanto extraviada, me daba la impresión de que
no creía realmente en sus propios cálculos, hasta que alzó la mirada y me soltó-:
¿Ha pensado en las putas?”
(Muchel
Houllebecq, Serotonina, páginas 54-55,
61, 255-256)
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