Rebelión en
la granja
George Orwell
Editorial Debolsillo (Penguin Random House Grupo
Editorial), Barcelona, 2017, 144 páginas
(Libros de siempre)
En tiempos de crisis, suele
ser una buena receta apostar por lo seguro. Y en el campo de la literatura, lo
seguro acostumbra a estar en los clásicos. En los clásicos de nuestro tiempo,
eses que vivieron intensamente, y muchas veces en su propia carnes, los grandes
problemas humanos que existen desde siempre, porque desde que el mundo es mundo
humano, existen dominantes y dominados. Gente que ordena y manda de una forma
absoluta y gente sometida, oprimida por las armas del poder. Uno de los grandes
narradores de nuestro tiempo, aunque escribió sus obras en el siglo pasado, que
mejor supo conectar con la sensibilidad actual con relación a los problemas del
poder, del origen de las jefaturas y de su ejercicio despótico, fue Eric Blair
(1903-1950), que escribió bajo el heterónimo de George Orwell piezas tan
memorables como Homage to Catalonia, 1984
y Animal farm. Esta última traducida
a la mayoría de las lenguas del mundo y llevada al cine en dos ocasiones.
Me acerco, una vez más a la lectura de Rebelión en la granja sin ser capaz de
olvidar aquel interrogante de Etiénne de la Boétie: ¿cómo puede ocurrir que
tantos hombres, tantas aldeas, tantas ciudades, tantas naciones sufran y
soporten de cuando en cuando a un tirano solo, que no tiene otro poder que el
que el mismo se otorga? En este libro hallamos un respuesta hallamos una
respuesta, a la vez lúcida y realista. También paradigmática porque la
resonancia política de sus obras hizo de Orwell una referencia proverbial.
Hasta tal punto que el adjetivo orwelliano se emplea en la actualidad
casi tanto como el kafkiano. George
Orwell, marxista, pacifista y antisoviético, perfecto conocedor de lo que
acontecía en la URSS, escribe esta novela claramente distópica, píticamente
incorrecta, porque descubre el meollo de lo que nadie reconoce, las maldades de
la sociedad. Y lo hace echando mano de un artificio sumamente pedagógico: la
fábula alegórica con la que plasma su radical rechazo y condena de las
sociedades totalitarias, basándose en la traición de Stalin a la Revolución
rusa.
Esta sátira de la revolución rusa y del
triunfo del estalinismo, escrita en 1945, se ha convertido, por derecho propio,
en un hito en la cultura contemporánea y en uno de los libros más mordaces de
todos los tiempos. Ante el auge de los animales de la Granja Manor, la Granja Solariega,
detectamos las semillas del totalitarismo en una organización aparentemente
ideal; y en los líderes más carismáticos, las sombras de las opresiones más
crueles.
En el grupo de animales de la Granja que se
rebelan, expulsan a los humanos y crean un sistema de gobierno propio que
termina por convertirse en una feroz tiranía, están retratados, es verdad, los
agentes y colectivos de la Revolución Bolchevique de 1917 y su evolución hacia
una dictadura tiránica y corrupta bajo las garras de Stalin. Mas su significado
transciende el caso particular soviético. Orwell, empleando un lenguaje
sumamente sencillo, realiza un análisis profundo de la corrupción que genera el
poder, una diáfana diatriba contra todos los totalitarismo, tan antiguos como nuestra
civilización, sin ser exclusivos, por mucho que los afirmara Popper de la sociedades
cerradas. En ese largo territorio espacial que va desde las sociedades tribales
hasta las sociedades abiertas, brotan siempre personajes y colectividades como las
que Orwell alegorizó en Rebelión en la granja.
Por consiguiente, concluyo el comentario de esta obra literaria perfecta, tal como
escribió T.S Eliot, con otro interrogante, esta vez tras la estela de Foucault:
¿no será que el poder tiene como función esencial no solo prohibir y castigar, sino
vincular en una espiral indefinida la represión, el placer y la verdad?
Fragmentos
“Pronto cesó el tumulto. Los cuatro cerdos esperaban temblando y con la
culpabilidad escrita en cada surco de sus rostros. Napoleón les exigió que
confesaran sus crímenes. Eran los mismos cuatro cerdos que habían protestado
cuando Napoleón abolió las reuniones de los domingos. Sin otra exigencia,
confesaron que estuvieron en contacto clandestinamente con Snowball desde su
expulsión, colaboraron con él en la destrucción del molino y convinieron en
entregar la «Granja animal» al señor Frederick. Agregaron que Snowball había
admitido, confidencialmente, que era agente secreto del señor Jones desde
muchos años atrás. Cuando terminaron su confesión, los perros, sin perder
tiempo, les desgarraron las gargantas y entretanto, Napoleón, con voz terrible,
preguntó si algún otro animal tenía algo que confesar.
»Las tres gallinas, que fueron las cabecillas del conato de rebelión a
causa de los huevos, se adelantaron y declararon que Snowball se les había
aparecido en sueños incitándolas a desobedecer las órdenes de Napoleón. También
ellas fueron destrozadas. Luego un ganso se adelantó y confesó que había
ocultado seis espigas de maíz durante la cosecha del año anterior y que se las
había comido por la noche. Luego una oveja admitió que hizo aguas en el
bebedero, instigada a hacerlo, según dijo, por Snowball, y otras dos ovejas
confesaron que asesinaron a un viejo carnero, muy adicto a Napoleón,
persiguiéndole alrededor de una fogata cuando tosía. Todos ellos fueron
ejecutados allí mismo. Y así continuó la serie de confesiones y ejecuciones
hasta que una pila de cadáveres yacía a los pies de Napoleón y el aire estaba
impregnado con el olor de la sangre, olor que era desconocido desde la
expulsión de Jones.
Cuando terminó esto, los animales restantes, exceptuando los cerdos y los
perros, se alejaron juntos. Estaban estremecidos y consternados. No sabían qué
era más espantoso: si la traición de los animales que se conjuraron con
Snowball o la cruel represión que acababan de presenciar. Antaño hubo muchas
veces escenas de matanzas igualmente terribles, pero a todos les parecía mucho
peor la de ahora, por haber sucedido entre ellos mismos. Desde que Jones había
abandonado la granja, ningún animal mató a otro animal. Ni siquiera un ratón.
Llegaron a la pequeña loma donde estaba el molino semiconstruido y, de común
acuerdo, se recostaron todos, como si se agruparan para calentarse: Clover,
Muriel, Benjamín, las vacas, las ovejas y toda una bandada de gansos y
gallinas: todos, en verdad, exceptuando al gato, que había desaparecido repentinamente,
poco antes de que Napoleón ordenara a los animales que se reunieran.”
…..
“Días después, cuando ya había desaparecido el terror producido por las
ejecuciones, algunos animales recordaron -o creyeron recordar- que el sexto
mandamiento decretaba: «Ningún animal matará a otro animal». Y aunque nadie
quiso mencionarlo al oído de los cerdos o de los perros, se tenía la sensación
de que las matanzas que habían tenido lugar no concordaban con aquello. Clover
pidió a Benjamín que le leyera el sexto mandamiento, y cuando Benjamín, como de
costumbre, dijo que se negaba a entrometerse en esos asuntos, ella instó a
Muriel a que lo hiciera. Muriel le leyó el mandamiento. Decía así:
«Ningún animal matará a otro animal sin
motivo». Por una razón u otra, las dos últimas palabras se les habían
ido de la memoria a los animales. Pero comprobaron que el mandamiento no fue
violado; porque, evidentemente, hubo motivo
sobrado para matar a los traidores que se coaligaron con Snowball.”
(George Orwell, Rebelión en la granja)
Interesante ...
ResponderEliminarInteresante novela satírica y aunque no me gusta este género, debo reconocer que lo que he leído se me ha hecho muy divertido. Excelente reseña Francisco, te dejo saludos y un abrazo. Gracias.
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