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miércoles, 28 de junio de 2017

"SEISDOBLE": ENTRE LO DETECTIVESCO Y LA NOVELA NEGRA



Nada sucio
Lorenzo Silva y Noemí Trujillo
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2016,  147 páginas.


El lado oscuro
Andreu Martín
Menoscuarto  Ediciones, Palencia, 2017, 182 páginas.

   La palentina Menoscuarto Ediciones puso a andar a finales del pasado año la serie SeisDoble. Una colección de narrativa detectivesca con no pocos elementos de novela negra, y que nada siguiendo el modelo de la serie editorial francesa Le pouple. Una colección basada en las aventuras detectivescas de una mujer joven y atractiva, Sonia Ruiz. SeisDoble aparece en la arena literaria como un proyecto muy ambicioso: distintos autores, de importante relevancia en la novela de investigación, irán ofreciendo diferentes casos y peripecias en las que participa Sonia Ruiz, con la “obligación” de enriquecer el perfil de la detective privada y el de otros personajes, mas respetando lo que ya hayan aportado las obras de escritores precedentes, partícipes así mismo en la serie. Un juego literario muy interesante, inaugurado por los escritores Lorenzo Silva y Noemí Trujillo que, en Nada sucio perfilan el primer caso de la detective Sonia Ruiz. En el pasado mes de mayo, otro primer espada de la novela negra española, Andreu Martín, prosiguió con El lado oscuro el juego literario de SeisDoble, que será desarrollado, por consiguiente, por una pluralidad de manos.
   En Nada sucio, Lorenzo Silva y Noemí Trujillo nos acercan, en efecto a Sonia Ruiz, con el primer caso de esta experiencia pionera en España. Una joven madrileña de Getafe, con la hipoteca de un piso por pagar y una ruptura sentimental -su novio la ha dejado- que le provoca una fuerte depresión, agravada por la imposibilidad de encontrar un trabajo remunerado, decide que, como nada tenía que perder, es un buen momento para inventarse un trabajo, montando una agencia de detectives al margen de la legalidad porque ella carece de la titulación de detective privado. Se anuncia en “el lado oscuro de la red” y pronto se le presenta el primer caso: una mujer que se siente víctima del acoso de su jefe, se convierte en su primera cliente. Con la ayuda de su vecino Pau, experto en ordenadores y nuevas tecnologías, hace que el cerdo acosador la deje en paz. Alejar al moscón. Eso sabemos hacerlo todas las mujeres, piensa Sonia. El éxito en este primer caso no le resultará fácil: se verá en la obligación de tener sexo con el erótico acosador, lo que no le desagrada porque llevaba tiempo sin hacerlo. Será así mismo víctima de otras agresiones, estas verdaderas y no tan placenteras. Mas con ayuda de las nuevas tecnologías, Sonia y Pau completan su trabajo y logran que el acosador canalla sea detenido, aunque Sonia nunca llegará a enterarse de los que pasó después. Eso simplemente cayó en las garras del olvido.
   
   Con El lado oscuro, Andreu Martín pone la segunda piedra de la serie. Es otra mujer la que acude a Sonia Ruiz, a la que contrata para que demuestre la infidelidad de su marido. Lo hará, pero descubre además que está sumergido en la ciénaga de actividades ilegales. Con esta historia confluye otra de Pau al que ya en la conclusión exitosa de Nada sucio pudimos leer que lo ficha el CNI, el organismo de espionaje español. El amigo y colaborador de Sonia se ve atrapado en una sucia y peligrosa trama de la que forman parte sus propios jefes.
   Ambas novelas se mueven por dos territorios emparentados: el de la novela detectivesca y la narrativa negra. El esquema detectivesco (orden-desorden-orden restaurado) es el hilo conductor de las dos entregas de la serie SeisDoble. La investigación y resolución del hecho delictivo, independientemente del método empleado, es el elemento estructurador de las tres historias. La novela de detectives no se adentra más allá. Sin embargo, tanto en Nada sucio como en El lado oscuro, el lector se encuentra no solo con una máquina de pensar, sino también con el retrato psicológico de los personajes,  la delineación crítica de la sociedad y la introspección psicológica, tanto en relación con el, o los investigadores en este caso, como en correlación también con el delincuente. El ingenio, pues no tiene un fin en sí mismo.
   Las dos novelas están escritas con voluntad de intriga. Cada capítulo conduce a los lectores, a base de no decaer en el ritmo, a la conclusión final. La estructura de los personajes aparece representada mediante el empleo de caracteres opuestos. La detective, protagonista de ambas obras, con aquellos rasgos y comportamientos con los que se identifica el lector, a pesar de que no siempre juega limpio. Su antagonista, el delincuente, actúa con los procedimientos de los bajos fondos. Una prosa que en ambas novelas  huye de preciosismos literarios y busca sobre todo la claridad, viste los dos relatos.
   Reseñar por último que Andreu Martín enriquece en El lado oscuro el perfil de Sonia Ruiz y el de su amigo y colaborador Pau, sin contradecir además los que Lorenzo Silva y Noemí Trujillo habían adelantado en el primer relato de esta saga detectivesca y negra. Y eso precisamente es el propósito que persigue esta serie de Menoscuarto Ediciones.

Francisco Martínez Bouzas


Fragmentos de El lado oscuro

“Sonia, iba a resolver este caso, su primer caso, el caso del supermercado, por orgullo, por soberbia, porque era muy atrevida, porque quería hacerlo y porque quería irse con Esther a Roma y perder de vista unos días a los estúpidos peces. Hacía demasiado tiempo que no tenía vacaciones. Años, ya. Y Sonia estaba cansada de formar parte del lado de los perdedores. Y ese tipo, Jesús, era un capullo. Tenía nombre de Mesías, pero era un cretino. Y a Sonia no le caían bien los idiotas ni los aprovechados ni los que van de listos. Aquel tipo, Jesús, era un imbécil de talla mayor. Y alguien tenía que pararle los pies. Y ella, de eso, sabía un rato. Tenía una talla cien de sujetador. Se había pasado la vida parándole los pies a capullos integrales. Sabía cómo se hacía. Quizás otra cosa no, pero a eso, modestamente, no la ganaba nadie.”

…..

“Así que Sonia y Jesús terminaron en su coche. Jesús la llevó a un sitio apartado, en la zona industrial del polígono de los Olivos, a las cuatro de la tarde, una hora en la que casi no había nadie, ya debía saber él que a esa hora no había un alma por la zona. Allí se escondieron y fue fácil subirle el vestido a Sonia y consumar aquello, que era un vil desahogo para ambos, pero a Sonia le sentó bien que la follaran mientras todas esas ridículas encuestas se caían al suelo del coche y su plan seguía en marcha, con un polvo añadido, pero no pasaba nada, era la primera vez y la primera cez uno puede perder un poco los papeles. Mientras Sonia se subía encima de Jesús y le besaba con la lengua y jadeaba, como si de verdad estuviera haciendo el amor con alguien que le importara, podía ver enfrente el enorme cartel del Camping Alpha. Nunca se había sentido tan expuesta, tan exhibicionista y, contrariamente a lo que hubiera imaginado, aquella sensación le gustó. Sonia pensó en lo fácil que es fingir mientras se practica sexo.”

(Lorenzo Silva y Noemí Trujillo, Nada sucio, paginas 25, 43-44)

Fragmentos de El lado oscuro

“A la nueva clienta no apreció que aquello la molestara ni la influyera lo más mínimo. Ni siquiera parecía haberse fijado en nada, ni en los muebles, ni en la casa, ni en el aspecto de Sonia. Era una mujer que justo había abandonado la belleza de la juventud y parecía que no lo llevaba muy bien. Pechugona, altiva, obesa, de mandíbula prominente y puntiaguda y mirada severa, con una indumentaria cursi hasta la alergia, entró contoneándose, se sentó y dijo que la enviaba el detective Méndez. Ella le había pedido que se ocupara de su caso una mujer y él le había recomendado que hablara con Sonia.
Se llamaba Diana Martínez. Y tenía bajo el ojo izquierdo los restos de un hematoma de intenso color morado. Le faltaba uno de los incisivos. Puso una fotografía sobre la mesa y dijo:
-Este es mi marido, se llama Guillermo Corvado y me la pega con una mamarracha.   -Estaba enfurecida. Si alguna vez tuvo lágrimas, se le habían terminado las existencias- . Quiero que lo descubra y que los fotografíe cuando estén haciéndolo.”

…..

“Esa misma noche, su joven amigo Pau estaba participando en una operación de los servicios secretos.
En realidad, encerrado en una furgoneta negra de cristales tintados, era el último mono de una operación sin importancia ni peligro.
Lo habían captado un año atrás, como experto informático para que colaborase en un proyecto internacional con el gobierno de Panamá. Se trataba de crear el sistema informático más seguro del mundo para proteger el tránsito del canal. Estuvo entusiasmado durante casi un día entero. Luego, un hijoputa lo atracó y se llevó todo su dinero. Y, de una manera u otra, eso transcendió y la superioridad del CNI decidió que tenía que madurar un poco antes de que pudiera hacerse cargo de una misión de tanta importancia. Un veterano del Centro tenía ganas de viajar a conocer Panamá y le quitó el sitio.
Entretanto le dijeron que tenía que curtirse y lo destinaron a la Oficina Nacional de Seguridad (ONS), bajo las órdenes del coronel Mariano Cardenal, que lo envió a la unidad de Vedugo, en la calle Mataelpino.”

(Andreu Martín, El lado oscuro, páginas 17-18, 25)

domingo, 25 de junio de 2017

"EL TRIUNFO": HISTORIAS CANALLAS CONVERTIDAS EN LEYENDA



El triunfo
Francisco Casavella
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 162 páginas.

   Sea realidad, leyenda urbana o quizás simplemente literaria -en las que con frecuencia se ornea más que en las urbanas-, lo cierto es que lo primero que figura en la biografía de Francisco Casavella, de nacimiento Francisco García Hortelano (1963-2008) es que se inició en la vida  adulta como botones, el último botones de La Caixa, y que empleaba más de dos horas en realizar un encargo en el que consumía no más de diez minutos. En el resto del tiempo callejeaba y le tomaba el pulso a los barrios de Barcelona, comenzando por el Poble Sec de su nacimiento y sobre todo al barrio del Raval, el barrio chino barcelonés. En la literatura se inició a los veintisiete  años precisamente con El triunfo. Antes había sido exclusivamente lector, primero de golosas revistas golfas, hasta que un día cayó en sus manos una novela de Juan García Hortelano que le pareció más atractiva que esas revistas que entretenían sus ocios. Para evitar equívocos con el autor de El gran momento de Mary Tribune, al que no le unía ningún parentesco, firmó su primer libro como Francisco Casavella. Y como tal agitó los cimientos de la literatura española, porque sus obras, especialmente la trilogía El día de Watusi (2002-2003), mas también El triunfo o Lo que sé de los vampiros  (Premio Nadal en 2008) convirtieron a Casavella en una figura icónica por su huida del tedio, de la pesadez, la pedantería,  por su lenguaje desacralizado y por su estrategia a la hora de amalgamar los barrios altos y bajos barceloneses, y reflejar la vida canalla con ojos de pícaro que aprehende la realidad hostil de la existencia, tantas veces oculta por apariencias lujosas o encubiertas.
   El trinfo (1990), ahora reeditada por Anagrama, fue la primera piedra de un gran fresco social de la España de la Transición. Una novela poliédrica, cercana a lo coral, ambientada en el Barrio (el barrio chino barcelonés) por donde deambulan prostitutas, drogadictos, pícaros y perdedores, negros y moros, gitanos y rumberos. Y sobre todo, hampas. Un barrio de supervivientes en el que manda un ex legionario, el Gandhi, en lucha sin tregua por el control del territorio, no solo con la pasma, sino también con grupos rivales.
   En constante entrecruzamiento, un grupo de monipodios formado por el Nen y sus amigos el Tostao, el Topo y Palito, cuya sisa, su actividad picaresca, no es que esté muy estructurada: se contentan con ser amigos de el Gandhi, quieren triunfar como rumberos, que no los metan en la casa de la Abuela, un invento del ex legionario para meter en vereda a la basca.
   Relata la historia Palito, como si testimoniara ante un juez ausente. Los tres siguen a pie juntillas al Nen, señorito y chinorris, que un día descubre los motivos y circunstancias de la eliminación de su padre, el Guacho, del que se recuerdan sus triunfos  como cantante de rumbas, y el papel que en esa desaparición tuvo su madre, la Chata, en relación sentimental o sexual con el ex legionario. Y ahí empieza el Nen a descartillarse. Ese tinte hamletiano funciona como verdadera trabazón de la novela y como telón de fondo de un callejeo en el que los miembros del séquito monipódico acompañan al Nen en el sakesperiano ajuste de cuentas. Llegan así los días chungos de verdad, y Palito, el Tostao y el Topo consideran que han ganado porque en aquel barrio se trataba de seguir con vida, aunque se rieran de ti. “Y yo he ganado…Porque me pellizco y me duele y estoy vivo…” (página 162).
   La mirada afilada y sin concesiones, la sonrisa entre amarga y socarrona -así definió Juan Marsé a Casavella- le brinda al lector una verdadera galería de historias barriobajeras, las pequeñas y grandes tragedias urbanas, rebosantes de violencia. Es paradigmática la ejercida sobre diez negros que encuentran flotando en el puerto con cabezas convertidas en pelotas envueltas en papel de periódico. Relato por el que circula una retahíla de personajes: yonquis babeantes, colonquitos tristones, lumis feas por la mañana, pero por la tarde “les encontrabas un vicio”, asesinos despiadados, pero que en el relato de Casavella casi provocan la risa: tal es el Naranjito al que llamaban así porque cuando le mandaban cargarse a un tío, dejaba su huella: comía una naranja delante del fiambre y luego esparcía las mondas alrededor.
   Casavella, no obstante los tintes hamletianos, emplea una hábil estrategia narrativa: lleva al lector de forma coherente hacia su propia historia ramificada en mil escenas que producen esa visión poliédrica. Tampoco son un estorbo los fragmentos del cuaderno “Bribia” que recupera, con un cambio de ritmo narrativo y de registro, buena parte de la historia atormentada del Gandhi.
   El estilo de la prosa, basado en un monólogo confesional, acorraló y sigue acorralando a Casavella con etiquetas de escritor maldito porque fue capaz de convertir la oralidad marginal en prosa literaria excepcional: el argot las jergas de los chíos de la mala de los años 90 sustentan esta novela. Casavella quiso que el lenguaje de los personajes los definiera. Añádase a todo esto las expresiones de un peculiar estilo desacralizado. Sirva lo siguiente de ejemplo: “…porque puestos a largar, largo y ya está” (página 46), “…y se agarra un descantille que no veas” (página 48)

Francisco Martínez Bouzas

                                                
Francisco Casavella

Fragmentos

“Llegamos, Palito, me decían, y todo son luces y una música que parece una tormenta, que retumba en todo el baile (y eso que el baile es grande) y te pega en el estómago como si le hubieras hecho algo y se te cuela como grillos en las orejas. Y allí todo el mundo baila y se mueve y siempre te aparece el típico notario vacilón pidiendo bronca. Pero pasando, por lo menos al principio, porque Palito, nen, hay unas chavalas que te ponen a mil con las camisitas blancas por encima del ombligo y los pantaloncillos negros esos que han salido ahora, pegados a las cachas y al bul que te pones ciego con el meneo, ciego perdido, Palito, y tú vas allí y este cabrón (el cabrón era el Dátil) que se llevó el otro día a una al cielo por lo menos, arriba de todo del baile y yo no sé qué le hizo que la quetedije  bajó más acalorada que una cafetera, hirviendo y casi llorando, que le harías, cabrón, lo normal, ya. Y ahí, te lo juro, el que corta el bacalao es el Nen, mariconazo que desde que toca la guitarra se harta de follar, que hacen cola las pavas, no veas, y las que están más buenas, que en cuanto mete un pie en la pista ya empieza el cacareo, Jaime, Jaime, Jaime, y a darle besitos en el morro y a las dos canciones ya se ha subido con una…”

…..

“Me imagino que usted querrá saber quién es la Susi, vamos, digo yo, porque si no lo quiere saber, yo se lo digo y usted se lo traga.
Usted la ve de buenas a primeras y dice: ¡Qué guerra va pidiendo esta chavala! Es así como rubia y tiene muy buena figura y una jeta como de nenita que no ha crecido que te hace dar un tembleque cuando piensas: ¿De dónde ha sacado la nenita ese cuerpazo? Que no parece que sea suyo, vamos. Y camina muy bien, con garbo, la tía. Pero cuando hablas con ella te da muy poco cuartel y para sacarle una sonrisa (y mire que le digo nada más que una sonrisa) tienes que dar saltos mortales lo menos o dejar que te atropelle un carro. Por eso, cuando no la conoces, te parece que, por lo callada y lo seria, la tía debe saber muy bien por dónde camina. Pero qué va,, es más tonta que bailar con un buzón, aunque con no hablar, todo eso que gana.
Pues resulta que a la quetedije el Nen le hacía su gracia de toda la vida, mucha gracia, diría yo: de eso nos dimos cuenta el Tostao, el Topo y yo hace tiempo. Y al Nen, como la tía le importaba un cuerno y sólo la veía cuando estaba el hombre con los nervios, pues que todavía la tía se le colgaba más y se ponía más tonta y se iba por ahí diciendo que el Nen era su novio y yo qué sé qué carajadas.”

…..

“Cuando yo llegué a este Barrio, ni era viejo ni estaba cansado: poseía la mente fría y despejada de un joven ambicioso al que no le hiere el dolor ajeno, porque observa la vida como una larga partida de naipes y exige sin contemplaciones, a todos aquellos que no tienen ni su ambición, ni su coraje, ni su inteligencia, que hagan gala de un discreto saber perder ante un empuje. Yo no disponía de la amplia tradición orgánica que poseen las razas meridionales y mi empresa no fue la reunión de unas cuantas familias, sino de hombres a los que se les exigía la lealtad militar de la que he hablado más arriba. La obediencia a esta ley única fue su grandeza y todos respondieron hasta la muerte como hombres. Una sonrisa morbosa brota de mis labios cuando reflexiono acerca de que, en realidad, lo nuestro fue un juego al que todos los implicados en esa empresa jugamos alegremente.
El Barrio al que llegamos era el reflejo exacto de nuestra ambición: carteles demasiado grandes para calles demasiado pequeñas. Parpadeantes rótulos luminosos, indios móviles, maniquíes disfrazados de cocineros, cubiertos de polvo, despellejados, demasiado grandes. Y en las calles más estrechas pululaba la gente en manadas, pelo abrillantado, sombreros descoloridos, tintes de pelo imposibles sobre estrambóticos cardados, gente que, sin excepción, miraba mal al extraño; forasteros que sentían sobre sus cabezas la ropa blanca de los balcones, moviéndose, entrelazándose según sentencia del aire como una sombra amenazadora.” (BRIBIA:CUATRO)

(Francisco  Casavella, El triunfo, páginas 17, 28-29, 75)

jueves, 22 de junio de 2017

HUIDA HACIA NINGUNA PARTE



Huida en la noche
Emmanuel Bobe
Traducción de Mercedes Noriega Bosch
Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2017, 189 páginas.

   Aunque tardíamente reconocido, Emmanuel Bove (de nacimiento Emmanuel Bobonikoff, París 1898-1945) está considerado en la actualidad como uno de los grandes narradores franceses de la primera mitad del siglo XX. Autor de numerosas y notables novelas, también de títulos populares que firmaba con pseudónimos, y ajenas, según sus mismas palabras, al oficio de escritor, fue descubierto  por Colette lo que le permitió publicar Mes amis  (1924) que cosechó un enorme éxito. No obstante, caerá en el olvido fundamentalmente por ser un escritor ajeno a cualquier causa que no fuese la literatura. Durante la Guerra y la ocupación alemana, tras verse rechazado sus deseos de unirse a la resistencia en Inglaterra, se traslada a Argelia, donde compuso sus últimos textos: La Piege, Départ dans la nuit  y Non-lieu. La traducción de sus obras al alemán por Peter Handke le redescubrirá de nuevo y recibirá años más tarde el aplauso de Sacha Guitry, Rainer María Rilke, Samuel Beckett o Roland Barthes.
   Huida en la noche es su penúltima novela y, como tantas otras de su autoría, nos hace partícipes del tiempo convulso de la Segunda Guerra Mundial, una época de persecuciones, campos de exterminio y pesadillas del nazismo que él, al menos aparentemente, logró esquivar. Así como del convencimiento de la necesidad de sobrevivir a cualquier costa.
   La voz narrativa que lo hace en primera persona, es la de un soldado francés prisionero y deportado a un campo de trabajo alemán. Son días muy duros, agravados por sus problemas físicos, nunca atendidos por el médico del campo y por la aparente afabilidad que, de forma siniestra, muestran a veces los guardianes del campo, así como por los diferentes y contrapuestos intereses de los mismos prisioneros. La seguridad de una muerte que sienten cercana anima a un grupo de ellos a planear una fuga: evadirse del campo y recorrer a pie cuatrocientos kilómetros a través de Alemania, procurando no ser capturados.
   El protagonista prefiere huir solo, mas las dificultades de la evasión le hacen comprender por primera vez lo que significa realmente estar preso. Desde un destacamento de trabajo, elabora un plan para una huida en solitario, más quiere ser solidario a pesar de la mezquindad de sus compañeros que se ríen de su plan, aunque finalmente se fugan. Pero el protagonista es incapaz de olvidar su drama personal: haber tenido que matar a dos guardianes. Caminan de noche y se ocultan de día. La huida es un continuo aflorar de egoísmos, de miedos, del hambre que no cesa de torturar. A pesar de que llega a Bruselas, será una huida a ninguna parte porque sigue el peligro de ser capturado y devuelto al control de los alemanes donde le espera un pelotón de fusilamiento.
   La novela recorre paso a paso la aventura externa de la fuga, pero, sobre todo y con mayor intensidad, las terribles vivencias internas de la que es víctima el protagonista que le convierten en un hipocondriaco, un paranoico que sufre manías persecutorias. Es víctima de su propia imaginación que crea temores absurdos.
   Emmanuel Bove da muestras de una gran maestría a la hora de expresar estos sentimientos del hombre acosado por el miedo porque él mismo los experimentó en carne propia: fue señalado, perseguido y destinado a un campo nazi de concentración y exterminio. Y sus propias pesadillas se hallan transcritas en las páginas de la novela. La misma ambientación del relato (cuevas, canteras, graneros, vagones de carga…) en los que se ocultan los prisioneros y finalmente el protagonista cuando abandona el grupo, da fe de este miedo cerval que atenaza al fugitivo y que Emmanuel Bove transmite en adecuados retratos psicológicos de sus actantes.
   Una novela de estructura lineal, con un relato centrado especialmente en los personajes, aunque quizás demasiado parsimonioso en la exposición de los planes de fuga y en los repetidos intentos del protagonista para convencer a sus compañeros. Un estilo claro y diáfano, alejado de preciosismos y ornamentaciones formales, nos introduce en esta aventura humana laminada por  las angustias y las pesadillas.

Francisco Martínez Bouzas


Emmanuel Bove

Fragmentos

“Aunque hasta el último momento había creído que no me uniría a ellos, de repente, al llegar la medianoche, me levanté. Una vez superado el período de espera, cuando el peligro es inminente, encararlo nos produce un inmenso alivio. En unos instantes sería libre. Ya no podía pensar en otra cosa. La libertad por una parte o la miseria física y moral por otra. En esas circunstancias, ¿cómo dudar del éxito?
Acudía al punto de encuentro detrás de las letrinas. La oscuridad era absoluta. Avanzamos con las manos hacia delante, fingiendo que nos tocábamos por la falta de visibilidad, aunque en realidad lo hacíamos pata infundirnos valor. Cuando llegamos al último barrancón nos detuvimos delante de las alambradas, repentinamente intimidados por la magnitud de la empresa. Por muy avanzada que estuviera la ejecución de nuestro plan, todavía podíamos dar marcha atrás.”

…..

“Antes de partir quise hacer un inventario de los víveres que habíamos traído, porque había reparado en que algunos comían mucho más que otros. Vaciamos nuestros macutos. Cogí una hoja de papel y un lápiz y volví a hacer la lista de lo que cada uno de nosotros habíamos llevado. Según los cálculos que había hecho antes de salir, debíamos tener comida suficiente para catorce días. Pues bien, mi estupor fue mayúsculo al comprobar que no habían pasado ni siquiera veinticuatro horas desde que nos evadimos y ya solo quedaban víveres para un par de días como máximo. Era incomprensible.
Intenté averiguar lo que había ocurrido, pero nadie me lo supo aclarar. Y lo más extraño de todo era que, mientras yo me devanaba los sesos intentando hallar una explicación, mis compañeros, como si ya se creyeran en Francia, no concedían ninguna importancia a un hecho que ponía patas arriba un plan en el que las raciones se habían calculado al milímetro. Como ya en la primera etapa llevábamos un retraso de nueve kilómetros -debo reconocer  que por culpa mía-, aquello prometía.”

…..

“Lo que nos tenía más desesperados era la falta de comida. Algunos hasta se plantearon desenterrar unas hortalizas. A pesar del hambre, me negaba a aceptar esa idea. Me sorprendía enormemente la rapidez con que se resignaban a adoptar las soluciones más extremas. Se lo dije a Roger, que resultó ser de mi opinión. Ambos pensábamos que, por muy difícil que fuese nuestra situación, aún no necesitábamos recurrir a medidas tan radicales. Aún podíamos esperar un poco. Esa manera de dramatizar no auguraba nada bueno. Revelaba nerviosismo.”

(Emanuel Bove, Huida en la noche, páginas 24, 95-96, 112)